15 DE JUNIO - JUEVES
10ª - SEMANA DEL T. O. – A
SANTA MARIA MICAELA
Evangelio según san Mateo 5, 20-26
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
"Si no sois mejores que los letrados y
fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos.
Habéis oído que se dijo a los antiguos: No
matarás, y el que mate será procesado. Pero yo os digo: todo el que esté
peleado con su hermano, será procesado. Y si uno llama a su hermano
"imbécil", tendrá que comparecer ante el Sanedrín, y si lo llama
"renegado", merece la condena del fuego.
Por tanto, si cuando vas a poner tu ofrenda
sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti
deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano,
y entonces vuelve a presentar tu ofrenda.
Procura arreglarte con el que pone pleito,
enseguida, mientras vais todavía de camino, no sea que te entregue al juez, y
el juez al alguacil, y te metan en la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí
hasta que no hayas pagado el último cuarto".
1. En este evangelio da comienzo la reforma de
la religiosidad que planteó Jesús. Los letrados y fariseos eran el modelo de la
observancia, hasta el último detalle, de las leyes, normas, costumbres,
tradiciones, rituales y observancias de la religiosidad israelita. Y Jesús
afirma, pensando en el nuevo movimiento
religioso que él ponía en marcha, que los
discípulos de este movimiento (o proyecto) tenían que ir más lejos, tenían que
sobrepasar, la religiosidad de los más fieles que ya entonces había.
Ahora bien, tenían
que sobrepasar o superar, ¿en qué? Si los escribas y fariseos no toleraban
fallo alguno, ¿en que tenían o podían superar o cómo podían superar los
seguidores de Jesús a los observantes más radicales del judaísmo de entonces?
2. La respuesta es clara. Jesús no pretendía un
cambio cuantitativo (más observancia), sino un cambio cualitativo (en lugar de
la observancia, centrarse y concentrarse en otra cosa) (Ulrich Luz).
- ¿Qué quiere decir
esto?
Muy sencillo:
desplazar el centro. O sea, no centrarse en la observancia, sino en el amor y
la bondad. Lo que importa no es el cumplimiento
de las normas, para agradar a Dios, sino el respeto y el amor a los demás, en
los que está presente Dios.
Entre otras razones,
porque las creencias, las normas y los ritos sagrados son muy distintos de una
cultura a otra, de una religión a otra, etc. Sin embargo, en la necesidad de
cariño, de respeto, de bondad, en esto todos coincidimos, esto es lo mismo en
todos y para todos. Y en esto —en el respeto, la estima, el amor
y la bondad—
es en lo que los seguidores de Jesús tienen que ser radicales y llegar
al límite de lo que es humanamente posible.
3. De acuerdo con este criterio, Jesús lleva su
enseñanza hasta el extremo: "si vas a llevar tu ofrenda al altar", o
sea: si vas a misa, si te acercas a comulgar,
si visitas un templo o rezas delante de una imagen
sagrada..., y te acuerdas, no de lo que tú tengas contra los demás, sino si hay
alguien que tiene alguna queja contra ti, no te acerques al altar, no pienses
que el culto sagrado te acerca a Dios. No. Con eso, lo que haces es engañarte a
ti mismo.
Por eso, lo primero
que tienes que hacer es ir y poner en orden tu relación con el otro. Y cuando
tus relaciones con los demás, estén en orden, entonces acércate al altar,
visita el templo, besa el santo...
Los cristianos no
aceptamos la unidad que hay entre la "ética" y el "culto".
Lo dice la Biblia: las ofrendas de los pecadores causan horror a Dios (Prov 15,
8; 21, 3. 27; Edo 31 [34], 21-24; 35, 1-3...) (G. Von Rad).
4. -¿Cómo se explica que, con frecuencia, las
personas que más roban al Estado, a los trabajadores, al pueblo, sean los que
van en puestos de honor en las
procesiones o están en sitios preferentes en los templos?
La Iglesia está más
lejos del Evangelio de lo que imaginamos.
SANTA MARÍA MICAELA
Fundadora Año 1865
Santa Micaela: tú que
aprovechaste tu temperamento tan fuerte, para dedicar todas tus energías a
salvar las almas, haz que también nosotros aprovechemos las cualidades que Dios
nos dio, para lograr llevar muchas almas al cielo, y la nuestra también. Amen.
Micaela significa:
Dios es mi fuerza. Silla de ruedas
Esta mujer heroica
que nació en Madrid España en 1809, tuvo que pasar por situaciones verdaderamente
amargas, antes de llegar a la santidad. Era todavía muy joven cuando murió su
madre. Su padre murió también inesperadamente. Su hermano Luis pereció en un
accidente al caerse de un caballo, y su hermanita Engracia fue llevada
imprudentemente por una niñera a ver la escena del ahorcamiento de un criminal
y la jovencita al ver esta escena se enloqueció. Le quedaba una hermana,
Manuela, pero esta tuvo que salir al destierro porque los enemigos políticos de
su esposo se apoderaron del gobierno.
Recibió una educación
muy seria. Empieza un noviazgo, y después de tres años de amistad muy
armoniosa, y muy santa con su novio, este de un momento a otro se aleja, porque
sus familiares se lo han ordenado así. Entonces las lenguas maledicentes se
dedican a hablar mal de Micaela. Ella en su autobiografía añade: "En vez
de hablar de esto con mis amistades, lo que hacíamos era llevar cuenta de los
rezos que hacíamos, y ver quién había rezado más".
Su hermano fue
nombrado embajador en París, y después en Bruselas (Micaela era de familia de
alta clase social española). Ella tuvo que acompañarlo y entonces empezó una
vida muy especial: madrugar muchísimo para alcanzar a hacer sus prácticas de
piedad, ir a la Santa Misa, comulgar y aprovechar la mañana para hacer sus
obras de caridad. De mediodía en adelante asistir a banquetes diplomáticos,
bailes, funciones de teatro, salir de paseo a caballo, rodeada de gente de la
aristocracia y mostrarse siempre alegre y sonriente a pesar de los dolores
continuos de estómago a causa de una especie de cáncer que parecía devorarle el
vientre.
Ante tantísimos
peligros para su virtud, lo que conservaba en gracia de Dios a la joven y
elegante Micaela era su comunión diaria, las mortificaciones que hacía y el
haber encontrado un santo director espiritual, el Padre Carasa. Una de sus
mortificaciones consistía en que cuando iba a funciones de teatro (donde la
gente se presenta muy deshonestamente vestida) ella se colocaba unos anteojos
que por más que esforzara la vista no le dejaban ver lo que pasaba en el
escenario.
Mientras por las
tardes y noches tenía que estar en las labores mundanas de la diplomacia, por
las mañanas estaba visitando pobres, enfermos e iglesias muy necesitadas y
dejando en todas partes copiosas limosnas (su familia era muy adinerada). Nadie
podía imaginar al verla tan elegante en las fiestas sociales, que esa mañana la
había pasado visitando casuchas y ayudando a gentes abandonadas.
Al volver a España la
invitaron en Burdeos a una reunión en la casa del Cónsul. Allí la esperaba el
Sr. Arzobispo para pedirle que hiciera de mediadora frente a unas monjitas que
engañadas por un jansenista (los jansenistas son herejes que dicen que quien no
es santo no puede recibir ningún sacramento) se habían rebelado contra el
arzobispo. Micaela, aprovechando su admirable simpatía que le hacía ganarse a
las gentes, se fue al convento y obtuvo que las religiosas hicieran unos días
de Ejercicios Espirituales, y al final de esos Retiros, las monjitas,
presididas por nuestra santa, hicieron la paz con el Sr. Arzobispo.
El Padre Carasa le
recomendó que al volver a Madrid se entrevistara con una dama muy santa llamada
María Ignacia Rico. Así lo hizo y entonces aquella caritativa mujer la llevó al
hospital San Juan de Dios, donde estaban las mujeres de mala vida que caían
enfermas. La santa afirma que "allí sufren el olfato, la vista, el tacto,
los oídos" y que "todos los sentimientos tienen allí ocasión para
padecer". Micaela ni siquiera sabía que existía esa clase de mujeres y
nunca se había imaginado que los hombres dieran un trato tan injusto y cruel a
esas pobres criaturas, después de haberlas corrompido.
Aquel espectáculo del
hospital fue para Micaela como una revelación del cielo. Y cuando supo no sólo
la situación horrorosa de esas pobres muchachas enfermas en el hospital, sino
la espantosa vida que les esperaba cuando salieran de allí, pensó que era absolutamente
necesario hacer algo concreto para ayudarlas. Y con su amiga María Ignacia
consiguieron una casita para llevar allí las muchachas en peligro para
preservarlas, y a las que ya habían sido víctimas, para redimirlas y salvarlas.
Y sucedió entonces que
alrededor de Micaela hubo una verdadera tormenta de incomprensiones y abandonos
aun de sus mejores amistades. Ahora se cumplía la antigua frase de San Ignacio:
"El mundo no tiene oídos para poder escuchar tan grande estruendo".
¿A quién se le iba a ocurrir que una mujer de la más alta clase social,
emparentada con las familias más ricas y famosas de la capital, se fuera a
dedicar a cuidar prostitutas o mujeres de mala vida? Todas sus antiguas
amistades se negaron a ayudarle, y ya ni la reconocían como amiga.
Y luego sucedió lo que
ninguno había esperado: Micaela dejó su casa elegante en un barrio rico y se
fue a vivir con unas pobres mujeres de mala vida en una casucha miserable, para
poder transformarlas en personas honradas y santas.
Al Sr. Arzobispo le
llevan cuentos y calumnias y entonces él envía a un sacerdote para que saque de
la Casa de Micaela el Santísimo Sacramento. Cuando el sacerdote llega, la santa
se dedica a orar por él, y éste, después de rezar unos minutos de rodillas,
cambia de parecer y se va sin llevarse el Santísimo Sacramento.
Le llega un director
espiritual demasiado rígido que el prohibe hacer caso a los mensajes interiores
que Dios le da. Una voz le dice: "Micaela, se va a incendiar la
sacristía", pero ella no puede hacer caso a esto, y tiene que dejar que
suceda. Otra voz le dice: "Le echaron veneno a la comida", pero como
el director le prohibió hacer caso a esas voces empieza a comer. Sólo que, al
sentir el sabor tan desagradable de aquel alimento, se dice: "Aunque fuera
sin voces, yo no me comería esto por lo asqueroso", y se detiene. Pero
alcanza a enfermarse bastante. Afortunadamente, en vez de ese equivocado
director le llega un santo de primera clase, a dirigirla, es San Antonio María
Claret, y bajo su dirección sí puede progresar grandemente en santidad.
Son las diez de la
mañana y no hay con qué hacer desayuno para tantas jóvenes. Llega un misionero
de Filipinas y la santa le cuenta su terrible situación. El misionero le
entrega una moneda de oro que le han regalado. Corren a comprar alimentos, y
las muchachas exclaman: - ¡La superiora nos estaba haciendo una broma diciendo
que no había comida! ¡Miren qué abundante comida nos tenía por ahí guardada!
Cuenta Micaela en su
autobiografía: "N.N. es una muchacha que me ha hecho muchos robos y me ha
inventado cuentos horrendos. Pero yo la sigo tratando con gran cariño, como si
fuera mi mejor amiga". Más adelante añade: "Las gentes me viven
inventando mil cosas malas que nunca he hecho y ni siquiera he pensado… pero
bendito sea Dios que de lo malo que sí he hecho no saben nada!".
Un día va a una casa
de citas a rescatar a una muchacha a la cual tiene allá obligada. La insultan,
le lanzan piedras, le dicen todas las vulgaridades que nunca había escuchado,
pero ella sigue sonriendo como si estuviera recibiendo honores, sale por entre
esa multitud infernal, llevándose a la muchacha y salvándola para siempre.
La reina de España
que la aprecia mucho la invita al palacio para pedirle unos consejos. Entonces
Micaela que en otros tiempos era una de las mujeres más elegantemente vestidas
de la capital, se va allá con vestidos viejos y desteñidos. Las damas de la
corte se burlan de ella y ni siquiera le contestan el saludo, pero ella sale de
aquel palacio muy contenta, porque pudo practicar la virtud de la humildad.
Una mujer mala le
inventa tremendas calumnias. El obispo llama a nuestra santa y le lanza el
regaño más espantoso. El Padre Director Espiritual, P. Carasa, le niega hasta
el saludo. Micaela no se defiende. Ella recuerda lo que decía San Francisco de
Sales: "Dios sabe qué tanta cantidad de buena fama necesito, y El me
concederá la suficiente buena fama para que pueda seguir trabajando por las
almas". Después saben que todo lo que habían dicho eran calumnias, y le
piden excusas. Ella mientras tanto no había perdido la alegría ni la paz.
El 6 de enero de
1859, con siete compañeras funda la Comunidad de Hermanas Adoratrices del
Santísimo Sacramento, dedicadas a adorar a Cristo Jesús en la Eucaristía y a
trabajar por preservar a las muchachas en peligro, y a redimir a las pobres que
ya cayeron en los vicios y en la impureza.
Su comunidad se
extendió por Barcelona, Valencia y Burgos y ahora tiene 1,750 religiosas en el
mundo en 178 casas.
Ella escribiendo a
sus religiosas les decía: "Difícil encontrar otra fundadora de comunidad
que haya sido más acusada, más calumniada y más regañada que yo. Mis acciones
las juzgan de la peor manera posible". Pero también podía repetir las
palabras de San Pablo: "Poco me interesa lo que las gentes están diciendo
de mí. Mi juez es Dios".
En sus casas mandaba
colocar esta bella frase, un mensaje de Dios a sus religiosas para que no se
desanimaran en la pobreza y en las dificultades: "MI PROVIDENCIA Y TU FE, MANTENDRAN
LA CASA EN
PIE".
La Madre Micaela había
estado socorriendo a los enfermos en la peste de tifo negro en los años 1834,
1855 y 1856, y había logrado no contagiarse. Pero en el año 1856 al saber que
en Valencia había estallado la terrible peste del tifo, se fue allí a socorrer
a los apestados. Y se contagió de la mortal enfermedad.
Al padre confesor le
dijo: "Padre, esta es mi última enfermedad". Y en verdad que fue la
última y la más dolorosa. Calambres casi continuos. Dolores agudísimos. El
médico declaró: "Nunca había visto a una persona sufrir tanto y con tan
grande paciencia y heroísmo".
El 24 de agosto de
1856, a las 12, abrió los ojos, los elevó hacia el cielo y murió. La enterraron
sin ninguna solemnidad en una fosa ordinaria en el cementerio.
Pero Dios la
glorificó haciendo milagros por su intercesión y hoy sus religiosas siguen
salvando del pecado y de la perdición a miles de jóvenes en todo el mundo.
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