22 DE JUNIO
- JUEVES
11ª - SEMANA DEL T. O. – A
SANTO TOMAS MORO
Evangelio según san Mateo
6, 7-15
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
"Cuando recéis no uséis muchas palabras
como los paganos, que se imaginan que por hablar mucho les harán caso. No seáis
como ellos, pues vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes que se lo
pidáis. Vosotros rezad así: Padre nuestro del cielo, santificado sea tu nombre,
venga tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo, danos hoy el
pan nuestro, perdónanos nuestras ofensas, pues nosotros hemos perdonado a los que nos han ofendido, no nos dejes caer
en tentación, sino líbranos del maligno.
Porque si perdonáis a los demás sus culpas,
también vuestro Padre del cielo os
perdonará a vosotros. Pero si no perdonáis a los demás, tampoco vuestro Padre
perdonará vuestras culpas'.
1. La oración —o lo que es lo
mismo— dedicar algún tiempo (al
menos, un rato) a expresar ante Dios lo que más
deseamos, eso ha sido siempre
importante en todas las religiones. Lo
fue en la tradición de Israel. Y lo fue en la vida de Jesús, del que los
evangelios nos informan de sus largos tiempos que dedicaba a la oración, a veces, la noche entera, en la
soledad del campo, de un monte, en la paz del silencio. Así, hasta el final, en
el huerto de Getsemaní. Y finalmente en la cruz, orando al Padre.
En las antiguas
sociedades patriarcales, se invocaba a
Dios como "Júpiter", que se
expresaba como Zeus-Pater. Pero esa denominación, al igual que la del Emperador como Pater Patriae, equivalía
a invocar el "Poder de dominación". Era la veneración de la soberanía
y el mando, propia de los tiempos imperiales, en las culturas de
entonces.
2. Jesús
pensaba a los "padres" de la cultura patriarcal como padres
"malos" (Mt 7, 11 par) y así los contrapone al Padre del cielo. Los
evangelios presentan
a este Padre así:
1) Tan
desconcertantemente bueno, que
jamás rechaza a un hijo, por más perdido
que ande. (Lc 15, 11-32);
2) Tan generoso que
siempre da a sus hijos lo que le piden
(Mt 7, 9-11 par).
3) Tan fiel, que
trata a todos por igual, como el sol y la lluvia benefician a todos sin
distinciones (Mt 5, 45); tan entrañable, que se puede comparar a una gallina
que protege a sus polluelos bajo sus alas (Mt 23, 37).
3. Por todo esto, los hijos de tal Padre, lo que
tienen que desear más intensamente es que el nombre de ese Padre suyo no sea
jamás utilizado para lo que no se debe, que ese Padre reine en este mundo, y que todos los humanos hagamos lo que Él
quiere.
Es decir, pedimos ante
todo que el Padre esté presente en nuestras vidas lo más y lo mejor posible.
Además, le decimos a ese
buen
Padre que no queremos que nos falte nada de lo que es necesario para llevar
una vida sana y digna. Sobre todo, que no nos falte el alimento, la salud,
la vida digna. Y afirmamos nuestra decisión de ser
buenos con los demás, como el Padre es bueno con todos. Por eso le decimos que
nos perdone, si hemos hecho mal a alguien. De la misma manera que nosotros perdonamos gustosamente a quien nos
desagrade o nos haga daño, sea como sea.
Todo esto es lo más y
mejor que podemos desear en la vida. Por eso, en la expresión de estos deseos
se debe resumir y centrar nuestra oración, es decir, nuestra
relación con Dios. Y, por tanto, nuestra
espiritualidad.
SANTO TOMAS MORO
Este es
uno de los dos grandes mártires de la Iglesia de Inglaterra, cuando un rey
impuro quiso acabar con la Religión Católica y ellos se opusieron. El otro es
San Juan Fisher (20 de junio). Tomás significa: "el gemelo". Y en
verdad que fue un verdadero gemelo en santidad y en cualidades con su compañero
de martirio, San Juan Fisher.
Nació
Tomás Moro en Cheapside, Inglaterra en 1478. A los 13 años se fue a trabajar de
mensajero en la casa del Arzobispo de Canterbury, y éste al darse cuenta de la
gran inteligencia del joven, lo envió a estudiar al colegio de la Universidad
de Oxford.
Su padre
que era juez, le enviaba únicamente el dinero indispensable para sus gastos más
necesarios, y esto le fue muy útil, pues como él mismo afirmaba después:
"Por no tener dinero para salir a divertirme, tenía que quedarme en casa y
en la biblioteca estudiando". Lo cual le fue de gran provecho para su futuro.
A los 22
años ya es doctor en abogacía, y profesor brillante. Es un apasionado lector
que todos los ratos libres los dedica a la lectura de buenos libros. Uno de sus
compañeros de ese tiempo dio de él este testimonio: "Es un intelectual muy
brillante, y a sus grandes cualidades intelectuales añade una muy agradable
simpatía".
Le
llegaron dudas acerca de cuál era la vocación para la cual Dios lo tenía
destinado. Al principio se fue a vivir con los cartujos (esos monjes que nunca
hablan, ni comen carne, y rezan mucho de día y de noche) pero después de 4 años
se dio cuenta de que no había nacido para esa heroica vocación. También intentó
irse de franciscano, pero resultó que tampoco era ese su camino. Entonces se
dispuso optar por la vocación del matrimonio. Se casó, tuvo cuatro hijos y fue
un excelente esposo y un cariñosísimo papá. Su vocación estaba un poco más
allá: su vocación era actuar en el gobierno y escribir libros.
Para con
sus hijos, para con los pobres y para cuantos deseaban tratar con él, Tomás fue
siempre un excelente y simpático amigo. Acostumbraba ir personalmente a visitar
los barrios de los pobres para conocer sus necesidades y poder ayudarles mejor.
Con frecuencia invitaba a su mesa a gentes muy pobres, y casi nunca invitaba a
almorzar a los ricos. A su casa llegaban muchas visitas de intelectuales que
iban a charlar con él acerca de temas muy importantes para esos momentos y a
comentar los últimos libros que se iban publicando. Su esposa se admiraba al
verlo siempre de buen humor, pasara lo que pasara. Era difícil encontrar otro
de conversación más amena.
Tomás
Moro escribió bastantes libros. Muchos de ellos contra los protestantes, pero
el más famoso es el que se llama Utopía. Esta es una palabra que significa:
"Lo que no existe" (U=no. Topos: lugar. Lo que no tiene lugar). En
ese libro describe una nación que en realidad no existe pero que debería
existir. En su escrito ataca fuertemente las injusticias que cometen los ricos
y los altos del gobierno con los pobres y los desprotegidos y va describiendo
cómo debería ser una nación ideal. Esta obra lo hizo muy conocido en toda
Europa.
El joven
abogado Tomás Moro fue aceptado como profesor de uno de los más prestigiosos
colegios de Londres. Luego fue elegido como secretario del alcalde de la
capital. En 1529 fue nombrado Canciller o Ministro de Relaciones Exteriores.
Pero este altísimo cargo no cambió en nada su sencillez. Siguió asistiendo a
Misa cada día, confesándose con frecuencia y comulgando. Tratable y amable con
todos. Alguien llegó a afirmar: "Parece que lo hubieran elegido Canciller,
solamente para poder favorecer más a los pobres y desamparados". Otro
añadía: "El rey no pudo encontrar otro mejor consejero que este".
Pero Tomás, que conocía bien cómo era Enrique VIII, declaraba con su fino
humor: "El rey es de tal manera que si le ofrecen una buena casa por mi
cabeza, me la mandará cortar de inmediato".
Ya
llevaba dos años como Canciller cuando sucedió en Inglaterra un hecho terrible
contra la religión católica. El impúdico rey Enrique VIII se divorció de su
legítima esposa y se fue a vivir con la concubina Ana Bolena. Y como el Sumo
Pontífice no aceptó este divorcio, el rey se declaró Jefe Supremo de la
religión de la nación, y declaró la persecución contra todo el que no aceptara
su divorcio o no lo aceptara a él como reemplazo del Papa en Roma. Muchos
católicos tendrían que morir por oponerse a todo esto.
Tomás
Moro no aceptó ninguno de los terribilísimos errores del malvado rey: ni el
divorcio ni el que tratara de reemplazar al Sumo Pontífice. Entonces fue
destituido de su alto puesto, le confiscaron sus bienes y el rey lo mandó
encerrar como prisionero de la espantosa Torre de Londres. Santo Tomás y San
Juan Fisher fueron los dos principales de todos los altos funcionarios de la
capital que se negaron a aceptar tan grandes infamias del monarca. Y ambos
fueron llevados a la torre fatídica. Allí estuvo Tomás encerrado durante 15
meses.
Verdaderamente
hermosas son las cartas que desde la cárcel escribió este gran sabio a su hija Margarita
que estaba muy desconsolada por la prisión de su padre. En ellas le dice:
"Con esta cárcel estoy pagando a Dios por los pecados que he cometido en
mi vida. Los sufrimientos de esta prisión seguramente me van a disminuir las
penas que me esperan en el purgatorio. Recuerda hija mía, que nada podrá pasar
si Dios no permite que me suceda. Y todo lo permite Dios para bien de los que
lo aman. Y lo que el buen Dios permite que nos suceda es lo mejor, aunque no lo
entendamos, ni nos parezca así".
El día
en que Margarita fue a visitar por última vez a su padre, vieron los dos salir
hacia el sitio del martirio a cuatro monjes cartujos que no habían querido
aceptar los errores de Enrique VIII. Tomás dijo a Margarita: "Mire cómo
van de contentos a ofrecer su vida por Jesucristo. Ojalá también a mí me
conceda Dios el valor suficiente para ofrecer mi vida por su santa
religión".
Tomás
fue llamado a un último consejo de guerra. Le pidieron que aceptara lo que el
rey le mandaba y él respondió: "Tengo que obedecer a lo que mi conciencia
me manda, y pensar en la salvación de mi alma. Eso es mucho más importante que
todo lo que el mundo pueda ofrecer. No acepto esos errores del rey". Se le
dictó entonces sentencia de muerte. El se despidió de su hijo y de su hija y
volvió a ser encerrado en la Torre de Londres.
En la
madrugada del 6 de julio de 1535 le comunicaron que lo llevarían al sitio del
martirio, él se colocó su mejor vestido. De buen humor como siempre, dijo al
salir al corredor frío: "por favor, mi abrigo, porque doy mi vida, pero un
resfriado sí no me quiero conseguir". Al llegar al sitio donde lo iban a
matar rezó despacio el Salmo 51: "Misericordia Señor por tu bondad".
Luego prometió que rogaría por el rey y sus demás perseguidores, y declaró
públicamente que moría por ser fiel a la Santa Iglesia Católica, Apostólica y
Romana. Luego enseguida de un hachazo le cortaron la cabeza.
Tomás
Moro fue declarado santo por el Papa en 1935. Un sabio decía:
"Este
hombre, aunque no hubiera sido mártir,
bien merecía que lo canonizaran,
porque su vida fue
un admirable ejemplo de lo que
debe ser el
comportamiento de un servidor
público:
un buen cristiano y un excelente
ciudadano".
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