19 DE JUNIO
- LUNES
11ª SEMANA DEL T. O. - A
Evangelio según san Mateo 5, 38-42
En aquel tiempo, dijo Jesús
a sus discípulos:
"Sabéis que está mandado: Ojo por ojo,
diente por diente. Pues yo os digo: No hagáis frente al que os agravia. Al
contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que
quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también la capa; a quien te
pide, dale; y al que te pide prestado, no le rehúyas".
1. Jesús nos pide que superemos la "ley del
talión". Se sabe que esta ley fue ya una humanización de las leyes de
venganza. Con esta ley la venganza quedó
limitada al criterio de la proporcionalidad (cf. Filón, Spec. Leg., 3, 181-182).
Así fue cómo se
superó la venganza sin medida alguna.
(cf. Ex 21, 23-25; Lev 24, 20; Dt 19, 21), que justificaba hasta la
aniquilación del enemigo.
Jesús, sin embargo,
invierte hasta el exceso aquella antigua humanización limitada.
Jesús se sitúa en los
antípodas de aquellas leyes de venganza.
Jesús quiso, y
quiere, acabar con la venganza, con todo tipo de venganza, sea la que sea.
2. Pero hay que entender correctamente este
texto del Evangelio. Porque si leemos las palabras de Jesús como la simple
prohibición de resistir al mal que se nos hace, en tal caso el Evangelio daría
pie a algo así como la prohibición de la auto-protección. Y eso vendría a ser
equivalente a permitir a los tiranos, y a todos los violentos, el ejercicio sin
límites de sus maldades.
La pasividad ante la
violencia es lo mismo que la complicidad con el mal y con los malvados.
- ¿Se puede permitir
semejante atrocidad?
Por eso la mejor
traducción de esta enseñanza evangélica
sería esta: "No resistas con violencia al que te hace el mal" (W.
Carter).
El verbo griego
"antisténai" se encuentra solamente en este pasaje de los evangelios.
Y significa "oposición violenta" (W. Wink).
El problema no está en
si hay que resistir al mal, sino en cómo hay que resistir.
La idea de Jesús es
que jamás se ha de responder a la violencia con otra violencia. Porque entonces
se desencadena la espiral de la
violencia. Y así se provoca y se fomenta la violencia imparable, que crece
hasta el enardecimiento de la crueldad y del mal imprevisible e incontenible.
Cosa que hoy es más destructiva que en
tiempos de Jesús. Por la sencilla razón de que
ahora tenemos armamentos de una potencia destructiva capaz de acabar con el
planeta Tierra.
3. Nunca el mundo fue tan violento como lo es
ahora. Porque ahora tenemos armamentos más destructivos que hace solo unas
décadas.
Los intereses
económicos han producido un mundo
extremadamente violento. Una violencia
que, cuando se alía con creencias religiosas, produce terroristas
incontrolables.
Por eso urge crear
una mentalidad cultural, que eduque a las nuevas generaciones en los
imprevisibles peligros que todo esto entraña.
En todo caso, nos
urge crear una cultura de la resistencia no violenta. Como lo hicieron en la
antigüedad los estoicos pacifistas (Séneca, Epicteto, Musonio Rufo) o en el
siglo XX personalidades como Gandhi, Martin Luther King, Oscar Romero, Nelson Mandela...
Los mártires y los
místicos -junto a la gestión de políticos lúcidos y eficaces- serán los actores
decisivos de un mundo nuevo.
SAN ROMUALDO, abad
Fundador de los Camaldulenses
Año 1027
Romualdo
significa: glorioso en el mando. El que gobierna con buena fama. (Rom: buena
fama Uald: gobernar).
En un
siglo en el que la relajación de las costumbres era espantosa, Dios suscitó un
hombre formidable que vino a propagar un modo de vivir dedicado totalmente a la
oración, a la soledad y a la penitencia, San Romualdo.
San
Romualdo nació en Ravena (Italia) en el año 950. Era hijo de los duques que
gobernaban esa ciudad.
Educado
según las costumbres mundanas, su vida fue durante varios años bastante
descuidada, dejándose arrastrar hacia los placeres y siendo víctima y esclavo
de sus pasiones. Sin embargo, de vez en cuando experimentaba fuertes
inquietudes y serios remordimientos de conciencia, a los que seguían buenos
deseos de enmendarse y propósito de volverse mejor. A veces cuando se internaba
de cacería en los montes, exclamaba: "Dichosos los ermitaños que se alejan
del mundo a estas soledades, donde las malas costumbres y los malos ejemplos no
los esclavizan".
Su padre
era un hombre de mundo, muy agresivo, y un día desafió a pelear en duelo con un
enemigo. Y se llevó de testigo a su hijo Romualdo. Y sucedió que el papá mató
al adversario. Horrorizado ante este triste espectáculo, Romualdo huyó a la
soledad de una montaña y allá se encontró con un monasterio de benedictinos, y
estuvo tres años rezando y haciendo penitencia. El superior del convento no
quería recibirlo de monje porque tenía miedo de las venganzas del padre del
joven, el Duque de Ravena. Pero el Sr. arzobispo hizo de intermediario y
Romualdo fue admitido como un monje benedictino.
Y le
sucedió entonces al joven monje que se dedicó con tan grande fervor a orar y
hacer penitencia, que los demás religiosos que eran bastante relajados, se
sentían muy mal comparando su vida con la de este recién llegado, que hasta se
atrevía a corregirlos por su conducta algo indebida y le pidieron al superior
que lo alejara del convento, porque no se sentían muy bien con él. Y entonces
Romualdo se fue a vivir en la soledad de una montaña, dedicado sólo a orar,
meditar y hacer penitencia.
En la
soledad se encontró con un monje sumamente rudo y áspero, llamado Marino, pero
éste con sus modos fuertes logró que nuestro santo hiciera muy notorios
progresos en su vida de penitencia en poco tiempo. Y entre Marino y Romualdo
lograron dos notables conversiones: la del jefe civil y militar de Venecia, el
Dux de Venecia (que más tarde se llamará San Pedro Urseolo) que se fue a
dedicarse a la vida de oración en la soledad; y el mismo papá de Romualdo que
arrepentido de su antigua vida de pecado se fue a reparar sus maldades en un
convento. Este Duque de Ravena después sintió la tentación de salirse del
convento y devolverse al mundo, pero su hijo fue y logró convencerlo, y así se
estuvo de monje hasta su muerte.
Durante
30 años San Romualdo fue fundando en uno y otro sitio de Italia conventos donde
los pecadores pudieran hacer penitencia de sus pecados, en total soledad, en
silencio completo y apartado del mundo y de sus maldades.
El por
su cuenta se esforzaba por llevar una vida de soledad, penitencia y silencio de
manera impresionante, como penitencia por sus pecados y para obtener la
conversión de los pecadores. Leía y leía vidas de santos y se esmeraba por
imitarlos en aquellas cualidades y virtudes en las que más sobresalió cada uno.
Comía poquísimo y dedicaba muy pocas horas al sueño. Rezaba y meditaba, hacía
penitencia, día y noche.
Y
entonces, cuando mayor paz podía esperar para su alma, llegaron terribles
tentaciones de impureza. La imaginación le presentaba con toda viveza los más
sensuales gozos del mundo, invitándolo a dejar esa vida de sacrificio y a
dedicarse a gozar de los placeres mundanos. Luego el diablo le traía las molestas
y desanimadoras tentaciones de desaliento, haciéndole ver que toda esa vida de
oración, silencio y penitencia, era una inutilidad que de nada le iba a servir.
Por la noche, con imágenes feas y espantosas, el enemigo del alma se esforzaba
por obtener que no se dedicara más a tan heroica vida de santificación. Pero
Romualdo redoblaba sus oraciones, sus meditaciones y penitencias, hasta que al
fin un día, en medio de los más horrorosos ataques diabólicos, exclamó
emocionado: "Jesús misericordioso, ten compasión de mí", y al oír
esto, el demonio huyó rápidamente y la paz y la tranquilidad volvieron al alma
del santo.
Volvió
otra vez al monasterio de Ravena (del cual lo habían echado por demasiado
cumplidor) y sucedió que vino un rico a darle una gran limosna. Sabiendo
Romualdo que había otros monasterios mucho más pobres que el de Ravena, fue y
les repartió entre aquellos toda la limosna recibida. Eso hizo que los monjes
de aquel monasterio se le declararan en contra (ya estaban cansados de verlo
tan demasiado exacto en penitencias y oraciones y en silencio) y lo azotaron y
lo expulsaron de allí. Pero sucedió que en esos días llegó a esa ciudad el
Emperador Otón III y conociendo la gran santidad de este monje lo nombró abad,
Superior de tal convento. Los otros tuvieron que obedecerle, pero a los dos
años de estar de superior se dio cuenta que aquellos señores no lograrían
conseguir el grado de santidad que él aspiraba obtener de sus religiosos y
renunció al cargo y se fue a fundar en otro sitio.
Dios le
tenía reservado un lugar para que fundara una Comunidad como él la deseaba. Un
señor llamado Málduli había obsequiado una finca, en región montañosa y
apartada, llamada campo de Málduli, y allí fundo el santo su nueva comunidad
que se llamó "Camaldulenses", o sea, religiosos del Campo de Málduli.
En una
visión vio una escalera por la cual sus discípulos subían al cielo, vestidos de
blanco. Desde entonces cambió el antiguo hábito negro de sus religiosos, por un
hábito blanco.
San
Romualdo hizo numerosos milagros, pero se esforzaba porque se mantuviera
siempre ignorado en nombre del que los había conseguido del cielo.
Un día
un rico al ver que al hombre de Dios ya anciano le costaba mucho andar de pie,
le obsequió un hermoso caballo, pero el santo lo cambió por un burro, diciendo
que viajando en un asnillo podía imitar mejor a Nuestro Señor.
En el
monasterio de la Camáldula sí obtuvo que sus religiosos observaran la vida
religiosa con toda la exactitud que él siempre había deseado. Y desde el año
1012 existen monasterios Camaldulenses en diversas regiones del mundo. Observan
perpetuo silencio y dedican bastantes horas del día a la oración y a la
meditación. Son monasterios donde la santidad se enseña, se aprende y se
practica.
San Romualdo
deseaba mucho derramar su sangre por defender la religión de Cristo, y sabiendo
que en Hungría mataban a los misioneros dispuso irse para allá a misionar. Pero
cada vez que emprendía el viaje, se enfermaba. Entonces comprendió que la
voluntad de Dios no era que se fuera por allá a buscar martirios, sino que se
hiciera santo allí con sus monjes, orando, meditando, y haciendo penitencia y enseñando
a otros a la santidad.
Veinte
años antes el santo había profetizado la fecha de su muerte. Los últimos años
frecuentemente era arrebatado a un estado tan alto de contemplación que lleno
de emoción, e invadido de amor hacia Dios exclamaba: "Amado Cristo Jesús,
¡tú eres el consuelo más grande que existe para tus amigos!". Adonde
quiera que llegaba se construía una celda con un altar y luego se encerraba,
impidiendo la entrada allí de toda persona. Estaba dedicado a orar y a meditar.
La
última noche de su existencia terrenal, fueron dos monjes a visitarlo porque se
sentía muy débil. Después de un rato mandó a los dos religiosos que se
retiraran y que volvieran a la madrugada a rezar con él los salmos. Ellos
salieron, pero presintiendo que aquel gran santo se pudiera morir muy pronto se
quedaron escondidos detrás de la puerta. Después de un rato se pusieron a escuchar
atentamente y al no percibir adentro ni el más mínimo ruido ni movimiento,
convencidos de lo que podía haber sucedido empujaron la puerta, encendieron la
luz y encontraron el santo cadáver que yacía boca arriba, después de que su
alma había volado al cielo. Era un amigo más que Cristo Jesús se llevaba a su
Reino Celestial.
Todos
estos datos los hemos tomado de la Biografía de San Romualdo, que escribió San
Pedro Damián, otro santo de ese tiempo.
Al
recordar los hechos heroicos de este gran penitente y contemplativo se sienten
ganas de repetir las palabras que decía San Grignon de Monfort: "Ante
estos campeones de la santidad, nosotros somos unos pollos mojados y unos
burros muertos".
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