17 DE JUNIO -
SÁBADO
10ª - SEMANA DEL
T. O. - A
SANTA TERESA
DE PORTUGAL. reina
Evangelio según san Mateo 5, 33-37
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
"Sabéis que se mandó a los antiguos: No
jurarás en falso y cumplirás tus votos al Señor. Pues yo os digo que no juréis
en absoluto: ni por el cielo, que es el trono de Dios; ni por la tierra, que es
estrado de sus pies; ni por Jerusalén, que es la ciudad del Gran Rey.
Ni jures por tu cabeza, pues no puedes volver
blanco o negro un solo pelo.
A vosotros os basta decir sí o no. Lo que
pasa de ahí viene del Maligno".
1. Jesús prohíbe el juramento. Y lo prohíbe
"en absoluto". O sea, no se debe jurar nunca. Ni por nada. Con lo
cual, lo primero que aprendemos es que resulta ridículo, absurdo y
contradictorio ponerse a jurar colocando la mano sobre un libro que prohíbe
jurar (cf. Soren Kierkegaard).
2. - ¿Por qué esta prohibición del
juramento? Porque, en definitiva, jurar
es poner a Dios por testigo, para que
sea Dios el que dé peso de credibilidad y autoridad a mi palabra. Es, por
tanto, utilizar a Dios. Para que venga Dios y le conceda a lo que yo digo la
credibilidad que yo no tengo.
Es una manipulación de
Dios. Y es un desprecio a mí mismo. Con frecuencia, vemos a los grandes mandatarios
del mundo, de la política y de la economía, jurar sus cargos en público, en
actos que se televisan al mundo entero. -
¿No es indignante ver a tales mandatarios jurar ante una Biblia la fidelidad a
un cargo que lleva consigo asumir un poder que somete, ejerce violencia y hasta
impone un "orden" mundial, que es violencia y muerte para millones de
seres humanos?
3. El criterio de Jesús es nítido y de una
dignidad que impresiona. Porque, en el fondo, viene a decir: "tienes que
ser una persona tan digna de crédito, que
tu palabra tiene que bastar y ser suficiente,
para que merezcas la aceptación incuestionable de lo que afirmas.
SANTA TERESA
DE PORTUGAL. Reina
Coimbra (Portugal), 1175 +
Lorváo, 17-junio-1250
Hermana
mayor de las princesas Sancha (-13 de marzo) y Mafalda (-,2 de mayo), tres
flores brotadas en el palacio real de Coimbra, hogar cristiano de Sancho I de
Portugal y Aldonza de Aragón. La primogénita del matrimonio regio era Teresa.
Llama la atención la honda espiritualidad que se debía respirar en aquel hogar,
cuando vemos brotar de él tres azucenas fragantes que dejaron tras de sí tan
honda huella de virtud.
Teresa
debió nacer en 1175. Ningún autor lo indica —fuera de un español— y esto sólo
lo hace por deducción, pues si fue la primogénita de los hermanos, y sus padres
contrajeron matrimonio en 1174, parece normal que naciera ella al año
siguiente. Pusieron sus padres para formarla una institutriz llena de honda
piedad, la cual fue formando su corazón y asimilando todas las prácticas
piadosas hacia las cuales mostraba la niña gran atractivo.
Fue
creciendo en virtud, con deseos de consagrarse a Dios. Pero llegó un momento en
que la escogieron como víctima propiciatoria para solucionar diferencias existentes
entre los reinos leonés y portugués. La mejor manera de llegar a un acuerdo en
estos casos era un enlace matrimonial entre príncipes de ambos reinos. En León
reinaba Alfonso IX, joven arrogante de 19 años, y es natural que anduviera
buscando compañera con quien compartir sus penas y alegrías. Quienes le
rodeaban, pusieron los ojos en Teresa, porque tenía fama de ser un encanto de
criatura e interesaba por razones de Estado, sin tener en cuenta que eran hijos
de primos hermanos, y que no se podía contraer el matrimonio sin una dispensa
especial de la Santa Sede, que no la concedía fácilmente. Tampoco importaba que
se tratara de una niña de trece a catorce años.
REINA DE LEÓN
La boda
se celebró en Guimaraes el 15 de febrero de 1191, trasladándose a León —residencia
habitual de la reina— tras una luna de miel que debió ser muy corta por
exigencias de la política, ya que el rey debía acudir a solucionar asuntos
bélicos en Andalucía. El cometido de la reina se limitó a hacer feliz a su
marido, a compartir con él sus penas y alegrías y en derrochar beneficios a
manos llenas a favor de todos cuantos acudían a ella. Ángel Manrique,
historiador cisterciense del siglo XVI, poco amigo de tributar encomios a las
personas, al hablar de Teresa se deshace en alabanzas para ponderar sus
virtudes, considerándola mujer superdotada, entregada en alma y cuerpo a
solucionar todos los problemas que se le presentaban.
Como era
de esperar, pronto manifestó la reina su fecundidad, pues en cinco años que
convivieron juntos le nacieron tres hijos: Sancha, Fernando y Dulce o Aldonza.
Ninguno de ellos continuó la casa real, por haber fallecido sin descendencia.
El destinado para ceñirse la corona era Fernando, pero el Señor le arrebató de
este mundo en 1214, cuando su padre se hallaba más ocupado preparándole para
que fuera un buen rey. Las dos princesas optaron por Cristo y fueron religiosas
del Císter.
Pero
Teresa, a pesar de que en derredor suyo no hallaba más que agasajos y
alabanzas, dadas sus brillantes prendas físicas y morales, no era feliz. No
sólo le quitaban el sueño los peligros inminentes que rodeaban a su marido,
luchando casi de continuo en la reconquista del suelo patrio, sino que, como
era un alma de conciencia delicada, una pena mayor le mordía de continuo: su
estado matrimonial en desacuerdo con los sagrados cánones. Ansiaba
regularizarlo lo antes posible, pero los pontífices no accedían fácilmente,
porque deseaban que los reyes y magnates fueran espejo en que se miraran sus
súbditos. Y la Santa Sede impuso la anulación del matrimonio.
OPTA POR CRISTO
Veinte
años tenía Teresa cuando se vio obligada a dejar León y regresar de nuevo a
Portugal, con su hija Dulce en brazos, niña de pocos meses. En León quedaron
los otros dos, Sancha y Fernando, bajo la custodia del rey, que se encargaría
de su educación, y se casaría con su también prima Berenguela, hija de Alfonso
VIII de Castilla. Teresa quedaba completamente libre para poder optar a un
nuevo matrimonio, pues tenía a su favor juventud y unas prendas personales
inmejorables, adquiridas en aquellos años al frente del pequeño reino leonés.
Sin duda
pensó que precisamente porque aquella cruz pesada que el Señor acababa de
descargar sobre ella, viéndose en un instante despojada del rango de reina, era
el gran medio de que se valía para poder lograr lo que pensaba en su niñez,
consagrarse a él de por vida. Eso fue lo que hizo, alejarse de un mundo donde a
veces se encuentran reveses de fortuna tan lacerantes como el que acababa de
sucederle.
Quedaba
desligada del matrimonio, pero no de los deberes impuestos a una madre, los
cuales trataría de cumplir con fidelidad. Uno de ellos, la formación del
corazón de su hijo Fernando, que había de suceder a su padre en el reino
leonés, porque es de advertir que, si bien el matrimonio lo declararon nulo,
sin embargo, la Santa Sede legalizó la prole como la de cualquier otro
matrimonio canónico. En 1214 fue atravesada por una espada de dolor muy fuerte,
cuando su hijo, a quien formaba con tanto esmero, moría prematuramente, dejando
desamparado el reino leonés, porque sólo quedaban dos princesas, Sancha y
Dulce, a las cuales dejaría Alfonso IX sucesoras en el trono. Sin embargo,
renunciaron en favor de su medio hermano Fernando III el Santo (-30 de mayo),
quien se encargaría de pasarles una pensión anual para que vivieran
desahogadamente.
Hay que
aclarar una confusión reinante entre los historiadores, aún de nuestros días.
Al separarse Alfonso IX de Teresa y luego de Berenguela, se unió con una dama
noble llamada Teresa Gil de Soberosa, de la cual tuvo otra princesa llamada
Sancha. La casi totalidad de los historiadores confunden a las dos madres y a
las dos hijas, llegando a apellidar a nuestra Teresa «Gil», cuando es hija de
Sancho I.
Libre ya
de los cuidados impuestos por el reino leonés, le faltaba solucionar la
situación de las dos princesas Sancha y Dulce, que estaban viviendo en
Villabuena, en el Bierzo, en el palacio que Alfonso IX les había facilitado
para que pudieran vivir en él. Allí se hallaban con un grupo de doncellas.
Teresa iba y venía a Portugal, por no perderlas de vista, hasta que al fin
optaron también por Cristo, rechazando el matrimonio y deseando vivir
consagradas a él. Para ello, la madre fundó el monasterio de Villabuena en la
observancia del Císter, y, una vez cumplido este deber de madre, regresó ya
definitivamente a Portugal, se encerró en el monasterio de Lorváo, que había
reformado y puesto en él religiosas del Císter, y allí se hizo religiosa, sin
ningún distintivo personal de lo que había sido. Lo único en que sobresalía,
según las crónicas del monasterio, era en los ejemplos de humildad que dio a
sus hermanas al abrazar las ocupaciones más sencillas de la casa. Gozaba y dejó
fama de verdadera santa. Las grandes contrariedades y cruces que tuvo en la
vida, le sirvieron para acercarse más y más a Dios.
Falleció
esta egregia princesa —honra de Portugal y de España— el 17 de junio de 1250.
Su fiesta la celebra la Iglesia en ese día aniversario de su muerte. España le
guarda una eterna gratitud por el amor e interés que tuvo a nuestro pueblo, por
la prudencia con que intervino en los asuntos de nuestra Historia, además de la
santidad con que brilló». Sus restos mortales se conservan hoy en una preciosa
urna de plata en la iglesia de su monasterio de Lorváo, haciendo juego con los
de su hermana Sancha que reposan en otra urna idéntica al lado opuesto.
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