martes, 6 de junio de 2017

Párate un momento: El Evangelio del día 7 DE JUNIO - MIÉRCOLES 9ª - SEMANA DEL T. O. - A SAN CÁNDIDO





7 DE JUNIO - MIÉRCOLES
9ª - SEMANA DEL T. O. - A

Evangelio según san Marcos 12, 18-27
   En aquel tiempo, se acercaron a Jesús saduceos, de los que dicen que no hay resurrección, y le preguntaron:
“Maestro, Moisés nos dejó escrito: "Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero no hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano".
Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos; el segundo se casó con la viuda y murió también sin hijos; lo mismo el tercero; y ninguno de los siete dejó hijos. Por último, murió la mujer.
Cuando llegue la resurrección y vuelvan a la vida, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete han estado casados con ella".
Jesús les respondió:
"Estáis equivocados, porque no entendéis la Escritura ni el poder de Dios.
      Cuando resuciten, ni los hombres ni las mujeres se casarán: serán como ángeles del cielo. Y a propósito de que los muertos resucitan, ¿no habéis leído en el libro de Moisés, en el episodio de la zarza, lo que le dijo Dios: Yo soy el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob?
No es Dios de muertos, sino de vivos. Estáis muy equivocados".

1. En la sociedad judía del tiempo de Jesús, había dos grandes partidos "religioso-políticos": el de los fariseos (más populares y observantes religiosos) y el de los saduceos (más aristócratas, ricos y con algunas ideas religiosas extrañas).
Una de estas ideas extrañas, propias de los saduceos, estaba en que no admitían la resurrección de los muertos. Por eso, y sirviéndose de esta idea, fueron también a Jesús, para intentar defender sus ideas y además poner a Por esto es por lo que le plantearon a Jesús el caso extraño de la mujer a la que se le murieron siete maridos.

2. El extraño caso, que le presentaron a Jesús, viene a decirnos otra cosa de enorme importancia. Los saduceos echaron mano de la antigua "ley del levirato" (del latín "levir", cuñado). Esto supuesto, en el conjunto del caso planteado por los saduceos, se ve con claridad que el principio determinante de la familia era la "economía", no el "amor".
Aquella ley, en efecto, estaba pensada, no para asegurar el amor entre los miembros de la familia (eso no se puede imponer por ley), sino para asegurar que se garantizaba legalmente la herencia. 
Las culturas antiguas comprendieron ya que lo más importante, en las relaciones dentro de la institución familiar, está en que todos los que componen la familia se sientan seguros económicamente. 
Las familias se rompen, sobre todo, por problemas económicos.   Como, por inseguridad económica, tantas mujeres no se atreven a separarse de maridos que las maltratan.

3. La respuesta de Jesús viene a decir:
1) Que lo de la resurrección es verdad, hasta tal punto que no creer en la resurrección equivale, en el fondo, a no creer en Dios.
2) Lo que más importa no es ni la herencia, ni el sexo, sino la vida. La vida en su plenitud. Por tanto, la vida plenamente humana. Y, por tanto, una vida feliz, digna, igualitaria en derechos con los demás.
3) Que esto último es lo que nos tiene que interesar y preocupar, por encima y antes que nuestras ideologías políticas y hasta religiosas.
Lo primero de todo es tener vida, vida plena, vida digna, vida feliz. Lo demás viene por sí solo.

SAN CÁNDIDO

San Cándido († 287) fue, según la leyenda, un mártir cristiano miembro de la diezmada Legión Tebana, formada por cristianos originarios de Tebas, en Egipto.
A fines del siglo III, varios miles de «bagaude», pobladores de las Galias, se levantaron en armas, y el Augusto Maximiano Herculio marchó de Roma para sofocar la rebelión, al frente de un gran ejército en el que figuraba la Legión Tebana. Los guerreros de aquella legión habían sido reclutados en el alto Egipto y todos eran cristianos. Cuando el ejército llegó a Octodurum (Martigny), sobre el Ródano, poco antes de su desembocadura en el lago de Ginebra, el Augusto Maximiano dio una orden para que todos sus soldados se uniesen a la ceremonia de ofrecer sacrificios a los dioses por el éxito de su expedición. Todos los miembros de la Legión Tebana se retiraron para acampar en las proximidades de Agaunum (que en la actualidad se llama Saint Maurice-en-Valais, en homenaje a san Mauricio), después de anunciar que se negaban rotundamente a tomar parte en los ritos. Repetidas veces, Maximiano envió mensajeros al campamento de los tebanos para exigirles obediencia y, en vista de las reiteradas y unánimes negativas, condenó a los legionarios a ser diezmados. Así, un hombre de cada diez fue sacrificado. Cumplida la sentencia, se reiteraron los llamados de Maximiano para que los tebanos acataran las órdenes o se arriesgaran a ser diezmados nuevamente, pero todos, sin faltar uno, respondieron que estaban dispuestos a sufrir cualquier penalidad, antes que tomar parte en un culto contrario a su religión. En aquella general manifestación de fe, los legionarios fueron alentados y asesorados, sobre todo, por tres de los oficiales: Mauricio, Exuperio y Cándido, que desempeñaban los puestos de primicerius, campiductor y senator militum, respectivamente. Maximiano llegó en persona al campamento de los rebeldes para advertirles que no confiaran en salvarse una vez pagado aquel segundo diezmo, puesto que, si persistían en su desobediencia, ni un solo hombre de la legión quedaría con vida. Los soldados comisionaron a uno de los suyos para que respondiera a Maximiano en nombre de los demás, con todo respeto:
«Somos vuestros soldados, señor, pero ante todo somos servidores del verdadero Dios. Os debemos la obediencia en las obligaciones militares, mas no podemos renunciar a Aquél que es nuestro Creador y nuestro Amo y que es también el vuestro, aunque vos lo rechacéis. En todas las cosas que no sean contrarias a Su ley, os obedeceremos con nuestra mejor voluntad como lo hemos hecho hasta ahora. Siempre hemos hecho frente a vuestro enemigo, cualquiera que fuese, pero no podemos manchar nuestras manos con la sangre de gentes inocentes. Nos hemos comprometido con un juramento a Dios antes de haber jurado serviros en el ejército, y ni vos mismo podríais confiar en nuestro segundo juramento, si no somos capaces de cumplir fielmente con el primero. Nos ordenáis castigar a los cristianos, pero no miráis que nosotros mismos somos cristianos. Confesamos a Dios Padre, autor de todas las cosas y a su Hijo Jesucristo. Hemos visto cómo mataban a nuestros compañeros, sin lamentarnos por su muerte y, antes bien, nos regocijamos por el honor que les cupo en suerte. No penséis, señor, que vuestra provocación nos incita a la rebeldía. Tenemos armas en las manos, pero no por eso nos resistimos a obedeceros, sino por la razón de que preferimos morir inocentes a vivir en pecado.»
La Legión Tebana constaba de seis mil seiscientos hombres y, como Maximiano perdió toda esperanza de doblegar su constancia, ordenó al resto de su ejército que cercara a los tebanos y les hiciera pedazos. Ninguno de los cristianos ofreció resistencia y todos se ofrecieron al sacrificio con la mansedumbre de los corderos. La matanza fue espantosa: un vasto espacio de terreno quedó cubierto por el montón de cadáveres del que manaban arroyos de sangre. Maximiano acudió a inspeccionar la obra y, evidentemente satisfecho, mandó a sus soldados que despojaran a los muertos de sus ropas y sus armas y se quedasen con ellas como botín. Se hallaban todos entregados a la macabra tarea, cuando un veterano llamado Víctor rehusó participar en ella. Sus compañeros le preguntaron si también era cristiano, a lo que respondió afirmativamente. En seguida se precipitaron sobre él y le mataron. A otros dos soldados de aquella legión, llamados Víctor y Urso, que habían quedado rezagados en la marcha, en cumplimiento de alguna orden, se les buscó hasta encontrarlos en la ciudad de Soloturno donde fueron asesinados. De acuerdo con diversas leyendas locales, los pocos miembros de la legión que no fueron exterminados en la matanza general por haberse hallado ausentes en aquellos momentos, como san Alejandro de Bérgamo, los santos Octavio, Adventor y Solutor, en Turín, y san Gereón, en Colonia, fueron igualmente localizados y muertos por su fe.
San Euquerio, al referirse a las reliquias de los legionarios que se conservaron en Agaunum por aquel entonces, dijo: «Mucha gente acude de las diversas provincias para honrar devotamente a estos santos, y no son pocos los que dejan en su santuario presentes de oro y plata y diversos objetos. Yo sólo puedo ofrecerles, humildemente, esta obra de mi pluma y les ruego que intercedan por el perdón de mis culpas y que no cesen de otorgarme su protección.» El mismo autor hace mención de numerosos milagros que ocurrieron en aquel santuario y habla de cierta mujer paralítica que recuperó el movimiento gracias a los santos mártires, «y ahora porta con ella, por todas partes, el testimonio del milagro», agrega san Euquerio. Este santo fue el testigo principal en la historia que acabamos de relatar. Era obispo de Lyon durante la primera mitad del siglo quinto y, a pedido de otro obispo, llamado Salvio, realizó investigaciones y escribió un relato sobre la matanza de Agaunum y los mártires de la Legión Tebana, en cuyo honor se erigió en aquella ciudad una basílica hacia fines del siglo cuarto, con motivo de una visión que tuvo el entonces obispo de Agaunum, llamado Teodoro, sobre el lugar donde se hallaban sepultados sus restos. Euquerio afirma que obtuvo sus informes de Isaac, obispo de Génova, quien, a su vez, según piensa el autor, las consiguió del propio Teodoro. Debe observarse que, como se dice en nuestro relato, los legionarios, en su manifiesto, aluden a su negativa para derramar la sangre de los cristianos inocentes. Parece indudable que, por lo menos, esa parte de la protesta haya sido agregada por san Euquerio, quien declara que los tebanos fueron muertos por negarse a tomar parte en la matanza de los cristianos y no hace ninguna mención sobre la rebelión de los «bagaude» en las Galias. En otras narraciones sobre estos mártires se dice que sufrieron la muerte por haber rehusado sacrificar ante los dioses. San Mauricio y sus compañeros de la Legión Tebana han sido objeto de muchas discusiones, investigaciones y estudios. Es improbable que la legión entera haya sido sacrificada, no porque los generales del imperio romano no fuesen capaces de emprender una matanza en masa como aquélla, sino porque las circunstancias de la época y la carencia absoluta de pruebas contemporáneas están en contra de la completa autenticidad de la historia. Alban Butler se lamenta de que «la veracidad de aquel sucedido» haya sido puesta en tela de juicio por algunos historiadores protestantes, pero también los investigadores y estudiosos católicos han manifestado sus vacilaciones para aceptarla, y algunos han llegado a decir que toda la historia es falsa e inventada. Sin embargo, parece evidente que la matanza de san Mauricio y sus compañeros de Agaunum es un hecho histórico; el número de hombres que murieron entonces, es otra cuestión; hay muchas posibilidades de que, con el correr del tiempo, se haya llegado a creer que una simple escuadrilla era una legión.
La iglesia construida por san Teodoro de Octodurum, en fechas posteriores al suceso, se convirtió en el centro de una abadía que fue la primera en Occidente que mantuvo el rezo continuo del oficio divino, de día y de noche, con turnos de coros. Aquel monasterio quedó en manos de los canónigos regulares y es ahora una abadía nullius. Ahí se conservan las reliquias de los mártires en un relicario que data del siglo sexto, pero tanto las reliquias como la veneración a los legionarios tebanos se han extendido mucho más allá de las fronteras de Suiza. En la liturgia de la Iglesia de Occidente se les conmemora. San Mauricio es el patrón de Saboya y de Cerdeña, de diversas ciudades, de los soldados de la infantería, los forjadores de espadas, los tejedores y los tintoreros.



No hay comentarios:

Publicar un comentario