sábado, 10 de febrero de 2018

MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO PARA LA XXVI JORNADA MUNDIAL DEL ENFERMO 2018




MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO PARA LA XXVI JORNADA MUNDIAL DEL ENFERMO 2018 


     Mater Ecclesiae: «Ahí tienes a tu hijo... Ahí tienes a tu madre. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa» (Jn 19,26-27) Queridos hermanos y hermanas: La Iglesia debe servir siempre a los enfermos y a los que cuidan de ellos con renovado vigor, en fidelidad al mandato del Señor (cf. Lc 9,2-6; Mt 10,1-8; Mc 6,7-13), siguiendo el ejemplo muy elocuente de su Fundador y Maestro. Este año, el tema de la Jornada del Enfermo se inspira en las palabras que Jesús, desde la cruz, dirige a su madre María y a Juan: «Ahí tienes a tu hijo... Ahí tienes a tu madre. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa» (Jn 19,26-27). 1. Estas palabras del Señor iluminan profundamente el misterio de la Cruz. Esta no representa una tragedia sin esperanza, sino que es el lugar donde Jesús muestra su gloria y deja sus últimas voluntades de amor, que se convierten en las reglas constitutivas de la comunidad cristiana y de la vida de todo discípulo. En primer lugar, las palabras de Jesús son el origen de la vocación materna de María hacia la humanidad entera. Ella será la madre de los discípulos de su Hijo y cuidará de ellos y de su camino. Y sabemos que el cuidado materno de un hijo o de una hija incluye todos los aspectos de su educación, tanto los materiales como los espirituales. El dolor indescriptible de la cruz traspasa el alma de María (cf. Lc 2,35), pero no la paraliza. Al contrario, como Madre del Señor comienza para ella un nuevo camino de entrega. En la cruz, Jesús se preocupa por la Iglesia y por la humanidad entera, y María está llamada a compartir esa misma preocupación. Los Hechos de los Apóstoles, al describir la gran efusión del Espíritu Santo en Pentecostés, nos muestran que María comenzó su misión en la primera comunidad de la Iglesia. Una tarea que no se acaba nunca.

    2. El discípulo Juan, el discípulo amado, representa a la Iglesia,
pueblo mesiánico. Él debe reconocer a María como su propia madre.
Y al reconocerla, está llamado a acogerla, a contemplar en ella el
modelo del discipulado y también la vocación materna que Jesús le
ha confiado, con las inquietudes y los planes que conlleva: la Madre que ama y genera a hijos capaces de amar según el mandato de Jesús. Por lo tanto, la vocación materna de María, la vocación de
cuidar a sus hijos, se transmite a Juan y a toda la Iglesia. Toda la
comunidad de los discípulos está involucrada en la vocación materna de María.

     3. Juan, como discípulo que lo compartió todo con Jesús, sabe que el Maestro quiere conducir a todos los hombres al encuentro con el Padre. Nos enseña cómo Jesús encontró a muchas personas
enfermas en el espíritu, porque estaban llenas de orgullo (cf. Jn8,31-39) y enfermas en el cuerpo (cf. Jn 5,6). A todas les dio misericordia y perdón, y a los enfermos también curación física, un signo de la vida abundante del Reino, donde se enjuga cada lágrima. Al igual que María, los discípulos están llamados a cuidar unos de otros, pero no exclusivamente. Saben que el corazón de Jesús está abierto a todos, sin excepción. Hay que proclamar el Evangelio del Reino a todos, y la caridad de los cristianos se ha de dirigir a todos los necesitados, simplemente porque son personas, hijos de Dios.

     4. Esta vocación materna de la Iglesia hacia los necesitados y los
enfermos se ha concretado, en su historia bimilenaria, en una rica
serie de iniciativas en favor de los enfermos. Esta historia de
dedicación no se debe olvidar. Continúa hoy en todo el mundo. En
los países donde existen sistemas sanitarios públicos y adecuados, el trabajo de las congregaciones católicas, de las diócesis y de sus
hospitales, además de proporcionar una atención médica de calidad,
trata de poner a la persona humana en el centro del proceso
terapéutico y de realizar la investigación científica en el respeto de la vida y de los valores morales cristianos. En los países donde los
sistemas sanitarios son inadecuados o inexistentes, la Iglesia trabaja
para ofrecer a la gente la mejor atención sanitaria posible, para
eliminar la mortalidad infantil y erradicar algunas enfermedades
generalizadas. En todas partes trata de cuidar, incluso cuando no
puede sanar. La imagen de la Iglesia como un «hospital de
campaña», que acoge a todos los heridos por la vida, es una
realidad muy concreta, porque en algunas partes del mundo, sólo los hospitales de los misioneros y las diócesis brindan la atención
necesaria a la población.

    5. La memoria de la larga historia de servicio a los enfermos es
motivo de alegría para la comunidad cristiana y especialmente para
aquellos que realizan ese servicio en la actualidad. Sin embargo,
hace falta mirar al pasado sobre todo para dejarse enriquecer por el
mismo. De él debemos aprender: la generosidad hasta el sacrificio
total de muchos fundadores de institutos al servicio de los enfermos; la creatividad, impulsada por la caridad, de muchas iniciativas emprendidas a lo largo de los siglos; el compromiso en la investigación científica, para proporcionar a los enfermos una
atención innovadora y fiable. Este legado del pasado ayuda a
proyectar bien el futuro. Por ejemplo, ayuda a preservar los
hospitales católicos del riesgo del «empresarialismo», que en todo el mundo intenta que la atención médica caiga en el ámbito del
mercado y termine descartando a los pobres. La inteligencia organizacional y la caridad requieren más bien que se respete a la persona enferma en su dignidad y se la ponga siempre en el centro del proceso de la curación. Estas deben ser las orientaciones también de los cristianos que trabajan en las estructuras públicas y que, por su servicio, están llamados a dar un buen testimonio del Evangelio.

    6. Jesús entregó a la Iglesia su poder de curar: «A los que crean, les acompañarán estos signos: […] impondrán las manos a los
enfermos, y quedarán sanos» (Mc 16,17-18). En los Hechos de los
Apóstoles, leemos la descripción de las curaciones realizadas por
Pedro (cf. Hch 3,4-8)y Pablo (cf. Hch 14,8-11). La tarea de la
Iglesia, que sabe que debe mirar a los enfermos con la misma
mirada llena de ternura y compasión que su Señor, responde a este
don de Jesús. La pastoral de la salud sigue siendo, y siempre será,
una misión necesaria y esencial que hay que vivir con renovado
ímpetu tanto en las comunidades parroquiales como en los centros
de atención más excelentes. No podemos olvidar la ternura y la
perseverancia con las que muchas familias acompañan a sus hijos,
padres y familiares, enfermos crónicos o discapacitados graves. La
atención brindada en la familia es un testimonio extraordinario de
amor por la persona humana que hay que respaldar con un
reconocimiento adecuado y con unas políticas apropiadas. Por lo
tanto, médicos y enfermeros, sacerdotes, consagrados y voluntarios,
familiares y todos aquellos que se comprometen en el cuidado de los enfermos, participan en esta misión eclesial. Se trata de una
responsabilidad compartida que enriquece el valor del servicio diario de cada uno.

    7. A María, Madre de la ternura, queremos confiarle todos los
enfermos en el cuerpo y en el espíritu, para que los sostenga en la
esperanza. Le pedimos también que nos ayude a acoger a nuestros
hermanos enfermos. La Iglesia sabe que necesita una gracia
especial para estar a la altura de su servicio evangélico de atención
a los enfermos. Por lo tanto, la oración a la Madre del Señor nos ve
unidos en una súplica insistente, para que cada miembro de la
Iglesia viva con amor la vocación al servicio de la vida y de la salud.
    La Virgen María interceda por esta XXVI Jornada Mundial del
Enfermo, ayude a las personas enfermas a vivir su sufrimiento en
comunión con el Señor Jesús y apoye a quienes cuidan de ellas. A
todos, enfermos, agentes sanitarios y voluntarios, imparto de
corazón la Bendición Apostólica.
     Vaticano, 26 de noviembre de 2017.
      Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo.
 Francisco

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