25 DE FEBRERO - DOMINGO-
2ª- SEMANA DE CUARESMA – B
Lectura del libro del Génesis (22,1-2.9-13.15-18):
En aquellos días, Dios puso a prueba a Abrahán, llamándole:
«¡Abrahán!»
Él respondió:
«Aquí me tienes.»
Dios le dijo:
«Toma a tu hijo único, al que quieres, a
Isaac, y vete al país de Moria y ofrécemelo allí en sacrificio, en uno de los
montes que yo te indicaré.»
Cuando llegaron al sitio que le había dicho
Dios, Abrahán levantó allí el altar y apiló la leña, luego ató a su hijo Isaac
y lo puso sobre el altar, encima de la leña.
Entonces Abrahán tomó el cuchillo para degollar a su hijo; pero
el ángel del Señor le gritó desde el cielo:
«¡Abrahán, Abrahán!»
Él contestó:
«Aquí me tienes.»
El ángel le ordenó:
«No alargues la mano contra tu hijo ni le
hagas nada. Ahora sé que temes a Dios, porque no te has reservado a tu hijo, tu
único hijo.»
Abrahán levantó los ojos y vio un carnero
enredado por los cuernos en la maleza. Se acercó, tomó el carnero y lo ofreció
en sacrificio en lugar de su hijo.
El ángel del Señor volvió a gritar a Abrahán
desde el cielo:
«Juro por mí mismo –oráculo del Señor–: Por
haber hecho esto, por no haberte reservado tu hijo único, te bendeciré,
multiplicaré a tus descendientes como las estrellas del cielo y como la arena
de la playa. Tus descendientes conquistarán las puertas de las ciudades
enemigas. Todos los pueblos del mundo se bendecirán con tu descendencia, porque
me has obedecido.»
Salmo:115,10.15.16-17.18-19
R/. Caminaré en presencia del Señor en el país de
la vida
Tenía fe, aun cuando dije:
«¡Qué desgraciado soy!»
Mucho le cuesta al Señor
la muerte de sus fieles. R/.
Señor, yo soy tu siervo,
siervo tuyo, hijo de tu esclava:
rompiste mis cadenas.
Te ofreceré un sacrificio de alabanza,
invocando tu nombre, Señor. R/.
Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo,
en el atrio de la casa del Señor,
en medio de ti, Jerusalén. R/.
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos (8,31b-34):
Si Dios está con nosotros, - ¿quién estará contra nosotros? El
que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, - ¿cómo
no nos dará todo con él? - ¿Quién acusará a los elegidos de Dios? - ¿Dios, el
que justifica? - ¿Quién condenará? - ¿Será acaso Cristo, que murió, más aún,
resucitó y está a la derecha de Dios, y que intercede por nosotros?
Lectura del santo evangelio según san Marcos (9,2-10):
En aquel tiempo, Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan,
subió con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos.
Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos
ningún batanero del mundo. Se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con
Jesús.
Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a
Jesús:
«Maestro, ¡qué bien se está aquí! Vamos a
hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.»
Estaban asustados, y no sabía lo que decía.
Se formó una nube que los cubrió, y salió una
voz de la nube:
«Este es mi Hijo amado; escuchadlo.»
De pronto, al mirar alrededor, no vieron a
nadie más que a Jesús, solo con ellos.
Cuando bajaban de la montaña, Jesús les
mandó:
«No contéis a nadie lo que habéis visto,
hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.»
Esto se les quedó grabado, y discutían qué
querría decir aquello de «resucitar de entre los muertos».
La anticipación del triunfo de Jesús.
El domingo 1º de Cuaresma se dedica siempre a las
tentaciones de Jesús, y el 2º a la transfiguración. El motivo es fácil de
entender: la Cuaresma es etapa de preparación a la Pascua; no sólo a la Semana
Santa, entendida como recuerdo de la muerte de Jesús, sino también a su
resurrección. Este episodio, que anticipa su triunfo final nos ayuda a enfocar
adecuadamente estas semanas.
El contexto
Jesús ha anunciado que debe padecer mucho, ser
rechazado, morir y resucitar. Pedro, que no quiere oír hablar de sufrimiento y
muerte, lo lleva aparte y lo reprende, provocando la respuesta airada de Jesús:
«Retírate, Satanás». Luego llama a toda la gente junto con los discípulos, y
les dice algo más duro todavía: no sólo él sufrirá y morirá; los que quieran
seguirle también tendrán que negarse a sí mismos y cargar con la cruz. Pero
tendrán su recompensa cuando él vuelva triunfante. Y añade: «Algunos de los aquí
presentes no morirán antes de ver llegar el reinado de Dios con poder». – ¿Se
cumplirá esa extraña promesa? – ¿Hay que hacerle caso a uno que pone
condiciones tan duras para seguirle?
El cumplimiento: la transfiguración
Seis días después tiene lugar este extraño episodio.
En aquel
tiempo, Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a
una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron
de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo.
Se les
aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. Entonces Pedro tomó la
palabra y le dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué bien se está aquí! Vamos a hacer
tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.» Estaban
asustados, y no sabía lo que decía. Se formó una nube que los cubrió, y salió
una voz de la nube: «Éste es mi Hijo amado; escuchadlo.» De pronto, al mirar
alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos. Cuando bajaban de
la montaña, Jesús les mandó: «No contéis a nadie lo que habéis visto, hasta que
el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.» Esto se les quedó grabado, y
discutían qué querría decir aquello de «resucitar de entre los muertos».
El relato podemos dividirlo en tres partes: - la subida a la montaña, - la visión y la
bajada.
Desde el punto de vista literario es una teofanía,
una manifestación de Dios, y Marcos utiliza los mismos elementos que empleaban
los autores del Antiguo Testamento para describirla.
La subida a la montaña
Es significativo el hecho de que Jesús sólo elige a
tres discípulos, Pedro, Santiago y Juan. La exclusión de los otros nueve no
debemos interpretarla sólo como un privilegio; la idea principal es que va a
ocurrir algo tan importante que no puede ser presenciado por todos. Por otra
parte, se dice que subieron «a una montaña alta». Mc usa el frecuente
simbolismo de la montaña como morada o lugar de revelación de Dios.
Entre los antiguos cananeos, el monte Safón era la
morada del panteón divino. Para los griegos se trataba del Olimpo. Para los
israelitas, el monte sagrado era el Sinaí. También el Carmelo tuvo un prestigio
especial entre ellos, igual que el monte Sión en Jerusalén.
La visión
En la visión hay cuatro elementos que la hacen avanzar
hasta su plenitud.
1) La transformación de las vestiduras de Jesús, que se
vuelven «de un blanco deslumbrador, como no es capaz de blanquearlos ningún
batanero del mundo». Mc parece sugerir que del interior de Jesús brota una luz
deslumbradora que transforma sus vestidos. Esa luz simboliza la gloria de
Jesús, que los discípulos no habían percibido hasta ahora de forma tan
sorprendente.
2) Elías y Moisés. Curiosamente, el primer plano lo ocupa Elías,
considerado en el judaísmo el precursor del Mesías (Eclesiástico 48,10); el puesto
secundario que ocupa Moisés resulta difícil de explicar. Moisés es el gran
mediador entre Dios y su pueblo, el profeta con el que Dios hablaba cara a
cara. Sin Moisés, humanamente hablando, no habría existido el pueblo de Israel
ni su religión. Elías es el profeta que salva a esa religión en su mayor
momento de crisis, hacia el siglo IX a.C., cuando está a punto de sucumbir por
el influjo de la religión cananea. Sin él, habría caído por tierra toda la obra
de Moisés. Por eso los judíos concedían especial importancia a estos dos
personajes. El hecho de que se aparezcan ahora a los discípulos (no a Jesús),
es una manera de confirmarles la importancia del personaje al que están
siguiendo. No es un hereje ni un loco, no está destruyendo la labor religiosa de
los siglos pasados, se encuentra en la línea de los antiguos profetas, llevando
su obra a plenitud.
3) En este contexto, las palabras de Pedro proponiendo hacer tres tiendas suenan a
simple despropósito. Mc lo justifica aduciendo que estaban espantados y no
sabía lo que decía. Generalmente nos fijamos en las tres tiendas. Pero esto es
simple consecuencia de lo anterior: «qué bien se está aquí».
Pedro no quiere que Jesús sufra. Mejor quedarse en lo
alto del monte con Jesús, Moisés y Elías que tener que seguirle con la cruz.
4) La nube y la voz. Como en el Sinaí, Dios se manifiesta en la nube y
habla desde ella. Sus primeras palabras repiten exactamente las que se
escucharon en el momento del bautismo de Jesús, cuando Dios presentaba a Jesús
como su siervo. Pero aquí se añade un imperativo: «¡Escuchadlo!». La orden se
relaciona con las anteriores palabras de Jesús, que han provocado tanto escándalo
en Pedro, y con la dura alternativa entre vida y muerte que ha planteado a sus
discípulos. Ese mensaje no puede ser eludido ni trivializado. «¡Escuchadlo!»
Este episodio está contado como experiencia positiva
para los apóstoles y para todos nosotros. Después de haber escuchado a Jesús
hablar de su pasión y muerte, de las duras condiciones que impone a sus seguidores,
tienen tres experiencias complementarias:
1) ven a Jesús transfigurado de forma gloriosa; 2) se
les aparecen Moisés y Elías;
3) escuchan la voz del cielo.
Lo cual supone una enseñanza creciente:
1) al ver transformados sus
vestidos tienen la experiencia de que su destino final no es el fracaso, sino
la gloria;
2) al aparecérseles Moisés y
Elías se confirman en que Jesús es el culmen de la historia religiosa de Israel
y de la revelación de Dios;
3) al escuchar la voz del
cielo saben que seguir a Jesús no es una locura, sino lo más conforme al plan
de Dios.
El descenso de la montaña
La orden de Jesús de que no hablen de la visión hasta
que él resucite (v.9) se inserta en la misma línea de la prohibición de decir
que él es el Mesías (16,20). No es momento ahora de hablar del poder y la
gloria, suscitando falsas ideas y esperanzas. Después de la resurrección,
cuando para creer en Cristo sea preciso aceptar el escándalo de su pasión y
cruz, se podrá hablar con toda libertad también de su gloria.
Dos padres, dos hijos, dos escándalos
Las dos primeras lecturas de este domingo se
relacionan por oposición. En la primera, Abrahán está dispuesto a sacrificar a
su único hijo si Dios se lo pide, cosa que no ocurre. En la segunda, Dios
entrega a su hijo para demostrarnos que está dispuesto a concedernos todo. Los
dos textos extrañan, incluso escandalizan, a muchos cristianos.
Primer
escándalo: el sacrificio de Abrahán (Génesis 22,1-2. 9-13.15-18)
Dios puso a
prueba a Abrahán, llamándole:
̶ ¡Abrahán!
̶ …Toma a tu hijo único, al
que quieres, a Isaac, y vete al país de Moria y ofrécemelo allí en
sacrificio, en uno de los montes que yo te indicaré…
La práctica de los
sacrificios humanos está muy extendida en los más diversos pueblos y culturas,
desde Escandinavia al Japón. Pero el Antiguo Testamento nos informa también de
algo más terrible: el sacrificio del primogénito. En casos de extrema
necesidad, el rey o el jefe militar ofrecía en sacrificio a los dioses lo más
valioso que poseía: el hijo o la hija primogénito. No sabemos si esta práctica
estaba difundida también a nivel privado. Si lo que dice el profeta Jeremías no
es exageración, cabe pensar que sí.
En esa práctica, desde la
óptica de aquellos siglos, hay algo muy valioso: se reconoce el derecho de Dios
a lo más querido para cualquier persona. Pero en Israel intuyeron pronto que
Dios no quiere esa forma de piedad. Había que compaginar dos cosas
aparentemente contradictorias: Dios tiene derecho a la vida del primogénito,
pero no quiere ejercer ese derecho.
El relato del sacrificio
de Abrahán cumple perfectamente este objetivo: el patriarca reconoce el derecho
de Dios, pero Dios no quiere que lo ponga en práctica. Cuando se conocen las
circunstancias históricas y culturales, el relato no escandaliza, sino que
alegra.
Segundo
escándalo: el sacrificio de Jesús (Romanos 8, 31b-34)
…Dios, no
perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros,
Más difícil de explicar
es este segundo escándalo. Porque nadie comprende que Dios sacrifique a su hijo
para salvar a esa panda de indeseables que somos nosotros. Lo curioso es que
los primeros autores cristianos (los evangelistas y los apóstoles en sus
cartas) nunca se escandalizaban de este hecho. Se admiraban, pero no se
escandalizaban. Por un motivo muy sencillo: no se quedaban en la muerte de
Jesús, todo lo pensaban a partir de la resurrección. La historia había
terminado maravillosamente bien. Y eso les capacitaba para ver de forma
positiva incluso los aspectos más escandalosos. Las palabras de Pablo en esta
lectura no pueden ser más duras: Dios «no perdonó a su propio Hijo». Sin
embargo, Pablo no deduce de ahí que Dios es cruel, sino que está dispuesto a
darnos todo con él.
Ya que la idea del juicio
final se ha utilizado a menudo para angustiar a la gente, conviene advertir
cómo lo enfoca Pablo. El fiscal es Dios; pero no el Dios justiciero, sino un
juez corrupto que se pone de parte de los culpables. Y el juez es Jesús, que ha
muerto y sigue intercediendo por nosotros. Es el caso más escandaloso de
corrupción de la justicia. Afortunadamente para nosotros.
La mejor forma de ser agradecidos con este fiscal y
este juez es vivir de acuerdo con sus palabras en el evangelio: “Este es mi
Hijo amado, escuchadlo”.
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