17 DE
FEBRERO - SÁBADO-
DESPUÉS DE
CENIZA
SIETE SANTOS
FUNDADORES
Lectura del santo evangelio según san Lucas 5,27-32
En aquel tiempo, al salir, Jesús vio a un recaudador llamado Leví
sentado al mostrador de los impuestos y le dijo:
"Sígueme".
Él, dejándolo todo, se levantó y lo siguió.
Leví ofreció en su honor un gran banquete en
su casa y estaban a la mesa con ellos un gran número de recaudadores y otros.
Los fariseos y los letrados dijeron a sus
discípulos, criticándolo:
¿Cómo es que coméis y bebéis con publicanos y
pecadores?".
Jesús les replicó:
"No necesitan médicos los sanos, sino
los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se
conviertan'.
1. Si Jesús pretendía promover en Galilea un
movimiento alternativo, lo más desacertado que podía hacer era meter en el
grupo a un recaudador de impuestos. Los recaudadores eran odiados por la gente,
porque eran los primeros colaboracionistas con el poder opresor del Imperio.
Además, poner a Leví el "publicano", junto a Judas el
"ladrón" Un 12, 6), ¿no era meterse en el peligro de reunir un
colectivo de codiciosos, que no serían precisamente un ejemplo de vida honrada?
La respuesta a esta pregunta es tan clara como determinante: para Jesús, había
algo mucho más decisivo: cambiar la
mentalidad de aquellos hombres, conviviendo él con ellos.
El que de verdad
convive con Jesús, deja de
ambicionar el dinero y solamente ambiciona la felicidad
de todos.
2. Jesús dio un paso decisivo en su vida y en la
historia de las religiones, el día que se fue al gran banquete de los
recaudadores. Desde aquel día, Jesús
(con su Evangelio) quedó asociado a aquel grupo de hombres a los que la gente
tenía por ladrones e indeseables. El acto de comer juntos -lo que se llamaba el
simposio- llevaba consigo un tipo de comportamiento que simbolizaba la existencia de
sentimientos comunes. Así, Jesús se jugó
su imagen pública.
Para él, lo decisivo
era la cercanía humana a quienes, desde el punto de vista de la religión, se
veían como los más indeseables.
3. Los observantes religiosos, los fariseos y
los que se veían como "los más dignos", no podían soportar que un
hombre, que influía en la gente, se mezclase así con aquellos despreciables. Es
un hecho que los más piadosos y observantes, por eso mismo, se ven como los
mejores. Y los mejores no se mezclan con la chusma. Por eso, entre otras cosas, la religión
divide tanto a la gente.
SIETE SANTOS
FUNDADORES
(año 1233)
Eran
siete amigos, comerciantes de la ciudad de Florencia, Italia. Sus nombres:
Alejo, Amadeo, Hugo, Benito, Bartolomé, Gerardino y Juan.
Pertenecían
a una asociación de devotos de la Virgen María, que había en Florencia, y poco
a poco fueron convenciéndose de que debían abandonar lo mundano y dedicarse a
la vida de santidad. Vendieron sus bienes, repartieron el dinero a los pobres y
se fueron al Monte Senario a rezar y a hacer penitencia. La idea de irse a la
montaña a santificarse les llegó el 15 de agosto, fiesta de la Asunción de la Stma.
Virgen, y la pusieron en práctica el 8 de septiembre, día del nacimiento de
Nuestra Señora. Ellos se habían propuesto propagar la devoción a la Madre de
Dios y confiarle a Ella todos sus planes y sus angustias. A tan buena Madre le
encomendaron que les ayudara a convertirse de sus miserias espirituales y que
bendijera misericordiosamente sus buenos propósitos. Y dispusieron llamarse
"Siervos de María" o "Servitas".
En el
monte Senario se dedicaban a hacer muchas penitencias y mucha oración, pero un
día recibieron la visita del Sr. Cardenal delegado del Sumo Pontífice, el cual
les recomendó que no se debilitaran demasiado con penitencias excesivas, y que
más bien se dedicaran a estudiar y se hicieran ordenar sacerdotes y se pusieran
a predicar y a propagar el evangelio. Así lo hicieron, y todos se ordenaron de
sacerdotes, menos Alejo, el menor de ellos, que por humildad quiso permanecer
siempre como simple hermano, y fue el último de todos en morir.
Un
Viernes Santo recibieron de la Stma. Virgen María la inspiración de adoptar
como Reglamento de su Asociación la Regla escrita por San Agustín, que por ser
muy llena de bondad y de comprensión, servía para que se pudieran adaptar a
ella los nuevos aspirantes que quisieran entrar en su comunidad. Así lo
hicieron, y pronto esta asociación religiosa se extendió de tal manera que
llegó a tener cien conventos, y sus religiosos iban por ciudades y pueblos y
campos evangelizando y enseñando a muchos con su palabra y su buen ejemplo, el
camino de la santidad. Su especialidad era una gran devoción a la Santísima
Virgen, la cual les conseguía maravillosos favores de Dios.
El más
anciano de ellos fue nombrado superior, y gobernó la comunidad por 16 años.
Después renunció por su ancianidad y pasó sus últimos años dedicado a la
oración y a la penitencia. Una mañana, mientras rezaba los salmos, acompañado
de su secretario que era San Felipe Benicio, el santo anciano recostó su cabeza
sobre el corazón del discípulo y quedó muerto plácidamente. Lo reemplazó como
superior otro de los Fundadores, Juan, el cual murió pocos años después, un
viernes, mientras predicaba a sus discípulos acerca de la Pasión del Señor.
Estaba leyendo aquellas palabras de San Lucas: "Y Jesús, lanzando un
fuerte grito, dijo: ¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!" (Lc. 23,
46). El Padre Juan al decir estas palabras cerró el evangelio, inclinó su
cabeza y quedó muerto muy santamente.
Lo
reemplazó el tercero en edad, el cual, después de gobernar con mucho entusiasmo
a la comunidad y de hacerla extender por diversas regiones, murió con fama de
santo.
El
cuarto, que era Bartolomé, llevó una vida de tan angelical pureza que al morir
se sintió todo el convento lleno de un agradabilísimo perfume, y varios
religiosos vieron que de la habitación del difunto salía una luz brillante y
subía al cielo.
De los
fundadores, Hugo y Gerardino, mantuvieron toda la vida entre sí una grande y
santísima amistad. Juntos se prepararon para el sacerdocio y mutuamente se
animaban y corregían. Después tuvieron que separarse para irse cada uno a
lejanas regiones a predicar. Cuando ya eran muy ancianos fueron llamados al
Monte Senario para una reunión general de todos los superiores. Llegaron muy
fatigados por su vejez y por el largo viaje. Aquella tarde charlaron
emocionados recordando sus antiguos y bellos tiempos de juventud, y
agradeciendo a Dios los inmensos beneficios que les había concedido durante
toda su vida. Rendidos de cansancio se fueron a acostar cada uno a su celda, y
en esa noche el superior, San Felipe Benicio, vio en sueños que la Virgen María
venía a la tierra a llevarse dos blanquísimas azucenas para el cielo. Al
levantarse por la mañana supo la noticia de que los dos inseparables amigos
habían amanecido muertos, y se dio cuenta de que Nuestra Señora había venido a
llevarse a estar juntos en el Paraíso Eterno a aquellos dos que tanto la habían
amado a Ella en la tierra y que en tan santa amistad habían permanecido por
años y años, amándose como dos buenísimos hermanos.
El
último en morir fue el hermano Alejo, que llegó hasta la edad de 110 años. De
él dijo uno que lo conoció: "Cuando yo llegué a la Comunidad, solamente
vivía uno de los Siete Santos Fundadores, el hermano Alejo, y de sus labios
oímos la historia de todos ellos. La vida del hermano Alejo era tan santa que
servía a todos de buen ejemplo y demostraba como debieron ser de santos los
otros seis compañeros". El hermano Alejo murió el 17 de febrero del año
1310.
Que
estos Santos Fundadores nos animen a aumentar nuestra devoción a la Virgen
Santísima y a no cansarnos nunca de propagar la devoción a la Madre de Dios.
Y recuerda
la historia de los padres antiguos. ¿quién confió en Dios y fue abandonado por
Él? (S. Biblia. Eclesiástico).
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