26 DE FEBRERO
-LUNES-
2ª- SEMANA DE
CUARESMA - B
Lectura del santo evangelio según san Lucas 6, 36-38
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
"Sed compasivos como vuestro Padre es
compasivo, no juzguéis, y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis
condenados; perdonad y seréis perdonados; dad y se os dará: os verterán una
medida generosa, colmada, remecida, rebosante. La medida que uséis, la usarán
con vosotros".
1. Jesús propone, en este resumido programa, la
idea capital que él tenía sobre cómo se puede arreglar este mundo. Y puso su
proyecto pensando en lo que más necesitamos los mortales. Todos, en efecto,
necesitamos que se nos quiera, que nadie nos juzgue de mala manera, y que nadie
nos condene.
Además, necesitamos
siempre que se nos perdone, se nos disculpe, se nos comprenda. Y, por último, tenemos mucha necesidad de que
los demás estén siempre dispuestos a ayudarnos sin tacañería y con
generosidad rebosante, sin límites. –¿Verdad que todo esto es como un sueño maravilloso?
2. Pues resulta que esto, precisamente todo
esto, es el corazón mismo del Evangelio. Jesús, que nos conoce muy bien, no amenaza, no recrimina, no echa
nada en cara. Por el contrario, nos manda (en imperativo) que seamos siempre "compasivos",
siempre buenas personas, como siempre es bueno Dios (Sant 5, 11).
Se trata de la bondad
que lleva consigo "ternura entrañable, agrado, humildad, sencillez,
tolerancia" (Col 3, 12).
3. Es verdad que la religión ayuda a muchas
personas a ser así. Pero ocurre con frecuencia que la gente religiosa y piadosa
suele juzgar, rechazar y condenar a quienes no se ajustan a lo que mandan los
dirigentes de la religión.
Jesús no fue
cristiano (los "cristianos" empezaron a existir en Antioquía, años
después de la muerte de Jesús. Hech 11, 26) y hoy lo sería menos todavía.
El cristianismo de
ahora está demasiado lejos de lo que Jesús hizo, dijo y quiso.
Los países más
religiosos no suelen ser los países más intachables. Con frecuencia ocurre lo contrario. Los
países menos religiosos son los países en los que se palpa una cultura más
justa, más igualitaria, más honesta. Ante este hecho patente, hay que
preguntarse: - ¿de qué nos sirve el
Evangelio?
SAN ALEJANDRO
DE ALEJANDRIA
Martirologio Romano: Conmemoración de san Alejandro, obispo, anciano célebre por el celo
de su fe, que fue elegido para la sede alejandrina como sucesor de san Pedro y
rechazó la nefasta herejía de su presbítero Arrio, que se había apartado de la
comunión de la Iglesia. Junto con trescientos dieciocho Padres participó en el
primer Concilio de Nicea, que condenó tal error († 326)
Etimológicamente: Alejandro = Aquel que protege a los hombres. Viene de la lengua
griega.
Breve Biografía
San Alejandro,
patriarca de Alejandría, tiene una especial significación en la historia de la
Iglesia a principios del siglo IV, por haber sido el primero en descubrir y
condenar la herejía de Arrio y haber iniciado la campaña contra esta herejía,
que tanto preocupó a la Iglesia durante aquel siglo. A él cabe también la
gloria de haber formado y asociado en el gobierno de la Iglesia alejandrina a
San Atanasio, preparándose de este modo un digno sucesor, que debía ser el
portavoz de la ortodoxia católica en las luchas contra el arrianismo.
Nacido
Alejandro hacia el año 250, ya durante el gobierno de Pedro de Alejandría se
distinguió de un modo especial en aquella Iglesia. Los pocos datos que poseemos
sobre sus primeras actividades nos han sido transmitidos por los historiadores
Sócrates, Sozomeno y Teodoreto de Ciro, a los que debemos añadir la interesante
información de San Atanasio. Así, pues, en general, podemos afirmar que las
fuentes son relativamente seguras.
El
primer rasgo de su vida, en el que convienen todos los historiadores, nos lo
presenta como un hombre de carácter dulce y afable, lleno siempre de un
entrañable amor y caridad para con sus hermanos y en particular para con los
pobres. Esta caridad, unida con un espíritu de conciliaci6n, tan conforme con los
rasgos característicos de la primitiva Iglesia, proyectan una luz muy especial
sobre la figura de San Alejandro de Alejandría, que conviene tener muy presente
en medio de las persistentes luchas que tuvo que mantener más tarde contra la
herejía; pues, viéndolo envuelto en las más duras batallas contra el
arrianismo, pudiera creerse que era de carácter belicoso, intransigente y
acometedor. En realidad, San Alejandro era, por inclinación natural, todo lo
contrario; pero poseía juntamente una profunda estima y un claro conocimiento
de la verdadera ortodoxia, unidos con un abrasado celo por la gloria de Dios y
la defensa de la Iglesia, lo cual lo obligaba a sobreponerse constantemente a
su carácter afable, bondadoso y caritativo, y a emprender las más duras batallas
contra la herejía.
De este
espíritu de caridad y conciliación, que constituyen la base fundamental de su
carácter, dio bien pronto claras pruebas en su primer encuentro con Arrio. Este
comenzó a manifestar su espíritu inquieto y rebelde, afiliándose al partido de
los melicianos, constituido por los partidarios del obispo Melecio de
Lycópolis, que mantenía un verdadero cisma frente al legítimo obispo Pedro de
Alejandría. Por este motivo Arrio había sido arrojado por su obispo de la
diócesis de Alejandría. Alejandro, pues, se interpuso con todo el peso de su
autoridad y prestigio, y obtuvo, no sólo su readmisión en la diócesis, sino su
ordenación sacerdotal por Aquillas, sucesor de Pedro en la sede de Alejandría.
Muerto,
pues, prematuramente Aquillas el año 313, sucedióle el mismo Alejandro, y por
cierto son curiosas algunas circunstancias que sobre esta elección nos
transmiten sus biógrafos. Filostorgo asegura que Arrio, al frente entonces de
la iglesia de Baucalis, apoyó decididamente esta elección, lo cual se hace muy
verosímil si tenemos presente la conducta observada con él por Alejandro. Mas,
por otra parte, Teodoreto atestigua que Arrio había presentado su propia
candidatura a Alejandría frente a Alejandro, y que, precisamente por haber sido
éste preferido, concibió desde entonces contra él una verdadera aversión y una
marcada enemistad.
Sea de
eso lo que se quiera, Arrio mantuvo durante los primeros años las más cordiales
relaciones con su obispo, el nuevo patriarca de Alejandría, San Alejandro. Este
desarrolló entre tanto una intensa labor apostólica y caritativa en consonancia
con sus inclinaciones naturales y con su carácter afable y bondadoso. Uno de
los rasgos que hacen resaltar los historiadores en esta etapa de su vida, es su
predilección por los cristianos que se retiraban del mundo y se entregaban al
servicio de Dios en la soledad. Precisamente en este tiempo comenzaban a
poblarse los desiertos de Egipto de aquellos anacoretas que, siguiendo los
ejemplos de San Pablo, primer ermitaño, de San Antonio y otros maestros de la
vida solitaria, daban el más sublime ejemplo de la perfecta entrega y
consagración a Dios. Estimando, pues, en su justo valor la virtud de algunos
entre ellos, púsoles al frente de algunas iglesias, y atestiguan sus biógrafos
que fue feliz en la elección de estos prelados.
Por otra
parte, se refiere que hizo levantar la iglesia dedicada a San Teonás, que fue
la más grandiosa de las construidas hasta entonces en Alejandría. Al mismo
tiempo consiguió mantener la paz y tranquilidad de las iglesias del Egipto, a
pesar de la oposición que ofrecieron algunos en la cuestión sobre el día de la
celebración de la Pascua y, sobre todo, de las dificultades promovidas por los
melecianos, que persistían en el cisma, negando la obediencia al obispo
legítimo. Pero lo más digno de notarse es su intervención en la cuestión
ocasionada por Atanasio en sus primeros años. En efecto, niño todavía, había
procedido Atanasio a bautizar a algunos de sus camaradas, dando origen a la
discusión sobre la validez de este bautismo. San Alejandro resolvió
favorablemente la controversia, constituyéndose desde entonces en protector y
promoviendo la esmerada formación de aquel niño, que debía ser su sucesor y el
paladín de la causa católica.
Pero la
verdadera significación de San Alejandro de Alejandría fue su acertada
intervención en todo el asunto de Arrio y del arrianismo, y su decidida defensa
de la ortodoxia católica. En efecto, ya antes del año 318, comenzó a manifestar
Arrio una marcada oposición al patriarca Alejandro de Alejandría. Esta se vio
de un modo especial en la doctrina, pues mientras Alejandro insistía claramente
en la divinidad del Hijo y su igualdad perfecta con el Padre, Arrio comenzó a
esparcir la doctrina de que no existe más que un solo Dios, que es el Padre,
eterno, perfectísimo e inmutable, y, por consiguiente, el Hijo o el Verbo no es
eterno, sino que tiene principio, ni es de la misma naturaleza del Padre, sino
pura criatura. La tendencia general era rebajar la significación del Verbo, al
que se concebía como inferior y subordinado al Padre. Es lo que se designaba
como subordinacianismo, verdadero racionalismo, que trataba de evitar el
misterio de la Trinidad y de la distinción de personas divinas. Mas, por otra
parte, como los racionalistas modernos, para evitar el escándalo de los simples
fieles, ponderaban las excelencias del Verbo, si bien éstas no lo elevaban más
allá del nivel de pura criatura.
En un
principio, Atrio esparció estas ideas con la mayor reserva y solamente entre
los círculos más íntimos. Mas como encontrara buena acogida en muchos elementos
procedentes del paganismo, acostumbrados a la idea del Dios supremo y los
dioses subordinados, e incluso en algunos círculos cristianos, a quienes les
parecía la mejor manera de impugnar el mayor enemigo de entonces, que era el
sabelianismo, procedió ya con menos cuidado y fue conquistando muchos adeptos
entre los clérigos y laicos de Alejandría y otras diócesis de Egipto. Bien
pronto, pues, se dio cuenta el patriarca Alejandro de la nueva herejía e
inmediatamente se hizo cargo de sus gravísimas consecuencias en la doctrina cristiana,
pues si se negaba la divinidad del Hijo, se destruía el valor infinito de la
Redención. Por esto reconoció inmediatamente como su deber sagrado el parar los
pasos a tan destructora doctrina. Para ello tuvo, ante todo, conversaciones
privadas con Arrio; dirigióle paternales amonestaciones, tan conformes con su
propio carácter conciliador y caritativo; en una palabra, probó toda clase de
medios para convencer a buenas a Arrio de la falsedad de su concepción.
Mas todo
fue inútil. Arrio no sólo no se convencía de su error, sino que continuaba con
más descaro su propaganda, haciendo cada día más adeptos, sobre todo entre los
clérigos. Entonces, pues, juzgó San Alejandro necesario proceder con rigor
contra el obstinado hereje, sin guardar ya el secreto de la persona. Así,
reunió un sínodo en Alejandría el año, 320, en el que tomaron parte un centenar
de obispos, e invitó a Arrio a presentarse y dar cuenta de sus nuevas ideas.
Presentóse él, en efecto, ante el sínodo, y propuso claramente su concepción,
por lo cual fue condenado por unanimidad por toda la asamblea.
Tal fue
el primer acto solemne realizado por San Alejandro contra Arrio y su doctrina.
En unión con los cien obispos de Egipto y de Libia lanzó el anatema contra el
arrianismo. Pero Arrio, lejos de someterse, salió de Egipto y se dirigió a
Palestina y luego a Nicomedia, donde trató de denigrar a Alejandro de
Alejandría y presentarse a si mismo como inocente perseguido. Al mismo tiempo
propagó con el mayor disimulo sus ideas e hizo notables conquistas,
particularmente la de Eusebio de Nicomedia.
Entre
tanto, continuaba San Alejandro la iniciada campaña contra el arrianismo.
Aunque de natural suave, caritativo, paternal y amigo de conciliación, viendo,
la pertinacia del hereje y el gran peligro de su ideología sintió arder en su
interior el fuego del celo por la defensa de la verdad y de la responsabilidad
que sobre él recaía, y continuó luchando con toda decisión y sin arredrarse por
ninguna clase de dificultades. Escribió, pues, entonces algunas cartas, de las
que se nos han conservado dos, de las que se deduce el verdadero carácter de
este gran obispo, por un lado, lleno de dulzura y suavidad, más por otro, firme
y decidido en defensa de la verdadera fe cristiana.
Por su
parte, Arrio y sus adeptos continuaron insistiendo cada vez más en su
propaganda. Eusebio de Nicomedia y Eusebio de Cesarea trabajaban en su favor en
la corte de Constantino. Se trataba de restablecer a Arrio en Alejandría y
hacer retirar el anatema lanzado contra él. Pero San Alejandro, consciente de
su responsabilidad, ponía como condición indispensable la retractación pública
de su doctrina, y entonces fue cuando compuso una excelente síntesis de la
herejía arriana, donde aparece ésta con todas sus fatales consecuencias.
Por su
parte, el emperador Constantino, influido sin duda por los dos Eusebios, inició
su intervención directa en la controversia. Ante todo, envió sendas cartas a
Arrio y a Alejandro, donde, en la suposición de que se trataba de cuestiones de
palabras y deseando a todo trance la unión religiosa, los exhortaba a renunciar
cada uno a sus puntos de vista en bien de la paz. El gran obispo Osio de
Córdoba, confesor de la fe y consejero religioso de Constantino, fue el
encargado de entregar la carta a San Alejandro y juntamente de procurar la paz
entre los diversos partidos. Entre tanto Arrio había vuelto a Egipto, donde
difundía ocultamente sus ideas y por medio de cantos populares y, sobre todo,
con el célebre poema Thalia trataba de extenderlas entre el pueblo cristiano.
Llegado,
pues, Osio a Egipto, tan pronto como se puso en contacto con el patriarca
Alejandro y conoció la realidad de las cosas, se convenció rápidamente de la
inutilidad de todos sus esfuerzos. Así se confirmó plenamente en un concilio
celebrado por él en Alejandría. Sólo con un concilio universal o ecuménico se
podía poner término a tan violenta situación. Vuelto, pues, a Nicomedia, donde
se hallaba el emperador Constantino, aconsejóle decididamente esta solución. Lo
mismo le propuso el patriarca Alejandro de Alejandría. Tal fue la verdadera
génesis del primer concilio ecuménico, reunido en Nicea el año 325.
No
obstante su avanzada edad y los efectos que había producido en su cuerpo tan
continua y enconada lucha, San Alejandro acudió al concilio de Nicea acompañado
de su secretario, el diácono San Atanasio. Desde un principio fue hecho objeto
de los mayores elogios de parte de Constantino y de la mayor parte de los
obispos, ya que él era quien había descubierto el virus de aquella herejía y
aparecía ante todos como el héroe de la causa por Dios. Como tal tuvo la mayor
satisfacción al ver condenada solemnemente la herejía arriana en aquel
concilio, que representaba a toda la Iglesia y estaba presidido por los legados
del Papa.
Vuelto
San Alejandro a su sede de Alejandría, sacando fuerzas de flaqueza, trabajó lo
indecible durante el año siguiente en remediar los daños causados por la
herejía. Su misión en este mundo podía darse por cumplida. Como pastor,
colocado por Dios en una de las sedes más importantes de la Iglesia, había
derrochado en ella los tesoros de su caridad y de la más delicada solicitud
pastoral, y habiendo descubierto la más solapada y perniciosa herejía, la había
condenado en su diócesis y había conseguido fuera condenada solemnemente por
toda la Iglesia en Nicea. Es cierto que la lucha entre la ortodoxia y
arrianismo no terminó con la decisión de este concilio, sino que continuó cada
vez más intensa durante gran parte del siglo IV. Pero San Alejandro había
desempeñado bien su papel y dejaba tras sí a su sucesor en la misma sede de
Alejandría, San Atanasio, quien recogía plenamente su herencia de adalid de la
causa católica.
Según
todos los indicios, murió San Alejandro el año 326, probablemente el 26 de
febrero, si bien otros indican el 17 de abril. En Oriente su nombre fue pronto
incluido en el martirologio. En el Occidente no lo fue hasta el siglo IX.
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