viernes, 2 de febrero de 2018

Párate un momento: El Evangelio del dia 3 DE FEBRERO - SÁBADO - 4ª- SEMANA DEL T. O. - B SAN BLAS





3 DE  FEBRERO - SÁBADO  -
4ª- SEMANA DEL T. O. - B

Lectura del santo evangelio según san Marcos 6,30-34
    En aquel tiempo, los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús, y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado.
Él les dijo:
"Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco'.
Porque eran tantos los que iban y venían, que no encontraban tiempo ni para comer. Se fueron en barca a un sitio tranquilo y apartado. Muchos los vieron marcharse y los reconocieron; entonces, de todas las aldeas fueron corriendo por tierra a aquel sitio y se les adelantaron. Al desembarcar, Jesús vio una multitud y le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma.

1.  Lo que más impresiona, en este breve relato de transición, es la atracción que ejercía Jesús sobre las gentes de Galilea. Los habitantes de aquellas aldeas
eran pobres, ignorantes y poco religiosos. Se ha hecho famosa la expresión de Yojanán ben Zakkai, desesperado por el poco éxito de su misión en Galilea:
Galilea, Galilea, tú odias la Ley y el sábado. Por lo tanto, si la gente acudía en masa a Jesús, no era porque en él encontraban un maestro de la Ley o un maestro de ceremonias.  Lo que aquellas gentes buscaban en Jesús no era religión. ¿Por qué lo buscaban con tanto interés?

2.  Aquellas gentes acudían a Jesús porque en él   encontraban respuesta a sus carencias y aspiraciones más hondas y más profundamente humanas: la salud, la comida y sobre todo la acogida y la necesidad de que alguien nos comprenda, nos respete, nos quiera, tal como somos y tal como vivimos.
En definitiva, no buscaban "religión". Buscaban "humanidad".  La religión se podía encontrar en el templo o en la sinagoga. La bondad (que tanto necesitaban) la encontraban en Jesús.

3.  La humanidad de Jesús es única: cuando no tiene ni tiempo para comer, ni para descansar; y cuando la gente acude de nuevo en masa, la reacción de Jesús fue, al ver a aquellas pobres gentes, que "se le conmovieron las entrañas". Eso es lo que literalmente dice el relato. El texto original no dice que "le dio lástima". Marcos utiliza un verbo que se deriva del sustantivo griego splágjna, que indica las vísceras (entrañas). Eso fue lo que le conmovió a Jesús.
Jesús nunca le decía a la gente que se fuera al Templo o a la sinagoga, ni que se pusieran a rezar Salmos o a estudiar la Palabra de Dios. Jesús acoge, comprende, acepta... a todos, sean como sean y vivan como vivan. Su humanidad inexplicable es el encuentro con Dios.

SAN BLAS  

(año 316)
Blas significa: "arma de la divinidad". (año 316)
San Blas fue obispo de Sebaste, Armenia (al sur de Rusia).
Al principio ejercía la medicina, y aprovechaba de la gran influencia que le daba su calidad de excelente médico, para hablarles a sus pacientes en favor de Jesucristo y de su santa religión, y conseguir así muchos adeptos para el cristianismo.
Al conocer su gran santidad, el pueblo lo eligió obispo.
Cuando estalló la persecución de Diocleciano, se fue San Blas a esconderse en una cueva de la montaña, y desde allí dirigía y animaba a los cristianos perseguidos y por la noche bajaba a escondidas a la ciudad a ayudarles y a socorrer y consolar a los que estaban en las cárceles, y a llevarles la Sagrada Eucaristía.
Cuenta la tradición que a la cueva donde estaba escondido el santo, llegaban las fieras heridas o enfermas y él las curaba. Y que estos animales venían en gran cantidad a visitarlo cariñosamente. Pero un día él vio que por la cuesta arriba llegaban los cazadores del gobierno y entonces espantó a las fieras y las alejó y así las libró de ser víctimas de la cacería.
Entonces los cazadores, en venganza, se lo llevaron preso. Su llegada a la ciudad fue una verdadera apoteosis, o paseo triunfal, pues todas las gentes, aun las que no pertenecían a nuestra religión, salieron a aclamarlo como un verdadero santo y un gran benefactor y amigo de todos.
El gobernador le ofreció muchos regalos y ventajas temporales si dejaba la religión de Jesucristo y si se pasaba a la religión pagana, pero San Blas proclamó que él sería amigo de Jesús y de su santa religión hasta el último momento de su vida.
Entonces fue apaleado brutalmente y le desgarraron con garfios su espalda. Pero durante todo este feroz martirio, el santo no profirió ni una sola queja. El rezaba por sus verdugos y para que todos los cristianos perseveraran en la fe.
El gobernador, al ver que el santo no dejaba de proclamar su fe en Dios, decretó que le cortaran la cabeza. Y cuando lo llevaban hacia el sitio de su martirio iba bendiciendo por el camino a la inmensa multitud que lo miraba llena de admiración y su bendición obtenía la curación de muchos.
Pero hubo una curación que entusiasmó mucho a todos. Una pobre mujer tenía a su hijito agonizando porque se le había atravesado una espina de pescado en la garganta. Corrió hacia un sitio por donde debía pasar el santo. Se arrodilló y le presentó al enfermito que se ahogaba. San Blas le colocó sus manos sobre la cabeza al niño y rezó por él. Inmediatamente la espina desapareció y el niñito recobró su salud. El pueblo lo aclamó entusiasmado.
Le cortaron la cabeza (era el año 316). Y después de su muerte empezó a obtener muchos milagros de Dios en favor de los que le rezaban. Se hizo tan popular que en sólo Italia llegó a tener 35 templos dedicados a él. Su país, Armenia, se hizo cristiano pocos años después de su martirio.
En la Edad Antigua era invocado como Patrono de los cazadores, y las gentes le tenían gran fe como eficaz protector contra las enfermedades de la garganta. El 3 de febrero bendecían dos velas en honor de San Blas y las colocaban en la garganta de las personas diciendo: "Por intercesión de San Blas, te libre Dios de los males de garganta". Cuando los niños se enfermaban de la garganta, las mamás repetían: "San Blas bendito, que se ahoga el angelito".
A San Blas, tan amable y generoso, pidámosle que nos consiga de Dios la curación de las enfermedades corporales de la garganta, pero sobre todo que nos cure de aquella enfermedad espiritual de la garganta que consiste en hablar de todo lo que no se debe de hablar y en sentir miedo de hablar de nuestra santa religión y de nuestro amable Redentor, Jesucristo.

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