21 DE FEBRERO
- MIÉRCOLES -
1ª-
SEMANA DE CUARESMA – B
Lectura del santo evangelio según san Lucas 11,29-32
En aquel tiempo, la gente
se apiñaba alrededor de Jesús y él se puso a decirles:
"Esta generación
es una generación perversa. Pide un signo, pero no se le dará más signo que el
signo de Jonás. Como Jonás fue un signo para los habitantes de Nínive, lo mismo
será el Hijo del Hombre para esta generación.
Cuando sean juzgados los hombres de esta
generación, la Reina del Sur se levantará y hará que los condenen; porque ella
vino desde los confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón, y
aquí hay uno que es más que Salomón.
Cuando sea juzgada esa generación, los hombres
de Nínive se alzarán y harán que los condenen; porque ellos se convirtieron con
la predicación de Jonás, y aquí hay uno que es más que Jonás.
1. Cuando Jesús habla de esta generación, esa
expresión tiene, en los evangelios, un sentido negativo y se refiere (de una
manera o de otra) a "mala gente".
En los otros
evangelios sinópticos, se dice que quienes pedían "una señal" eran
los fariseos y saduceos (Mc 8, 11-12; Mt 16, 1.4). Un "signo" o
"señal" es un hecho extraordinario que tiene fuerza para demostrar
algo en lo que no se cree. Lo que pedía aquella "generación" era un
hecho que les demostrase que Jesús era el Mesías, el Salvador. O sea, el
partido de los fariseos no se fiaba de lo que hacía y decía Jesús. Por eso
querían ver señales extraordinarias, milagros, portentos, fenómenos
inexplicables. Aquellos hombres, tan religiosos, no creían ni en la conducta
honrada, ni en la bondad. Creían en los milagros. Es lo mismo que le
pasa ahora a mucha gente que va a los templos,
pero no se fía de los demás.
2. Jesús dice que no se les va a dar más señal
que la de Jonás. Este Jonás fue un profeta que Dios envió a Nínive, la gran
capital del Imperio Asirio. Y en tres días, la capital entera, desde el rey
hasta los animales, se convirtieron y cambiaron de vida. Jesús les dice a los
fariseos y saduceos: -¿Queréis una
señal? Pues la señal es que os convirtáis, es decir, que cambiéis de mentalidad
y de forma de vivir. Y eso será la prueba más clara de que el Evangelio, que os
anuncio, viene de Dios y es la solución que buscáis.
3. Hay gente que quisiera ver una señal
extraordinaria para sacarles de sus dudas y oscuridades, en lo que se refiere a
Dios, a Cristo, a le fe… .Y la respuesta
de Jesús es clara: "Atrévete a
cambiar de mentalidad y de vida;
y te darás cuenta de que, al verle sentido a tu vida y al sentirte mejor y
hasta feliz, no te
quedará más remedio que reconocer que aquí hay
algo que es más que Jonás.
Es decir, aquí está
Dios, aquí está Jesús. El día que cambies de vida, le verás sentido a Jesús, a
Dios y a la vida entera. No acabamos de entender que el Evangelio puede ser comprendido solamente por las
personas que se ponen a vivir como indica
el mismo Evangelio.
SAN PEDRO
DAMIAN
Doctor de la Iglesia (año 1072).
Damián significa: el que doma su cuerpo. Domador
de sí mismo.
San Pedro Damián fue un hombre austero y rígido
que Dios envió a la Iglesia Católica en un tiempo en el que la relajación de
costumbres era muy grande y se necesitaban predicadores que tuvieran el valor
de corregir los vicios con sus palabras y con sus buenos ejemplos. Nació en
Ravena (Italia) el año 1007.
Quedó huérfano muy pequeñito y un hermano suyo lo
humilló terriblemente y lo dedicó a cuidar cerdos y lo trataba como al más vil
de los esclavos. Pero de pronto un sacerdote, el Padre Damián, se compadeció de
él y se lo llevó a la ciudad y le costeó los estudios. En honor a su protector,
en adelante nuestro santo se llamó siempre Pedro Damián.
El antiguo cuidador de cerdos resultó tener una
inteligencia privilegiada y obtuvo las mejores calificaciones en los estudios y
a los 25 años ya era profesor de universidad. Pero no se sentía satisfecho de
vivir en un ambiente tan mundano y corrompido, y dispuso hacerse religioso.
Estaba meditando cómo entrarse a un convento,
cuando recibió la visita de dos monjes benedictinos, de la comunidad fundada
por el austero San Romualdo, y al oírles narrar lo seriamente que en su
convento se vivía la vida religiosa, se fue con ellos. Y pronto resultó ser el
más exacto cumplidor de los severísimos reglamentos de su convento.
Pedro, para lograr dominar sus pasiones sensuales,
se colocó debajo de su camisa correas con espinas (cilicio, se llama esa
penitencia) y se daba azotes, y se dedicó a ayunar a pan y agua. Pero sucedió
que su cuerpo, que no estaba acostumbrado a tan duras penitencias, empezó a
debilitarse y le llegó el insomnio, y pasaba las noches sin dormir, y le afectó
una debilidad general que no le dejaba hacer nada. Entonces comprendió que las
penitencias no deben ser tan exageradas, y que la mejor penitencia es tener
paciencia con las penas que Dios permite que nos lleguen, y que una muy buena
penitencia es dedicarse a cumplir exactamente los deberes de cada día y a
estudiar y trabajar con todo empeño.
Esta experiencia personal le fue de gran utilidad
después al dirigir espiritualmente a otros, pues a muchos les fue enseñando que
en vez de hacer enfermar al cuerpo con penitencias exageradas, lo que hay que
hacer es hacerlo trabajar fuertemente en favor del reino de Dios y de la
salvación de las almas.
En sus años de monje, Pedro Damián aprovechó aquel
ambiente de silencio y soledad para dedicarse a estudiar muy profundamente la
Sagrada Biblia y los escritos de los santos antiguos. Esto le servirá después
enormemente para redactar sus propios libros y sus cartas que se hicieron
famosas por la gran sabiduría con la que fueron compuestas.
En los ratos en que no estaba rezando o
estudiando, se dedicaba a labores de carpintería, y con los pequeños muebles que
construía ayudaba a la economía del convento.
Al morir el superior del convento, los monjes
nombraron como su abad a Pedro Damián. Este se oponía porque se creía indigno
pero entre todos lo lograron convencer de que debía aceptar. Era el más humilde
de todos, y pedía perdón en público por cualquier falta que cometía. Y su
superiorato produjo tan buenos resultados que de su convento se formaron otros
cinco conventos, y dos de sus dirigidos fueron declarados santos por el Sumo
Pontífice (Santo Domingo Loricato y San Juan de Lodi. Este último escribió la
vida de San Pedro Damián).
Muchísimas personas pedían la dirección espiritual
de San Pedro Damián. A cuatro Sumos Pontífices les dirigió cartas muy serias
recomendándoles que hicieran todo lo posible para que la relajación y las malas
costumbres no se apoderaran de la Iglesia y de los sacerdotes. Criticaba
fuertemente a los que son muy amigos de pasear mucho, pues decía que el que
mucho pasea, muy difícilmente llega a la santidad.
A un obispo que en vez de dedicarse a enseñar
catecismo y a preparar sermones pasaba las tardes jugando ajedrez, le puso como
penitencia rezar tres veces todos los salmos de la Biblia (que son 150),
lavarles los pies a doce pobres y regalarles a cada uno una moneda de oro. La
penitencia era fuerte, pero el obispo se dio cuenta de que sí se la merecía, y
la cumplió y se enmendó.
Los dos peores vicios de la Iglesia en aquellos
años mil, eran la impureza y la simonía. Muchos sacerdotes eran descuidados en
cumplir su celibato, o sea ese juramento solemne que han hecho de esforzarse
por ser puros, y además la simonía era muy frecuente en todas partes. Y contra
estos dos defectos se propuso luchar Pedro Damián.
Varios Sumos Pontífices, sabiendo la gran
sabiduría y la admirable santidad del Padre Pedro Damián, le confiaron misiones
delicadísimas. El Papa Esteban IX lo nombró Cardenal y Obispo de Ostia (que es
el puerto de Roma). El humilde sacerdote no quería aceptar estos cargos, pero
el Papa lo amenazó con graves castigos si no lo aceptaba. Y allí, con esos
oficios, obró con admirable prudencia. Porque al que es obediente consigue
victorias.
Resultó que el joven emperador Enrique IV quería
divorciarse, y su arzobispo, por temor, se lo iba a permitir. Entonces el Papa
envió a Pedro Damián a Alemania, el cual reunió a todos los obispos alemanes, y
valientemente, delante de ellos le pidió al emperador que no fuera a dar ese
mal ejemplo tan dañoso a todos sus súbditos, y Enrique desistió de su idea de
divorciarse.
Sus sermones eran escuchados con mucha emoción y
sabiduría, y sus libros eran leídos con gran provecho espiritual. Así, por
ejemplo, uno que se llama "Libro Gomorriano", en contra de las
costumbres de su tiempo. (Gomorriano, en recuerdo de Gomorra, una de las cinco
ciudades que Dios destruyó con una lluvia de fuego porque allí se cometían
muchos pecados de impureza). A los Pontífices y a muchos personajes les dirigió
frecuentes cartas pidiéndoles que trataran de acabar con la Simonía, o sea con
aquel vicio que consiste en llegar a los altos puestos de la Iglesia comprando
el cargo con dinero (y no mereciéndolo con el buen comportamiento). Este vicio
tomó el nombre de Simón el Mago, un tipo que le propuso a San Pedro apóstol que
le vendiera el poder de hacer milagros. En aquel siglo del año mil era muy
frecuente que un hombre nada santo llegara a ser sacerdote y hasta obispo,
porque compraba su nombramiento dando mucho dinero a los que lo elegían para
ese cargo. Y esto traía terribles males a la Iglesia Católica porque llegaban a
altos puestos unos hombres totalmente indignos que no iban a hacer nada bien
sino mucho mal. Afortunadamente, el Papa que fue nombrado al año siguiente de
la muerte de San Pedro Damián, y que era su gran amigo, el Papa Gregorio VII,
se propuso luchar fuertemente contra ese vicio y tratar de acabarlo.
La gente decía: el Padre Damián es fuerte en el
hablar, pero es santo en el obrar, y eso hace que le hagamos caso con gusto a
sus llamadas de atención.
Lo que más le agradaba era retirarse a la soledad
a rezar y a meditar. Y sentía una santa envidia por los religiosos que tienen
todo su tiempo para dedicarse a la oración y a la meditación. Otra labor que le
agradaba muchísimo era el ayudar a los pobres. Todo el dinero que le llegaba lo
repartía entre la gente más necesitada. Era mortificadísimo en comer y dormir,
pero sumamente generosos en repartir limosnas y ayudas a cuantos más podía.
El Sumo Pontífice lo envió a Ravena a tratar de
lograr que esa ciudad hiciera las paces con el Papa. Lo consiguió, y al volver
de su importante misión, al llegar al convento sintió una gran fiebre y murió
santamente. Era el 21 de febrero del año 1072. Inmediatamente la gente empezó a
considerarlo como un gran santo y a conseguir favores de Dios por su
intercesión.
El Papa lo canonizó y lo declaró Doctor de la
Iglesia por los elocuentes sermones que compuso y por los libros tan sabios que
escribió.
San Pedro Damián: consíguenos de Dios la gracia de
que nuestros sacerdotes y obispos sean verdaderamente santos y sepan cumplir
fielmente su celibato.
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