15 DE FEBRERO – VIERNES –
5ª – SEMANA DEL T. O. – C –
Lectura
del Génesis (3,1-8):
LA serpiente era más
astuta que las demás bestias del campo que el Señor había hecho. Y dijo a la
mujer:
«Conque
Dios os ha dicho que no comáis de ningún árbol del jardín?».
La
mujer contestó a la serpiente:
«Podemos
comer los frutos de los árboles del jardín; pero del fruto del árbol que está
en mitad del jardín nos ha dicho Dios:
“No comáis de él ni lo
toquéis, de lo contrario moriréis”».
La
serpiente replicó a la mujer:
«No,
no moriréis; es que Dios sabe que el día en que comáis de él, se os abrirán los
ojos, y seréis como Dios en el conocimiento del bien y el mal».
Entonces
la mujer se dio cuenta de que el árbol era bueno de comer, atrayente a los ojos
y deseable para lograr inteligencia; así que tomó de su fruto y comió. Luego se
lo dio a su marido, que también comió.
Se
les abrieron los ojos a los dos y descubrieron que estaban desnudos; y
entrelazaron hojas de higuera y se las ciñeron.
Cuando
oyeron la voz del Señor Dios que se paseaba por el jardín a la hora de la
brisa, Adán y su mujer se escondieron de la vista del Señor Dios entre los
árboles del jardín.
Palabra
de Dios
Salmo:
31,1-2.5.6.7
R/.
Dichoso el que está absuelto de su culpa
Dichoso el que está absuelto de su culpa, a quien le han
sepultado su pecado; dichoso el hombre a quien el Señor no le apunta el delito y
en cuyo espíritu no hay engaño. R/.
Había
pecado, lo reconocí,
no te encubrí mi delito;
propuse: «Confesaré al
Señor mi culpa»,
y tú perdonaste mi culpa
y mi pecado. R/.
Por
eso, que todo fiel te suplique
en el momento de la
desgracia:
la crecida de las aguas
caudalosas
no lo alcanzará. R/
Tú eres mi refugio,
me libras del peligro,
me rodeas de cantos de
liberación. R/.
Lectura
del santo evangelio según san Marcos (7,31 37):
EN aquel tiempo, dejando
Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del mar de Galilea,
atravesando la Decápolis. Y le presentaron un sordo, que, además, apenas podía
hablar; y le piden que le imponga la mano. Él, apartándolo de la gente, a
solas, le metió los dedos en los
oídos y con la saliva le
tocó la lengua.
Y mirando al cielo,
suspiró y le dijo:
«Effetá»
(esto es, «ábrete»).
Y
al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y
hablaba correctamente.
Él les mandó que no lo
dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo
proclamaban ellos.
Y
en el colmo del asombro decían:
«Todo
lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos».
Palabra
del Señor
1.
Lo primero que se ha de tener en cuenta, para entender la correcta enseñanza
de este relato, es que esta curación del sordomudo ocurrió en tierra
de paganos. O sea, fuera de Palestina (R.G.
Lang, G. Theisen). Este dato ayuda
comprender mejor el contenido de este
episodio.
Una vez más, palpamos la incapacidad
de comunicación (oír y hablar) que crean las diferencias de
"nacionalidad" y de "religiosidad".
2.
El Evangelio no desprecia a los extranjeros. Ni menosprecia las
diferencias religiosas. Todo lo contrario. Jesús supera y anula todas las
sorderas y todas las incomunicaciones. Y
se ocupa, con toda clase de detalles, en resolver los
problemas que brotan de la incapacidad para
entender al otro y para comunicarse con el otro. Por más que el otro esté
imposibilitado para entender lo que se le explica; o para reaccionar ante lo
que se le dice con toda claridad.
3.
Jesús tiene que ser siempre "punto de encuentro". El argumento, el símbolo, la fe, que nos
lleva a encontrarnos unos con otros, por muy distintos que seamos. Cuando la fe en Jesús y su Evangelio nos
hace sordos o mudos, en la relación de unos con otros, esa no es la auténtica
fe. Ni en una Iglesia dividida puede vivirse el Evangelio. Teniendo en cuenta
que, cuando hablamos de unidad en la fe, se trata de la unidad en lo que la
Iglesia nos propone como verdades "de fe divina y católica" (Conc. Vaticano
I, Const. Sobre la Fe, cap. 30. DH 3011). En lo que no pertenece estrictamente a la fe, los cristianos
deberíamos respetarnos mutuamente, en
todo cuanto es opinable o puede ser interpretado de maneras distintas. La intolerancia es indicio patente de
fanatismo.
Beato Onésimo
Conmemoración
del beato Onésimo, que, siendo esclavo huido, fue acogido por Pablo y
engendrado como hijo en la fe, pasando a estar vinculado a Cristo, tal como el
apóstol escribió a su amo Filemón (s. I).
Este esclavo, muerto en el año 90, lo
nombra san Pablo brevemente en una de sus cartas: Te ruego en favor de mi hijo,
a quien engendré entre cadenas, Onésimo, que en otro tiempo te fue inútil, pero
ahora es muy útil para ti y para mí (Flm 10-11). Se sabe que estaba al servicio
de Filemón, el líder de la ciudad de Colosas.
Tenía una amistad muy íntima con
Pablo porque fue uno de sus conversos. Gozaba de una buena reputación como
persona amable, generosa y hospitalaria.
El pecado de haber robado a su dueño,
lo confesó y pidió perdón. Desde entonces ya nunca dejaría los pasos de san
Pablo, el apóstol de las gentes.
Volvió de nuevo a casa de Filemón y
lo aceptó como a un verdadero hermano, ya que san Pablo lo nombró de nuevo en
la carta a los de Colosas: En cuanto a mí, de todo os informará Tíquico, el
hermano querido, fiel ministro y consiervo en el Señor, a quien os envío
expresamente para que sepáis de nosotros y consuele vuestros corazones. Y con
él a Onésimo, el hermano fiel y querido compatriota vuestro. Ellos os
informarán de todo cuanto aquí sucede (Col. 4;7-9).
Todo el resto de su vida es un tanto
desconocido. Sin embargo, autores de la solvencia y garantía como san Jerónimo,
afirman que Onésimo llegó a ser predicador de la Palabra de Dios, y algo más
tarde fue consagrado obispo, posiblemente de Berea en Macedonia, y su anterior
dueño fue también consagrado obispo de Colosas.
Otras fuentes afirman que Onésimo
predicó en España y aquí sufrió el martirio.
Lo que realmente impactó a este santo
fue la visita que le hizo a san Pablo cuando estaba encarcelado en Roma, en las
prisiones Mamertinas, en el mismo Foro romano. Hoy día se pueden ver.
Este encuentro le dejó el alma tan
llena, tan feliz y tan impresionada por la actitud de Pablo prisionero por
Cristo, que fue el origen de su verdadera conversión a la fe de Cristo para
toda su vida.
Domiciano sintió ganas de conocerlo,
no tanto por ver sus milagros y costumbres, sino para acabar con su vida en el
año 90 o 95.
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