7 DE FEBRERO - JUEVES –
4ª – SEMANA DEL T. O. – C –
Lectura
de la carta a los Hebreos (12,18-19.21-24):
Vosotros no os habéis
acercado a un monte tangible, a un fuego encendido, a densos nubarrones, a la
tormenta, al sonido de la trompeta; ni habéis oído aquella voz que el pueblo,
al oírla, pidió que no les siguiera hablando. Y tan terrible era el espectáculo,
que Moisés exclamó:
«Estoy
temblando de miedo.»
Vosotros
os habéis acercado al monte Sión, ciudad del Dios vivo, Jerusalén del cielo, a
millares de ángeles en fiesta, a la asamblea de los primogénitos inscritos en
el cielo, a Dios, juez de todos, a las almas de los justos que han llegado a su
destino y al Mediador de la nueva alianza, Jesús, y a la aspersión purificadora
de una sangre que habla mejor que la de Abel.
Palabra
de Dios
Salmo:
47
R/. Oh
Dios, meditamos tu misericordia
en
medio de tu templo
Grande es el Señor y muy
digno de alabanza
en la ciudad de nuestro
Dios,
su monte santo, altura
hermosa,
alegría de toda la
tierra. R/.
El monte Sión, vértice
del cielo,
ciudad del gran rey;
entre sus palacios,
Dios descuella como un
alcázar. R/.
Lo que habíamos oído lo
hemos visto
en la ciudad del Señor
de los ejércitos,
en la ciudad de nuestro
Dios:
que Dios la ha fundado
para siempre. R/.
Oh Dios, meditamos tu
misericordia
en medio de tu templo:
como tu renombre, oh
Dios, tu alabanza
llega al confín de la
tierra;
tu diestra está llena de
justicia. R/.
Lectura
del santo evangelio según san Marcos (6,7-13):
En aquel tiempo, llamó
Jesús a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los
espíritus inmundos. Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada
más, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen
sandalias, pero no una túnica de repuesto.
Y
añadió:
«Quedaos
en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. Y si un lugar no
os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies, para
probar su culpa.»
Ellos
salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a
muchos enfermos y los curaban.
Palabra
del Señor
1.
Lo más seguro es que la práctica de mandar a los mensajeros del
Evangelio de dos en dos se remonta a la costumbre que viene del A. T., en el que se requiere
el testimonio de dos personas para
establecer una prueba legal (Deut
17, 6; 19, 5) (M. S. Hooker).
Lo que digan los apóstoles debe ajustarse a toda verdad demostrable, como lo
debe hacer todo el mundo. El sometimiento irracional, que acepta decisiones que
no tienen justificante alguno, es una praxis que la Iglesia debería suprimir o
corregir. El Evangelio exige transparencia.
2.
Por otra parte, la autoridad (exousía) que Jesús les concedió a sus apóstoles
no es una autoridad "doctrinal" (capacidad de imponer la verdad),
sino que es un poder "terapéutico", para expulsar demonios. Lo que pretende Jesús es liberar a la gente de las fuerzas
del mal que causan sufrimiento a los humanos.
Lo más seguro es que la autoridad
episcopal, como "poder doctrinal", se fue
elaborando en la segunda mitad del s. II y
sobre todo durante el s. III, paralelamente con la elaboración de los
"credos" que la Iglesia imponía a los fieles.
Esta forma de entender el episcopado
cuajó definitivamente en el s. IV (D.
MacCulloch).
3.
Jesús entendía la misión de los "doce" de otra manera. Él la
veía, no como
una misión de defensa de la verdad, sino como
una vocación de ejemplaridad. De ahí, el
despojo que impone a los apóstoles: sin pan, sin alforjas, sin dinero, sin ropa
de repuesto. Y a merced de quien les
quiera acoger gustosamente, pero sin
adulaciones ni concesiones.
La Iglesia, y no pocas de sus
instituciones, justifican el capital, incluso el capital financiero, porque lo
necesitan para el apostolado. Esto es literalmente contrario al Evangelio.
Jesús piensa que el dinero, el
capital, la seguridad económica, todo eso es contrario a la voluntad y al
proyecto del Evangelio. Esto es de lo más grave y urgente que la Iglesia (y
quienes en ella estamos) tenemos que corregir y cambiar de raíz.
San Ricardo rey
En
Luca, de la Toscana, san Ricardo Rey, padre de los santos Willibaldo y
Waldburgis, el cual, peregrinando junto con sus hijos desde Inglaterra a Roma, falleció
durante el camino (c. 720).
Era una familia de Wessex, compuesta
del padre, cuyo nombre no se menciona, y sus hijos Wilibaldo y Winebaldo.
Hicieron la travesía por el Sena, desembocaron en Rouen visitaron varios
santuarios franceses y salieron para Roma. Pero en Lucca el padre murió y fue
sepultado en la iglesia de san Frediano. Se registraron milagros en su tumba,
donde están todavía sus reliquias y donde se observa su fiesta con devoción.
Su hijo Wilibaldo se unió más tarde a
san Bonifacio y llegó a ser el primer obispo de Eichstätt en Baviera. Los
detalles anteriores los debemos a un documento llamado el «Hodoeporicon»,
escrito por una de sus parientes, monja de Heidenheim, quien anotó los
recuerdos que tenía sobre la vida del santo, tal como él se las relató de
palabra. Dicho documento es la fuente de todo lo que sabemos del padre de san
Wilibaldo y san Winebaldo y su hermana santa Walburga: pero esto no era
suficiente para los fieles de Lucca y de Eichstátt, que tanto veneraban al
santo varón. Entonces le inventaron un nombre «Ricardo», una vida y una
posición: «rey de los ingleses». En realidad en Inglaterra no hubo ningún rey
Ricardo antes de Corazón de León, y nada se sabe de la condición del padre de Wilibaldo,
excepto que tenía buena posición social, pues podía costear viajes de larga
duración. Sin embargo, en el Martirologio Romano antiguo se inscribía como
«sanctus Richardus rex Anglorum», aunque en el actual se ha retirado esa
caracterización de «rey de los ingleses», que sólo permanece en la iconografía
del santo. Lo poco que sabemos acerca de él queda compensado por los amplios
informes dignos de confianza sobre sus hijos.
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