9 de Febrero – SABADO –
4ª – Semana del T. O. – C –
Lectura
de la carta Hebreos (13,15-17.20-21):
HERMANOS:
Por medio de Jesús,
ofrezcamos continuamente a Dios un sacrificio de alabanza, es decir, el fruto
de unos labios que confiesan su nombre.
No
os olvidéis de hacer el bien y de ayudaros mutuamente; esos son los sacrificios
que agradan a Dios.
Obedeced
y someteos a vuestros guías, pues ellos se desvelan por vuestro bien,
sabiéndose responsables; así lo harán con alegría y sin lamentarse, cosa que no
os aprovecharía.
Que
el Dios de la paz, que hizo retornar de entre los muertos al gran pastor de las
ovejas, Jesús Señor nuestro, en virtud de la sangre de la alianza eterna, os
confirme en todo bien para que cumpláis su voluntad, realizando en nosotros lo
que es de su agrado por medio de Jesucristo.
A él la gloria por los
siglos de los siglos. Amén.
Palabra
de Dios
Salmo:
22
R/. El
Señor es mi pastor, nada me falta
El
Señor es mi pastor, nada me falta:
en verdes praderas me
hace recostar;
me conduce hacia fuentes
tranquilas
y repara mis fuerzas. R/.
Me guía por el sendero justo,
por el honor de su
nombre.
Aunque camine por
cañadas oscuras,
nada temo, porque tú vas
conmigo:
tu vara y tu cayado me
sosiegan. R/.
Preparas una mesa ante mí,
enfrente de mis
enemigos;
me unges la cabeza con
perfume,
y mi copa rebosa. R/.
Tu bondad y tu misericordia me acompañan
todos los días de mi
vida,
y habitaré en la casa
del Señor
por años sin término. R/.
Lectura
del santo evangelio según san Marcos (6,30-34):
En aquel tiempo, los
apóstoles volvieron a reunirse con Jesús, y le contaron todo lo que habían
hecho y enseñado.
Él
les dijo:
«Venid
vosotros a solas a un lugar desierto a descansar un poco».
Porque
eran tantos los que iban y venían, que no encontraban tiempo ni para comer.
Se
fueron en barca a solas a un lugar desierto.
Muchos
los vieron marcharse y los reconocieron; entonces de todas las aldeas fueron
corriendo por tierra a aquel sitio y se les adelantaron. Al desembarcar, Jesús
vio una multitud y se compadeció de ella, porque andaban como ovejas que no
tienen pastor; y se puso a enseñarles muchas cosas.
Palabra
del Señor
1.
Cuando leemos los relatos que nos presenta el Evangelio, tenemos que hacernos
esta pregunta:
- ¿qué le preocupaba a Jesús?
O, para ser más precisos,
- ¿a qué era sensible aquel hombre singular?
Sin duda alguna, era sumamente
sensible a todo cuanto pudiera ser motivo, no
digamos ya de sufrimiento, sino
incluso de simple malestar en las personas con
las que convivía y se rozaba
a diario. Por eso, Jesús quiso llevarse a los
discípulos a descansar a un sitio
tranquilo. Este simple hecho define la
profunda humanidad de una persona.
2.
Más fuerte fue su reacción al ver el gentío que le buscaba. En este
caso, el
sentimiento de Jesús fue más hondo: una "conmoción
visceral'.
El verbo (splagch-nizomai), que
utiliza Marcos (6, 34), se compone sobre la base del sustantivo splagchnon, que
indica las entrañas, especialmente el corazón, la sede a la que atribuimos los sentimientos
más profundos del ser humano (N. Walter).
Jesús se conmocionó, cosa que le
ocurría con frecuencia (Mc 1, 41; 8, 2; Mt 9, 36; 14,14; 15, 32; 20, 34; cf. Mc
10,42; Lc 7, 13; Lc 9, 22).
Es el sentimiento determinante del
padre del hijo extraviado (Lc 15, 20) y el del buen samaritano (Lc 10, 30 ss).
3.
Jesús no soportó ver aquel pueblo
abandonado por sus pastores, por sus
dirigentes religiosos, especialmente por los
sacerdotes. Es conmovedor leer el cap.
34 del profeta Ezequiel. Como hoy nos sentimos demasiado afectados cuando nos enteramos del abandono en que viven más de
la mitad de las parroquias de la Iglesia en el mundo. El Vaticano está cada día
más sensible a la "ortodoxia doctrinal" y la observancia de los rituales",
dos cosas por las que Jesús no se interesó jamás. Y, sin embargo, la corrupción
de tantos clérigos es motivo diario de escándalos insoportables, que,
paradójicamente, la Curia Romana (hasta el Papa actual) viene ocultando y consintiendo. Seguimos en la Iglesia y la queremos. Pero,
precisamente por eso, nos duelen tanto estas cosas.
Santa Apolonia de Alejandría
En
Alejandría, en Egipto, conmemoración de santa Apolonia, virgen y mártir, la
cual, después de haber sufrido muchos y crueles tormentos por parte de los
perseguidores, para no verse obligada a proferir palabras impías prefirió
entregarse al fuego antes que ceder en su fe.
Vida de Santa Apolonia
de Alejandría
Sucedió en tiempos del emperador
Felipe que es una época suave en la práctica de la fe cristiana. El lugar de
los acontecimientos es Alejandría y por el año 248, previo a la persecución de
Decio.
Sale a la calle un poeta con aires de
profeta de males futuros; practicaba la magia, según se dice; va por las vías y
plazas alejandrinas publicando, como agorero de males, las catástrofes y
calamidades que van a sobrevenir a la ciudad si no se extermina de ella a los cristianos.
No se sabe qué cosas dieron motivo para predecir esos tiempos aciagos, pero la
verborrea produjo su efecto. El obispo Dionisio Alejandrino es el que relata el
comienzo de la persecución. Tomaron violentamente al anciano Metro, sin
respetar sus canas; le exigen blasfemias contra Jesucristo, se desalientan con
su firmeza y acaban moliéndolo a palos y lapidándolo a las afueras de la
ciudad. Luego van a por la matrona Cointa que es atada, arrastrada y también
muerta a pedradas. Ahora la ciudad parece en estado de guerra; han crecido los
tumultos; la gente va loca asaltando las casas donde puede haber cristianos. Se
multiplican los incendios, los saqueos y la destrucción.
En Alejandría vive una cristiana
bautizada desde pequeña y educada en la fe por sus padres; en los tiempos de su
juventud decidió la renuncia voluntaria al matrimonio para dar su vida entera a
Jesús. Se llama Apolonia y ya es entrada en años; los que la conocen saben
mucho de sus obras de caridad, de su sólida virtud y de su retiro en oración;
incluso presta ayuda a la iglesia local como diaconisa, según se estila en la
antigüedad. Las hordas incontroladas la secuestran y pretenden obligarla a
blasfemar contra Jesucristo. Como nada sale de su boca, con una piedra le
destrozan los dientes. Después la llevan fuera de la ciudad amenazándola con
arrojarla a una hoguera, si no apostata. Pide un tiempo para reflexionar. Se
abisma en oración. Luego, ella misma es la que, con desprecio a la vida que sin
Dios no vale, con paso decidido, pasa ante sus asombrados verdugos y entra en
las llamas donde murió.
Los cristianos recogieron de entre
las cenizas lo poco que quedó de sus despojos. Los dientes fueron recogidos
como reliquias que distribuyeron por las iglesias.
Su representación iconográfica posterior
la presenta sufriendo martirio de manos de un sayón que tiene una gran piedra
en la mano para impartir el golpe que le destrozó la boca. Por eso es abogada
contra los males de dientes y muelas.
También a nosotros nos asombra la
decisión de santa Apolonia por parecerse a al suicidio. Algún magnánimo
escritor habla de que «eso sólo es lícito hacerlo bajo una inspiración de
Dios». Desde luego es susceptible de más de una glosa. Sólo que los santos, tan
extremosamente llenos de Dios, adoptan en ocasiones actitudes inverosímiles y
desconcertantes bajo el aguijón del Amor y ¡quién sabe si esas son «locuras»
sólo para quien no tiene tanto amor! Al fin y al cabo, cada santo es el
misterio de responder sin cuento a Dios.
(Fuente: archimadrid.es)
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