17 DE FEBRERO – DOMINGO –
6ª – SEMANA DEL T. O. – C
Lectura
del libro de Jeremías (17,5-8):
Así dice el Señor:
«Maldito
quien confía en el hombre, y en la carne busca su fuerza, apartando su corazón
del Señor. Será como un cardo en la estepa, no verá llegar el bien; habitará la
aridez del desierto, tierra salobre e inhóspita.
Bendito
quien confía en el Señor y pone en el Señor su confianza. Será un árbol
plantado junto al agua, que junto a la corriente echa raíces; cuando llegue el
estío no lo sentirá, su hoja estará verde; en año de sequía no se inquieta, no
deja de dar fruto.»
Palabra
de Dios
Salmo:
1,1-2.3.4.6
R/.
Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor
Dichoso el hombre que no
sigue el consejo de los impíos,
ni entra por la senda de
los pecadores,
ni se sienta en la
reunión de los cínicos;
sino que su gozo es la
ley del Señor,
y medita su ley día y
noche. R/.
Será como un árbol
plantado
al borde de la acequia:
da fruto en su sazón
y no se marchitan sus
hojas;
y cuanto emprende tiene
buen fin. R/.
No así los impíos, no
así;
serán paja que arrebata
el viento.
Porque el Señor protege
el camino de los justos,
pero el camino de los
impíos acaba mal. R/.
Lectura
de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (15,12.16-20):
Si anunciamos que Cristo
resucitó de entre los muertos, ¿cómo es que dice alguno de vosotros que los
muertos no resucitan? Si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó; y,
si Cristo no ha resucitado, vuestra fe no tiene sentido, seguís con vuestros pecados;
y los que murieron con Cristo se han perdido. Si nuestra esperanza en Cristo
acaba con esta vida, somos los hombres más desgraciados. ¡Pero no! Cristo
resucitó de entre los muertos: el primero de todos.
Palabra
de Dios
Lectura
del santo evangelio según san Lucas (6,17.20-26):
En aquel tiempo, bajó
Jesús del monte con los Doce y se paró en un llano, con un grupo grande de
discípulos y de pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de
Tiro y de Sidón.
Él,
levantando los ojos hacia sus discípulos, les dijo:
«Dichosos
los pobres, porque vuestro es el reino de Dios.
Dichosos
los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados.
Dichosos
los que ahora lloráis, porque reiréis. Dichosos vosotros, cuando os odien los
hombres, y os excluyan, y os insulten, y proscriban vuestro nombre como infame,
por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque
vuestra recompensa será grande en el cielo.
Eso
es lo que hacían vuestros padres con los profetas.
Pero
¡ay de vosotros, los ricos!, porque ya tenéis vuestro consuelo.
¡Ay
de vosotros, los que ahora estáis saciados!, porque tendréis hambre.
¡Ay
de los que ahora reís!, porque haréis duelo y lloraréis.
¡Ay
si todo el mundo habla bien de vosotros!
Eso
es lo que hacían vuestros padres con los falsos profetas.»
Palabra
del Señor
Pobres y odiados – Ricos y
estimados.
El 27 de enero de 2019, un atentado contra la catedral
católica de Sulu (Filipinas) dejó casi treinta muertos y numerosos heridos. A
esa comunidad, y a tantas otras perseguidas como ella, les servirá de consuelo
y esperanza el evangelio de este domingo. A quienes vivimos seguros, servirá de
estímulo y examen de conciencia. La sección del evangelio de Lucas que nos
ocupará los tres próximos domingos es el “Discurso de la llanura”.
El Discurso de la llanura (domingos 6º, 7º, 8º)
Hasta ahora, Lucas ha hecho frecuente referencia a la
actividad de Jesús como predicador, pero solo ha ofrecido una intervención algo
extensa, en la sinagoga de Nazaret, donde se enfrentó a todo su auditorio,
provocando incluso el deseo de matarlo. En esta segunda
intervención, Jesús se dirige a sus partidarios, pero teniendo presentes a sus
enemigos.
La primera parte del discurso contrapone a estos dos
grupos (domingo 6º).
Pero no seguirá una guerra entre ellos.
La segunda parte exhorta a amar a los enemigos
(domingo 7º).
¿Y cómo comportarse con los amigos, con los otros
miembros de la comunidad?
La tercera parte responde a esta pregunta recogiendo
frases sueltas de Jesús (domingo 8º).
En conjunto, un discurso parecido al “Sermón del
monte” del evangelio de Mateo. Mucho más breve, con menos temas, pero de sumo
interés y novedad.
Bienaventuranzas y ayes (Lc 6, 17.
20-26) (domingo 6º)
El “Discurso en la llanura”, igual que el “Sermón del
monte”, comienza con unas bienaventuranzas. Pero no son ocho, como en Mt, sino
cuatro.
Las cuatro declaraciones siguientes comienzan con
“ay”, término usado por las plañideras en el antiguo Israel para empezar un
canto fúnebre. A los cuatro primeros grupos se les promete una vida feliz. A
los cuatro siguientes se les anuncia la muerte.
En aquel tiempo, bajó Jesús del monte con los Doce y se paró en un llano,
con un grupo grande de discípulos y de pueblo, procedente de toda Judea, de
Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón. Él, levantando los ojos hacia sus
discípulos, les dijo:
Dichosos los pobres, porque vuestro es el reino de Dios.
Dichosos los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados.
Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis.
Dichosos vosotros, cuando os odien los hombres, y os
excluyan, y os insulten, y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del
Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa
será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas.
Pero ¡ay de vosotros, los ricos!, porque ya tenéis vuestro consuelo.
¡Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados!, porque tendréis hambre.
¡Ay de los que ahora reís!, porque haréis duelo y lloraréis.
¡Ay si todos los hombres hablan
bien de vosotros! Eso es lo que hacían vuestros padres con los falsos
profetas.»
¿Son en realidad ocho grupos o solo dos?
La pregunta no es absurda, y la respuesta depende de
una palabrita que se repite cuatro veces: “ahora” (nun en griego).
Prescindiendo momentáneamente de las declaraciones cuarta y octava, advertimos
la siguiente estructura:
Dichosos los pobres,
los que ahora tenéis
hambre
los que ahora lloráis
¡Ay de vosotros, los ricos!,
los que ahora estáis
saciados
los que ahora reís
No se trata de seis grupos distintos, sino de dos:
pobres y ricos, caracterizados por la carencia o abundancia de comida, y por el
llanto o la risa.
Las declaraciones 4ª y 8ª no hablan de personas
distintas. Completan lo dicho a propósito de los dos grupos anteriores
fijándose en cómo son tratados por “los hombres”.
En resumen, solo tenemos dos grupos: el de los pobres,
que pasan hambre, lloran y son odiados; y el de los ricos, saciados y
sonrientes, alabados por la gente. Al primero lo tratan mal, como a los
antiguos profetas; al segundo bien, como a los falsos profetas.
Pobres y odiados
“Dichosos los pobres, porque vuestro es el
reino de Dios”. Sin el matiz: “de espíritu”, que añade Mateo, y que se presta a
interminables disquisiciones. Los pobres, sin más. Los que pasan hambre y
lloran. Declararlos “dichosos”, precisamente por eso, suena casi a blasfemia.
Pero las desgracias no terminan aquí. Al hambre y el llanto se añaden las
persecuciones. A diferencia de las primeras declaraciones, muy breves, la
cuarta admira por su extensión: “Dichosos vosotros, cuando os odien los
hombres, y os excluyan, y os insulten, y proscriban vuestro nombre como infame,
por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque
vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros
padres con los profetas”.
Ahora no hay que esperar a la otra vida para recibir el consuelo. Ya en esta,
cuando se experimenta el odio, la exclusión, el insulto, la descalificación,
por ser discípulos de Jesús y querer seguirlo, ese mismo día, el cristiano debe
alegrarse y saltar de gozo.
¿Está loco Jesús? ¿Es un masoquista consigo
mismo y un sádico con sus discípulos? Volviendo a releer el evangelio, en su
nacimiento van unidas la suma pobreza (“no había sitio para ellos en la
posada”) y la inmensa alegría (“os anuncio un gran gozo”, dice el ángel a los
pastores). Al comienzo de su actividad, en Nazaret, experimenta el odio y la
exclusión, sin que eso lo desanime.
No se trata de locura, masoquismo ni sadismo, sino de
una visión distinta de la realidad.
Para Jesús, lo esencial no es la situación presente,
sino la futura. La primera bienaventuranza promete el Reino de Dios; la cuarta,
“una recompensa grande en el cielo”. Aquí, en la tierra, queda el consuelo de
ser tratados como los antiguos profetas.
Las primeras comunidades cristianas experimentaron también la pobreza, el
hambre y la persecución, sin que esto les impidiese estar alegres. La de
Jerusalén debió solicitar la ayuda de comunidades más ricas para poder
sobrevivir a la hambruna en tiempos del emperador Claudio. Las comunidades de
Macedonia, a pesar de su “extrema pobreza” desbordaban de alegría (2 Corintios
8,2). Y los apóstoles, después ser azotados, “marcharon del tribunal contentos
de haber sido considerados dignos de sufrir desprecios por su nombre [de
Jesús]” (Hch 5,41).
Aunque he interpretado las cuatro primeras bienaventuranzas como dirigidas a
las primeras comunidades cristianas (y a las actuales que se les parecen), esto
no excluye la interpretación individual. “Dichosos los que ahora lloráis, porque
reiréis” anticipa lo que contará Lucas poco después de dos mujeres que lloran
por motivos muy distintos: la viuda de Naim, que ha perdido a su único hijo, y
una prostituta anónima necesitada de perdón y de consuelo. Ambas historias
tienen un final feliz, ya en esta vida, antes de la llegada del Reinado de
Dios.
Ricos y alabados
Algunos pueden pagar 100.000 euros (¡cien mil!) por
una noche en un hotel de Macao. Si su presupuesto no da para tanto, puede
contentarse con una noche en Cannes por 25.000. Naturalmente, la cena debe
pagarla aparte: bastarán 2.000 euros. Y mientras come puede mirar la hora en un
reloj que le ha costado dos millones (Cristiano Ronaldo). Son casos extremos,
pero hay millones de personas que pueden permitirse una vida de lujo y comodidad.
¿Se refiere el último “ay” a este mismo grupo? “¡Ay si
todo el mundo habla bien de vosotros!” No parece que “todo el mundo” hable bien
de esas personas, aunque sigan sus andanzas en las revistas del corazón, la
televisión y las redes sociales.
Salvadas las distancias, los escribas aparecen en el
evangelio de Lucas como ejemplo de personas que desean ser estimadas y amantes
del dinero: “Guardaos de los escribas, que gustan de pasear con hábitos
amplios, aman los saludos por la calle y los primeros puestos en sinagogas y
banquetes; que devoran las fortunas de las viudas con pretexto de largas
oraciones. Su sentencia será más severa” (Lc 20,46).
Y que la riqueza puede ser causa de tristeza, ya en
esta vida, lo demuestra el episodio del personaje importante incapaz de
renunciar a lo que Jesús le pide: “Al oírlo, se entristeció, porque era muy
rico” (Lc 18,23).
El mejor comentario: la parábola del rico y Lázaro
A propósito de las tres primeras
bienaventuranzas y los tres primeros “ay”, el mejor comentario lo ofrece Lucas
en esta parábola. Comienza por el final, por el rico que viste con lujo y
banquetea espléndidamente todos los días; sigue el pobre, cubierto de llagas,
ansioso de comer las migajas que caen de la mesa del rico.
María alabó a Dios en el Magníficat porque “a
los pobres los colma de bienes, y a los ricos los despide vacíos”. Si alguien
piensa que eso va a ser en esta vida, se equivoca. Jesús deja que Lázaro muera
de hambre, en la miseria. Será después de muerto cuando entre en el Reino de Dios
para ser eternamente feliz, mientras el rico suspirará por una simple gota de
agua, atormentado para siempre. «¡Ay de los que ahora reís!, porque haréis
duelo y lloraréis.»
¿Está condenado el rico?
La respuesta, de acuerdo con la técnica de Lucas, no
la encontrará el lector hasta mucho más adelante, en el episodio de Zaqueo. El
rico también es hijo de Abrahán, puede acoger a Jesús en su casa y dar a los
pobres la mitad de sus bienes.
Una reflexión
¿Por qué puede expresarse Jesús de forma tan radical,
proclamando dichosos a los pobres, los que pasan hambre, los que lloran, los
perseguidos?
Por dos motivos:
1) porque él también era pobre, vivió de limosna y
sufrió persecución hasta la muerte;
2) porque creía firmemente en la recompensa futura en
el Reino de Dios, donde quedaría saciada el hambre y enjugado el llanto.
Una advertencia
Las cuatro bienaventuranzas se dirigen a comunidades
pobres o a los pobres como Lázaro. Las comunidades ricas o las personas que no
carecemos de nada no podemos apropiárnoslas; no podemos utilizarlas para
tranquilizar nuestra conciencia pensando en la dicha futura de los pobres.
Se ha elegido este texto por motivos literarios, para
indicar que la contraposición de bienaventuranzas y ayes es algo conocido por
los profetas, aunque Jeremías usa términos distintos: maldito y bendito. Pero
los temas y las metáforas se oponen perfectamente. Es una forma de animar a
confiar en Dios, no en los hombres.
Así dice el Señor:
«Maldito quien confía en el hombre, y en la carne busca su fuerza, apartando su
corazón del Señor. Será como un cardo en la estepa, no verá llegar el bien; habitará
la aridez del desierto, tierra salobre e inhóspita.
Bendito quien confía en el Señor y pone en el Señor su confianza. Será un árbol
plantado junto al agua, que junto a la corriente echa raíces; cuando llegue el
estío no lo sentirá, su hoja estará verde; en año de sequía no se inquieta, no
deja de dar fruto.
2ª lectura (1 Corintios 15, 12. 16-20)
Aunque no está elegida buscando una relación con el
evangelio, la esperanza en la resurrección encaja muy bien con la recompensa
grande en el cielo de la que habla Jesús.
Hermanos: Si anunciamos que Cristo resucitó de entre los muertos, ¿cómo es
que dice alguno de vosotros que los muertos no resucitan? Si los muertos no
resucitan, tampoco Cristo resucitó; y, si Cristo no ha resucitado, vuestra fe
no tiene sentido, seguís con vuestros pecados; y los que murieron con Cristo se
han perdido.
Si nuestra esperanza en Cristo acaba con esta vida, somos los hombres más
desgraciados. ¡Pero no! Cristo resucitó de entre los muertos: el primero de
todos.
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