10 de Febrero – DOMINGO –
5ª – Semana del T. O. - C
Lectura
del libro de Isaías (6,1-2a.3-8):
El año de la muerte del
rey Ozías, vi al Señor sentado sobre un trono alto y excelso: la orla de su
manto llenaba el templo.
Junto
a él estaban los serafines, y se gritaban uno a otro diciendo:
«¡Santo,
santo, santo es el Señor del universo, llena está la tierra de su gloria!».
Temblaban
las jambas y los umbrales al clamor de su voz, y el templo estaba lleno de
humo.
Yo
dije:
«¡Ay
de mí, estoy perdido! Yo, hombre de labios impuros, que habito en medio de
gente de labios impuros, he visto con mis ojos al Rey, Señor del universo».
Uno de los seres de
fuego voló hacia mí con una ascua en la mano, que había tomado del altar con
unas tenazas; la aplicó a mi boca y me dijo:
«Al
tocar esto tus labios, ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado».
Entonces
escuché la voz del Señor, que decía:
«A
quién enviaré? ¿Y quién irá por nosotros?».
Contesté:
«Aquí
estoy, mándame».
Palabra
de Dios
Salmo:
137
R/.
Delante de los ángeles tañeré para ti, Señor.
Te doy gracias, Señor, de
todo corazón,
porque escuchaste las
palabras de mi boca;
delante de los ángeles
tañeré para ti;
me postraré hacia tu
santuario. R/.
Daré
gracias a tu nombre:
por tu misericordia y tu
lealtad,
porque tu promesa supera
tu fama.
Cuando te invoqué, me
escuchaste,
acreciste el valor en mi
alma. R/.
Que
te den gracias, Señor, los reyes de la tierra,
al escuchar el oráculo
de tu boca;
canten los caminos del
Señor,
porque la gloria del
Señor es grande. R/.
Tu derecha me salva.
El Señor completará sus favores
conmigo.
Señor, tu misericordia
es eterna,
no abandones la obra de
tus manos. R/.
Lectura
de la primera carta de san Pablo a los Corintios (15,1-11):
Os recuerdo, hermanos, el
Evangelio que os anuncié y que vosotros aceptasteis, en el que además estáis
fundados,
y que os está salvando,
si os mantenéis en la palabra que os anunciamos; de lo contrario, creísteis en
vano.
Porque
yo os transmití en primer lugar, lo que también yo recibí: que Cristo murió por
nuestros pecados según las Escrituras; y que fue sepultado y que resucitó al
tercer día, según las Escrituras; y que se apareció a Cefas y más tarde a los
Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos juntos, la mayoría de
los cuales vive todavía, otros han muerto; después se apareció a Santiago, más
tarde a todos los apóstoles; por último, como a un aborto, se me apareció
también a mí.
Porque
yo soy el menor de los apóstoles y no soy digno de ser llamado apóstol, porque
he perseguido a la Iglesia de Dios.
Pero por la gracia de
Dios soy lo que soy, y su gracia para conmigo no se ha frustrado en mí. Antes
bien, he trabajado más que todos ellos. Aunque no he sido yo, sino la gracia de
Dios conmigo. Pues bien; tanto yo como ellos predicamos así, y así lo creísteis
vosotros.
Palabra
de Dios
Lectura
del santo evangelio según san Lucas (5,1-11):
En aquel tiempo, la gente
se agolpaba en torno a Jesús para oír la palabra de Dios. Estando él de pie
junto al lago de Genesaret, vio dos barcas que estaban en la orilla; los
pescadores, que habían desembarcado, estaban lavando las redes.
Subiendo
a una de las barcas, que era la de Simón, le pidió que la apartara un poco de
tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente.
Cuando acabó de hablar,
dijo a Simón:
«Rema
mar adentro, y echad vuestras redes para la pesca».
Respondió
Simón y dijo:
«Maestro,
hemos estado bregando toda la noche y no hemos recogido nada; pero, por tu
palabra, echaré las redes».
Y,
puestos a la obra, hicieron una redada tan grande de peces que las redes
comenzaban a reventarse. Entonces hicieron señas a los compañeros, que estaban
en la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Vinieron y llenaron
las dos barcas, hasta el punto de que casi se hundían.
Al
ver esto, Simón Pedro se echó a los pies de Jesús diciendo:
«Señor,
apártate de mí, que soy un hombre pecador».
Y
es que el estupor se había apoderado de él y de los que estaban con él, por la
redada de peces que habían recogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan,
hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón.
Y
Jesús dijo a Simón:
«No
temas; desde ahora serás pescador de hombres».
Entonces
sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.
Palabra
del Señor
Pedro,
Isaías, y el problema de las vocaciones.
Últimamente son muchas las reuniones de eclesiásticos a nivel
internacional en las que se habla a menudo del problema de las vocaciones al
sacerdocio y a la vida religiosa. Con notables excepciones, como la India, en
general se advierte un descenso alarmante. Las lecturas de hoy no resolverán el
problema, pero animan a reflexionar sobre la vocación y a recordar una de las
pocas órdenes que nos dio Jesús: “La mies es mucha y los obreros pocos. Rogad al
Señor de la mies que envíe obreros a su mies”.
Después del fracaso en
Nazaret (que leímos el domingo pasado), Lucas presenta a Jesús predicando y
haciendo milagros en Cafarnaúm e incluso más al sur, en las sinagogas de Judea.
Pero la liturgia dominical no lee nada de esto (Lc 4,34-44), sino que pasa a la
vocación de los primeros discípulos. Así titulan este episodio la mayoría de
las Biblias, aunque el relato de Lucas podríamos titularlo, con más razón, “La
vocación de Pedro”.
A propósito de la visita de
Jesús a Nazaret vimos que Lucas se basa en el evangelio de Marcos, pero lo
modifica para enfocar el episodio de forma nueva. Hoy ocurre lo mismo con la
vocación de los primeros discípulos. Para comprender el relato de Lucas
conviene recordar el de Marcos.
El escueto relato de Marcos
sobre la vocación de los primeros discípulos
Caminando
junto al lago de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés que echaban las
redes al lago, pues eran pescadores. Jesús les dijo: “Veníos conmigo y os haré
pescadores de hombres”. Al punto, dejando las redes, le siguieron.
Un
trecho más adelante vio a Santiago de Zebedeo y a su hermano Juan, que
arreglaban las redes en la barca. Inmediatamente los llamó. Y ellos dejando a
su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros, se fueron con él.
El relato no puede ser más breve. Parecen simples notas para ser
desarrolladas por Marcos en su comunidad. Dos parejas de hermanos, un lago,
unas redes, una barca, el padre de dos de ellos, unos jornaleros. En este
ambiente tan sencillo y cotidiano, Jesús se encuentra por primera vez con estos
cuatro muchachos, los llama, y ellos lo siguen dejándolo todo. Una reacción que
desconcierta a cualquier lector atento.
La
versión de Lucas
En
aquel tiempo, la gente se agolpaba alrededor de Jesús para oír la palabra de
Dios, estando él a orillas del lago de Genesaret. Vio dos barcas que estaban
junto a la orilla; los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las
redes. Subió a una de las barcas, la de Simón, y le pidió que la apartara, un poco de tierra. Desde
la barca, sentado, enseñaba a la gente. Cuando acabó de hablar, dijo a Simón:
-
«Remad mar adentro, y echada las redes para pescar.»
Simón contestó:
-
«Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada; pero, por
tu palabra, echaré las redes.»
Y,
puestos a la obra, hicieron una redada de peces tan grande que reventaba la
red. Hicieron señas a los socios de la otra barca, para que vinieran a echarles
una mano. Se acercaron ellos y llenaron las dos barcas, que casi se hundían. Al
ver esto, Simón
Pedro se
arrojó a los pies de Jesús diciendo:
-
«Apártate de mí, Señor, que soy un pecador.»
Y
es que el asombro- se había apoderado de él y de los que estaban con él, al ver
la redada de peces que habían cogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan,
hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón.
Jesús
dijo a Simón:
-
«No temas; desde ahora serás pescador de hombres.»
Ellos
sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.
Los
tres cambios que introduce Lucas
1. Pretende
hacer más comprensible el seguimiento de los discípulos. No es la
primera vez que se encuentran con Jesús. Él ya ha estado antes en Cafarnaúm,
incluso ha comido en casa de Simón y ha curado a su suegra. Luego ha seguido su
vida de predicador itinerante y solitario, pero, cuando vuelve a Cafarnaúm, no
es un desconocido. Es un maestro famoso y la gente se agolpa para escucharle.
El lector no se extraña de que lo sigan.
2. Centra
su atención en Pedro, no en los cuatro discípulos, hasta el punto de
que ni siquiera nombra a su hermano Andrés. Jesús sube a la barca de Simón, le
pide que se aleje un poco de tierra; con él dialoga después de hablar a la
multitud, ordenándole adentrarse en el lago y echar las redes; y Simón Pedro es
el único que reacciona arrojándose a los pies de Jesús y reconociéndose pecador.
Aunque luego se menciona a Santiago y Juan, que también seguirán a Jesús, las
palabras finales y decisivas las dirige Jesús solo a Simón: “No temas; desde
ahora serás pescador de hombres”.
3. Subraya
la importancia de Jesús. No se limita a pasear por el lago (como
cuenta Marcos) sino que está predicando a la gente, que se agolpa a su
alrededor hasta el punto de necesitar subirse a una barca. Luego, Simón le da
el título de “Maestro” y le obedece, volviendo a pescar, aunque parece absurdo.
Finalmente, Simón cae de rodillas y lo reconoce como un personaje santo, no un
pobre pecador como él. La vocación de los discípulos supone un mayor
conocimiento de Jesús.
¿Qué pretende decirnos Lucas con estos cambios?
La finalidad del primero es clara: hacer más comprensible el seguimiento de
los discípulos.
El segundo pone de relieve la figura de Pedro. Lo mismo hace Lucas al final
de su evangelio, cuando pone en boca de los discípulos estas palabras:
“Realmente ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón” (Lc 24,34). Simón
protagonista al comienzo y al final del evangelio de Lucas. Es posible que
algunos cristianos, basándose en el duro ataque de Pablo a Pedro en Antioquía
(contado en la carta a los Gálatas), pusiesen en discusión su autoridad, y
Lucas quisiera ponerla a salvo.
El tercero nos recuerda que cualquier vocación sirve para conocer mejor a
Jesús. El relato de Marcos dice que Jesús no es un francotirador cuya obra
desaparecerá con su muerte; quiere y busca colaboradores que continúen su
misión. Lucas añade el aspecto de la enseñanza y la autoridad. Pero sugiere
también algo mucho mayor: es un personaje santo, que provoca en Simón un
sentimiento de indignidad. Para comprender este aspecto hay que recordar la
vocación de Isaías, primera lectura de este domingo.
El relato de la vocación de Isaías (1ª lectura)
…Yo
dije: “¡Ay de mí, estoy perdido! Yo, hombre de labios impuros, que habito en
medio de un pueblo de labios impuros, he visto con mis ojos al Rey y Señor de
los ejércitos…
…Entonces,
escuché la voz del Señor, que decía: “¿A quién mandaré? ¿Quién irá por mí?”
Contesté:
“Aquí estoy, mándame.”
Retrocedamos ocho siglos, al 739 a.C., año de la muerte del rey Ozías. En
ese momento sitúa Isaías su vocación. Pero la cuenta de un modo muy distinto.
En ese encuentro inicial con Dios lo que más le llama la atención es su
majestad y soberanía, que destaca mediante tres contrastes. El primero con
Ozías, muerto; del rey mortal se pasa al rey inmortal. El segundo, con los
serafines, a los que describe detenidamente, mientras de Dios solo puede decir
que “la orla de su manto llenaba el templo”. El tercero, con Isaías, que se
siente impuro ante el Señor. Tenemos tres binomios que subrayan la soberanía de
Dios (vida-muerte, invisibilidad-visibilidad, santidad-impureza). Todo esto,
enmarcado en un terremoto que hace temblar los umbrales y llena de humo el
templo.
Basándose en la queja de Isaías (“soy un hombre de labios impuros”), un
serafín purifica sus labios, como símbolo de la purificación de toda la
persona. Por eso, la consecuencia final no es que Isaías ya tiene los labios
puros, sino que “ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado”. Cuando
Dios pregunte “¿A quién mandaré? ¿Quién irá de mi parte?”, Isaías podrá
ofrecerse voluntariamente: “Aquí estoy, mándame”.
La vocación de Isaías y la vocación de Simón
Lucas, gran conocedor del Antiguo Testamento, parece ofrecer en su relato
de la vocación de Simón Pedro una relectura de la vocación de Isaías. Al menos
es interesante advertir las diferencias.
El escenario. La vocación de Isaías tiene lugar en
el ámbito sagrado del templo, con Dios en un trono alto y excelso, rodeado de
serafines. La de Pedro, en una barca dentro del lago, rodeado de los compañeros
y jornaleros.
La persona que llama. En el caso se Isaías
se subraya la majestad y santidad de Dios. A Jesús se lo presenta inicialmente
de forma muy humana, aunque capaz de congregar a una multitud y de convencer a
Pedro para que vuelva a pescar. Solo después de la pesca advertirá Pedro que se
encuentra ante un personaje excepcional.
La reacción inicial del llamado. En ambos casos el
protagonista se siente pecador. La reacción de Isaías es más trágica (“estoy
perdido”) porque parte de la idea de que nadie puede ver a Dios y seguir con
vida. Pedro se reconoce simplemente ante un personaje sagrado junto al cual no
puede estar (“apártate de mí”).
La preparación del enviado. A Isaías, un serafín
lo purifica como paso previo para poder realizar su misión. Jesús no realiza
nada parecido con Pedro. La forma de prepararse es seguir a Jesús. “Dejándolo
todo lo siguieron”.
La misión. La liturgia ha suprimido la parte final del relato
de Isaías, donde recibe la desconcertante misión de endurecer el corazón del
pueblo judío y cegar sus ojos; la misión principal de Isaías consistirá en
transmitir un mensaje durísimo. En cambio, la de Pedro será positiva, “pescador
de hombres”.
La reacción final del elegido. Aquí no hay
diferencia. En ambos casos se advierte la misma disponibilidad, aunque en los
discípulos se subraya que lo dejan todo para seguir a Jesús.
Reflexión
y pregunta
La generosidad de los cuatro primeros discípulos, dejándolo todo para seguir
a Jesús, nos recuerda a tantas personas que siguen dejando todo, incluso la
familia y la patria, a veces para ser “pescadores de hombres”, otras para
ayudar a cualquiera que lo necesite, incluso de religión distinta. Un ejemplo
que sirve de estímulo y demuestra el poder de la llamada de Jesús.
La pregunta: ¿Cuántas veces a la semana cumplo su mandato: “Rogad al Señor
de la mies que envíe obreros a su mies”?
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