23 de Febrero – Sábado –
6ª – Semana del T. O. – C –
Lectura
de la carta a los Hebreos (11,1-7):
HERMANOS:
La fe es fundamento de lo
que se espera, y garantía de lo que no se ve.
Por
ella son recordados los antiguos.
Por
la fe sabemos que el universo fue configurado por la palabra de Dios, de manera
que lo visible procede de lo invisible.
Por
la fe, Abel ofreció a Dios un sacrificio mejor que Caín; por ella, Dios mismo,
al recibir sus dones, lo acreditó como justo; por ella sigue hablando después
de muerto.
Por
la fe fue arrebatado Henoc, sin pasar por la muerte; no lo encontraron, porque
Dios lo había arrebatado; en efecto, antes de ser arrebatado se le acreditó que
había complacido a Dios, y sin fe es imposible complacerlo, pues el que se
acerca a Dios debe creer que existe y que recompensa a quienes lo buscan.
Por
la fe, advertido Noé de lo que aún no se veía, tomó precauciones y construyó un
arca para salvar a su familia; por ella condenó al mundo y heredó la justicia
que viene de la fe.
Palabra
de Dios
Salmo:
144,2-3.4-5.10-11
R/.
Bendeciré tu nombre; Señor, por siempre
Día tras día, te bendeciré
y alabaré tu nombre por
siempre jamás.
Grande es el Señor,
merece toda alabanza,
es incalculable su
grandeza. R/.
Una generación pondera tus obras a la otra,
y le cuenta tus hazañas.
Alaban ellos la gloria
de tu majestad,
y yo repito tus
maravillas. R/.
Que todas tus criaturas te den gracias, Señor,
que te bendigan tus
fieles.
Que proclamen la gloria
de tu reinado,
que hablen de tus
hazañas. R/.
Lectura
del santo evangelio según san Marcos (9,2-13):
En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan,
subió aparte con ellos solos a un monte alto, y se transfiguró delante de
ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede
dejarlos ningún batanero del mundo.
Se
les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. Entonces Pedro tomó la
palabra y dijo a Jesús:
«Maestro,
¡qué bueno es que estemos aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra
para Moisés y otra para Elías».
No
sabía qué decir, pues estaban asustados.
Se
formó una nube que los cubrió y salió una voz de la nube:
«Este
es mi Hijo, el amado; escuchadlo».
De
pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos.
Cuando
bajaban del monte, les ordenó que no contasen a nadie lo que habían visto hasta
que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos.
Esto
se les quedó grabado y discutían qué quería decir aquello de resucitar de entre
los muertos.
Le
preguntaron:
«¿Por
qué dicen los escribas que primero tiene que venir Elías?».
Les
contestó él:
«Elías
vendrá primero y lo renovará todo. Ahora, ¿por qué está escrito que el Hijo del
hombre tiene que padecer mucho y ser despreciado? Os digo que Elías ya ha
venido y han hecho con él lo que han querido, como estaba escrito acerca de
él».
Palabra
del Señor
1.
Se ha dicho, en estas reflexiones sobre los evangelios de la misa de
cada
día, que Jesús (aquel sencillo campesino
galileo) es, en su historia humana y
terrena, la revelación de Dios, que, en aquel
profeta itinerante y conflictivo con la religión establecida, nos dijo a los
seres humanos cómo es Dios, lo que Dios quiere y lo que Dios nos quiere decir y
espera de nosotros.
Pues bien, esto supuesto, la escena
extraña de la "transfiguración" es la manifestación visible de que,
efectivamente, Dios estaba (y está) presente en Jesús. La
"transfiguración", por eso mismo, es la "teofanía" o
aparición visible de Dios en Jesús.
2.
Para entender mejor este episodio, hay que tener en cuenta que la vida
de
Jesús se desarrolló entera en un pueblo, en
una cultura y en una tradición, que
fue (y es) la de Israel, el "Pueblo de
Dios", elegido y preferido por Dios.
En la religión de tal pueblo, eran dos
los pilares básicos, la Ley (personificada en Moisés) y los Profetas (que el
pueblo representaba en Elías. Por eso, en la "teofanía" o aparición
de Dios en Jesús, junto a él y con él aparecen la Ley (Moisés) y los Profetas
(Elías). De ahí, la importancia capital que tiene, en el relato, la aparición
de una nube (que en la Biblia es el signo visible de la presencia de Dios), de
la que viene una voz que les dice a los discípulos (y en ellos, a la Iglesia):
"Este es mi hijo. Escuchadle".
Es decir, la Palabra definitiva de Dios
es Jesús. Y solamente Jesús.
3.
Por tanto, la Transfiguración nos viene a decir dos cosas fundamentales:
1) Que el Dios, en el que tenemos que
creer, que nos salva y nos da esperanza, es Jesús, tal como vivió y tal como nos dijo que teníamos que vivir.
2) Que a quien tenemos que escuchar en
la vida, el que nos da siempre la respuesta que necesitamos, el que resuelve
nuestras dudas y siempre nos da esperanza, es Jesús. En su forma de vida, sus
preferencias, sus preocupaciones.
Lo que admirablemente explicó san Juan
de la Cruz (Subida al M. C., Z 22).
San Policarpo
San Policarpo obispo y mártir (año 155)
Memoria
de san Policarpo, obispo y mártir, discípulo de san Juan y el último de los
testigos de los tiempos apostólicos, que en tiempo de los emperadores Marco
Antonino y Lucio Aurelio Cómodo, cuando contaba ya casi noventa años, fue
quemado vivo en el anfiteatro de Esmirna, en Asia, en presencia del procónsul y
del pueblo, mientras daba gracias a Dios Padre por haberle contado entre los
mártires y dejado participar del cáliz de Cristo (c. 155).
Policarpo significa: el que produce
muchos frutos de buenas obras. (poli = mucho, carpo = fruto).
San Policarpo tuvo el inmenso honor
de ser discípulo del apóstol San Juan Evangelista. Los fieles le profesaban una
gran admiración. Y entre sus discípulos tuvo a San Ireneo y a varios varones
importantes más.
En una carta a un cristiano que había
dejado la verdadera fe y se dedicaba a enseñar errores, le dice así San Ireneo:
"Esto no era lo que enseñaba nuestro venerable maestro San Policarpo. Ah,
yo te puedo mostrar el sitio en el que este gran santo acostumbraba a sentarse
a predicar. Todavía recuerdo la venerabilidad de su comportamiento, la santidad
de su persona, la majestad de su rostro y las santísimas enseñanza con que nos
instruía. Todavía me parece estarle oyendo contar que él había conversado con
San Juan y con muchos otros que habían conocido a Jesucristo, y repetir las
palabras que había oído de ellos. Y yo te puedo jurar que, si San Policarpo
oyera las herejías que ahora están diciendo algunos, se taparía los oídos y
repetiría aquella frase que acostumbraba decir: Dios mío, ¿por qué me has hecho
vivir hasta hoy para oír semejantes horrores? Y se habría alejado
inmediatamente de los que afirman tales cosas".
San Policarpo era obispo de la ciudad
de Esmirna, en Turquía, y fue a Roma a dialogar con el Papa Aniceto para ver si
podían ponerse de acuerdo para unificar la fecha de fiesta de Pascua entre los
cristianos de Asia y los de Europa. Y andando por Roma se encontró con un
hereje que negaba varias verdades de la religión católica. El otro le preguntó:
¿No me conoces? Y el santo le respondió: ¡Si te conozco! ¡Tú eres un hijo de
Satanás!
Cuando San Ignacio de Antioquía iba
hacia Roma, encadenado para ser martirizado, San Policarpo salió a recibirlo y
besó emocionado sus cadenas. Y por petición de San Ignacio escribió una carta a
los cristianos del Asia, carta que, según San Jerónimo, era sumamente apreciada
por los antiguos cristianos.
Los cristianos de Esmirna escribieron
una bellísima carta poco después del martirio de este gran santo, y en ella nos
cuentan datos muy interesantes, por ejemplo, los siguientes:
"Cuando estalló la
persecución, Policarpo no se presentó voluntariamente a las autoridades para
que lo mataran, porque él tenía temor de que su voluntad no fuera lo
suficientemente fuerte para ser capaz de enfrentarse al martirio, y porque sus
fuerzas no eran ya tan grandes pues era muy anciano. Él se escondió, pero un
esclavo fue y contó dónde estaba escondido y el gobierno envió un piquete de
soldados a llevarlo preso. Era de noche cuando llegaron. Él se levantó de la
cama y exclamó: "Hágase la santa voluntad de Dios". Luego mandó que
les dieran una buena cena a los que lo iban a llevar preso y les pidió que le
permitieran rezar un rato. Pasó bastantes minutos rezando y varios de los
soldados, al verlo tan piadoso y tan santo, se arrepintieron de haber ido a
llevarlo preso.
El populacho estaba reunido en el
estadio y allá fue llevado Policarpo para ser juzgado. El gobernador le dijo:
"Declare que el César
es el Señor".
Policarpo respondió:
"Yo sólo reconozco como
mi Señor a Jesucristo, el Hijo de Dios".
Añadió el gobernador:
¿Y qué pierde con echar un
poco de incienso ante el altar del César? Renuncie a su Cristo y salvará su
vida.
A lo cual San Policarpo dio
una respuesta admirable. Dijo así:
"Ochenta y seis años
llevo sirviendo a Jesucristo y Él nunca me ha fallado en nada. ¿Cómo le voy yo
a fallar a Él ahora? Yo seré siempre amigo de Cristo".
El gobernador le grita:
"Si no adora al César y
sigue adorando a Cristo lo condenaré a las llamas",.
Y el santo responde:
"Me amenazas con fuego
que dura unos momentos y después se apaga. Yo lo que quiero es no tener que ir
nunca al fuego eterno que nunca se apaga".
En ese momento el populacho empezó a
gritar:
¡Este es el jefe de los
cristianos, el que prohíbe adorar a nuestros dioses! ¡Que lo quemen! Y también
los judíos pedían que lo quemaran vivo. El gobernador les hizo caso y decretó
su pena de muerte, y todos aquellos enemigos de nuestra santa religión se
fueron a traer leña de los hornos y talleres para encender una hoguera y
quemarlo.
Hicieron un gran montón de leña y
colocaron sobre él a Policarpo. Los verdugos querían amarrarlo a un palo con cadenas,
pero él les dijo:
"Por favor: déjenme
así, que el Señor me concederá valor para soportar este tormento sin tratar de
alejarme de él". Entonces lo único que hicieron fue atarle las manos por
detrás.
Policarpo, elevando los ojos hacia el
cielo, oró así en alta voz:
"Señor Dios,
Todopoderoso, Padre de Nuestro Señor Jesucristo: yo te bendigo porque me has
permitido llegar a esta situación y me concedes la gracia de formar parte del
grupo de tus mártires, y me das el gran honor de poder participar del cáliz de
amargura que tu propio Hijo Jesús tuvo que tomar antes de llegar a su resurrección
gloriosa. Concédeme la gracia de ser admitido entre el grupo de los que
sacrifican su vida por Ti y haz que este sacrificio te sea totalmente
agradable. Yo te alabo y te bendigo Padre Celestial por tu santísimo Hijo
Jesucristo a quien sea dada la gloria junto al Espíritu Santo, por los siglos
de los siglos".
"Tan pronto terminó Policarpo de rezar
su oración, prendieron fuego a la leña, y entonces sucedió un milagro ante
nuestros ojos y a la vista de todos los que estábamos allí presentes (sigue
diciendo la carta escrita por los testigos que presenciaron su martirio): las
llamas, haciendo una gran circunferencia, rodearon al cuerpo del mártir, y el
cuerpo de Policarpo ya no parecía un cuerpo humano quemado sino un hermoso pan
tostado, o un pedazo de oro sacado de un horno ardiente. Y todos los
alrededores se llenaron de un agradabilísimo olor como de un fino incienso. Los
verdugos recibieron la orden de atravesar el corazón del mártir con un lanzazo,
y en ese momento vimos salir volando desde allí hacia lo alto una blanquísima
paloma, y al brotar la sangre del corazón del santo, en seguida la hoguera se
apagó".
"Los judíos y paganos le pidieron al
jefe de la guardia que destruyeran e hicieran desaparecer el cuerpo del mártir,
y el militar lo mandó quemar, pero nosotros alcanzamos a recoger algunos de sus
huesos y los veneramos como un tesoro más valioso que las más ricas joyas, y
los llevamos al sitio donde nos reunimos para orar".
El día de su martirio fue el 23 de
febrero del año 155.
Esta carta, escrita en el propio
tiempo en que sucedió el martirio, es una narración verdaderamente hermosa y
provechosa.
ORACIÓN
Concédanos el Dios Todopoderoso poder
también nosotros como San Policarpo ser fieles a Nuestro Señor Jesucristo hasta
el último momento de nuestra vida.
www.ewtn.com/spanish/saints/Policarpo.htm
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