20 de Febrero – Miercoles –
6ª – Semana del T. O. – C –
Lectura
del libro del Génesis (8,6-13.20-22):
PASADOS cuarenta días,
Noé abrió la claraboya que había hecho en el arca y soltó el cuervo, que estuvo
saliendo y retornando hasta que se secó el agua en la tierra.
Después
soltó la paloma, para ver si había menguado el agua sobre la superficie del
suelo. Pero la paloma no encontró donde posarse y volvió al arca, porque
todavía había agua sobre la superficie de toda la tierra. Él alargó su mano, la
agarró y la metió consigo en el arca.
Esperó
otros siete días y de nuevo soltó la paloma desde el arca. Al atardecer, la
paloma volvió con una hoja verde de olivo en el pico.
Noé
comprendió que el agua había menguado sobre la tierra. Esperó todavía otros
siete días y soltó la paloma, que ya no volvió.
El año seiscientos uno,
el día primero del mes primero se secó el agua en la tierra. Noé abrió la
claraboya del arca, miró y vio que la superficie del suelo estaba seca.
Noé
construyó un altar al Señor, tomó animales y aves de toda especie pura y los
ofreció en holocausto sobre el altar.
El Señor olió el aroma
que aplaca y se dijo:
«No
volveré a maldecir el suelo a causa del hombre, porque la tendencia del corazón
humano es mala desde la juventud. No volveré a destruir a los vivientes como
acabo de hacerlo. Mientras dure la tierra no han de faltar siembra y cosecha,
frío y calor, verano e invierno, día y noche».
Palabra
de Dios
Salmo:
115,12-13.14-15.18-19
R/. Te ofreceré,
Señor, un sacrificio de alabanza
¿Cómo pagaré al Señor
todo el bien que me ha
hecho?
Alzaré la copa de la
salvación,
invocando el nombre del
Señor. R/.
Cumpliré
al Señor mis votos
en presencia de todo el
pueblo.
Mucho le cuesta al Señor
la muerte de sus fieles.
R/.
Cumpliré al Señor mis
votos
en presencia de todo el
pueblo,
en el atrio de la casa
del Señor,
en medio de ti,
Jerusalén. R/.
Lectura
del santo evangelio según san Marcos (8,22-26):
EN aquel tiempo, Jesús y
sus discípulos llegaron a Betsaida.
Y le trajeron a un ciego
pidiéndole que lo tocase.
Él
lo sacó de la aldea, llevándolo de la mano, le untó saliva en los ojos, le
impuso las manos y le preguntó:
«Ves
algo?».
Levantando
los ojos dijo:
«Veo
hombres, me parecen árboles, pero andan».
Le
puso otra vez las manos en los ojos; el hombre miró: estaba curado y veía todo
con claridad.
Jesús lo mandó a casa
diciéndole que no entrase en la aldea.
Palabra
del Señor
1.
Los comentarios mejor documentados, sobre este extraño relato, nos hacen
caer en la cuenta de que la sección del evangelio de Marcos, que va
de Mc 8, 22 hasta 10, 52, contiene las únicas
historias de todo este evangelio
sobre curaciones de ciegos (8, 22-26 y 10,
46-50) (Joel Marcus). Y es que, en esta sección, Marcos insiste en el
problema que representa, tantas veces,
la ceguera de los discípulos de Jesús. El mismo Jesús lo palpó en aquellos
hombres que le acompañaban y que hasta le "seguían". ¿En qué problema
o aspecto de la ceguera se fija aquí el Evangelio?
2.
Este relato dice que Jesús le untó con saliva los ojos. Aquí hay que
advertir
que el Evangelio no utiliza el término normal,
para expresar el órgano de la
visión, ophthalmos, sino la palabra ommata,
que es un término más poético,
que los griegos usaban en contextos
filosóficos (Joel Marcus).
No se trata de un problema literario o
especulativo. El problema está en que Marcos presenta, inmediatamente después,
la confesión de Pedro (sobre Jesús como Mesías) y el primer anuncio de la
pasión y muerte violenta de Jesús (Mc 8, 27-33) (M. VóIkel).
El relato quiere decir que Jesús cura
todas nuestras cegueras, sobre todo aquellas que no son problema de la vista,
sino la ceguera del espíritu, la incapacidad para ver que Jesús, tal como
vivía, iba derecho a la muerte. No vemos
lo que el miedo o los intereses mundanos nos impiden ver.
3.
El ciego que aquí se nos presenta veía cosas raras. Hasta confundir a
los
hombres con árboles. Y Jesús se tuvo que
emplear a fondo para que se diera cuenta de lo que tenía delante de sí. Es una
forma casi poética de decirnos que vamos por la vida sin darnos cuenta y sin
ver que es Jesús el que tenemos delante.
Más aún, que es Dios mismo el que sufre y muere en tantos y tantos, que
avanzan entre penas y humillaciones. En
este mundo tan desbocado, tan extraviado, tan roto, solo Jesús, con su
contacto, su cercanía, su vida misma, es el que nos abre, no ya los
"ojos", sino la "mirada". Para que nos demos cuenta de lo
que tenemos delante y hacia dónde
vamos.
Beata Jacinta Marto
En
Ajustrel, cerca de Fátima, en Portugal, beata Jacinta Marto, la cual, siendo
aún niña de tierna edad, aceptó con toda paciencia la grave enfermedad que le
aquejaba, demostrando siempre una gran devoción a la Santísima Virgen María.
Vida de Beata Jacinta
Marto
Nació en Aljustrel, Fátima, el 11 de
Marzo de 1910. Fue bautizada el 19 de Marzo de 1910. Víctima de la neumonía
cayó enferma en Diciembre de 1918. Estuvo internada en el Hospital de Villa
Nueva de Ourém y por fin en Lisboa, en el hospital de D. Estefanía donde murió
a las 22.30 horas del día 20 de Febrero de 1920.
Del 21 de Enero al 2 de Febrero de
1920, estuvo en el Orfanato de Nuestra Señora de los Milagros, en la Calle de
Estrella, en Lisboa, casa fundada por la D. María Godinho, a quien Jacinta
llamaba "Madrina". Fue celebrada la Misa de cuerpo presente en la
Iglesia de Nuestra Señora de los Ángeles, en Lisboa, donde su cuerpo estuvo
depositado hasta el día 24, día en que fue transportada a una urna para el
cementerio de Villa Nueva de Ourém. Fue trasladada para el cementerio de Fátima
el 12 de Septiembre de 1935, fecha en que la urna fue abierta.
El 1 de Mayo de 1951 fue finalmente
trasladada a la Basílica del Santuario.
Más allá de las 5 Apariciones de la
Cova de Iría y 1 de los Ángeles, Nuestra Señora se le apareció a Jacinta 4
veces más en casa durante la enfermedad, 1 en la Iglesia Parroquial en un
jueves de la Ascensión, y aún en Lisboa en el Orfanato y en el hospital.
Su vida fue caracterizada por el
Espíritu de sacrificio, el amor al Corazón de María, al Santo Padre y a los
pecadores.
Llevada por la preocupación de la salvación
de los pecadores y del desagravio al Corazón Inmaculado de María, de todo
ofrecía un sacrificio a Dios, como les recomendará el Ángel, diciendo siempre
la oración que Nuestra Señora les enseñará: “Oh Jesús, es por nuestro amor, por
la conversión de los pecadores (y acrecentada, por el Santo Padre) y en
reparación por los pecados cometidos contra el Inmaculado Corazón de
María".
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