24 de Febrero – Domingo –
7ª – Semana del T. O. –
Lectura
del primer libro de Samuel (26,2.7-9.12-13.22-23):
En aquellos días, Saúl
emprendió la bajada hacia el páramo de Zif, con tres mil soldados israelitas,
para dar una batida en busca de David. David y Abisay fueron de noche al
campamento; Saúl estaba echado, durmiendo en medio del cercado de carros, la
lanza hincada en tierra a la cabecera. Abner y la tropa estaban echados
alrededor.
Entonces
Abisay dijo a David:
«Dios
te pone el enemigo en la mano. Voy a clavarlo en tierra de una lanzada; no hará
falta repetir el golpe.»
Pero
David replicó:
«¡No
lo mates!, que no se puede atentar impunemente contra el ungido del Señor.»
David
tomó la lanza y el jarro de agua de la cabecera de Saúl, y se marcharon. Nadie
los vio, ni se enteró, ni se despertó: estaban todos dormidos, porque el Señor
les había enviado un sueño profundo.
David
cruzó a la otra parte, se plantó en la cima del monte, lejos, dejando mucho
espacio en medio, y gritó:
«Aquí
está la lanza del rey. Que venga uno de los mozos a recogerla. El Señor pagará
a cada uno su justicia y su lealtad. Porque él te puso hoy en mis manos, pero
yo no quise atentar contra el ungido del Señor.»
Palabra
de Dios
Salmo:
102,1-2.3-4.8.10.12-13
R/. El
Señor es compasivo y misericordioso
Bendice, alma mía, al
Señor,
y todo mi ser a su santo
nombre.
Bendice, alma mía, al
Señor,
y no olvides sus
beneficios. R/.
Él perdona todas tus
culpas
y cura todas tus
enfermedades;
él rescata tu vida de la
fosa
y te colma de gracia y
de ternura. R/.
El Señor es compasivo y misericordioso,
lento a la ira y rico en
clemencia;
no nos trata como
merecen nuestros pecados
ni nos paga según
nuestras culpas. R/.
Como dista el oriente del
ocaso,
así aleja de nosotros
nuestros delitos;
como un padre siente
ternura por sus hijos,
siente el Señor ternura
por sus fieles. R/.
Lectura
de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (15,45-49):
El primer hombre, Adán,
fue un ser animado. El último Adán, un espíritu que da vida. No es primero lo
espiritual, sino lo animal. Lo espiritual viene después. El primer hombre,
hecho de tierra, era terreno; el segundo hombre es del cielo. Pues igual que el
terreno son los hombres terrenos; igual que el celestial son los hombres
celestiales. Nosotros, que somos imagen del hombre terreno, seremos también
imagen del hombre celestial.
Palabra
de Dios
Lectura
del santo evangelio según san Lucas (6,27-38):
En aquel tiempo, dijo
Jesús a sus discípulos:
«A
los que me escucháis os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que
os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os injurian. Al que
te pegue en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite la capa, déjale
también la túnica. A quien te pide, dale; al que se lleve lo tuyo, no se lo
reclames. Tratad a los demás como queréis que ellos os traten. Pues, si amáis
sólo a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores aman a los
que los aman. Y si hacéis bien sólo a los que os hacen bien, ¿qué mérito
tenéis? También los pecadores lo hacen. Y si prestáis sólo cuando esperáis
cobrar, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a otros pecadores,
con intención de cobrárselo. ¡No! Amad a vuestros enemigos, haced el bien y
prestad sin esperar nada; tendréis un gran premio y seréis hijos del Altísimo,
que es bueno con los malvados y desagradecidos. Sed compasivos como vuestro
Padre es compasivo; no juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no
seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará: os
verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante. La medida que
uséis, la usarán con vosotros.»
Palabra
del Señor
Amad a
vuestros enemigos.
El domingo pasado, en la
primera parte del “Discurso en la llanura”, Jesús distinguía dos antagónicos:
pobres-odiados y ricos-estimados. Los primeros recibirán en el cielo su
recompensa; los segundos lo perderán todo. Pero aquí, en la tierra,
- ¿cómo deben relacionarse
ambos grupos?
- ¿Deben comenzar los pobres
una guerra contra los ricos?
- ¿Pueden contentarse, al
menos, con maldecirlos y desearles toda clase de desgracias?
A favor de esta postura se
podrían citar numerosos salmos, textos proféticos, y la práctica contemporánea
de la comunidad de Qumrán. Pero Lucas quiere inculcar una actitud muy distinta,
basándose en la enseñanza de Jesús.
Comportamiento con los enemigos (6,27-36)
Al comienzo del evangelio de
Lucas, Zacarías, padre de Juan Bautista, profetiza que el descendiente de David
vendrá “para que, arrancados de las manos de los enemigos, le
sirvamos [a Dios] con santidad y justicia”. Es una falsa esperanza. La venida
de Jesús no nos arranca de las manos de los enemigos. ¿Qué hacer con ellos?
Ante los sentimientos y
palabras adversos
«A los que me escucháis os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os injurian.
Jesús comienza
dirigiéndose a “vosotros que
me escucháis”, a sus discípulos. No puede ser más duro y exigente. Ya no se
trata de dos grupos separados (pobres – ricos), cada uno viviendo su propia
vida. Hay un grupo enemigo que odia, maldice e injuria a las comunidades
cristianas. Igual que hoy día se odia, insulta y critica a la Iglesia.
- ¿Cómo
reaccionar ante ello?
Es frecuente
la autodefensa, negar las acusaciones o relativizarlas. No es eso lo que quiere
Jesús. Incluso en el caso de que el odio, la crítica o la maldición sean
injustificados, la postura del cristiano debe ser positiva. De las cuatro cosas
que indica Lucas, dos al menos son posibles en cualquier circunstancia: hacer
el bien y rezar. El “amor” no hay que entenderlo en sentido afectivo (como el
amor entre los esposos, o entre padres e hijos), sino en el sentido práctico de
“hacer el bien”. En el evangelio de Lucas, el ejemplo concreto sería el de
Jesús curando la oreja del soldado que viene a detenerlo.
Ante las acciones
Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite la capa, déjale también la
túnica. A quien te pide, dale; al que te quite lo tuyo, no se lo reclames.
De repente, del “vosotros” se cambia al “tú”. Lo que hay que afrontar
ahora no son sentimientos adversos (odio) o palabras hirientes (maldiciones,
injurias), sino acciones concretas: pegar, quitar, pedir, llevarse. Estas
frases le gustarían mucho a Gandhi. Pero a la mayoría le pueden resultar absurdas
y prestarse al chiste: “Al que te robe el
móvil, dale también el reloj”; “al empresario que intenta robarte, no se lo
reclames”.
- ¿Hay que tomar estas exhortaciones al pie de
la letra?
En el NT se escuchan dos
bofetadas: una a Jesús y otra a Pablo. Ninguno de los dos pone la otra mejilla.
Jesús
reacciona: “Si he hablado mal, dime en qué. Y si no, ¿por qué me pegas?” (Jn
18,23).
Pablo,
que se dirige al sumo sacerdote, es más duro: “Dios te va a golpear a ti, pared
encalada. Tú estas sentado para juzgarme según la Ley y me mandas golpear
contra la Ley” (Hch 23,3).
En cambio, con respecto al
no reclamar en caso de injusticia, hay una reflexión de Pablo muy parecida. Un
miembro de la comunidad de Corinto tuvo un pleito con otro y acudió a los
tribunales paganos. Pablo les escribe que eso debería resolverlo un experto
dentro de la comunidad. Y añade algo en la línea del evangelio que comentamos:
“Ya es bastante desgracia que tengáis pleitos entre vosotros. - ¿Por qué no os
dejáis más bien perjudicar? - ¿Por qué no os dejáis despojar?” (1 Cor 6,1-11).
La regla de oro
Tratad a los demás como queréis que ellos os traten.
El discurso vuelve al “vosotros”. La formulación negativa
de esta famosa norma aconseja: “No hagas a otro lo que no quieres que te
hagan”. Aquí se pide algo más que no hacer daño; se pide tratar bien a
cualquiera.
- ¿Cómo te gusta que te
trate la gente, hable de ti (por delante y por detrás), se comporte contigo?
Ponte en la piel de la otra
persona y actúa como te gustaría que ella se comportase contigo.
Motivos
para actuar así
Lucas es consciente de que Jesús pide algo muy
difícil. Por eso añade tres motivos que pueden ayudarnos a actuar de ese modo.
1) El cristiano debe superar
a los pecadores.
Pues, si amáis sólo a los que
os aman, ¿qué merito tenéis? También los pecadores aman a los que los aman.
Y si hacéis bien sólo a los
que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores lo hacen.
Y si prestáis sólo cuando
esperáis cobrar, ¿qué merito tenéis? También los pecadores prestan a otros
pecadores, con intención de cobrárselo.
Lo repite tres veces, recogiendo dos verbos iniciales
(amar, hacer el bien) y añadiendo uno nuevo (prestar). Si el cristiano se
limita a imitar al pecador, no tiene mérito alguno. Se queda sin premio.
2) El premio.
¡No! Amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada;
tendréis un gran premio y seréis hijos del Altísimo, que es bueno con los
malvados y desagradecidos.
Ya al principio del discurso
prometió Jesús “una recompensa abundante en el cielo” (6,23). Ahora vuelve a
mencionar esa “recompensa abundante” (6,35). Pero no habrá que esperar a la
otra vida para recibirla porque, actuando de ese modo, “seréis hijos de Dios,
que es generoso con ingratos y malvados”. Algunas personas han pagado grandes
sumas por un título nobiliario. La realidad de “hijo de Dios” no se compra, se
consigue actuando de forma benévola con los enemigos.
3) Un buen hijo debe imitar
a su padre.
Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo
La compasión de Dios la
confirmará más adelante la parábola de los dos hermanos, en la que el padre
abraza y festeja al hijo sinvergüenza que ha gastado su fortuna con malas mujeres.
Jesús pide mucho, pero también Dios se exige mucho a sí mismo.
Jesús y sus enemigos:
ataque, reproche, silencio, disculpa y perdón
Los preceptos anteriores
resultan a veces muy tajantes, sin matices. Si Jesús mismo no practicó alguno de
ellos, - ¿cómo debemos interpretar los otros? La respuesta se encuentra en el
resto del evangelio. Leyéndolo se advierte que el tema de los enemigos es mucho
más complejo de lo que aquí aparece. Jesús encuentra enemigos muy distintos a
lo largo de su vida: los escribas y fariseos, enemigos continuos, que critican
y condenan todo lo que hace; las autoridades religiosas y políticas de
Jerusalén (sacerdotes y ancianos), que lo condenan a muerte y se burlan de él
cuando está en la cruz; Judas, que lo traiciona; los soldados, que se burlan de
él, lo golpean y crucifican; el mal ladrón, que lo zahiere.
La reacción de Jesús es muy
distinta en cada caso. A los escribas y fariseos no los bendice; los ataca de forma durísima,
sin desaprovechar ocasión alguna de condenarlos, insultarlos y dejarlos en
ridículo. A las autoridades les reprocha en el huerto que vengan a apresarlo como si
fuera un ladrón, luego guarda silencio.
Con un reproche reacciona
también ante Judas: “¿Con un beso entregas al hijo del hombre?”. Ante los
soldados, por mucho que se burlen de él y lo hieran, no protesta ni maldice.
Pero su actitud global la representan sus palabras en la cruz: “Padre,
perdónalos porque no saben lo que hacen”, que abarcan a todos los grupos.
No solo perdona, también disculpa. Al morir por todos nosotros, estaba
cumpliendo su mandato de hacer el bien a los que nos odian.
La medida que uséis con los demás la usará Dios con
vosotros (37-38)
El discurso cambia de tema.
Deja de referirse a los enemigos para centrarse en la conducta con los otros
miembros de la comunidad.
No juzguéis, y no seréis
juzgados;
no condenéis, y no seréis
condenados;
perdonad, y seréis perdonados;
dad, y se os dará: os
verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante.
La medida que uséis, la usarán con
vosotros.
La primera
parte comenzó con cuatro órdenes (amad, haced bien, bendecid, rezad). Ahora
encontramos dos prohibiciones (no juzguéis, no condenéis) y dos mandatos
(perdonad, dad).
Lo novedoso es que de nuestra conducta
depende la que adopte Dios con nosotros. Si juzgamos, nos juzgará; si
condenamos, nos condenará; si perdonamos, nos perdonará; si damos, nos dará. Y
aquí llega al colmo el tema de la “recompensa abundante” que ha salido ya dos
veces en el discurso; ahora se dice que será “una medida generosa, apretada,
remecida, rebosante”.
Estas cuatro
normas parecen una receta excelente para corromper a Dios y forzarle a
tratarnos bien y perdonarnos. Por desgracia, muchas veces preferimos arriesgar
su condena por el breve placer de criticar o condenar a alguien.
El tema de no
juzgar y no condenar se desarrolla a continuación, pero la liturgia ha
reservado el resto del discurso para el domingo 8º.
La 1ª lectura (1 Samuel 26,2.7-9.12-13)
Ofrece un ejemplo concreto
de perdón al enemigo, pero por debajo de lo que pide el evangelio. David,
perseguido continuamente por Saúl, tiene la posibilidad de matarlo. A eso lo
anima su compañero Abisai. David se niega a hacerlo “porque no se puede atentar
impunemente contra el Ungido del Señor”. - ¿Y si no se tratara del rey?
Cuando estaba al servicio de
los filisteos devastaba los pueblos vecinos “sin dejar vivo hombre ni mujer”.
David no es el modelo ideal para el modo de tratar al enemigo. Pero podemos
aplicarnos el mensaje de esta escena: si David perdonó a Saúl por ser el rey de
Israel, yo debo perdonar a cualquiera por ser hijo de Dios.
Cuando los enemigos nos hacen un gran favor
En esta época en que se
critica tanto a la Iglesia, conviene recordar que las críticas y persecuciones
le hacen gran bien. Tertuliano escribía en el siglo III: “La sangre de los
mártires es semilla de cristianos”.
En 1870, el estado italiano
se apoderó de Roma y arrebató al Papa la mayor parte de los Estados
Pontificios. Lo que muchos católicos de finales del siglo XIX vivieron como una
terrible ofensa a la Iglesia, hoy lo vemos como una bendición de Dios. Algunos
incluso piensan que Italia debería haberse quedado con todo. San Pedro no tenía
nada.
Un propósito muy evangélico
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