12 de ABRIL – VIERNES –
V – SEMANA DE CUARESMA – C –
Lectura
del libro de Jeremías (20,10-13):
OÍA la acusación de la
gente:
«“Pavor-en-torno”,
delatadlo, vamos a delatarlo».
Mis
amigos acechaban mi traspié:
«A
ver si, engañado, lo sometemos y podemos vengarnos de él».
Pero
el Señor es mi fuerte defensor: me persiguen, pero tropiezan impotentes.
Acabarán
avergonzados de su fracaso, con sonrojo eterno que no se olvidará.
Señor
del universo, que examinas al honrado y sondeas las entrañas y el corazón, ¡que
yo vea tu venganza sobre ellos, pues te he encomendado mi causa!
Cantad al Señor, alabad
al Señor,
que libera la vida del
pobre
de las manos de gente
perversa.
Palabra
de Dios
Salmo:
17,2-3a.3bc-4.5-6.7
R/. En
el peligro invoqué al Señor, y me escuchó
V/. Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza;
Señor, mi roca, mi
alcázar, mi libertador. R/.
V/. Dios mío, peña mía, refugio mío,
escudo mío, mi fuerza
salvadora, mi baluarte.
Invoco al Señor de mi
alabanza
y quedo libre de mis
enemigos. R/.
V/. Me cercaban olas mortales,
torrentes destructores
me aterraban,
me envolvían las redes
del abismo,
me alcanzaban los lazos
de la muerte. R/.
V/. En el peligro invoqué al Señor,
grité a mi Dios:
desde su templo él
escuchó mi voz,
y mi grito llegó a sus
oídos. R/.
Lectura
del santo evangelio según san Juan (10,31-42):
EN aquel tiempo, los
judíos agarraron piedras para apedrear a Jesús. Él les replicó:
«Os
he hecho ver muchas obras buenas por encargo de mi Padre: ¿por cuál de ellas me
apedreáis?».
Los
judíos le contestaron:
«No
te apedreamos por una obra buena, sino por una blasfemia: porque tú, siendo un
hombre, te haces Dios».
Jesús
les replicó:
«¿No
está escrito en vuestra ley: “Yo os digo: sois dioses”? Si la Escritura llama
dioses a aquellos a quienes vino la palabra de Dios, y no puede fallar la
Escritura, a quien el Padre consagró y envió al mundo, ¿decís vosotros:
“¡Blasfemas!” Porque he dicho: “Soy Hijo de Dios”? Si no hago las obras de mi
Padre, no me creáis, pero si las hago, aunque no me creáis a mí, creed a las
obras, para que comprendáis y sepáis que el Padre está en mí, y yo en el
Padre».
Intentaron
de nuevo detenerlo, pero se les escabulló de las manos. Se marchó de nuevo al
otro lado del Jordán, al lugar donde antes había bautizado Juan, y se quedó
allí.
Muchos
acudieron a él y decían:
«Juan
no hizo ningún signo; pero todo lo que Juan dijo de este era verdad».
Y
muchos creyeron en él allí.
Palabra
del Señor
1.
Los dirigentes judíos no podían entender que, en aquel hombre que ellos
veían, oían, palpaban y que veían como
un "ser humano", como uno de tantos, en aquel "ser
humano" estaba presente el "ser divino'.
Jesús fue judío. Y se dirigía a
judíos. Ahora bien, como ha demostrado
el enorme volumen de Walter Brueggemann, sobre la Teología del Antiguo
Testamento, "reconocer a Yahvé exige reordenar todo lo demás" (pg.
785). 0 sea, si es que quieres, en serio, aceptar "lo divino", tienes
que someter a eso todo "lo humano".
No hay término medio.
2.
Jesús planteó todo esto de una manera completamente distinta. Algo que
a los judíos de entonces no les cabía en la
cabeza. Lo que Jesús decía, entonces y ahora, es que Dios se ha
humanizado. Una idea y una forma de
vida, que el judío de entonces no podía aceptar.
Lo que pasa es que los seres humanos estamos hechos de forma que hay en
nosotros carencias y necesidades que
pueden con las ideas religiosas y se sobreponen a ellas. En los humanos hay
formas de sufrimiento que pueden con todo,
incluso con la religión y sus dioses.
Jesús lo vio claro. Y, en vez de
remachar lo de Yahvé, se dedicó a remediar al sufrimiento, curando enfermos,
aliviando el hambre, queriendo a la gente.
3.
Esta fue la solución que Jesús le dio al problema de Dios. Y por eso, el
mismo Jesús no tuvo dificultad en
identificarse con Dios. Así es como Jesús
nos reveló a Dios. Y por eso, los dirigentes religiosos
("los judíos") quisieron matarle.
La respuesta de Jesús fue: "Si no
creéis en mí, creed en mis obras". Jesús
no echó mano de argumentos y teorías. Jesús
presentó su conducta, "sus obras". Si no creéis en lo que digo, mirad
cómo vivo y a qué me dedico: remediar lo
que no remedia ningún dios, ni Yahvé, ni nadie.
Hacernos a todos más humanos. Ese
fue su argumento.
María, al pie de la cruz
María
no comprende ese gran misterio, pero acepta, una vez más, porque es la voluntad
Dios.
Viernes
de dolores, así se le dice según la
tradición, al viernes en que se conmemora los dolores de la Virgen Santísima,
como Madre dolorosa al pie de la Cruz.
La Madre de Dios llora y sufre la
angustia de ver morir a su Hijo como la haría cualquier madre.
Lo ha visto coronado de espinas,
clavadas en su cabeza y en su frente, dejando su pelo y rostro manchado de una
sangre que se coagula y reseca sobre la piel, su espalda que esta desgarrada y
abierta por los azotes que le han dado y que cubrieron después, con una túnica
púrpura para burlarse de Él, dándole bofetadas y escupiéndole...
Sabe que su amadísimo Hijo es
humillado y escarnecido y por todo esto... ¡tiene roto el corazón!
Después lo ha visto caminar y
caer, bajo el peso del madero que lleva sobre sus maltratados hombros y ha
visto como le clavan sus amados pies y manos en el madero de la Cruz y, por
fin, lo ha visto levantar en alto, y morir. ¿Podrá haber un dolor más grande? Lo
sabe puro, lo sabe bueno, lo sabe santo.... lo sabe Hijo de Dios, y
piensa...¡Cuánto debe ser su amor por todos los hombres!
Y María no comprende ese gran misterio,
pero acepta, una vez más, porque es la voluntad Dios. Su corazón es traspasado
por una espada y su dolor no tiene límites. Así se cumple la profecía de
Simeón, cuando viéndola, casi una niña con su Hijo en brazos, el día de la
Presentación en el Templo, entre otras cosas le dice a María: - "una
espada atravesará tu alma"... y ahora María está de pie junto a la Cruz de
Jesús.
En el libro "El silencio de
María" nos dice el P. Ignacio Larrañaga: "Es preciso colocarse en
medio de este círculo vital y fatal que unos lamentaban y otros celebraban, ese
triste final y en medio de ese remolino, la figura digna y patética de la
Madre, aferrada a su fe para no sucumbir emocionalmente, entendiendo algunas
cosas, por ejemplo, lo de la "espada", vislumbrando confusamente
otras... Lo importante no era entender, sino el entregarse. "Padre mío, en
tus brazos deposito a mi querido Hijo". Fue el holocausto perfecto, la
oblación total. La Madre adquirió una altura espiritual vertiginosa, nunca fue
tan pobre y tan grande, parecía pálida sombra, pero al mismo tiempo, tenía la
estampa de una reina.".
San Juan nos dice: "Habiendo
mirado, pues, Jesús a su madre y al discípulo a quien amaba, el cual estaba
allí, dice a su madre: "Mujer, ahí tienes a tu hijo". Después dice al
discípulo: " Ahí tienes a tu madre". (Jn 19,25 - 27)
Fue en ese momento en que la
Madre de Jesús se hizo madre de todo el género humano. Esta mujer dolorosa pero
firme al pie de la Cruz nos está diciendo que solo la fe nos dará fuerza para
los grandes dolores que la vida nos depare.
Y terminamos acompañando a esta
Madre Dolorosa con algo muy hermoso escrito por el Cardenal Pironio:
Señora de la Pascua,
Señora de la Cruz y de la
Esperanza.
Señora del Viernes y del Domingo.
Señora de la noche y de la
mañana.
Señora de todas las partidas,
porque eres la Señora del "tránsito" o de la Pascua.
Escúchanos:
Hoy queremos decirte "muchas
gracias".
Muchas gracias, Señora por tu
Fiat, por tu completa disponibilidad de "esclava".
Por tu pobreza y tu silencio.
Por tu gozo de las siete espadas.
Por el dolor de todas tus
partidas, que fueron dando la paz a tantas almas.
Por haberte quedado con nosotros
a pesar del tiempo y la distancia.
Fuente: Catholic.net
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