martes, 23 de abril de 2019

Párate un momento: El Evangelio del dia 24 de ABRIL – MIÉRCOLES – OCTAVA DE PASCUA DE RESURRECCIÓN – C



24 de ABRIL – MIÉRCOLES –
OCTAVA DE PASCUA DE RESURRECCIÓN – C

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (3,1-10):

EN aquellos días, Pedro y Juan subían al tempo, a la oración de la hora nona, cuando vieron traer a cuestas a un lisiado de nacimiento. Solían colocarlo todos los días en la puerta del templo llamada «Hermosa, para que pidiera limosna a los que entraban. Al ver entrar en el templo a Pedro y a Juan, les pidió limosna. Pedro, con Juan a su lado, se quedó mirándolo y le dijo:
«Míranos».
Clavó los ojos en ellos, esperando que le dieran algo.
Pero Pedro le dijo:
«No tengo plata ni oro, pero te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo Nazareno, levántate y anda».
Y agarrándolo de la mano derecha lo incorporó. Al instante se le fortalecieron los pies y los tobillos, se puso en pie de un salto, echó a andar y entró con ellos en el templo por su pie, dando brincos y alabando a Dios. Todo el pueblo lo vio andando y alabando a Dios, y, al caer en la cuenta de que era el mismo que pedía limosna sentado en la puerta Hermosa del templo, quedaron estupefactos y desconcertados ante lo que le había sucedido.

Palabra de Dios

Salmo: 104,1-2.3-4.6-7.8-9

R/. Que se alegren los que buscan al Señor

Dad gracias al Señor, invocad su nombre,
dad a conocer sus hazañas todos los pueblos.
Cantadle al son de instrumentos,
hablad de sus maravillas. R/.

Gloriaos de su nombre santo,
que se alegren los que buscan al Señor.
Recurrid al Señor y a su poder,
buscad continuamente su rostro. R/.

¡Estirpe de Abrahán, su siervo;
hijos de Jacob, su elegido!
El Señor es nuestro Dios,
él gobierna toda la tierra. R/.

Se acuerda de su alianza eternamente,
de la palabra dada, por mil generaciones;
de la alianza sellada con Abrahán,
del juramento hecho a Isaac. R/.

Secuencia   (Opcional)

Ofrezcan los cristianos
ofrendas de alabanza
a gloria de la Víctima
propicia de la Pascua.

Cordero sin pecado
que a las ovejas salva,
a Dios y a los culpables
unió con nueva alianza.

Lucharon vida y muerte
en singular batalla,
y, muerto el que es la Vida,
triunfante se levanta.

«¿Qué has visto de camino,
María, en la mañana?»
«A mi Señor glorioso,
la tumba abandonada,

Los ángeles testigos,
sudarios y mortaja.
¡Resucitó de veras
mi amor y mi esperanza!

Venid a Galilea,
allí el Señor aguarda;
allí veréis los suyos
la gloria de la Pascua.»

Primicia de los muertos,
sabemos por tu gracia
que estás resucitado;
la muerte en ti no manda.

Rey vencedor, apiádate
de la miseria humana
y da a tus fieles parte
en tu victoria santa.

Lectura del santo evangelio según san Lucas (24,13-35):

AQUEL mismo día, el primero de la semana, dos de los discípulos de Jesús iban caminando a una aldea llamada Emaús, distante de Jerusalén unos setenta estadios; iban conversando entre ellos de todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo.
Él les dijo:
«¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?».
Ellos se detuvieron con aire entristecido. Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le respondió:
«¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabe lo que ha pasado estos días?».
Él les dijo:
«¿Qué».
Ellos le contestaron:
«Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él iba a liberar a Israel, pero, con todo esto, ya estamos en el tercer día desde que esto sucedió. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado, pues habiendo ido muy de mañana al sepulcro, y no habiendo encontrado su cuerpo, vinieron diciendo que incluso habían visto una aparición de ángeles, que dicen que está vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron».
Entonces él les dijo:
«¡Qué necios y torpes sois para creer lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria».
Y, comenzado por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras.
Llegaron cerca de la aldea adonde iban y él simuló que iba a seguir caminando; pero ellos lo apremiaron, diciendo:
«Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída».
Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció de su vista.
Y se dijeron el uno al otro:
«¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?».
Y, levantándose en aquel momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo:
«Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón».
Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

Palabra del Señor

1.  Los estudiosos del evangelio de Lucas están de acuerdo en que este relato
está redactado con una estructura concéntrica. Y si esto se tiene en cuenta ayuda a comprender lo que nos quiere decir.
La conclusión (Lc 24, 33-35) sirve de contrapartida a la introducción (Lc 24, 13-14). Al comienzo, los dos discípulos están solos; al final, se encuentran con Jesús y finalmente con la comunidad
entusiasmada por la resurrección (F. Bovon). Tanto al comienzo, como al final,
reflexionan sobre su situación. Y el hecho es que lo que comienza con decepción, desengaño y fuga, termina en el gozo de la cena compartida con Jesús, el eterno viviente. Y la satisfacción de la comunidad reunida y plena de felicidad.
Jesús transforma en vida lo que era dispersión, abandono, tristeza, oscuridad.
La humanización de Dios se realiza en cada uno de nosotros.

2.  Ocurre tantas veces que, precisamente cuando nos sentimos más decepcionados y sin aliento para seguir adelante, exactamente entonces es cuando llevamos a Jesús junto a nosotros, andando el mismo camino nuestro, compartiendo nuestros problemas, soledades, desalientos, desengaños   insoportables. Y así es cuándo y cómo Jesús mismo nos abre los ojos y el conocimiento, para hacernos comprender el sentido y el alcance de las Escrituras santas. De forma que, cuando eso ocurre, el corazón nos arde. Y le vemos sentido a lo que, hasta entonces carecía de cualquier posible significado.
El Resucitado está con nosotros cuando menos lo imaginamos, cuando ni podemos sospecharlo.

3.  Al final, los ojos de aquellos desconcertados se abrieron. Y reconocieron a Jesús mismo presente con ellos y en ellos. Sin embargo, cuántos signos y palabras fueron necesarios para llegar a reconocer "lo divino" en "lo humano".
La misa se le ha hecho a mucha gente algo insignificante, pesado, una ceremonia que no entienden ni les interesa. La "Cena del Señor" tendría que seguir siendo lo que empezó siendo, "una cena". De manera que nos traslademos del "altar" a la "mesa", del "orden eclesial" al "mundo social del banquete" (D. E.
Smith).
No se trata de prescindir de la eucaristía. Se trata de recuperar su significado original. Cuando Jesús dijo: Haced esto en memoria mía, lo que Jesús
les decía a sus discípulos es que repitieran el gesto de la mesa compartida, el "simposio" de la vida y la alegría vivida con los demás. Cuando eso sea el centro, lo demás (el significado de la presencia de Jesús y del rito eucarístico) irá adquiriendo las formas y símbolos que hoy podemos entender, ofrecer y vivir
con los humanos, sean quienes sean.

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