viernes, 5 de abril de 2019

Párate un momento: El Evangelio del dia 6 de ABRIL – SÁBADO – 4ª – SEMANA DE CUARESMA – C – Santa Gala de Roma




6 de ABRIL – SÁBADO –
4ª – SEMANA DE CUARESMA – C –

Lectura del libro de Jeremías (11,18-20):

EL Señor me instruyó, y comprendí, me explicó todas sus intrigas. Yo, como manso cordero,
era llevado al matadero; desconocía los planes que estaban urdiendo contra mí:
«Talemos el árbol en su lozanía, arranquémoslo de la tierra de los vivos, que jamás se pronuncie su nombre».
Señor del universo, que juzgas rectamente, que examinas las entrañas y el corazón, deja que yo pueda ver cómo te vengas de ellos, pues a ti he confiado mi causa.

Palabra de Dios

Salmo: 7,2-3.9bc-10.11-12

R/. Señor, Dios. mío, a ti me acojo

Señor, Dios mío, a ti me acojo,
líbrame de mis perseguidores y sálvame;
que no me atrapen como leones
y me desgarren sin remedio. R/.

 Júzgame, Señor, según mi justicia,
según la inocencia que hay en mí.
Cese la maldad de los culpables,
y apoya tú al inocente,
tú que sondeas el corazón y las entrañas,
tú, el Dios justo. R/.
 Mi escudo es Dios,
que salva a los rectos de corazón.
Dios es un juez justo,
Dios amenaza cada día. R/.

Lectura del santo evangelio según san Juan (7,40-53):

EN aquel tiempo, algunos de entre la gente, que habían oído los discursos de Jesús, decían:
«Este es de verdad el profeta».
Otros decían:
«Este es el Mesías».
Pero otros decían:
«¿Es que de Galilea va a venir el Mesías? ¿No dice la Escritura que el Mesías vendrá del linaje de David, y de Belén, el pueblo de David?».
Y así surgió entre la gente una discordia por su causa.
Algunos querían prenderlo, pero nadie le puso la mano encima.
Los guardias del templo acudieron a los sumos sacerdotes y fariseos, y estos les dijeron:
«¿Por qué no lo habéis traído?».
Los guardias respondieron:
«Jamás ha hablado nadie como ese hombre».
Los fariseos les replicaron:
«También vosotros os habéis dejado embaucar? ¿Hay algún jefe o fariseo que haya creído en él? Esa gente que no entiende de la ley son unos malditos».
Nicodemo, el que había ido en otro tiempo a visitarlo y que era fariseo, les dijo:
«¿Acaso nuestra ley permite juzgar a nadie sin escucharlo primero y averiguar lo que ha hecho?».
Ellos le replicaron:
«¿También tú eres galileo?
Estudia y verás que de Galilea no salen profetas».
Y se volvieron cada uno a su casa.

Palabra del Señor

1.   El contraste, que presenta este relato, da que pensar: a Jesús lo comprendía y lo seguía el "óchlos" (Jn 7, 49), la plebe ignorante, los "nadies", los ignorantes, los muertos de hambre, "el pelotón de los torpes", (H. Bietenhard).
Estas pobres gentes encontraban en Jesús la solución de sus vidas. Sin embargo, los sacerdotes, los maestros de la Ley, los sabios teólogos del Templo, no solo no entendían a Jesús, sino que lo despreciaban y ni lo soportaban.

2.   En contraste con lo dicho, no creían en Jesús ni los "jefes", ni los "fariseos".  Es decir, ni los "poderosos", ni los "observantes" aceptaban a Jesús. Y buscaban las razones más pintorescas para justificar su rechazo. Por ejemplo, que el Mesías no podía ser galileo; o que tendría que haber nacido en Belén.  Razones que no tienen peso teológico alguno.  La religión se resiste al Evangelio y lo rechaza con la "verdad falseada", tan frecuente en los ambientes de gente tan cercana a la religión como alejada del dolor del pueblo.

3.   Resulta patente la conclusión, que es tan clara como la luz: son los últimos de este mundo los que sintonizan con Jesús. Sin duda alguna, la Iglesia
naciente -lo mismo en los evangelios sinópticos que en el evangelio de Juan-
expresa la preferencia de Jesús, de Dios, por los que están abajo en la sociedad y en la historia. Al igual que la sintonía de los últimos con el Evangelio de Jesús. 
No se trata de una cuestión social. Es un problema más profundo, que se resume en esta pregunta:
- ¿con quién sintonizamos en nuestra vida?
- ¿Con los que fracasan o con los que triunfan?
Aquí nos jugamos el "ser" o el "no-ser" de nuestra realidad de seguidores de Jesús.

Santa Gala de Roma


En Roma, santa Gala, hija del cónsul Símaco, la cual, al fallecer su cónyuge, vivió cerca de la iglesia de San Pedro durante muchos años, entregada a la oración, limosnas, ayunos y otras obras santas, y cuyo felicísimo tránsito fue descrito por el papa san Gregorio I Magno (s. VI).

Santa Gala de Roma, era hija de Q. Aurelio Memmio Simmaco, miembro del senado, durante muchos años consejero del Rey Teodorico, que, sin embargo lo mandó matar en Ravena (525) por sospechas infundadas de traición. Santa Gala fue entregada como esposa a un joven patricio del que no se conoce el nombre. al año del casamiento enviudó, y pese a que querían casarla nuevamente, prefirió consagrarse a Dios, primero en el ejercicio de las obras de misericordia y más tarde retirándose a un monasterio cerca de la Basílica vaticana.
Afirma San Gregorio que vivió muchos años "en la simplicidad del corazón, dedicada a la oración, distribuyendo grandes limosnas a los pobres". La decisión de la joven viuda causó gran impresión en Roma, y sus ecos llegaron lejos. Desde Cerdeña, en donde por segunda vez se encontraba en el exilio, San Fulgencio de Ruspe (que a su paso por Roma había tenido ocasión de conocer a la familia de la santa), le escribió una bellísima carta, casi un pequeño tratado de veintiún capítulos en los que la confirma en la decisión tomada y le imparte consejos ascéticos.
Antes de morir la santa tuvo una visión del Apóstol San Pedro invitándola al cielo. Por esta razón San Gregorio en sus Diálogos, en el libro IV, dice que puede demostrarse la inmortalidad del alma, a través de las apariciones y visiones que tuvieron algunas almas selectas. Según la tradición, mientras la santa llevaba a cabo una de sus obras de caridad se le apareció la Virgen. La milagrosa aparición se recuerda en una pintura del siglo XI que se encuentra en la iglesia de Santa María en Portico en Campitelli. La fiesta conmemorando tales apariciones, por concesión de la Congregación de Ritos se celebra en Roma el 17 julio, mientras que en el Martirologio Romano se conmemora el 5 de octubre. Hacia la mitad del siglo XVII, por obra de M. A. Anastasio Odescalchi, con el permiso de Inocencio XI, se funda en Roma un hospicio bajo el patrocinio de la Santa. Es allí en donde Juan B. De Rossi desenvolvió durante muchos años su actividad. En 1940, se le dedicó a la Santa una iglesia parroquial.

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