22 de ABRIL –
LUNES DE PASCUA – C –
Lectura
del libro de los Hechos de los apóstoles (2,14.22-33):
EL día de Pentecostés, Pedro,
poniéndose en pie junto con los Once, levantó su voz y con toda solemnidad
declaró:
«Judíos
y vecinos todos de Jerusalén, enteraos bien y escuchad atentamente mis
palabras.
Israelitas,
escuchad estas palabras: a Jesús el Nazareno, varón acreditado por Dios ante
vosotros con milagros, prodigios y signos que Dios realizó por medio de él,
como vosotros sabéis, a este, entregado conforme el plan que Dios tenía
establecido y provisto, lo matasteis, clavándolo a una cruz por manos de
hombres inicuos. Pero Dios lo resucitó, librándolo de los dolores de la muerte,
por cuanto no era posible que esta lo retuviera bajo su dominio, pues David
dice, refiriéndose a el:
“Veía
siempre al Señor delante de mí, pues está a mi derecha para que no vacile.
Por eso
se me alegró el corazón, exultó mi lengua, y hasta mi carne descansará
esperanzada.
Porque
no me abandonarás en el lugar de los muertos, ni dejarás que tu Santo
experimente corrupción.
Me has
enseñado senderos de vida, me saciarás de gozo con tu rostro”.
Hermanos,
permitidme hablaros con franqueza: el patriarca David murió y lo enterraron, y
su sepulcro está entre nosotros hasta el día de hoy. Pero como era profeta y
sabía que Dios “le había jurado con juramento sentar en su trono a un
descendiente suyo, previéndolo, habló de la resurrección del Mesías cuando dijo
que “no lo abandonará en el lugar de los muertos” y que “su carne no
experimentará corrupción”.
A este
Jesús lo resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos. Exaltado,
pues, por la diestra de Dios y habiendo recibido del Padre la promesa del
Espíritu Santo, lo he derramado. Esto es lo que estáis viendo y oyendo».
Palabra
de Dios
Salmo:
15,1b-2a y 5.7-8 9-10.11
R/.
Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti
Protégeme, Dios mío, que me
refugio en ti.
Yo digo al Señor: «Tú eres
mi Dios».
El Señor es el lote de mi
heredad y mi copa,
mi suerte está en tu mano. R/.
Bendeciré al Señor que me
aconseja,
hasta de noche me instruye
internamente.
Tengo siempre presente al
Señor,
con él a mi derecha no
vacilaré. R/.
Por eso se me alegra el
corazón,
se gozan mis entrañas,
y mi carne descansa
esperanzada.
Porque no me abandonarás en
la región de los muertos
ni dejarás a tu fiel ver la
corrupción. R/.
Me enseñarás el sendero de la
vida,
me saciarás de gozo en tu
presencia,
de alegría perpetua a tu
derecha. R/.
Secuencia (Opcional)
Ofrezcan los cristianos
ofrendas de alabanza
a gloria de la Víctima
propicia de la Pascua.
Cordero sin pecado
que a las ovejas salva,
a Dios y a los culpables
unió con nueva alianza.
Lucharon vida y muerte
en singular batalla,
y, muerto el que es la Vida,
triunfante se levanta.
«¿Qué has visto de camino,
María, en la mañana?»
«A mi Señor glorioso,
la tumba abandonada,
Los ángeles testigos,
sudarios y mortaja.
¡Resucitó de veras
mi amor y mi esperanza!
Venid a Galilea,
allí el Señor aguarda;
allí veréis los suyos
la gloria de la Pascua.»
Primicia de los muertos,
sabemos por tu gracia
que estás resucitado;
la muerte en ti no manda.
Rey vencedor, apiádate
de la miseria humana
y da a tus fieles parte
en tu victoria santa.
Lectura
del santo evangelio según san Mateo (28,8-15):
EN aquel tiempo, las mujeres
se marcharon a toda prisa del sepulcro; llenas de miedo y de alegría corrieron
a anunciarlo a los discípulos.
De
pronto, Jesús salió al encuentro y les dijo:
«Alegraos».
Ellas
se acercaron, le abrazaron los pies y se postraron ante él.
Jesús
les dijo:
«No
temáis: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán».
Mientras
las mujeres iban de camino, algunos de la guardia fueron a la ciudad y
comunicaron a los sumos sacerdotes todo lo ocurrido. Ellos, reunidos con los
ancianos, llegaron a un acuerdo y dieron a los soldados una fuerte suma,
encargándoles:
«Decid
que sus discípulos fueron de noche y robaron el cuerpo mientras vosotros
dormíais. Y si esto llega a oídos del gobernados, nosotros nos lo ganaremos y
os sacaremos de apuros».
Ellos
tomaron el dinero y obraron conforme a las instrucciones. Y esta historia se ha
ido difundiendo entre los judíos hasta hoy.
Palabra
del Señor
1. La contraposición y hasta la
incompatibilidad entre "lo divino" y "lo humano", que
enseñaba el "gnosticismo" antiguo, sigue presente en la mentalidad
de muchos cristianos. Sin embargo, la
resurrección no representa solamente,
para Jesús, la "plenitud de la
divinidad". Juntamente con eso -e inseparablemente de ello- representa y constituye igualmente
la "plenitud de la humanidad". Por eso, en los capítulos finales de
los evangelios, donde se habla del Resucitado, en esos capítulos precisamente
es donde se descubre al Jesús más profundamente humano. Es sorprendente. Pero
así es.
2. En efecto, el Jesús resucitado,
porque es el "más divino" de los evangelios, por eso es también el
"más humano" que aparece en todo el Evangelio. Porque, en la más original y profunda
tradición cristiana, el Trascendente se ha fundido con lo inmanente de forma
que "lo más divino" (utilizando nuestra limitada y tosca forma de
expresar estas realidades que nos
rebasan por completo) se muestra, se conoce, se palpa, precisamente en "lo
más humano". Por eso, ni más ni
menos, el Resucitado es el más humano y entrañable de nuestra anhelada
humanidad.
3. Esto es lo que explica que a
quien primero se aparece el Resucitado
es
precisamente al colectivo más marginado de aquella cultura, las mujeres (Mc 16, 1-8;
Mt 28, 1-8; Lc 24, 1-12; Jn 20, 1-10).
Y esto es también lo que explica las
comidas de Jesús resucitado con los discípulos (Mc 16, 14; Lc 24, 30. 41-42; Jn
21, 10-14; Hech 10, 41).
Como la alegría que contagia en todas
sus apariciones, en las que Jesús no se
queja ni de la traición de Judas, ni del abandono cobarde de los demás
apóstoles, ni de las negaciones de
Pedro. Todo lo contrario, Jesús le demanda su cariño preferente y hasta le
encarga que apaciente su rebaño (Jn 21, 15-19).
El Resucitado nos enseña, entre otras
cosas, una que es fundamental: no somos más divinos porque no somos más humanos.
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