7 de ABRIL – DOMINGO –
V – SEMANA DE CUARESMA – C –
Lectura
del libro de Isaías (43,16-21):
Esto dice el Señor, que
abrió camino en el mar y una senda en las aguas impetuosas; que sacó a batalla
carros y caballos, la tropa y los héroes: caían para no levantarse, se apagaron
como mecha que se extingue.
«No
recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo; mirad que realizo algo nuevo;
ya está brotando, ¿no lo notáis? Abriré un camino por el desierto, corrientes
en el yermo.
Me
glorificarán las bestias salvajes, chacales y avestruces, porque pondré agua en
el desierto, corrientes en la estepa, para dar de beber a mi pueblo elegido, a
este pueblo que me he formado para que proclame mi alabanza».
Palabra
de Dios
Salmo:
125,1-2ab.2cd-3.4-5.6
R/. El
Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres
Cuando el Señor hizo
volver a los cautivos de Sión,
nos parecía soñar:
la boca se nos llenaba
de risas,
la lengua de cantares. R.
Hasta los gentiles
decían:
«El Señor ha estado
grande con ellos.»
El Señor ha estado
grande con nosotros,
y estamos alegres. R.
Recoge, Señor a nuestros
cautivos
como los torrentes del
Negueb.
Los que sembraban con
lágrimas
cosechan entre cantares.
R.
Al ir, iba llorando,
llevando la semilla;
al volver, vuelve
cantando,
trayendo sus gavillas. R.
Lectura
de la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses (3,8-14):
Hermanos:
Todo
lo considero pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo
Jesús, mi Señor.
Por
él lo perdí todo, y todo lo considero basura con tal de ganar a Cristo y ser
hallado en él, no con una justicia mía, la de la ley, sino con la que viene de
la fe de Cristo, la justicia que viene de Dios y se apoya en la fe.
Todo
para conocerlo a él, y la fuerza de su resurrección, y la comunión con sus
padecimientos, muriendo su misma muerte, con la esperanza de llegar a la
resurrección de entre los muertos.
No es que ya haya
conseguido o que ya sea perfecto: yo lo persigo, a ver si lo alcanzo como yo he
sido alcanzado por Cristo.
Hermanos,
yo no pienso haber conseguido el premio. Sólo busco una cosa: olvidándome de lo
que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por delante, corro hacia la
meta, hacía el premio, al cual me llama Dios desde arriba en Cristo Jesús.
Palabra
de Dios
Lectura
del santo evangelio según san Juan (8,1-11):
En aquel tiempo, Jesús se
retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y
todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba.
Los
escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y,
colocándola en medio, le dijeron:
-
«Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de
Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?».
Le
preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo.
Pero Jesús,
inclinándose, escribía con el dedo en el suelo.
Como
insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo:
-
«El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra».
E
inclinándose otra vez, siguió escribiendo.
Ellos,
al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos. Y
quedó solo Jesús, con la mujer en medio, que seguía allí delante.
Jesús
se incorporó y le preguntó:
-
«Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?».
Ella
contestó:
-
«Ninguno, Señor».
Jesús
dijo:
-
«Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más».
Palabra
del Señor
Dos conversiones distintas y parecidas.
Los domingos
anteriores han tratado el tema de la conversión con distintos enfoques:
amenazando con un final trágico a los que no se conviertan, pero concediendo un
año de plazo para evitar la desgracia (domingo 3º); acogiendo al hijo pródigo,
que se convierte por puro egoísmo, pero que da una inmensa alegría al padre con
su vuelta (domingo 4º). En este quinto domingo habla del mejor recurso para
convertirse: el contacto con Jesús, como lo demuestran una adúltera y un
fariseo radical y violento.
¿Qué
hacemos con la adúltera?
El evangelio
parte de un hecho concreto: una mujer sorprendida en adulterio. Se trata de un
pecado condenado en todas las legislaciones antiguas y en el Decálogo. El
problema que plantean a Jesús es qué hacer con la adúltera. Del tema ya se
habían ocupado los legisladores antiguos. Recojo tres opiniones.
La
ahogamos con el adúltero (Código de Hammurabi)
Es la respuesta
del famoso Código de Hammurabi, rey de Babilonia muerto hacia 1750 a.C. En el
párrafo 129 dictamina: “Si la esposa de un hombre es sorprendida acostada con
otro varón, que los aten y los tiren al agua [al río Éufrates]; si el marido
perdona a su esposa la vida, el rey perdonará también la vida a su súbdito.”
Adviértase que la ley empieza por la mujer, pero los dos merecen la condena a
muerte, aunque cabe la posibilidad de que el marido perdone.
La
apedreamos (escribas y fariseos)
…Los
escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y,
colocándola en medio, le dijeron:
"Maestro,
esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos
manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?"
Le
preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo.
El
apedreamiento es el procedimiento más frecuente en la Biblia para ejecutar a un
culpable. Cosa lógica ya que en Israel no abunda el agua, como en Babilonia, y
sí las piedras. Sin embargo, estos escribas y fariseos no habrían aprobado un
examen de Biblia por dos motivos.
1) La Ley de Moisés, que usa a menudo el verbo
“apedrear” para hablar de un castigo a muerte, nunca lo aplica al adulterio.
El texto que podrían invocar sería este del Deuteronomio: “Si uno encuentra en
un pueblo a una joven prometida a otro y se acuesta con ella, los sacarán a los
dos a las puertas de la ciudad y los apedrearán hasta que mueran: a la muchacha
porque dentro del pueblo no pidió socorro y al hombre por haber violado a la
mujer de su prójimo” (Dt 22,23-24). Pero esta ley no habla de adulterio, sino
de violación (aparentemente consentida) de una
muchacha.
2) Si tienen
tanto interés en cumplir la Ley de Moisés, al primero que deberían haber traído
ante Jesús es al varón, ya que también a él lo han sorprendido en adulterio y
por él comienza la ley (“Si uno encuentra a una joven…y
se acuesta con ella”). Hay un caso en el que solo se habla de apedrear a la
muchacha, pero tampoco se trata de adulterio, sino de la que ha perdido la
virginidad mientras vivía con sus padres. Cuando se casa, su marido lo advierte
y lo denuncia, si la denuncia es verdadera “sacarán a la joven a la puerta de
la casa paterna y los hombres de la ciudad la apedrearán hasta que muera, por
haber cometido en Israel la infamia de prostituir la casa de su padre. (Dt
22,20-21).
¿Cómo
puede un escriba, con tantos años de estudios bíblicos, cometer estos errores
elementales? ¿Por ignorancia? ¿Por el deseo de interpretar la ley de la forma
más rigurosa posible? ¿Para poner a Jesús en un aprieto y poder acusarlo, como
dice Juan? Efectivamente, si la perdona, no cumple la ley; si dice que la
apedreen, demuestra que no tiene esa compasión de la que tanto presume.
La
perdonamos (Jesús)
Pero
Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo. Como insistían en
preguntarle, se incorporó y les dijo: "El que no tiene pecado, que le tire
la primera piedra." E inclinándose otra vez, siguió escribiendo. Ellos, al
oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos. Y quedó solo Jesús, con la
mujer, en medio, que seguía allí delante. Jesús se incorporó y le preguntó:
"Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?" Ella
contestó: "Ninguno, Señor." Jesús dijo: "Tampoco yo te condeno.
Anda, y en adelante no peques más."
Jesús no
precipita su respuesta. Le piden una opinión (“¿qué dices tú?”) pero se calla
la boca y escribe en el suelo. Ellos insisten. Buscan lana y salen
tranquilados. “Quien esté libre de pecado que tire la primera piedra”. El
principal pecado de escribas y fariseos no es la ignorancia, ni el rigorismo,
sino la hipocresía.
Cuando se
retiran, solo quedan Jesús y la mujer, ella de pie en el centro. Una imagen de
gran impacto, digna de la mejor película. Por suerte para la mujer, Jesús no es
un confesor a la vieja usanza. No le pregunta cuántas veces ha cometido
adulterio, con quién, dónde, cuándo. Se limita a dos preguntas breves (“¿dónde
están?, ¿nadie te ha condenado?”) y a la absolución final: “Yo tampoco te
condeno. Ve y en adelante no peques
más”.
A veces se
habla de la actitud de Jesús con los pecadores de forma muy ligera, como si los
abrazase y aceptase su forma de vida. Pero a la mujer no le dice: “No te
preocupes, no tiene importancia; ya sabes a quién tienes que acudir la próxima
vez”. Lo que le dice es: “en adelante no peques más”. Se lo dice por su bien,
no porque corra peligro de ser apedreada. A este caso, cambiando de género, se
puede aplicar el proverbio bíblico: “El adúltero es hombre sin juicio, el
violador se arruina a sí mismo” (Prov 6,32). Eso es lo que Jesús no quiere, que
la mujer se arruine a sí misma.
El
buen ejemplo de los escribas y fariseos
A pesar de su
hipocresía y mala idea, hay que reconocerles algo bueno: se van retirando poco
a poco, empezando por los más viejos. Hoy día, somos muchos los que conocemos
la opinión de Jesús, pero seguimos considerándonos buenos y no vacilamos en
apedrear (más con palabras y juicios condenatorios que con piedras) a quien
hemos elegido víctima.
La
conversión del fariseo radical y violento (2ª lectura: Filipenses 3,8-14))
La lectura de
Pablo a los Filipenses no cuenta su conversión, pero hace un balance de su vida
antes y después de ella. Antes se gloriaba de ser israelita de pura cepa, de la
tribu de Benjamín (¡ocho apellidos vascos!), circuncidado a los ocho días,
estrictísimo en la observancia de la Ley, perseguidor de los cristianos. De
todo estaba enormemente orgulloso hasta que descubrió a Cristo. A partir de ese
momento, su vida cambia. Todo lo anterior lo considera basura. Él estaba
obsesionado con salvarse, pero la Ley de Moisés no puede salvarlo, solo la fe
en Cristo. Por eso, lo único importante es conocerlo cada vez mejor, compartir
sus sufrimientos, resucitar con él. Pablo ve su vida como una extraña carrera.
Ya le ha concedido el primer premio, pero debe seguir corriendo hacia la meta,
sin mirar atrás.
La
adúltera y el fariseo
A pesar de las
diferencias, hay algo común a la conversión de estas dos personas: el contacto
con Jesús. Lo cual supone una gran novedad con respecto al mensaje de los
domingos anteriores. Ahora, lo que provoca la conversión no es el miedo, ni el
hambre, sino la relación personal con el Señor. Relación a la que se llega por
caminos muy diversos: en el caso de la adúltera, son sus enemigos quienes la
llevan ante Jesús; en el caso de Pablo, es Jesús quien le sale al encuentro.
Este encuentro personal con él es la única garantía de una conversión auténtica
y duradera.
El
éxodo antiguo y el nuevo (1ª lectura: Isaías 43,16-21)
La primera
lectura sigue recordando momentos capitales de la Historia de la salvación:
Abrahán, Moisés, Josué. Hoy se contraponen el éxodo de Egipto, con la gran
victoria sobre el ejército del faraón, y el nuevo éxodo de Babilonia, en el que
Dios protegerá a su pueblo durante la marcha por el desierto. El peligro de los
israelitas es seguir soñando con lo antiguo. Y el profeta le dice: “no penséis
en lo antiguo; mirad que realizo algo nuevo”. Curiosamente, coincide con lo que
dice Pablo en la segunda lectura: “olvidándome de lo que queda atrás, me lanzo
a lo que está por delante”.
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