28 de ABRIL – DOMINGO –
2ª – SEMANA DE PASCUA – C
Lectura
del libro de los Hechos de los apóstoles (5,12-16):
Los apóstoles hacían
muchos signos y prodigios en medio del pueblo. Los fieles se reunían de común
acuerdo en el pórtico de Salomón; los demás no se atrevían a juntárseles,
aunque la gente se hacía lenguas de ellos; más aún, crecía el número de los
creyentes, hombres y mujeres, que se adherían al Señor.
La
gente sacaba los enfermos a la calle, y los ponía en catres y camillas, para
que, al pasar Pedro, su sombra, por lo menos, cayera sobre alguno.
Mucha
gente de los alrededores acudía a Jerusalén, llevando a enfermos y poseídos de
espíritu inmundo, y todos se curaban.
Palabra
de Dios
Salmo:
117,2-4.22-24.25-27a
R/.
Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia
Diga la casa de Israel:
eterna es su
misericordia.
Diga la casa de Aarón:
eterna es su
misericordia.
Digan los fieles del
Señor:
eterna es su
misericordia. R/.
La piedra que desecharon
los arquitectos
es ahora la piedra
angular
Es el Señor quien lo ha
hecho,
ha sido un milagro
patente.
Éste es el día en que
actuó el Señor:
sea nuestra alegría y
nuestro gozo. R/.
Señor, danos la
salvación;
Señor, danos
prosperidad.
Bendito el que viene en
nombre del Señor,
os bendecimos desde la
casa del Señor;
el Señor es Dios, él nos
ilumina. R/.
Lectura
del libro del Apocalipsis (1,9-11a. 12-13.17-19):
Yo, Juan, vuestro hermano
y compañero en la tribulación, en el reino y en la constancia en Jesús, estaba
desterrado en la isla de Patmos, por haber predicado la palabra, Dios, y haber
dado testimonio de Jesús. Un domingo caí en éxtasis y oí a mis espaldas una voz
potente que decía:
«Lo
que veas escríbelo en un libro, y envíaselo a las siete Iglesias de Asia.»
Me
volví a ver quién me hablaba, y, al volverme, vi siete candelabros de oro, y en
medio de ellos una figura humana, vestida de larga túnica, con un cinturón de
oro a la altura del pecho. Al verlo, caí a sus pies como muerto.
Él
puso la mano derecha sobre mí y dijo:
«No
temas: Yo soy el primero y el último, yo soy el que vive. Estaba muerto y, ya
ves, vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la muerte y del
abismo. Escribe, pues, lo que veas: lo que está sucediendo y lo que ha de
suceder más tarde.»
Palabra
de Dios
Lectura
del santo evangelio según san Juan (20,19-31):
Al anochecer de aquel
día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las
puertas cerradas por miedo a los judíos.
Y
en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
«Paz
a vosotros.»
Y,
diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron
de alegría al ver al Señor.
Jesús
repitió:
«Paz
a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.»
Y,
dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
«Recibid
el Espíritu Santo; ¡a quienes les perdonéis los pecados! quedan perdonados; a
quienes se los retengáis, les quedan retenidos.»
Tomás,
uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús.
Y
los otros discípulos le decían:
«Hemos
visto al Señor.»
Pero
él les contestó:
«Si
no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de
los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.»
A
los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó
Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo:
«Paz
a vosotros.»
Luego
dijo a Tomás:
«Trae
tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas
incrédulo, sino creyente.»
Contestó
Tomás:
«¡Señor
Mío y Dios Mío!»
Jesús
le dijo:
«¿Porque
me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.»
Muchos
otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los
discípulos. Éstos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el
Hijo de Dios, y para que, creyendo tengáis vida en su nombre.
Palabra
del Señor
“Dichosos los que crean a
pesar de lo que ven”.
Todas las
apariciones de Jesús resucitado son peculiares. Incluso cuando se cuenta la
misma, los evangelistas difieren: mientras en Marcos son tres las mujeres que
van al sepulcro (María Magdalena, María la de Cleofás y Salomé) y también tres
en Lucas, pero distintas (María Magdalena, Juana y María la de Santiago), en
Mateo son dos (las dos Marías) y en Juan una (María Magdalena, aunque luego
habla en plural: «no sabemos dónde lo han puesto»). En Mc ven
a un muchacho vestido de blanco sentado dentro del sepulcro; en Mt, a un ángel
de aspecto deslumbrante junto a la tumba; en Lc, al cabo de un rato, se les
aparecen dos hombres con vestidos refulgentes. En Mt, a diferencia de Mc y Lc,
se les aparece también Jesús. Podríamos indicar otras muchas diferencias en los
demás relatos. Como si los evangelistas quisieran acentuarlas para que no nos
quedemos en lo externo, lo anecdótico. Uno de los relatos más interesantes y
diverso de los otros es el de este domingo (Juan 20,19-31).
Las peculiaridades de este relato de Juan
1. El miedo de los discípulos. Es el único caso en el que se destaca algo tan
lógico, y se ofrece el detalle tan visivo de la puerta cerrada. Acaban de matar
a Jesús, lo han condenado por blasfemo y por rebelde contra Roma. Sus
partidarios corren el peligro de terminar igual. Además, casi todos son
galileos, mal vistos en Jerusalén. No será fácil encontrar alguien que los
defienda si salen a la calle.
2. El saludo de Jesús: «paz a
vosotros». Tras la referencia inicial al miedo a los judíos, el saludo más
lógico, con honda raigambre bíblica, sería: «no temáis». Sin embargo, tres
veces repite Jesús «paz a vosotros». Algún listillo podría presumir: «Normal;
los judíos saludan shalom alekem, igual que los árabes saludan
salam
aleikun». Pero
no es tan fácil como piensa. Este saludo, «paz a vosotros» sólo se encuentra
también en la aparición a los discípulos en Lucas (24,36).
Lo más
frecuente es que Jesús no salude: ni a los once cuando se les aparece en
Galilea (Mc y Mt), ni a los dos que marchan a Emaús (Lc 24), ni a los siete a
los que se aparece en el lago (Jn 21).
Y a las
mujeres las saluda en Mt con una fórmula distinta: «alegraos».
- ¿Por
qué repite tres veces «paz a vosotros» en este pasaje?
Viene a
la mente las palabras pronunciadas por Jesús en la última cena: «La paz os
dejo, os doy mi paz, y no como la da el mundo. No os turbéis ni os acobardéis»
(Jn 14,27). En estos momentos tan duros para los discípulos, el saludo de Jesús
les desea y comunica esa paz que él mantuvo durante toda su vida y
especialmente durante su pasión.
3. Las manos, el costado, las pruebas y la fe. Los relatos
de apariciones pretenden demostrar la realidad física de Jesús resucitado, y
para ello usan recursos muy distintos. Las mujeres le abrazan los pies (Mt),
María Magdalena intenta abrazarlo (Jn); los de Emaús caminan, charlan con él y
lo ven partir el pan; según Lucas, cuando se aparece a los discípulos les
muestra las manos y los pies, les ofrece la posibilidad de palparlo para dejar
claro que no es un fantasma, y come delante de ellos un trozo de pescado. En la
misma línea, aquí muestra las manos y el costado, y a Tomás le dice que meta en
ellos el dedo y la mano. Es el argumento supremo para demostrar la realidad
física de la resurrección. Curiosamente se encuentra en el evangelio de Jn, que
es el mayor enemigo de las pruebas física y de los milagros para fundamentar la
fe. Como si Juan se hubiera puesto al nivel de los evangelios sinópticos para
terminar diciendo: «Dichosos los que crean sin haber visto».
4. La alegría de los discípulos. Es interesante el contraste con lo
que cuenta Lucas: en este evangelio, cuando Jesús se aparece, los discípulos
«se asustaron y, despavoridos, pensaban que era un fantasma»; más tarde, la
alegría va acompañada de asombro. Son reacciones muy lógicas. En cambio, Juan
sólo habla de alegría. Así se cumple la promesa de Jesús durante la última cena:
«Vosotros ahora estáis tristes; pero os volveré a visitar y os llenaréis de
alegría, y nadie os la quitará» (Jn 16,22). Todos los otros sentimientos no
cuentan.
5. La misión. Con diferentes fórmulas, todos los evangelios hablan de la misión que Jesús
resucitado encomienda a los discípulos. En este caso tiene una connotación
especial: «Como el Padre me ha enviado, así os envío yo». No se trata
simplemente de continuar la tarea. Lo que continúa es una cadena que se remonta
hasta el Padre.
6. El don de Espíritu Santo y el perdón. Mc y Mt no dicen nada de este don
y Lucas lo reserva para el día de Pentecostés. El cuarto evangelio lo sitúa en
este momento, vinculándolo con el poder de perdonar o retener los pecados.
¿Cómo debemos interpretar este poder? No parece que se refiera a la confesión
sacramental, que es una práctica posterior. En todos los otros evangelios, la
misión de los discípulos está estrechamente relacionada con el bautismo. Parece
que en Juan el perdonar o retener los pecados tiene el sentido de admitir o no
admitir al bautismo, dependiendo de la preparación y disposición del que lo
solicita.
“Dichosos los que crean a pesar de lo que ven”
En este pasaje del evangelio se da un importante cambio en los destinatarios.
En la primera parte, Jesús se dirige a los once: a ellos les saluda con la paz,
a ellos los envía en misión y les da el Espíritu. En la segunda se dirige a
Tomás, invitándolo a no ser incrédulo. En la tercera se dirige a todos
nosotros: “Dichosos los que crean sin haber visto”.
Podríamos añadir: “Dichosos
los que crean a pesar de lo que ven”. Basta pensar en las desgracias que
ocurren a menudo en nuestro mundo, en los grandes fallos de la Iglesia, en las
luchas más o menos ocultas por el poder dentro de ella, en otros detalles
contrarios al evangelio. Para muchos, estos motivos son suficientes para
abandonar la Iglesia o incluso la fe. Conviene escuchar a Jesús, que nos dice:
“Bienaventurados los que creen a pesar de lo que ven”.
Una primera lectura
que hay que leer con atención (Hechos 5,12-16)
El evangelio ha proclamado dichosos a quienes creen sin ver. La primera
lectura habla de la dicha de ver milagros y beneficiarse de ellos. Comienza
diciendo que “los apóstoles hacían muchos
signos y prodigios en medio del pueblo”. Y termina subrayando el papel
principal de Pedro; en opinión de la gente, incluso su sombra basta para curar
a alguno. Por eso le traen enfermos hasta de los alrededores de
Jerusalén.
En una lectura rápida, parece que son estos milagros los que favorecen la
expansión de la comunidad cristiana (“crecía
el número de los que se adherían al Señor”). Sin embargo, lo que cuenta
Lucas es más sutil.
Además de los apóstoles, juega un papel capital la comunidad (“los fieles se reunían en común en el
pórtico de Salomón”). Y es a ella a la que se adhieren los nuevos
creyentes.
Los milagros de los apóstoles y de Pedro continúan la labor de Jesús, que
“pasó haciendo el bien”. Esos enfermos se benefician de ellos, pero no entran
en la comunidad cristiana.
Los que pasan a formar
parte de ella son los que ven la forma de vida de la comunidad.
En esta época de secularización, con la disminución creciente de los
cristianos, es importante recordar que el número de los creyentes depende en
gran parte del ejemplo que demos a los demás.
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