1 de MAYO – MIÉRCOLES –
2ª – SEMANA DE PASCUA – C –
Lectura del libro de los Hechos de los
apóstoles (5,17-26):
EN aquellos días, el sumo
sacerdote y todos los suyos, que integran la secta de los saduceos, en un
arrebato de celo, prendieron a los apóstoles y los metieron en la cárcel
pública. Pero, por la noche, el ángel del Señor les abrió las puertas de la
cárcel y los sacó fuera, diciéndoles:
«Marchaos
y, cuando lleguéis al templo, explicad al pueblo todas estas palabras de vida».
Entonces
ellos, al oírlo, entraron en el templo al amanecer y se pusieron a enseñar.
Llegó entre tanto el sumo sacerdote con todos los suyos, convocaron el Sanedrín
y el pleno de los ancianos de los hijos de Israel, y mandaron a la prisión para
que los trajesen.
Fueron
los guardias, no los encontraron en la cárcel, y volvieron a informar,
diciendo:
«Hemos
encontrado la prisión cerrada con toda seguridad, y a los centinelas en pie a
las puertas; pero, al abrir, no encontramos a nadie dentro».
Al
oír estas palabras, ni el jefe de la guardia del templo ni los sumos sacerdotes
atinaban a explicarse qué había pasado. Uno se presentó, avisando:
«Mirad,
los hombres que metisteis en la cárcel están en el templo, enseñando al
pueblo».
Entonces
el jefe salió con los guardias y se los trajo, sin emplear la fuerza, por miedo
a que el pueblo los apedrease.
Palabra
de Dios
Salmo:
33,2-3.4-5.6-7.8-9
R/.
Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha
Bendigo al Señor en todo
momento,
su alabanza está siempre
en mi boca;
mi alma se gloría en el
Señor:
que los humildes lo
escuchen y se alegren. R/.
Proclamad conmigo la
grandeza del Señor,
ensalcemos juntos su
nombre.
Yo consulté al Señor, y
me respondió,
me libró de todas mis
ansias. R/.
Contempladlo, y quedaréis
radiantes,
vuestro rostro no se
avergonzará.
El afligido invocó al
Señor,
él lo escuchó y lo salvó
de sus angustias. R/.
El ángel del Señor acampa
en torno a sus fieles
y los protege.
Gustad y ved qué bueno
es el Señor,
dichoso el que se acoge
a él. R/.
Lectura
del santo evangelio según san Juan (3,16-21):
TANTO amó Dios al mundo,
que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino
que tenga vida eterna.
Porque
Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo
se salve por él.
El
que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha
creído en el nombre del Unigénito de Dios.
Este
es el juicio: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a
la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra el mal detesta la
luz, y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras.
En
cambio, el que obra la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras
están hechas según Dios.
Palabra
del Señor
1.
Este evangelio toca el fondo. Jesús presenta a Dios, no solo como amor, sino
sobre todo como "exceso de amor".
Un amor tan grande, que se trata de un "padre", que quiere
tanto al mundo, que le "entregó a su Hijo único".
Un cariño así, si hablamos del cariño desde donde únicamente lo podemos
entender, la experiencia humana, eso es algo que no sucede entre seres humanos. Ningún padre entrega a su hijo a un mundo tan violento, tan cruel y peligroso como
este mundo en que vivimos.
2.
Lo peor que hemos hecho los cristianos con este Dios no ha sido "ofenderlo",
sino "deformarlo". Porque, en lugar de definirlo (en nuestros
"Credos de
Fe") como "Padre amoroso", lo hemos
definido como "Padre todopoderoso". Un "poderoso", que (en
su original griego) es el pantokrátor, el título imperial que se aplica al
"amo del mundo".
Hemos sustituido el amor por el poder.
Así lo dice el "Credo" del concilio de Nicea (a. 325) (DH 125). De
hecho, este fue el título que utilizaron los emperadores de Roma, concretamente durante el mandato de los Antoninos, cuando hombres tan absolutistas
como Nerón o Domiciano se hicieron adorar como dioses (Pierre Grimal).
Yo no creo en el "emperador del
Imperio". Creo en el Padre que nos explicó
Jesús.
3.
El Padre, que presenta Jesús en el Evangelio, es el Padre que no hace
diferencias entre buenos y malos (Mt 5, 45
par).
Es el Padre que quiere tanto al
"hijo perdido", que lo espera impaciente. Y cuando lo ve venir, corre
hacia él, no sea que (por ser un canalla) se lo vayan a linchar. Y lo abraza y lo
besa. Y le organiza un banquete de fiesta (Lc 15, 11-32).
Es el Dios que se identifica con cada
ser humano. De forma que el mandato
final de Jesús es que "os améis unos a otros, como yo os he
querido... En esto se conocerá que sois discípulos míos"
(Jn 13, 34-35).
Aquí ya, desaparece Dios, solo queda
el amor al ser humano. Con el ser humano se identifica Dios.
SAN JOSE OBRERO
El 1 de mayo
la Iglesia celebra la Fiesta de San José Obrero, patrono de los
trabajadores, fecha que coincide con el Día Mundial del Trabajo. Esta
celebración litúrgica fue instituida en 1955 por el Siervo de Dios, Papa Pío
XII, ante un grupo de obreros reunidos en la Plaza de San Pedro en el Vaticano.
El Santo
Padre pidió en esa oportunidad que “el humilde obrero de Nazaret, además de
encarnar delante de Dios y de la Iglesia la dignidad del obrero manual sea
también el próvido guardián de vosotros y de vuestras familias”.
Pío XII quiso
que el Santo Custodio de la Sagrada Familia, “sea para todos los obreros del
mundo, especial protector ante Dios, y escudo para tutela y defensa en las
penalidades y en los riesgos del trabajo”.
Por su parte,
San Juan Pablo II en su encíclica a los trabajadores “Laborem exercens” destacó
que “mediante el trabajo el hombre no sólo transforma la naturaleza adaptándola
a las propias necesidades, sino que se realiza a sí mismo como hombre, es más,
en un cierto sentido ‘se hace más hombre’”.
Posteriormente,
en el Jubileo de los Trabajadores en el 2000, el Papa de la Familia dijo:
“Queridos trabajadores, empresarios, cooperadores, agentes financieros y
comerciantes, unid vuestros brazos, vuestra mente y vuestro corazón para
contribuir a construir una sociedad que respete al hombre y su trabajo”.
“El hombre
vale más por lo que es que por lo que tiene. Cuanto se realiza al servicio de
una justicia mayor, de una fraternidad más vasta y de un orden más humano en
las relaciones sociales, cuenta más que cualquier tipo de progreso en el campo
técnico”, añadió”.
Se
cristianizó una fiesta que había sido hasta el momento la ocasión anual del
trabajador para manifestar sus reivindicaciones, su descontento y hasta sus
anhelos. Fácilmente en las grandes ciudades se observaba un paro general y con
no menos frecuencia se podían observar las consecuencias sociales que llevan
consigo la envidia, el odio y las bajas pasiones repetidamente soliviantadas
por los agitadores de turno. En nuestro occidente se aprovechaba también ese
momento para lanzar reiteradas calumnias contra la Iglesia que era presentada
como fuerza aliada con el capitalismo y consecuentemente como el enemigo de los
trabajadores.
Fue después
de la época de la industrialización cuando toma cuerpo la fiesta del trabajo.
Las grandes masas obreras han salido perjudicadas con el cambio y aparecen
extensas masas de proletarios. También hay otros elementos que ayudan a echar
leña al fuego del odio: la propaganda socialista-comunista de la lucha de
clases.
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