16 de ABRIL –
MARTES SANTO – C –
Lectura
del libro de Isaías (49,1-6):
Escuchadme, islas;
atended, pueblos lejanos: El Señor me llamó desde el vientre materno, de las
entrañas de mi madre, y pronunció mi nombre. Hizo de mi boca una espada
afilada, me escondió en la sombra de su mano; me hizo flecha bruñida, me guardó
en su aljaba y me dijo:
- «Tú
eres mi siervo, Israel, por medio de ti me glorificaré».
Y
yo pensaba:
«En
vano me he cansado, en viento y en nada he gastado mis fuerzas». En realidad,
el Señor defendía mi causa, mi recompensa la custodiaba Dios. Y ahora dice el
Señor, el que me formó desde el vientre como siervo suyo, para que le
devolviese a Jacob, para que le reuniera a Israel; he sido glorificado a los
ojos de Dios. Y mi Dios era mi fuerza:
-
«Es poco que seas mi siervo para restablecer las tribus de Jacob y traer de
vuelta a los supervivientes de Israel. Te hago luz de las naciones, para que mi
salvación alcance hasta el confín de la tierra».
Palabra
de Dios
Salmo:
70,1-2.3-4a.5-6ab.15.17
R/. Mi
boca contará tu salvación, Señor
A ti, Señor, me acojo:
no quede yo derrotado
para siempre;
tú que eres justo,
líbrame y ponme a salvo,
inclina a mí tu oído, y
sálvame. R.
Sé tú mi roca de refugio,
el alcázar donde me
salve,
porque mi peña y mi
alcázar eres tú.
Dios mío, líbrame de la
mano perversa. R.
Porque tú, Señor, fuiste
mi esperanza
y mi confianza, Señor,
desde mi juventud.
En el vientre materno ya
me apoyaba en ti,
en el seno tú me
sostenías. R.
Mi boca contará tu
justicia,
y todo el día tu
salvación.
Dios mío, me instruiste
desde mi juventud,
y hasta hoy relato tus
maravillas. R.
Lectura
del santo evangelio según san Juan (13,21-33.36-38):
En aquel tiempo, estando
Jesús a la mesa con sus discípulos, se turbó en su espíritu y dio testimonio
diciendo:
-
«En verdad, en verdad os digo: uno de vosotros me va a entregar».
Los
discípulos se miraron unos a otros perplejos, por no saber de quién lo decía.
Uno
de ellos, el que Jesús amaba, estaba reclinado a la mesa en el seno de Jesús.
Simón Pedro le hizo señas para que averiguase por quién lo decía.
Entonces
él, apoyándose en el pecho de Jesús, le preguntó:
-
«Señor, ¿quién es?».
Le
contestó Jesús:
-
«Aquel a quien yo le dé este trozo de pan untado».
Y,
untando el pan, se lo dio a Judas, hijo de Simón el Iscariote.
Detrás del pan, entró en
él Satanás.
Entonces
Jesús le dijo:
-
«Lo que vas a hacer, hazlo pronto».
Ninguno
de los comensales entendió a qué se refería. Como Judas guardaba la bolsa,
algunos suponían que Jesús le encargaba comprar lo necesario para la fiesta o
dar algo a los pobres. Judas, después de tomar el pan, salió inmediatamente.
Era de noche.
Cuando
salió, dijo Jesús:
-
«Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios
es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo
glorificará. Hijitos, me queda poco de estar con vosotros. Me buscaréis, pero
lo que dije a los judíos os lo digo ahora a vosotros:
"Donde
yo voy, vosotros no podéis ir"»
Simón
Pedro le dijo:
-
«Señor, ¿a dónde vas?».
Jesús
le respondió:
-
«Adonde yo voy no me puedes seguir ahora, me seguirás más tarde».
Pedro
replicó:
-
«Señor, ¿por qué no puedo seguirte ahora? Daré mi vida por ti».
Jesús
le contestó:
-
«¿Con que darás tu vida por mí? En verdad, en verdad te digo: no cantará el
gallo antes de que me hayas negado tres veces».
Palabra
del Señor
1.
Jesús dijo lo que se relata, en este evangelio, en la última cena. O
sea, en la
cena de despedida. Y además de despedida
definitiva.
Jesús dijo que ya nunca más cenaría
con sus discípulos en este mundo (Mt 26, 29 par).
Era un momento dramático en extremo. Pues bien, fue en aquel momento precisamente
cuando Jesús reveló a quienes estaban allí, cenando con él, hechos
estremecedores.
Dos de aquellos hombres, sus
compañeros más íntimos, que estaban a la misma mesa, allí con él, le iban a
traicionar.
Uno (Judas), vendiéndole por ganarse
unas monedas. El otro (Pedro), por cobardía, cuando tendría que dar la cara por
defender a Jesús. Es decir, Jesús sabía que estaba cenando con dos traidores:
un egoísta y un cobarde.
2.
En cualquier caso, no es fácil saber con seguridad por qué se produjo
aquella traición. Y el abandono final de todos (Mc 14, 50). Lo más probable es
que aquellos dos hombres actuaron con tremendas dudas y oscuridades interiores.
Judas terminó suicidándose (Mt 27, 3-10; Hech 1, 18-19) y Pedro lloró
amargamente aquella misma noche (Mt
26, 75 par).
Lo que no es seguro es que Judas (por el apodo
de "Iscariote") perteneciera a los "sicarios" o
revolucionarios violentos, como defendió Oscar Cullmann.
Tampoco es seguro que el que llevaba un
machete (con el que le cortó la oreja a un tal Malco), por eso se justifique su
afiliación a la violencia revolucionaria de los galileos.
Sea lo que fuere de todo esto, lo que
parece más probable es que Judas y Pedro, cuando se convencieron de que Jesús
se entregaba sin oponer resistencia, eso era seguramente el indicador más
probable de que no era el Mesías que ellos
esperaban y querían.
- ¿Qué nos indica esto?
3.
Aquella noche y en aquella cena, se enfrentaron dos proyectos radicalmente
opuestos. Si el Mesías era el Salvador,
Judas y Pedro probablemente pensaban
que la "salvación" tenía que venir mediante la resistencia, la
lucha, el enfrentamiento.
En definitiva, una salvación conquistada
por la eficacia de la violencia. Jesús, por el contrario, pensaba que la
"salvación" de este mundo solo puede venir mediante la bondad, la
tolerancia, el aguante, el amor y la paz.
Aquí, por tanto, nos encontramos con
el proyecto de los violentos, frente al proyecto de Jesús en el Evangelio.
El proyecto de los "poderosos",
que salvan dominando, frente al proyecto de los "esclavos", que
salvan sirviendo.
Es justamente lo que Jesús les había
dicho a los Zebedeos cuando pretendieron los primeros puestos (Mt 20, 25-28; Mc
10, 42-46 a; Lc 22, 25-26).
Es el problema que sigue sin resolver
en la Iglesia: un bloque importante del clero, que apetece el poder, frente al
papa Francisco, que se solidariza con los últimos de este mundo y su manera de
ser y vivir.
Santa Engracia
En Zaragoza
ciudad, santa Engracia, virgen y mártir, que sufrió duros suplicios, quedándole
las llagas como testimonio de su martirio (s. IV).
Vida de Santa
Engracia
Habían proliferado los cristianos
en el Imperio al amparo de la menor presión de las leyes en tiempo de Galieno.
Los había en el campo y más en las ciudades, se les conoce en el foro, se les
ve entre los esclavos, en el ejército y en los mercados. Han contribuido otras
causas a desparramar la fe de Cristo entre las gentes: el aburrimiento del
culto a los vanos dioses paganos, el testimonio que dieron los mártires y que
muchos vieron, la transmisión boca a boca de los creyentes y el buen ejemplo.
Diocleciano ha conseguido la
unidad territorial, política y administrativa; quiere unificar también la
religión y para ello debe hacer sucumbir la religión de Cristo frente a la del
Estado. Da cuatro edictos al respecto y elige cuidadosamente a las personas que
sean capaces de hacerlos cumplir. Daciano será quien siembre el territorio de
España, bajando desde el noreste hasta el centro, con semillas de cristianos.
Engracia es la joven novia
graciosa que viaja desde Braccara, en Galecia, hasta el Rosellón, en Francia, para
reunirse con su amado. Dieciocho caballeros de la casa y familia la acompañan y
le dan cortejo. Al llegar a Zaragoza y enterarse de las atrocidades que está
haciendo el prefecto romano, se presenta espontáneamente ante Daciano para
echarle en cara la crueldad, injusticia e insensatez con que trata a sus
hermanos. Termina martirizada, con la ofrenda de su vida y la de sus
compañeros.
Las actas del martirio -¡qué pena
sean del siglo VII , tan tardías, y por ello con poco valor histórico!-
describen los hechos martiriales con el esquema propio a que nos tienen
acostumbrados en el que es difícil atreverse a separar qué cosa responde a la
realidad y qué es producto imaginativo consecuencia de la piedad de los
cristianos. El diálogo entre la frágil doncella y el cruel mandatario aparece
duro y claro; ella emplea razonamientos plenos de humanidad y firmes en la fe
con los que asegura la injusticia cometida -hoy se invocarían los derechos
humanos-, la existencia de un Dios único a quien sirve, la necedad de los dioses
paganos y la disposición a sufrir hasta el fin por el Amado; él utiliza los
recursos del castigo, la amenaza, la promesa y el regalo. En resumen, la
pormenorizada y prolija descripción del tormento de la joven cuenta que primero
es azotada luego sufre los horrores de ser atada a un caballo y arrastrada, le
rajan el cuerpo con garfios, llegan a cortarle los pechos y le meten en su
cuerpo un clavo; para que más sufra, no la rematan, la abandonan casi muerta
sometida al indecible sufrimiento por las heridas hasta que muere. Los
dieciocho acompañantes fueron degollados a las afueras de la ciudad.
Un siglo más tarde del glorioso
lance cantó Prudencio en su Peristephanon las glorias de los innumerables
mártires cesaraugustanos, nombró a los dieciocho sacrificados y a la joven
virgen Engracia, invitando al pueblo a postrarse ante sus túmulos sagrados.
Engracia es la figura de la
mártir que el pueblo, siempre sensible a la grandeza, ha sabido mirar con
simpatía, la ha dorado con el mimo del agradecimiento, la bendice por su
valentía, la compadece por sus sufrimientos y quisiera imitarla en su
fidelidad.
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