lunes, 15 de abril de 2019

Párate un momento: El Evangelio del dia 16 de ABRIL – MARTES SANTO – C – Santa Engracia




16 de ABRIL –
MARTES SANTO – C –

Lectura del libro de Isaías (49,1-6):

Escuchadme, islas; atended, pueblos lejanos: El Señor me llamó desde el vientre materno, de las entrañas de mi madre, y pronunció mi nombre. Hizo de mi boca una espada afilada, me escondió en la sombra de su mano; me hizo flecha bruñida, me guardó en su aljaba y me dijo:
    - «Tú eres mi siervo, Israel, por medio de ti me glorificaré».
Y yo pensaba:
«En vano me he cansado, en viento y en nada he gastado mis fuerzas». En realidad, el Señor defendía mi causa, mi recompensa la custodiaba Dios. Y ahora dice el Señor, el que me formó desde el vientre como siervo suyo, para que le devolviese a Jacob, para que le reuniera a Israel; he sido glorificado a los ojos de Dios. Y mi Dios era mi fuerza:
- «Es poco que seas mi siervo para restablecer las tribus de Jacob y traer de vuelta a los supervivientes de Israel. Te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra».

Palabra de Dios

Salmo: 70,1-2.3-4a.5-6ab.15.17

R/. Mi boca contará tu salvación, Señor

A ti, Señor, me acojo:
no quede yo derrotado para siempre;
tú que eres justo, líbrame y ponme a salvo,
inclina a mí tu oído, y sálvame. R.

Sé tú mi roca de refugio,
el alcázar donde me salve,
porque mi peña y mi alcázar eres tú.
Dios mío, líbrame de la mano perversa. R.

Porque tú, Señor, fuiste mi esperanza
y mi confianza, Señor, desde mi juventud.
En el vientre materno ya me apoyaba en ti,
en el seno tú me sostenías. R.

Mi boca contará tu justicia,
y todo el día tu salvación.
Dios mío, me instruiste desde mi juventud,
y hasta hoy relato tus maravillas. R.

Lectura del santo evangelio según san Juan (13,21-33.36-38):

En aquel tiempo, estando Jesús a la mesa con sus discípulos, se turbó en su espíritu y dio testimonio diciendo:
- «En verdad, en verdad os digo: uno de vosotros me va a entregar».
Los discípulos se miraron unos a otros perplejos, por no saber de quién lo decía.
Uno de ellos, el que Jesús amaba, estaba reclinado a la mesa en el seno de Jesús. Simón Pedro le hizo señas para que averiguase por quién lo decía.
Entonces él, apoyándose en el pecho de Jesús, le preguntó:
- «Señor, ¿quién es?».
Le contestó Jesús:
- «Aquel a quien yo le dé este trozo de pan untado».
Y, untando el pan, se lo dio a Judas, hijo de Simón el Iscariote.
Detrás del pan, entró en él Satanás.
Entonces Jesús le dijo:
- «Lo que vas a hacer, hazlo pronto».
Ninguno de los comensales entendió a qué se refería. Como Judas guardaba la bolsa, algunos suponían que Jesús le encargaba comprar lo necesario para la fiesta o dar algo a los pobres. Judas, después de tomar el pan, salió inmediatamente. Era de noche.
Cuando salió, dijo Jesús:
- «Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará. Hijitos, me queda poco de estar con vosotros. Me buscaréis, pero lo que dije a los judíos os lo digo ahora a vosotros:
"Donde yo voy, vosotros no podéis ir"»
Simón Pedro le dijo:
- «Señor, ¿a dónde vas?».
Jesús le respondió:
- «Adonde yo voy no me puedes seguir ahora, me seguirás más tarde».
Pedro replicó:
- «Señor, ¿por qué no puedo seguirte ahora? Daré mi vida por ti».
Jesús le contestó:
- «¿Con que darás tu vida por mí? En verdad, en verdad te digo: no cantará el gallo antes de que me hayas negado tres veces».

Palabra del Señor

1.  Jesús dijo lo que se relata, en este evangelio, en la última cena. O sea, en la
cena de despedida. Y además de despedida definitiva.
Jesús dijo que ya nunca más cenaría con sus discípulos en este mundo (Mt 26, 29 par).
Era un momento dramático en extremo.  Pues bien, fue en aquel momento precisamente cuando Jesús reveló a quienes estaban allí, cenando con él, hechos estremecedores. 
Dos de aquellos hombres, sus compañeros más íntimos, que estaban a la misma mesa, allí con él, le iban a traicionar.
Uno (Judas), vendiéndole por ganarse unas monedas. El otro (Pedro), por cobardía, cuando tendría que dar la cara por defender a Jesús. Es decir, Jesús sabía que estaba cenando con dos traidores: un egoísta y un cobarde.

2.  En cualquier caso, no es fácil saber con seguridad por qué se produjo aquella traición. Y el abandono final de todos (Mc 14, 50). Lo más probable es que aquellos dos hombres actuaron con tremendas dudas y oscuridades interiores. Judas terminó suicidándose (Mt 27, 3-10; Hech 1, 18-19) y Pedro lloró amargamente    aquella misma noche (Mt 26, 75 par).
 Lo que no es seguro es que Judas (por el apodo de "Iscariote") perteneciera a los "sicarios" o revolucionarios violentos, como defendió Oscar Cullmann.
Tampoco es seguro que el que llevaba un machete (con el que le cortó la oreja a un tal Malco), por eso se justifique su afiliación a la violencia revolucionaria de los galileos.
Sea lo que fuere de todo esto, lo que parece más probable es que Judas y Pedro, cuando se convencieron de que Jesús se entregaba sin oponer resistencia, eso era seguramente el indicador más probable de que no era el Mesías que ellos
esperaban y querían.
- ¿Qué nos indica esto?

3.  Aquella noche y en aquella cena, se enfrentaron dos proyectos radicalmente opuestos.  Si el Mesías era el Salvador, Judas y Pedro probablemente pensaban   que la "salvación" tenía que venir mediante la resistencia, la lucha, el enfrentamiento.
En definitiva, una salvación conquistada por la eficacia de la violencia. Jesús, por el contrario, pensaba que la "salvación" de este mundo solo puede venir mediante la bondad, la tolerancia, el aguante, el amor y la paz.
Aquí, por tanto, nos encontramos con el proyecto de los violentos, frente al proyecto de Jesús en el Evangelio.
El proyecto de los "poderosos", que salvan dominando, frente al proyecto de los "esclavos", que salvan sirviendo.
Es justamente lo que Jesús les había dicho a los Zebedeos cuando pretendieron los primeros puestos (Mt 20, 25-28; Mc 10, 42-46 a; Lc 22, 25-26).
Es el problema que sigue sin resolver en la Iglesia: un bloque importante del clero, que apetece el poder, frente al papa Francisco, que se solidariza con los últimos de este mundo y su manera de ser y vivir.

Santa Engracia



En Zaragoza ciudad, santa Engracia, virgen y mártir, que sufrió duros suplicios, quedándole las llagas como testimonio de su martirio (s. IV).

Vida de Santa Engracia

Habían proliferado los cristianos en el Imperio al amparo de la menor presión de las leyes en tiempo de Galieno. Los había en el campo y más en las ciudades, se les conoce en el foro, se les ve entre los esclavos, en el ejército y en los mercados. Han contribuido otras causas a desparramar la fe de Cristo entre las gentes: el aburrimiento del culto a los vanos dioses paganos, el testimonio que dieron los mártires y que muchos vieron, la transmisión boca a boca de los creyentes y el buen ejemplo.

Diocleciano ha conseguido la unidad territorial, política y administrativa; quiere unificar también la religión y para ello debe hacer sucumbir la religión de Cristo frente a la del Estado. Da cuatro edictos al respecto y elige cuidadosamente a las personas que sean capaces de hacerlos cumplir. Daciano será quien siembre el territorio de España, bajando desde el noreste hasta el centro, con semillas de cristianos.
Engracia es la joven novia graciosa que viaja desde Braccara, en Galecia, hasta el Rosellón, en Francia, para reunirse con su amado. Dieciocho caballeros de la casa y familia la acompañan y le dan cortejo. Al llegar a Zaragoza y enterarse de las atrocidades que está haciendo el prefecto romano, se presenta espontáneamente ante Daciano para echarle en cara la crueldad, injusticia e insensatez con que trata a sus hermanos. Termina martirizada, con la ofrenda de su vida y la de sus compañeros.
Las actas del martirio -¡qué pena sean del siglo VII , tan tardías, y por ello con poco valor histórico!- describen los hechos martiriales con el esquema propio a que nos tienen acostumbrados en el que es difícil atreverse a separar qué cosa responde a la realidad y qué es producto imaginativo consecuencia de la piedad de los cristianos. El diálogo entre la frágil doncella y el cruel mandatario aparece duro y claro; ella emplea razonamientos plenos de humanidad y firmes en la fe con los que asegura la injusticia cometida -hoy se invocarían los derechos humanos-, la existencia de un Dios único a quien sirve, la necedad de los dioses paganos y la disposición a sufrir hasta el fin por el Amado; él utiliza los recursos del castigo, la amenaza, la promesa y el regalo. En resumen, la pormenorizada y prolija descripción del tormento de la joven cuenta que primero es azotada luego sufre los horrores de ser atada a un caballo y arrastrada, le rajan el cuerpo con garfios, llegan a cortarle los pechos y le meten en su cuerpo un clavo; para que más sufra, no la rematan, la abandonan casi muerta sometida al indecible sufrimiento por las heridas hasta que muere. Los dieciocho acompañantes fueron degollados a las afueras de la ciudad.
Un siglo más tarde del glorioso lance cantó Prudencio en su Peristephanon las glorias de los innumerables mártires cesaraugustanos, nombró a los dieciocho sacrificados y a la joven virgen Engracia, invitando al pueblo a postrarse ante sus túmulos sagrados.
Engracia es la figura de la mártir que el pueblo, siempre sensible a la grandeza, ha sabido mirar con simpatía, la ha dorado con el mimo del agradecimiento, la bendice por su valentía, la compadece por sus sufrimientos y quisiera imitarla en su fidelidad.

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