14 de ABRIL –
DOMINGO DE RAMOS – C –
Comienza la Semana Santa.
Lectura del libro de Isaías 50, 4-7
El Señor Dios me ha dado una lengua de
discípulo; para saber decir al abatido una palabra de aliento. Cada
mañana me espabila el oído, para que escuche como los discípulos. El
Señor Dios me abrió el oído; yo no resistí ni me eché atrás.
Ofrecí la espalda a los que me
golpeaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no escondí el rostro ante
ultrajes ni salivazos. El Señor me ayuda, por eso no sentía los ultrajes;
por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado.
SALMO RESPONSORIAL 21, 8-9. 17-18a.
19-20. 23-24
R. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
abandonado?
· Al verme, se burlan de mí, hacen visajes,
menean la cabeza: «Acudió al Señor, que lo ponga a salvo; que lo libre si tanto
lo quiere». R.
· Me acorrala una jauría de mastines, me
cerca una banda de malhechores; me taladran las manos y los pies, puedo contar
mis huesos. R.
· Se reparten mi ropa, echan a suertes mi
túnica. Pero tú, Señor, no te quedes lejos; fuerza mía, ven corriendo a ayudarme. R.
· Contaré tu fama a mis hermanos, en medio
de la asamblea te alabaré. «Los que teméis al Señor, alabadlo; linaje de Jacob,
glorificadlo; temedlo, linaje de Israel». R.
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses 2, 6-11
Cristo Jesús, siendo de condición divina,
no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo
tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres. Y así,
reconocido como hombre por su presencia, se humilló a sí mismo, hecho obediente
hasta la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó sobre todo
y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre; de modo que al nombre de Jesús toda
rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.
Pasión de nuestro Señor Jesucristo
Lectura del santo Evangelio según san
Lucas 22, 1-49
En aquel tiempo, los ancianos del pueblo,
con los jefes de los sacerdotes y los escribas llevaron a Jesús a presencia de
Pilato. No encuentro ninguna culpa en este hombre
C. Y se pusieron a acusarlo diciendo
S. «Hemos encontrado que este anda amotinando
a nuestra nación, y oponiéndose a que se paguen tributos al César, y diciendo
que él es el Mesías rey».
C. Pilatos le preguntó:
S. «¿Eres tú el rey de los judíos?».
C. Él le responde:
+ «Tú lo dices».
C. Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la gente:
S. «No encuentro ninguna culpa en este
hombre».
C. Toda la muchedumbre que había concurrido a
este espectáculo, al ver las cosas que habían ocurrido, se volvía dándose
golpes de pecho. Todos sus conocidos y las mujeres que lo habían seguido desde
Galilea se mantenían a distancia, viendo todo esto.
C. Pero ellos insistían con más fuerza,
diciendo:
S. «Solivianta al pueblo enseñando por toda
Judea, desde que comenzó en Galilea hasta llegar aquí».
C. Pilato, al oírlo, preguntó si el hombre
era galileo; y, al enterarse de que era de la jurisdicción de Herodes, que
estaba precisamente en Jerusalén por aquellos días, se lo remitió. Herodes, con
sus soldados, lo trató con desprecio
C. Herodes, al ver a Jesús, se puso muy
contento, pues hacía bastante tiempo que deseaba verlo, porque oía hablar de él
y esperaba verle hacer algún milagro. Le hacía muchas preguntas con abundante
verborrea; pero él no le contestó nada.
Estaban allí los sumos sacerdotes y los
escribas acusándolo con ahínco. Herodes, con sus soldados, lo trató con
desprecio y, después de burlarse de él, poniéndole una vestidura blanca, se lo remitió
a Pilato.
Aquel mismo día se hicieron amigos entre
sí Herodes y Pilato, porque antes estaban enemistados entre sí. Pilato entregó
a Jesús a su voluntad
C. Pilato, después de convocar a los sumos
sacerdotes, a los magistrados y al pueblo, les dijo:
S. «Me habéis traído a este hombre como
agitador del pueblo; y resulta que yo lo he interrogado delante de vosotros y
no he encontrado en este hombre ninguna de las culpas de que lo acusáis; pero
tampoco Herodes, porque nos lo ha devuelto: ya veis que no ha hecho nada digno
de muerte. Así que le daré un escarmiento y lo soltaré».
C. Ellos vociferaron en masa:
S. «¡Quita de en medio a ese! Suéltanos a
Barrabás».
C. Este había sido metido en la cárcel por
una revuelta acaecida en la ciudad y un homicidio. Pilato volvió a dirigirles
la palabra queriendo soltar a Jesús, pero ellos seguían gritando:
S. «¡Crucifícalo, crucifícalo!».
C. Por tercera vez les dijo:
S. «Pues ¿qué mal ha hecho este? No he
encontrado en él ninguna culpa que merezca la muerte. Así que le daré un
escarmiento y lo soltaré».
C. Pero ellos se le echaban encima, pidiendo
a gritos que lo crucificara; e iba creciendo su griterío. Pilato entonces
sentenció que se realizara lo que pedían: soltó al que le reclamaban (al que
había metido en la cárcel por revuelta y homicidio), y a Jesús se lo entregó a
su voluntad. Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí
C. Mientras lo conducían, echaron mano de un
cierto Simón de Cirene, que volvía del campo, y le cargaron la cruz, para que
la llevase detrás de Jesús. Lo seguía un gran gentío del pueblo, y de mujeres
que se golpeaban el pecho y lanzaban lamentos por él. Jesús se volvió hacia
ellas y les dijo:
+ «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras
y por vuestros hijos, porque mirad que vienen días en los que dirán:
“Bienaventuradas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los
pechos que no han criado”. Entonces empezarán a decirles a los montes: “Caed
sobre nosotros”, y a las colinas: “Cubridnos”; porque, si esto hacen con el
leño verde, ¿qué harán con el seco?».
C. Conducían también a otros dos malhechores
para ajusticiarlos con él. Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen
C. Y cuando llegaron al lugar llamado «La
Calavera», lo crucificaron allí, a él y a los malhechores, uno a la derecha y
otro a la izquierda. Jesús decía:
+ «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen».
C. Hicieron lotes con sus ropas y los echaron
a suerte. Este es el rey de los judíos
C. El pueblo estaba mirando, pero los
magistrados le hacían muecas diciendo:
S. «A otros ha salvado; que se salve a sí
mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido».
C. Se burlaban de él también los soldados,
que se acercaban y le ofrecían vinagre, diciendo:
S. «Si eres tú el rey de los judíos, sálvate
a ti mismo».
C. Había también por encima de él un letrero:
«Este es el rey de los judíos».
C. Uno de los malhechores crucificados lo
insultaba diciendo:
S. «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo
y a nosotros».
C. Pero el otro, respondiéndole e
increpándolo, le decía:
S. «¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en
la misma condena? Nosotros, en verdad, lo estamos justamente, porque recibimos
el justo pago de lo que hicimos; en cambio, este no ha hecho nada».
C. Y decía: S. «Jesús, acuérdate de mí cuando
llegues a tu reino».
C. Jesús le dijo:
+ «En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso».
C. Era ya como la hora sexta, y vinieron las
tinieblas sobre toda la tierra, hasta la hora nona, porque se oscureció el sol.
El velo del templo se rasgó por medio. Y Jesús, clamando con voz potente, dijo:
+ «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu».
C. Y, dicho esto, expiró.
(Todos se arrodillan, y se hace una
pausa)
C. El centurión, al ver lo ocurrido, daba
gloria a Dios diciendo:
S. «Realmente, este hombre era justo».
¿QUÉ HACE DIOS EN UNA CRUZ?
1 . Según el relato evangélico, los que
pasaban ante Jesús crucificado sobre la colina del Gólgota se burlaban de él y,
riéndose de su impotencia, le decían: «Si eres Hijo de Dios, bájate de
la cruz». Jesús no responde a la provocación. Su respuesta es un
silencio cargado de misterio.
Precisamente porque es Hijo de Dios
permanecerá en la cruz hasta su muerte.
Las preguntas son inevitables:
- ¿Cómo es posible creer en un Dios
crucificado por los hombres?
- ¿Nos damos cuenta de lo que estamos
diciendo?
- ¿Qué hace Dios en una cruz?
- ¿Cómo puede subsistir una religión
fundada en una concepción tan absurda de Dios?
2 . Un "Dios crucificado"
constituye una revolución y un escándalo que nos obliga a cuestionar todas las
ideas que los humanos nos hacemos de un Dios al que supuestamente conocemos.
El Crucificado no tiene el rostro ni los
rasgos que las religiones atribuyen al Ser Supremo.
El "Dios crucificado" no es un
ser omnipotente y majestuoso, inmutable y feliz, ajeno al sufrimiento de los
humanos, sino un Dios impotente y humillado que sufre con nosotros el dolor, la
angustia y hasta la misma muerte.
Con la Cruz, o termina nuestra fe en Dios,
o nos abrimos a una comprensión nueva y sorprendente de un Dios que, encarnado
en nuestro sufrimiento, nos ama de manera increíble.
Ante el Crucificado empezamos a intuir que
Dios, en su último misterio, es alguien que sufre con nosotros. Nuestra
miseria le afecta. Nuestro sufrimiento le salpica. No existe un Dios
cuya vida transcurre, por decirlo así, al margen de nuestras penas, lágrimas y
desgracias. Él está en todos los Calvarios de nuestro mundo.
Este "Dios crucificado" no
permite una fe frívola y egoísta en un Dios omnipotente al servicio de nuestros
caprichos y pretensiones. Este Dios nos pone mirando hacia el
sufrimiento, el abandono y el desamparo de tantas víctimas de la injusticia y
de las desgracias. Con este Dios nos encontramos cuando nos acercamos al
sufrimiento de cualquier crucificado.
3. Los cristianos seguimos dando toda
clase de rodeos para no toparnos con el "Dios crucificado". Hemos
aprendido, incluso, a levantar nuestra mirada hacia la Cruz del Señor,
desviándola de los crucificados que están ante nuestros ojos. Sin embargo, la
manera más auténtica de celebrar la Pasión del Señor es reavivar nuestra
compasión. Sin esto, se diluye nuestra fe en el "Dios
crucificado" y se abre la puerta a toda clase de manipulaciones. Que
nuestro beso al Crucificado nos ponga siempre mirando hacia quienes, cerca o
lejos de nosotros, viven sufriendo.
Estos días de Semana Santa podemos mirar a
Jesús Crucificado.
- ¿Qué sientes al verle sufrir a Él?
Él sabe muy bien lo que es estar mal y lo
que es sentirse impotente. Él te está acompañando de cerca, también ahora,
cuando sufres. Él está siempre acompañando a los que sufren.
Rezamos desde dentro a nuestro Dios
crucificado:
Señor, confío en ti, tú estás sufriendo
conmigo. Yo no sé cuándo, no sé cómo, pero un día conoceré la paz contigo y
conoceré, por fin, la Vida definitiva contigo, Cristo ya, resucitado.
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