18 DE MARZO - JUEVES –
4ª – SEMANA DE CUARESMA - B
SAN CIRILO DE
JERUSALEN, Obispo y Doctor
Lectura del libro del Éxodo (32,7-14):
En aquellos
días, el Señor dijo a Moisés:
«Anda, baja de la montaña, que se ha
pervertido tu pueblo, el que tú sacaste de Egipto. Pronto se han desviado del
camino que yo les había señalado. Se han hecho un becerro de metal, se postran
ante él, le ofrecen sacrificios y proclaman:
“Este es tu Dios, Israel, el que te sacó
de Egipto”».
Y el Señor añadió a Moisés:
«Veo que este pueblo es un pueblo de
dura cerviz. Por eso, déjame: mi ira se va a encender contra ellos hasta
consumirlos. Y de ti haré un gran pueblo».
Entonces Moisés suplicó al Señor, su Dios:
«¿Por qué, Señor, se va a encender tu
ira contra tu pueblo, que tú sacaste de Egipto, con gran poder y mano robusta?
- ¿Por qué han de decir los egipcios: “Con mala intención los sacó, para
hacerlos morir en las montañas y exterminarlos de la superficie de la tierra”?
Aleja el incendio de tu ira,
arrepiéntete de la amenaza contra tu pueblo. Acuérdate de tus siervos, Abrahán,
Isaac e Israel, a quienes juraste por ti mismo: “Multiplicaré vuestra
descendencia como las estrellas del cielo, y toda esta tierra de que he hablado
se la daré a vuestra descendencia para que la posea por siempre”».
Entonces se arrepintió el Señor de la
amenaza que había pronunciado contra su pueblo.
Palabra de Dios
Salmo: 105,19-20.21-22.23
R/. Acuérdate de mí, Señor, por amor a tu
pueblo
En Horeb se hicieron un becerro,
adoraron un ídolo de fundición;
cambiaron su gloria por la imagen
de un toro que come hierba. R/.
Se olvidaron de Dios, su salvador,
que había hecho prodigios en Egipto,
maravillas en la tierra de Cam,
portentos junto al mar Rojo. R/.
Dios hablaba ya de aniquilarlos;
pero Moisés, su elegido,
se puso en la brecha frente a él,
para apartar su cólera del exterminio. R/.
Lectura del santo evangelio según san Juan
(5,31-47):
En aquel
tiempo, Jesús dijo a los judíos:
«Si yo doy testimonio de mí mismo, mi
testimonio no es verdadero. Hay otro que da testimonio de mí, y sé que es
verdadero el testimonio que da de mí.
Vosotros enviasteis mensajeros a Juan, y
él ha dado testimonio en favor de la verdad. No es que yo dependa del
testimonio de un hombre; si digo esto es para que vosotros os salvéis. Juan era
la lámpara que ardía y brillaba, y vosotros quisisteis gozar un instante de su
luz.
Pero el testimonio que yo tengo es mayor
que el de Juan: las obras que el Padre me ha concedido llevar a cabo, esas
obras que hago dan testimonio de mí: que el Padre me ha enviado.
Y el Padre que me envió, él mismo ha
dado testimonio de mí. Nunca habéis escuchado su voz, ni visto su rostro, y su
palabra no habita en vosotros, porque al que él envió no lo creéis.
Estudiáis las Escrituras pensando
encontrar en ellas vida eterna; pues ellas están dando testimonio de mí, ¡y no
queréis venir a mí para tener vida! No recibo gloria de los hombres; además, os
conozco y sé que el amor de Dios no está en vosotros.
Yo he venido en nombre de mi Padre, y no me recibisteis; si otro viene en
nombre propio, a ese sí lo recibiréis.
¿Cómo podréis creer vosotros, que
aceptáis gloria unos de otros y no buscáis la gloria que viene del único Dios?
No penséis que yo os voy a acusar ante
el Padre, hay uno que os acusa: Moisés, en quien tenéis vuestra esperanza. Si
creyerais a Moisés, me creeríais a mí, porque de mí escribió él. Pero, si no
creéis en sus escritos, ¿cómo vais a creer en mis palabras?».
Palabra del Señor
1. Por causa de la violación
del precepto religioso de la observancia del sábado, que Jesús quebrantó al
curar al paralítico de la piscina, el ataque violento de los dirigentes de la religión, con
intención incluso de matarlo (Jn 5,18), motivó a Jesús a defenderse y
justificar lo que hacía y por qué lo hacía.
El problema estaba en que, tanto en el mundo
judío como en el grecorromano, se daba por sentado que, en caso de litigio o
conflicto, una persona implicada en tal enfrentamiento no podía dar testimonio
en favor de sí misma (Jn 5, 31). Así consta ya por el Deut 19, 15; 17, 6. Y lo
mismo viene a decir F Josefo (Ant. IV, 219; cf. Billerbeck II, 522) (J.
Zumstein).
Era enseñanza común desde Homero
hasta Cicerón, con toda seguridad.
2. - ¿En qué y en quién se basaba el
testimonio que justificaba el hecho de
quebrantar lo que mandaba la inquebrantable voluntad de Dios, expresada en
la ley? - ¿Con qué autoridad quebrantaba Jesús lo mandado por Dios
para la observancia del sábado?
Es la pregunta que se plantea en todas
las curaciones que Jesús hizo en sábado, en el día de la semana que estaba
prohibido curar enfermos. Se trata, en el fondo, de la misma
pregunta que Jesús hizo cuando curó al manco de la sinagoga: - ¿qué está
permitido hacer en sábado? - ¿El bien, o el mal? - ¿Dar vida o
matar? (Mc 3, 4).
En el fondo, era la pregunta tremenda:
- ¿qué es lo primero y lo más importante: la "observancia de la
religión" o la "felicidad de la vida"?
Es la pregunta eterna, que se repite,
una y otra vez, en toda la vida y en todos los conflictos de Jesús con los
dirigentes de la religión.
3. La respuesta de Jesús es
clara y tajante: si no creéis en mí, creed en mis
"obras". Las "obras" (tá érga) de Jesús fueron su
"conducta" en favor de los
enfermos, en defensa de la vida (Jn 4, 34; 17, 4; 5, 20. 36; 9, 3 s; 10,
25. 32. 37 s;
14, 10-12) (R. Heiligenthal).
Es una pena y un dolor que los
"hombres de Iglesia" no podamos dar esta misma respuesta tantas y
tantas veces: "si no creéis en nosotros, ahí está lo que hacemos". O
sea, fijaos en nuestra conducta: damos vida, nos jugamos la vida, por defender
y dignificar la vida.
- ¿Por qué el papa Francisco tiene tanta
credibilidad en todo el mundo? Porque se ha puesto de parte de la vida de quienes
apenas pueden vivir.
El día que todos los curas puedan decir:
Si no creéis en mí, creed en mis obras, ese día el Evangelio se habrá hecho
vida y dará vida al mundo.
SAN CIRILO DE
JERUSALEN, Obispo y Doctor
Cirilo nació en Jerusalén alrededor del
año 315. Sin que se sepa mucho más de su niñez, se le conoce como monje
dedicado al estudio de la Sagrada Escritura y a la vida de oración y
penitencia. Alrededor de sus treinta años se ordenó sacerdote; pronto pasó a
ser obispo de Jerusalén, a la muerte de san Máximo, su predecesor; fue amigo de
Hilario de Poitiers en Seleucia y de Atanasio. También san Jerónimo habla de
él, pero con datos no excesivamente conformes con la historia.
Le tocó vivir en
una de las épocas más difíciles de la historia de la Iglesia. Justo las de las
controversias cristológicas en torno a la divinidad de Jesucristo. Se hacía
cada vez más necesario llegar a fórmulas que precisaran los conceptos que se
discutían; y esto no siempre se hizo en clima de seriedad científica, ni con
espíritu apostólico buscando el bien de los cristianos. Se enredaron unos y
otros en la controversia, poniendo excesivo énfasis en la defensa de los
prestigios personales, tantas veces enmarañados con el afán de poder y de
influencia; subieron de tono las envidias, los odios y rencores con evidente
falta de respeto a la caridad, a la dignidad de las personas, a la veneración a
los pastores. No fue precisamente una etapa que pueda presentarse como modélica
y ejemplar en los comportamientos. Hubo santos como Cirilo y herejes también.
Los apasionamientos hicieron que el estilo no fuera irreprochable.
Sus primeros años
de obispo jerosolimitano fueron de una actividad intensa constatada por Basilio
en Grande, que describe el estado floreciente de aquella Iglesia cuando la
visitó, en el 357.
Después de un
decenio de paz, comenzó para Cirilo un verdadero calvario. Se vio envuelto en
una controversia con el metropolita de Cesarea, llamado Acacio. Era la disputa
por la jurisdicción entre las dos sedes; pero aquello desembocó en una lucha
doctrinal. Por medio estaba el pasado concilio de Nicea, y del mismo modo que
Cirilo era incondicional al concilio, Acacio era enemigo acérrimo. Vinieron
sínodos y apelaciones al emperador Constancio y el empleo de la fuerza; el
resultado fue que Cirilo tiene que salir a su primer destierro camino de
Antioquía. La recuperó en el año 362, siendo ya emperador Juliano el Apóstata;
las tensiones entre Cesarea y Jerusalén volvieron a ponerse de manifiesto a la
muerte de Acacio por el hecho de nombrar Cirilo un sucesor legítimo que no
aceptaron los arrianos; así que, en el 367, comenzó un nuevo destierro, esta
vez por once años. Al subir Graciano al Imperio pudo regresar Cirilo a su sede
jerosolimitana, a finales del 378, para intentar poner en su sitio las piedras
rotas por tanta desunión y herejía, procurando que la diócesis y sus fieles
recuperaran el antiguo fervor.
Murió el peregrino
errante en el año 386, después de haber conseguido pacificar algo las
turbulencias y conseguir la unión con la Iglesia de algunos grupos separados.
Los sufrimientos
no solo fueron físicos, sino también morales; en el apasionamiento de las
peleas y diatribas no faltó quien le tachó de arriano, viendo en algunos actos
de su prudencia concesiones a la galería de los separados; pero Cirilo se
mostró siempre como defensor sin fisura de la fe que profesaba la Iglesia de
Roma y estuvo incondicionalmente unido a ella.
Y eso que tenía un espíritu pacífico y conciliador, más amigo de enseñar que
de polemizar. Su mejor elogio es el permanente odio de los arrianos, que en
todo tiempo vieron en él un enemigo implacable.
Nombrado doctor de
la Iglesia en 1882 por su enseñanza firme y constante, sin concesiones, con
toda la precisión terminológica que cabía esperar en un catequista más que en
un teólogo. Sus escritos son principalmente catequesis –obras maestras en su
género– y pertenecen al primer período de paz en su sede de Jerusalén: una
exposición sencilla y pastoral de la fe cristiana. Caben distinguirse las
Catequesis que predicó a sus fieles de Jerusalén en la Cuaresma del año 384;
unas, concretamente dieciocho, las dirigió a los catecúmenos, en la basílica de
la Resurrección –esa que construyó Constantino sobre el lugar donde estuvo el
sepulcro del Señor– y los temas desarrollados versan sobre el pecado, la
penitencia y el bautismo, con algunos comentarios sistemáticos sobre los
diversos artículos del Símbolo; otras –las que se llaman Mistagógicas– las
predicó en la capilla del Santo Sepulcro, durante la semana de Pascua de ese
mismo año y las dirigió a los neófitos –cristianos recién bautizados–,
explicándoles las ceremonias del bautismo, e instruyéndoles sobre la Eucaristía
y la liturgia de la Iglesia.
Quien piense que
la historia de la Teología y de la Liturgia se ha escrito por maniáticos que
ocuparon sendos despachos bien montados se equivoca; detrás de cada tratado o
de cada disposición cultual hay toda una complicada trama forjada con la vida
de hombres que decidieron ser fieles a los datos revelados, aunque eso les
llevara a soportar las mayores penalidades.
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