miércoles, 17 de marzo de 2021

Párate un momento: El Evangelio del dia 18 DE MARZO - JUEVES – 4ª – SEMANA DE CUARESMA - B SAN CIRILO DE JERUSALEN, Obispo y Doctor

 

 


       18 DE MARZO - JUEVES –

4ª – SEMANA DE CUARESMA - B

SAN CIRILO DE JERUSALEN, Obispo y Doctor

 

Lectura del libro del Éxodo (32,7-14):

 

En aquellos días, el Señor dijo a Moisés:

«Anda, baja de la montaña, que se ha pervertido tu pueblo, el que tú sacaste de Egipto. Pronto se han desviado del camino que yo les había señalado. Se han hecho un becerro de metal, se postran ante él, le ofrecen sacrificios y proclaman:

“Este es tu Dios, Israel, el que te sacó de Egipto”».

Y el Señor añadió a Moisés:

«Veo que este pueblo es un pueblo de dura cerviz. Por eso, déjame: mi ira se va a encender contra ellos hasta consumirlos. Y de ti haré un gran pueblo».

Entonces Moisés suplicó al Señor, su Dios:

«¿Por qué, Señor, se va a encender tu ira contra tu pueblo, que tú sacaste de Egipto, con gran poder y mano robusta? - ¿Por qué han de decir los egipcios: “Con mala intención los sacó, para hacerlos morir en las montañas y exterminarlos de la superficie de la tierra”?

Aleja el incendio de tu ira, arrepiéntete de la amenaza contra tu pueblo. Acuérdate de tus siervos, Abrahán, Isaac e Israel, a quienes juraste por ti mismo: “Multiplicaré vuestra descendencia como las estrellas del cielo, y toda esta tierra de que he hablado se la daré a vuestra descendencia para que la posea por siempre”».

Entonces se arrepintió el Señor de la amenaza que había pronunciado contra su pueblo.

 

Palabra de Dios

 

Salmo: 105,19-20.21-22.23

 

R/. Acuérdate de mí, Señor, por amor a tu pueblo

 

 En Horeb se hicieron un becerro,

adoraron un ídolo de fundición;

cambiaron su gloria por la imagen

de un toro que come hierba. R/.

 Se olvidaron de Dios, su salvador,

que había hecho prodigios en Egipto,

maravillas en la tierra de Cam,

portentos junto al mar Rojo. R/.

 Dios hablaba ya de aniquilarlos;

pero Moisés, su elegido,

se puso en la brecha frente a él,

para apartar su cólera del exterminio. R/.

 

Lectura del santo evangelio según san Juan (5,31-47):

 

En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos:

«Si yo doy testimonio de mí mismo, mi testimonio no es verdadero. Hay otro que da testimonio de mí, y sé que es verdadero el testimonio que da de mí.

Vosotros enviasteis mensajeros a Juan, y él ha dado testimonio en favor de la verdad. No es que yo dependa del testimonio de un hombre; si digo esto es para que vosotros os salvéis. Juan era la lámpara que ardía y brillaba, y vosotros quisisteis gozar un instante de su luz.

Pero el testimonio que yo tengo es mayor que el de Juan: las obras que el Padre me ha concedido llevar a cabo, esas obras que hago dan testimonio de mí: que el Padre me ha enviado.

Y el Padre que me envió, él mismo ha dado testimonio de mí. Nunca habéis escuchado su voz, ni visto su rostro, y su palabra no habita en vosotros, porque al que él envió no lo creéis.

Estudiáis las Escrituras pensando encontrar en ellas vida eterna; pues ellas están dando testimonio de mí, ¡y no queréis venir a mí para tener vida! No recibo gloria de los hombres; además, os conozco y sé que el amor de Dios no está en vosotros.

Yo he venido en nombre de mi Padre, y no me recibisteis; si otro viene en nombre propio, a ese sí lo recibiréis.

¿Cómo podréis creer vosotros, que aceptáis gloria unos de otros y no buscáis la gloria que viene del único Dios?

No penséis que yo os voy a acusar ante el Padre, hay uno que os acusa: Moisés, en quien tenéis vuestra esperanza. Si creyerais a Moisés, me creeríais a mí, porque de mí escribió él. Pero, si no creéis en sus escritos, ¿cómo vais a creer en mis palabras?».

 

Palabra del Señor

 

1.  Por causa de la violación del precepto religioso de la observancia del sábado, que Jesús quebrantó al curar al paralítico de la piscina, el ataque violento     de los dirigentes de la religión, con intención incluso de matarlo (Jn 5,18), motivó a Jesús a defenderse y justificar lo que hacía y por qué lo hacía.

El problema estaba en que, tanto en el mundo judío como en el grecorromano, se daba por sentado que, en caso de litigio o conflicto, una persona implicada en tal enfrentamiento no podía dar testimonio en favor de sí misma (Jn 5, 31). Así consta ya por el Deut 19, 15; 17, 6. Y lo mismo viene a decir F Josefo (Ant. IV, 219; cf. Billerbeck II, 522) (J. Zumstein).

Era enseñanza común desde Homero

hasta Cicerón, con toda seguridad.

 

2. - ¿En qué y en quién se basaba el testimonio que justificaba el hecho de

quebrantar lo que mandaba la inquebrantable voluntad de Dios, expresada en la ley?  - ¿Con qué autoridad quebrantaba Jesús lo mandado por Dios para la observancia del sábado?

Es la pregunta que se plantea en todas las curaciones que Jesús hizo en sábado, en el día de la semana que estaba prohibido curar enfermos.  Se trata, en el fondo, de la misma pregunta que Jesús hizo cuando curó al manco de la sinagoga: - ¿qué está permitido hacer en sábado?  - ¿El bien, o el mal? - ¿Dar vida o matar? (Mc 3, 4).

En el fondo, era la pregunta tremenda:

 - ¿qué es lo primero y lo más importante: la "observancia de la religión" o la "felicidad de la vida"?

Es la pregunta eterna, que se repite, una y otra vez, en toda la vida y en todos los conflictos de Jesús con los dirigentes de la religión.

 

3.  La respuesta de Jesús es clara y tajante: si no creéis en mí, creed en mis

"obras". Las "obras" (tá érga) de Jesús fueron su "conducta" en favor de los

enfermos, en defensa de la vida (Jn 4, 34; 17, 4; 5, 20. 36; 9, 3 s; 10, 25. 32. 37 s;

14, 10-12) (R. Heiligenthal).

Es una pena y un dolor que los "hombres de Iglesia" no podamos dar esta misma respuesta tantas y tantas veces: "si no creéis en nosotros, ahí está lo que hacemos". O sea, fijaos en nuestra conducta: damos vida, nos jugamos la vida, por defender y dignificar la vida.

- ¿Por qué el papa Francisco tiene tanta credibilidad en todo el mundo? Porque se ha puesto de parte de la vida de quienes apenas pueden vivir.

El día que todos los curas puedan decir: Si no creéis en mí, creed en mis obras, ese día el Evangelio se habrá hecho vida y dará vida al mundo.

 

SAN CIRILO DE JERUSALEN, Obispo y Doctor

 


 

Cirilo nació en Jerusalén alrededor del año 315. Sin que se sepa mucho más de su niñez, se le conoce como monje dedicado al estudio de la Sagrada Escritura y a la vida de oración y penitencia. Alrededor de sus treinta años se ordenó sacerdote; pronto pasó a ser obispo de Jerusalén, a la muerte de san Máximo, su predecesor; fue amigo de Hilario de Poitiers en Seleucia y de Atanasio. También san Jerónimo habla de él, pero con datos no excesivamente conformes con la historia.

 

Le tocó vivir en una de las épocas más difíciles de la historia de la Iglesia. Justo las de las controversias cristológicas en torno a la divinidad de Jesucristo. Se hacía cada vez más necesario llegar a fórmulas que precisaran los conceptos que se discutían; y esto no siempre se hizo en clima de seriedad científica, ni con espíritu apostólico buscando el bien de los cristianos. Se enredaron unos y otros en la controversia, poniendo excesivo énfasis en la defensa de los prestigios personales, tantas veces enmarañados con el afán de poder y de influencia; subieron de tono las envidias, los odios y rencores con evidente falta de respeto a la caridad, a la dignidad de las personas, a la veneración a los pastores. No fue precisamente una etapa que pueda presentarse como modélica y ejemplar en los comportamientos. Hubo santos como Cirilo y herejes también. Los apasionamientos hicieron que el estilo no fuera irreprochable.

Sus primeros años de obispo jerosolimitano fueron de una actividad intensa constatada por Basilio en Grande, que describe el estado floreciente de aquella Iglesia cuando la visitó, en el 357.

Después de un decenio de paz, comenzó para Cirilo un verdadero calvario. Se vio envuelto en una controversia con el metropolita de Cesarea, llamado Acacio. Era la disputa por la jurisdicción entre las dos sedes; pero aquello desembocó en una lucha doctrinal. Por medio estaba el pasado concilio de Nicea, y del mismo modo que Cirilo era incondicional al concilio, Acacio era enemigo acérrimo. Vinieron sínodos y apelaciones al emperador Constancio y el empleo de la fuerza; el resultado fue que Cirilo tiene que salir a su primer destierro camino de Antioquía. La recuperó en el año 362, siendo ya emperador Juliano el Apóstata; las tensiones entre Cesarea y Jerusalén volvieron a ponerse de manifiesto a la muerte de Acacio por el hecho de nombrar Cirilo un sucesor legítimo que no aceptaron los arrianos; así que, en el 367, comenzó un nuevo destierro, esta vez por once años. Al subir Graciano al Imperio pudo regresar Cirilo a su sede jerosolimitana, a finales del 378, para intentar poner en su sitio las piedras rotas por tanta desunión y herejía, procurando que la diócesis y sus fieles recuperaran el antiguo fervor.

Murió el peregrino errante en el año 386, después de haber conseguido pacificar algo las turbulencias y conseguir la unión con la Iglesia de algunos grupos separados.

Los sufrimientos no solo fueron físicos, sino también morales; en el apasionamiento de las peleas y diatribas no faltó quien le tachó de arriano, viendo en algunos actos de su prudencia concesiones a la galería de los separados; pero Cirilo se mostró siempre como defensor sin fisura de la fe que profesaba la Iglesia de Roma y estuvo incondicionalmente unido a ella.

eso que tenía un espíritu pacífico y conciliador, más amigo de enseñar que de polemizar. Su mejor elogio es el permanente odio de los arrianos, que en todo tiempo vieron en él un enemigo implacable.

Nombrado doctor de la Iglesia en 1882 por su enseñanza firme y constante, sin concesiones, con toda la precisión terminológica que cabía esperar en un catequista más que en un teólogo. Sus escritos son principalmente catequesis –obras maestras en su género– y pertenecen al primer período de paz en su sede de Jerusalén: una exposición sencilla y pastoral de la fe cristiana. Caben distinguirse las Catequesis que predicó a sus fieles de Jerusalén en la Cuaresma del año 384; unas, concretamente dieciocho, las dirigió a los catecúmenos, en la basílica de la Resurrección –esa que construyó Constantino sobre el lugar donde estuvo el sepulcro del Señor– y los temas desarrollados versan sobre el pecado, la penitencia y el bautismo, con algunos comentarios sistemáticos sobre los diversos artículos del Símbolo; otras –las que se llaman Mistagógicas– las predicó en la capilla del Santo Sepulcro, durante la semana de Pascua de ese mismo año y las dirigió a los neófitos –cristianos recién bautizados–, explicándoles las ceremonias del bautismo, e instruyéndoles sobre la Eucaristía y la liturgia de la Iglesia.

 

Quien piense que la historia de la Teología y de la Liturgia se ha escrito por maniáticos que ocuparon sendos despachos bien montados se equivoca; detrás de cada tratado o de cada disposición cultual hay toda una complicada trama forjada con la vida de hombres que decidieron ser fieles a los datos revelados, aunque eso les llevara a soportar las mayores penalidades.

 


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