30 DE MARZO
–MARTES SANTO–
SAN JUAN CLIMACO
Lectura del libro de Isaías (49,1-6):
Escuchadme,
islas; atended, pueblos lejanos:
El Señor me llamó desde el vientre
materno, de las entrañas de mi madre, y pronunció mi nombre. Hizo de mi boca
una espada afilada, me escondió en la sombra de su mano; me hizo flecha
bruñida, me guardó en su aljaba y me dijo:
- «Tú eres mi siervo, Israel, por medio
de ti me glorificaré».
Y yo pensaba: «En vano me he cansado, en viento y en nada he gastado mis
fuerzas». En realidad el Señor defendía mi causa, mi recompensa la custodiaba
Dios. Y ahora dice el Señor, el que me formó desde el vientre como siervo suyo,
para que le devolvise a Jacob, para que le reuniera a Israel; he sido
glorificado a los ojos de Dios. Y mi Dios era mi fuerza:
- «Es poco que seas mi siervo para
restablecer las tribus de Jacob y traer de vuelta a los supervivientes de
Israel. Te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el
confín de la tierra».
Palabra de Dios
Salmo: 70,1-2.3-4a.5-6ab.15.17
R/. Mi boca contará tu salvación, Señor
A ti,
Señor, me acojo:
no quede yo derrotado para siempre;
tú que eres justo, líbrame y ponme a salvo,
inclina a mí tu oído, y sálvame. R.
Sé tú mi roca
de refugio,
el alcázar donde me salve,
porque mi peña y mi alcázar eres tú.
Dios mío, líbrame de la mano perversa. R.
Porque tú,
Señor, fuiste mi esperanza
y mi confianza, Señor, desde mi juventud. R.
En el vientre
materno ya me apoyaba en ti,
en el seno tú me sostenías. R.
Mi boca
contará tu justicia,
y todo el día tu salvación.
Dios mío, me instruiste desde mi juventud,
y hasta hoy relato tus maravillas. R.
Lectura del santo evangelio según san Juan
(13,21-33.36-38):
En aquel
tiempo, estando Jesús a la mesa con sus discípulos, se turbó en su espíritu y
dio testimonio diciendo:
- «En verdad, en verdad os digo: uno de
vosotros me va a entregar».
Los discípulos se miraron unos a otros
perplejos, por no saber de quién lo decía.
Uno de ellos, el que Jesús amaba, estaba
reclinado a la mesa en el seno de Jesús. Simón Pedro le hizo señas para que
averiguase por quién lo decía.
Entonces él, apoyándose en el pecho de
Jesús, le preguntó:
- «Señor, ¿quién es?».
Le contestó Jesús:
- «Aquel a quien yo le dé este trozo de
pan untado».
Y, untando el pan, se lo dio a Judas,
hijo de Simón el Iscariote.
Detrás del pan, entró en él Satanás.
Entonces Jesús le dijo:
- «Lo que vas hacer, hazlo pronto».
Ninguno de los comensales entendió a qué
se refería. Como Judas guardaba la bolsa, algunos suponían que Jesús le
encargaba comprar lo necesario para la fiesta o dar algo a los pobres. Judas,
después de tomar el pan, salió inmediatamente. Era de noche.
Cuando salió, dijo Jesús:
- «Ahora es glorificado el Hijo del
hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios
lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará. Hijitos, me queda poco de
estar con vosotros. Me buscaréis, pero lo que dije a los judíos os lo digo
ahora a vosotros:
"Donde yo voy, vosotros no podéis
ir"»
Simón Pedro le dijo:
- «Señor, ¿a dónde vas?».
Jesús le respondió:
- «Adonde yo voy no me puedes seguir
ahora, me seguirás más tarde».
Pedro replicó:
- «Señor, ¿por qué no puedo seguirte
ahora? Daré mi vida por ti».
Jesús le contestó:
- «¿Con que darás tu vida por mí? En
verdad, en verdad te digo: no cantará el gallo antes de que me hayas negado
tres veces».
Palabra del Señor
1. Este relato resulta más
impresionante cuando se recuerda que esto sucedió en la cena de despedida,
precisamente cuando Jesús iba a entrar en la agonía del miedo a la muerte, en
Getsemaní, en el dolor de la traición, y con la seguridad de que le esperaba el
juicio, la condena y la ejecución con que, en el Imperio, se castigaba a los
peores delincuentes.
El evangelio de Juan, al difundir lo que
allí sucedió, puso en evidencia el contraste —incluso la contradicción— entre
la Iglesia y el Evangelio.
En la Iglesia, preocupa mucho la
"imagen pública" de sus dirigentes (Papa, obispos, sacerdotes...).
Por eso, la Iglesia oculta tantas cosas. No sea que, si la gente se entera, se
dañe la buena imagen del clero.
La Iglesia tapa y esconde asuntos de
dinero, manejos de poder, ambiciones disimuladas, rivalidades vergonzosas, por
no hablar de los conocidos escándalos relacionados con el sexo...
2. El Evangelio no oculta
cosas que ahora, sin duda, se habrían ocultado. Los evangelios, sin embargo,
nos informan de las terribles miserias de los primeros apóstoles: el
"ecónomo", Judas, que (por codicia de dinero) fue un traidor. Y el
primer eslabón del "papado", Pedro, que (por cobarde) negó a Jesús y
renegó de su fe, cuando más tenía que confesarla. Nada de esto se oculta. Se
cuenta tal como ocurrió.
De Pedro, se nos informa que se opuso a
Jesús y este le llamó "Satanás" (Mc 8, 32-33 par); que le faltó la fe
hasta hundirse delante de Jesús (Mt 14, 29-31 par); como sabemos que entre los
apóstoles hubo rivalidades y apetencias de estar los primeros, situaciones que
Jesús tuvo que cortar en seco (Mc 10, 35-45 par; Mt 18, 1-5 par; Lc 22, 24-27).
3. Los evangelistas pensaban
que, en la vida, es más importante la "transparencia" que la
"buena apariencia".
Cuando en un grupo humano o en una
institución se le da más importancia al "parecer" que al
"ser", ese grupo pierde toda credibilidad y, por tanto, carece de
autoridad.
Nunca nos tenemos que avergonzar de lo
que somos y cómo somos.
SAN JUAN CLIMACO
Abad, año 649
Clímaco
significa: escala para subir al cielo.
El
apellido de este santo proviene de un libro famoso que él escribió y que llegó
a ser inmensamente popular y sumamente leído en la Edad Media. El nombre de tal
libro era "Escalera para subir al cielo". Y eso mismo en griego se
dice "Clímaco".
San
Juan Clímaco nació en Palestina y se formó leyendo los libros de San Gregorio
Nazanceno y de San Basilio. A los 16 años se fue de monje al Monte Sinaí.
Después de cuatro años de preparación fue admitido como religioso. El mismo
narraba después que en sus primeros años hubo dos factores que le ayudaron
mucho a progresar en el camino de la perfección. El primero: no dedicar tiempo
a conversaciones inútiles, y el segundo: haber encontrado un director
espiritual santo y sabio que le ayudó a reconocer los obstáculos y peligros que
se oponían a su santidad. De su director aprendió a no discutir jamás con
nadie, y a no llevarle jamás la contraria a ninguno, si lo que el otro decía no
iba contra la Ley de Dios o la moral cristiana.
Pasó
40 años dedicado a la meditación de la Biblia, a la oración, y a algunos
trabajos manuales. Y llegó a ser uno de los más grandes sabios sobre la Biblia
de Oriente, pero ocultaba su sabiduría y en todo aparecía como un sencillo
monje más, igual a todos los otros. En lo que sí aparecía distinto era en su
desprendimiento total de todo afecto por el comer y el beber. Sus ayunos eran
continuos y los demás decían que pareciera como si el comer y el beber más bien
le produjera disgusto que alegría. Era su penitencia, ayunar, ayunar siempre.
Su
oración más frecuente era el pedir perdón a Dios por los propios pecados y por
los pecados de la demás gente. Los que lo veían rezar afirmaban que sus ojos
parecían dos aljibes de lágrimas. Lloraba frecuentemente al pensar en lo mucho
que todos ofendemos cada día a Nuestro Señor. Y de vez en cuando se entraba a
una cueva a rezar y allí se le oía gritar: ¡Perdón, Señor piedad. No nos
castigues como merecen nuestros pecados. Jesús misericordioso tened compasión
de nosotros los pobres pecadores! Las piedras retumbaban con sus gritos al
pedir perdón por todos.
El
principal don que Dios le concedió fue el ser un gran director espiritual. Al
principio de su vida de monje, varios compañeros lo criticaban diciéndole que
perdía demasiado tiempo dando consejos a los demás. Que eso era hablar más de
la cuenta. Juan creyó que aquello era un caritativo consejo y se impuso la
penitencia de estarse un año sin hablar nada ni dar ningún consejo. Pero al
final de aquel año se reunieron todos los monjes de la comunidad y le pidieron
que por amor a Dios y al prójimo siguiera dando dirección espiritual, porque el
gran regalo que Dios le había concedido era el de saber dirigir muy bien las
almas. Y empezó de nuevo a aconsejar. Las gentes que lo visitaban en el Monte
Sinaí decían de él: "Así como Moisés cuando subió al Monte a orar bajó
luego hacia sus compañeros con el rostro totalmente iluminado, así este santo
monje después de que va a orar a Dios viene a nosotros lleno de iluminaciones
del cielo para dirigirnos hacia la santidad".
El
superior del convento le pidió que pusiera por escrito los remedios que él daba
a la gente para obtener la santidad. Y fue entonces cuando escribió el famoso
libro del cual le vino luego su apellido: "Clímaco", o Escalera para
subir al cielo. Se compone de 30 capítulos, que enseñan los treinta grados para
ir subiendo en santidad hasta llegar a la perfección. El primer peldaño o la
primera escalera es cumplir aquello que dijo Jesús: "Quien desea ser mi
discípulo tiene que negarse a sí mismo". El primer escalón es llevarse la
contraria a sí mismo, mortificarse en algo cada día. El segundo es tratar de
recobrar la blancura del alma pidiendo muchas veces perdón a Dios por pecados
cometidos, el tercero es el plan o propósito de enmendarse y cambiar de vida.
Los últimos tres, los peldaños superiores, son practicar la Fe, la Esperanza y
la Caridad. Todo el libro está ilustrado con muchas frases hermosas y con
agradables ejemplos que lo hacen muy agradable.
A San
Juan Clímaco le concedió Dios otro gran regalo y fue el de lograr llevar la paz
a muchísimas almas angustiadas y llenas de preocupaciones. Llegaban personas
desesperadas a causa de terribles tentaciones y él les decía: "Oremos
porque los malos espíritus se alejan con la oración". Y después de
dedicarse a rezar por varios minutos en su compañía aquella persona sentía una
paz y una tranquilidad que antes no había experimentado nunca. El santo decía a
la gente: "Así como los israelitas quizás no habrían logrado atravesar el
desierto si no hubieran sido guiados por Moisés, así muchas almas no logran llegar
a la santidad si no tienen un director espiritual que los guíe". Y él fue
ese guía providencial para millares de personas por 40 años.
Un
joven que era dirigido espiritualmente por San Juan Clímaco, estaba durmiendo
junto a una gran roca, a muchos kilómetros del santo, cuando oyó que este lo
llamaba y le decía: "Aléjese de ahí". El otro despertó y salió
corriendo, y en ese momento se desplomó la roca, de tal manera que lo habría
aplastado si se hubiera quedado allí.
En
un año en el que por muchos meses no caía una gota de agua y las cosechas se
perdían y los animales se morían de sed, las gentes fueron a donde nuestro
santo a rogarle que le pidiera a Dios para que enviara las lluvias. El subió al
Monte Sinaí a orar y Dios respondió enviando abundantes lluvias.
Era
tal la fama que tenían las oraciones de San Juan Clímaco, que el mismo Papa San
Gregorio le escribió pidiéndole que lo encomendara en sus oraciones y le envió
colchones y camas para que pudiera hospedar a los peregrinos que iban a pedirle
dirección espiritual.
Cuando
ya tenía más de 70 años, los monjes lo eligieron Abad o Superior del monasterio
del Monte Sinaí y ejerció su cargo con satisfacción y provecho espiritual de
todos. Cuando sintió que la muerte se acercaba renunció al cargo de superior y
se dedicó por completo a preparar su viaje a la eternidad. Y al cumplir los 80
años murió santamente en su monasterio del Monte Sinaí. Jorge, su discípulo
predilecto, le pidió llorando: "Padre, lléveme en su compañía al
cielo". El oró y le dijo: "Tu petición ha sido aceptada". Y poco
después murió Jorge también.
San
Juan Clímaco, pídele a Dios que nos envíe muchos escritores católicos que
escriban libros que lleven a la santidad, y que nos envíe muchos santos y
sabios directores espirituales como tú, que nos lleven hacia la perfección
cristiana. Amen.
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