martes, 23 de marzo de 2021

Párate un momento: El Evangelio del dia 25 DE MARZO - JUEVES – 5ª – SEMANA DE CUARESMA – B LA ANUNCIACIÓN DEL SEÑOR (SOLEMNIDAD)

 

 

 


25 DE MARZO - JUEVES –

5ª – SEMANA DE CUARESMA – B

LA ANUNCIACIÓN DEL SEÑOR

(SOLEMNIDAD)

 

Lectura del libro de Isaías (7,10-14;8,10):

 

En aquel tiempo, el Señor habló a Acaz:

«Pide una señal al Señor, tu Dios: en lo hondo del abismo o en lo alto del cielo.»

Respondió Acaz:

«No la pido, no quiero tentar al Señor.»

Entonces dijo Dios:

 «Escucha, casa de David: ¿No os basta cansar a los hombres, que cansáis incluso a mi Dios? Pues el Señor, por su cuenta, os dará una señal: Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa "Dios-con-nosotros".»

 

Palabra de Dios

 

Salmo: 39,7-8a.8b-9.10.11

 

R/. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad

 

Tú no quieres sacrificios ni ofrendas,

y, en cambio, me abriste el oído;

no pides sacrificio expiatorio,

entonces yo digo: «Aquí estoy.» R/.

 

«Como está escrito en mi libro

para hacer tu voluntad.»

Dios mío, lo quiero,

y llevo tu ley en las entrañas. R/.

 

He proclamado tu salvación

ante la gran asamblea;

no he cerrado los labios:

Señor, tú lo sabes. R/.

 

No me he guardado en el pecho tu defensa,

he contado tu fidelidad y tu salvación,

no he negado tu misericordia

y tu lealtad ante la gran asamblea. R/.

 

Lectura de la carta a los Hebreos (10,4-10):

 

Es imposible que la sangre de los toros y de los machos cabríos quite los pecados. Por eso, cuando Cristo entró en el mundo dijo: «Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, pero me has preparado un cuerpo; no aceptas holocaustos ni víctimas expiatorias. Entonces yo dije lo que está escrito en el libro: "Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad."»

Primero dice: «No quieres ni aceptas sacrificios ni ofrendas, holocaustos ni victimas expiatorias», que se ofrecen según la Ley.

Después añade: «Aquí estoy yo para hacer tu voluntad.» Niega lo primero, para afirmar lo segundo. Y conforme a esa voluntad todos quedamos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha una vez para siempre.

 

Palabra de Dios

 

Lectura del santo evangelio según san Lucas (1,26-38):

 

A los seis meses, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María.

El ángel, entrando en su presencia, dijo:

«Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.»

Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquél.

El ángel le dijo:

«No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.»

Y María dijo al ángel:

 «¿Cómo será eso, pues no conozco a varón?»

El ángel le contestó:

«El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible.»

María contestó:

«Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.»

Y la dejó el ángel.

 

Palabra del Señor

 

1.  Lo que más importa y más interesa, en este relato y en esta festividad, no es el análisis de la narración, que hace el evangelio de Lucas. Lo importante de verdad, en este relato, es la teología que contiene. Una teología que es el eje y el centro de todo el Evangelio.

- ¿En qué está y en qué consiste ese eje y ese centro? 

En el lenguaje popular de los cristianos, eso se denomina el Misterio

de la Encarnación. Dios se encarna en las entrañas de María santísima: O Logos sarx egéneto. La Palabra (de Dios) se hizo carne (Jn 1, 14).

 

2. - ¿Qué significa esto?  - ¿Cómo hay que entenderlo?   - ¿Qué nos quiere decir?

Decir que Dios "se encarnó" es lo mismo que decir que, en Jesús, Dios se humanizó. Por tanto, se hizo visible, tangible, como es visible y tangible cualquier ser humano.  En la carta a los filipenses, el apóstol Pablo recoge y expresa esta idea con toda claridad: Él, siendo de condición divina, no se aferró a su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, haciéndose como uno de tantos (Fil 2, 6-7).

Esto es lo que sucedió en María, cuando el ángel la visitó. Y le anunció la "humanización de Dios" en ella.

 

3.  Y todo esto, ¿por qué? 

Dios es, por definición, el Trascendente. Si no fuera "trascendente", no sería Dios. Es decir, Dios no es el Infinito. Ya que el "Infinito" es lo humano sin fin, pero siempre lo humano. Dios se sitúa en un ámbito trascendente, es decir, que no está a nuestro alcance.

El Trascendente es el incomunicable.    - ¿Cómo se nos ha comunicado? 

Por medio de Jesús. Y en Jesús. Es decir, en un ser humano. Viendo a Jesús, vemos a Dios. Y en las costumbres de Jesús vemos, tocamos y aprendemos las costumbres de Dios. Y lo que quiere Dios.

En esto está la raíz y la esencia del Evangelio. En sus relatos, aprendemos

cómo es Dios y lo que Dios quiere de nosotros. En esto está la genialidad del

Evangelio. Y del cristianismo.

 

LA ANUNCIACIÓN DEL SEÑOR

 


 

Solemnidad de la Anunciación del Señor, cuando, en la ciudad de Nazaret, el ángel del Señor anunció a María: Concebirás y darás a luz un hijo, y se llamará Hijo del Altísimo.

María contestó: He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.

Y así, llegada la plenitud de los tiempos, el que era antes de los siglos el Unigénito Hijo de Dios, por nosotros los hombres y por nuestra salvación, se encarnó por obra del Espíritu Santo de María, la Virgen, y se hizo hombre.

 

ORIGEN DE ESTA FIESTA

 

Esta fiesta hunde sus raíces en los primeros siglos del cristianismo. Los Padres de la Iglesia creían, demostraban y predicaban que la Madre de Jesús era Madre de Dios. La herejía de Nestorio divulgaba que María sólo era madre de la naturaleza humana de Jesús. Contra este error herético los escritores cristianos escribieron y predicaron la verdad con el objeto de probar en su escrito y en sus múltiples homilías que en Cristo subsistía la humanidad con la divinidad. María es Madre de Dios, y no sólo Madre de Jesús.

El Concilio de Éfeso definirá la verdad de María Madre de Dios, Theotokos, aclamada por los fieles alborozados, que acompañaron a los Padres Conciliares con antorchas en la noche, a la salida del aula conciliar. La literatura aramea había desarrollado el concepto de María como segunda Eva. La virginidad y concepción virginal de María, además, era una verdad que constituía un tema importante de la doctrina cristiana, como lo testimonian - Orígenes en Contra Celsum; - Arístides en su Apología dirigida al emperador Adriano en 117, subrayando que Jesús de una virgen judía tomó y se revistió de carne, y habitó en la hija del hombre. Y la cuestión era tan importante hasta el punto de creer, según sostiene Ignacio de Antioquía en su Carta a los Efesios 19, 1 que: Al príncipe de este mundo permaneció oculta la virginidad de María, su parto y la muerte del Señor. Son estos los tres misterios, que se cumplieron en el silencio de Dios"

En el Símbolo de la Fe la Iglesia confiesa que Jesucristo descendió del cielo y se encarnó por obra del Espíritu Santo en María Virgen según el Concilio Niceno-Constantinopolitano en 381, que se ha convertido en el carnet de identidad y de ortodoxia para todas las iglesias orientales y occidentales. Si bien para llegar a esta formulación costó, pues cada iglesia tenía un formulario o Símbolo donde se expresaba brevemente, las principales verdades de la fe, pero todos hacían explícita fe en la Encarnación y la mayoría nombraban a María en su concepción virginal, algunos no nombraban al Espíritu Santo o primero se nombraba a María y después al Espíritu Santo hasta que cuajó en el actual Símbolo por obra del Espíritu Santo en María la Virgen. Estos testimonios reflejan la complejidad de las controversias dogmáticas de los primeros siglos.

 

 SAN JUAN PABLO II

 

«Una sola fuente y una sola raíz, una sola forma resplandece en el triple esplendor. ¡Allí donde brilla la profundidad del Padre, irrumpe la potencia del Hijo, sabiduría artífice del universo entero, fruto generado por el corazón paterno! Y allí relumbra la luz unificadora del Espíritu Santo». Así cantaba en el siglo V Sinesio de Cirene, celebrando, en la aurora de un nuevo día, la Trinidad divina, única en la fuente y triple en su esplendor. Esta verdad del único Dios en tres personas iguales y distintas no está relegada en los cielos; no puede ser interpretada como una especie de «teorema aritmético celeste» sin ninguna repercusión para la vida del hombre, como suponía el filósofo Kant.

 

EPIFANÍA DE LA SANTA TRINIDAD

 

La gloria de la Trinidad se hace presente en el tiempo y en el espacio y encuentra su epifanía en Jesús, en su encarnación y en su historia. Lucas escribe la concepción de Cristo a la luz de la Trinidad, según las palabras del ángel dirigidas a María en Nazaret de Galilea. En el anuncio de Gabriel, se manifiesta la presencia divina: Dios, a través de María, entrega al mundo a su Hijo: «Vas a concebir en tu seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. El será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre» (Luc 1,31).

 

EL LAZO CON LA TRINIDAD

 

En Cristo se unen el lazo filial con el Padre de los Cielos y el lazo con la madre terrena. Pero, en la Encarnación participa también el Espíritu Santo, cuya intervención produce esa generación única: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios» (Lc 1,35). Estas palabras iluminan la identidad de Cristo en relación con las Personas de la Trinidad. Es la fe de la Iglesia, que Lucas presenta ya en el tiempo de la plenitud salvífica: Cristo es el Hijo del Dios Altísimo, el Grande, el Santo, el Rey, el Eterno, cuya generación en la carne se realizó por obra del Espíritu Santo. Por eso: «Todo el que niega al Hijo tampoco posee al Padre. Quien confiesa al Hijo posee también al Padre» (1 Jn 2,23).

 

CENTRO DE NUESTRA FE

 

La Encarnación se encuentra en el centro de nuestra fe, en la que se revela la gloria de la Trinidad y su amor por los hombres: «La Palabra se hizo carne, y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria» (Jn 1,14). «Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único» (Jn 3,16). «En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene; en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él» (1 Jn 4,9). A través de estas palabras comprendemos cómo la revelación de la gloria trinitaria de la Encarnación no es una simple iluminación que rompe la tiniebla por un instante, sino una semilla de vida divina en el corazón de los hombres: «Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva.

La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre! De modo que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero por voluntad de Dios» (Gál 4,4;Rom 8,15). El Padre, el Hijo y el Espíritu están presentes y actúan en la Encarnación para que participemos en su misma vida. «Todos los hombres son llamados a esta unión con Cristo, luz del mundo, de quien procedemos, por quien vivimos y hacia quien caminamos» (LG). Y dice san Cipriano, la comunidad de los hijos de Dios es «un pueblo de la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo».

Y la Evangelium vitae, 37 dirá: Conocer a Dios y a su Hijo es acoger el misterio de la comunión de amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo en la propia vida, que ya desde ahora se abre a la vida eterna por la participación en la vida divina. Por tanto, la vida eterna es la vida misma de Dios y a la vez la vida de los hijos de Dios. Un nuevo estupor y una gratitud sin límites se apoderan necesariamente del creyente ante esta inesperada e inefable verdad que nos viene de Dios en Cristo. En este estupor y en esta acogida vital tenemos que adorar el misterio de la Santísima Trinidad, que es «el misterio central de la fe y de la vida cristiana. Es el misterio de Dios en sí mismo. Y por tanto el manantial de todos los demás misterios de la fe; es la luz que los ilumina (CIC, 234).

En la Encarnación contemplamos el amor trinitario que se manifiesta en Jesús; un amor que no se queda cerrado en un círculo perfecto de luz y de gloria, sino que se irradia en la carne de los hombres, en su historia; penetra en el hombre regenerándolo y haciéndole hijo en el Hijo. San Ireneo decía, la gloria de Dios es el hombre viviente: «Gloria enim Dei vivens homo, vita autem hominis visio Dei»; no sólo para su vida física, sino sobre todo porque «la vida del hombre consiste en la visión de Dios» («Adv Haer» IV, 20,7). Y ver a Dios es quedar transfigurados en él: «seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es» (1 Jn 3,2). (Andrés de Creta y Theofhanes de Creta. 1546. Monte Athos).

 

EL CULTO DE LA ANUNCIACIÓN EN LA PATRISTICA.

 

Hoy ha llegado la alegría de todos, que absuelve de la primitiva condena. Hoy ha llegado Aquel que está en todas partes, para llenar de júbilo todas las cosas. Este es el día de una buena nueva de alegría, es la fiesta de la Virgen; el mundo de aquí abajo se toca con el de ahí arriba; Adán se renueva y Eva se libra de la primitiva aflicción; el tabernáculo de nuestra naturaleza humana se convierte en templo de Dios gracias a la divinización de nuestra condición por El asumida. ¡Oh misterio! El modo del advenimiento de Dios nos es desconocido, el modo de la concepción queda inexpresable.

El Ángel se hace ministro del milagro; el seno de la Virgen recibe un Hijo; el Espíritu Santo es enviado; desde lo alto el Padre expresa su beneplácito, la unión se realiza por voluntad común; en Él y por medio de Él, henos aquí salvos; unimos nuestro canto al de Gabriel y cantamos a la Virgen: Ave llena de gracia, a través de ti llega la salvación, el Cristo nuestro Dios; la ha tomado nuestra naturaleza y nos ha elevado hasta él. Ruégale por la salvación de nuestras almas. (Doxasticon)

Hoy se inicia nuestra salvación y la manifestación del eterno misterio: el Hijo de Dios se hace Hijo de la Virgen y Gabriel anuncia la gracia. Con él decimos a la Madre de Dios: Salve llena de gracia, el Señor es contigo. A ti capitana que por nosotros combates, nosotros, tus siervos, salvados de los peligros, dedicamos el himno de victoria, como canto de agradecimiento, oh Madre de Dios. Pero tú que posees una fuerza invencible, líbranos de todos los peligros, para que podamos cantarte: Alégrate, oh esposa inviolada (Apolytikion y Kontakion).

En la Anunciación es donde se ha realizado el misterio que sobrepasa todos los límites de la razón humana, la Encarnación de Dios (Monje Gregorio). Esta fiesta es el canto proemial de una alegría indecible (Andrés de Creta).

 

FIESTA LITÚRGICA

 

Los primeros testimonios de esta solemnidad litúrgica aparecen en la época del emperador Justiniano, en el siglo VI. En la Iglesia antigua la fiesta de la Anunciación iba asociada a la Navidad. Al aumentar la importancia de la Natividad del Señor, se formó un pequeño ciclo navideño y la Anunciación cobró más autonomía respecto al núcleo primitivo hasta constituirse en fiesta mariana autónoma.

El papa Sergio I (687), introdujo esta fiesta en la Iglesia Romana. Se celebraba una solemne procesión a Santa María la Mayor, basílica con mosaicos referidos a la divina maternidad de María, establecida por el Concilio de Éfeso (431). Desde el principio la fiesta se estableció el 25 de marzo, porque Jesús se había encarnado coincidiendo con el equinoccio de primavera, tiempo en el que, según los antiguos, fue creado el mundo y el primer hombre, como lo comenta Anastasio Antioqueño (599) en su Homilía sobre la Anunciación.

Ulteriores precisiones de naturaleza teológica son hechas por Máximo el Confesor (662) en la Vida de María, 19. En ambos resuena la concepción de Cristo segundo Adán y la recreación del mundo por parte de Dios en la Encarnación con vistas a la Resurrección, plenitud de todo lo creado. Lo que más llama la atención de esta fiesta es el sentido de alegría profunda de los himnos, oraciones y homilías, en conflicto con la austeridad de la Cuaresma. En la iglesia bizantina se celebra esta solemnidad anticipada al 24 de marzo, con un oficio, himnos y el Canon de Maitines de Teófanes Graptos (845), defensor de los iconos en la época iconoclasta.

 

LA ICONOGRAFIA

 

El icono de la Anunciación es colocado en el Iconostasio. Leyendo a Ez. 44, 1-4, se comprende el sentido que alude a la virginidad de María y la gloria del Señor que es ella. Pedro de Argos (922) comenta en una homilía: Es ella, la Virgen, la puerta que mira a Oriente que llevará en su seno a Aquel que avanza en Oriente sobre el cielo de los cielos y permanecerá inaccesible a nosotros. El esquema es muy simple: el ángel da su anuncio a una joven que está hilando la púrpura de pie o sentada. En algún caso tiene entre las manos un aguamanil y está junto a una fuente, esta variante es muy antigua o lee con actitud devota.

La Virgen en los iconos es representada joven pues el monje Epifanio (S. IX), en su Discurso sobre la vida de la Madre de Dios, le calcula años, altura, rostro, color de ojos, piel etc. A menudo la cabeza de la Virgen está inclinada ligeramente para dar cumplimiento al salmo: Escucha, hija, mira, presta tus oídos, olvida a tu pueblo y la casa de tu padre: al Rey le agrada tu belleza (Sal. 46,11). Desde lo alto un rayo viene a posarse sobre ella. Representa al Espíritu, en forma de paloma, pero no es un rayo de luz sino de sombra: El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. En este icono se combinan en el Ángel y la Virgen el color verde, azul, rojo, púrpura y oro, todos de gran simbolismo. La Virgen lleva un manto (maforion) rojo - marrón bordado en oro y túnica verde azulada. El ángel lleva la misma túnica, pero manto púrpura, colores que se repiten en las alas del ángel y los cojines donde está sentada María. El color rojo del manto virginal simboliza la sangre, el principio de la vida, belleza, juventud, amor. Es el color del Espíritu Santo, fuego. Es símbolo del sacrificio y del amor. El color marrón del manto de la Virgen indica la humildad, la tierra arada que se presta a recibir la semilla. Así lo canta el Akathistos. El manto del ángel es púrpura, de igual color es la lana que María hila y representa a Cristo tejiéndose en su seno. El color púrpura está reservado a las más altas dignidades y simboliza el más alto poder. El oro simboliza la divinidad, por ello lleva un brazalete oro en el brazo.

La vestidura púrpura es a la vez real y sacerdotal. En el Ángel, Dios mismo actúa en María. En algunos iconos el color de las ropas del ángel es blanco, que es el que precede a la luz del alba, que anuncia el nacimiento, la vida. Tiene una banda azul en la manga que se difumina en el blanco y da vivacidad a sus alas. El azul es el color de la inmaterialidad y de la pureza, de algo que viene de un mundo superior, de un mundo espiritual.

Las túnicas de la Virgen y del Ángel son verdes, color complementario del rojo, como lo es el agua del fuego. Es el color del mundo vegetal, de la primavera y por tanto de la renovación. Verde y vida son dos palabras conexionadas. Situado entre el azul (frío) y el rojo (caliente), el verde representa el equilibrio perfecto y simboliza la regeneración espiritual. El azul simboliza el desapego de los valores de este mundo y el ascenso del alma hacia lo divino, que se encuentra con el blanco virginal. El oro símbolo de la divinidad y la perfección ilumina toda la escena desde arriba, es la vida eterna que con Cristo Luz se hace presente en esta vida caduca. El oro espiritualiza las figuras, las libera de toda limitación terrestre con lo que toda la composición se llena de bella armonía.

Las tres estrellas en el manto en la frente y en los hombros, corresponden al gesto trinitario de la mano derecha del ángel y representan la señal de la santificación de la Trinidad, como Madre de Dios. Ella era virgen antes, en y después del parto, la única siempre Virgen en el Espíritu, en el alma y en el cuerpo. El Señor era Aquel que de ella nació, por tanto, la naturaleza su curso mudó, según el Akathistos, oda 7ª.

María está sentada sobre un trono y sus pies se apoyan en un pedestal, porque ha sido colocada por encima de la naturaleza angélica. Calza zapatitos de color púrpura, el mismo color del manto del ángel, del cojín y del velo que está encima de los edificios. Este color rojo púrpura subraya su carácter regio. Es la Madre del Emperador y Señor del universo. Salve Reina, Paraíso animado, en cuyo centro brota el Árbol de la Vida: el Señor cuya dulzura alienta a aquellos que tienen fe y que ya estaban sujetos a la corrupción. Akathistos, oda 5 ª. En la antigüedad el oro y la púrpura estaban reservados al emperador y familiares. Se quiere evidenciar la realeza divina que rodea a la Virgen.

 

SIMBOLISMO DE LOS COLORES

 

La simbología de los colores quiere manifestar el misterio de la Encarnación. La Virgen hila la púrpura. Teje místicamente la vestidura purpúrea del cuerpo del Salvador en su interior, que es el Rey Dios y Hombre. Efrén de Siria (373), en su Primer discurso sobre la Madre de Dios pone en boca del ángel estas bellísimas palabras: La fuerza del Altísimo habitará en ti y uno de los Tres morará en ti conforme a cuanto te he dicho. Del hilo por la trama de la tela que es tu corporeidad, Él se tejerá una prenda y la llevará, refiriéndose al cuerpo de Jesús formándose en María. Según Efrén, el Señor teje la nueva prenda para quitar al hombre y a la mujer las túnicas de piel con las que los había vestido al expulsarlos del Paraíso (Gen 3, 21).  Hoy María se ha hecho cielo y ha traído a Dios, porque en ella ha descendido la excelsa divinidad y ha hecho morada. La divinidad se hizo en ella pequeña para hacernos grandes, dado que por su naturaleza no es pequeña. En ella, la divinidad nos ha traído una prenda para alcanzar la salvación.

Efrén de Siria, en su Segundo discurso sobre la Madre de Dios, expresa: El Señor ante el que tiemblan los ángeles, seres de fuego y espíritu, está en el pecho de la Virgen y lo ciñe acariciándolo como un niño... ¡¿Quién vio nunca que el fango se hiciera vestimenta del alfarero? ¿Quién ha visto al fuego envuelto a sí mismo en pañales? De la literatura apócrifa vienen varias referencias que se plasmarán en representaciones iconográficas como hilar la púrpura. Lucas no habla de la púrpura, mencionada en la literatura apócrifa cuando se le encarga a María hilar con púrpura y carmesí un toldo para el Templo del Señor. Hilando recibe el anuncio de su maternidad. La Virgen al ver al Luminoso, nada segura, agachó la cabeza y calló (Romano el Meloda).

El ángel empuña con la mano izquierda un largo bastón, símbolo de autoridad y dignidad del individuo, del mensajero, del peregrino. Pues el ángel responde a estas características. La mano derecha se extiende cual, si quisiera poner el anuncio, señal visible de una palabra que pasa de un individuo a otro. Acompaña a la mirada dirigida a María:  Un día la serpiente fue para Eva fuente de luto, y yo ahora te anuncio la gloria. Himno Akatistos. Sus dedos se colocan a menudo, no en el típico gesto alocutorio, sino en el gesto de la bendición bizantina y cargada de simbología. Los tres dedos abiertos recuerdan a la Trinidad y que Cristo es una de las tres personas divinas. Los dos dedos replegados recuerdan que en Cristo subsisten dos naturalezas, la humana y la divina, aunque en las representaciones no están visibles, porque el misterio de la Encarnación aún no había comenzado.

La figura angélica emana sensación de vitalidad, de movimiento, pero su rostro trasluce una expresión de perplejidad. A veces hay dos ángeles en la escena. Una que representa la reflexión del ángel que llegado a Nazaret ante la casa de José, se detiene perplejo pensando que el Altísimo quisiera descender entre los humildes y piensa: El cielo entero no es suficiente para contener a mi Señor ¿y podrá ser acogido por esta pobre joven? ¿Se haría visible en la tierra el Todopoderoso desde ahí arriba? Pero ciertamente será como Él quiere. Luego, ¿por qué me paro y no vuelo y le digo a la Virgen: Salve, Virgen y Esposa (Romano el Meloda).

 

 

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