25 DE MARZO - JUEVES –
5ª – SEMANA DE CUARESMA – B
LA ANUNCIACIÓN DEL
SEÑOR
(SOLEMNIDAD)
Lectura del libro de
Isaías (7,10-14;8,10):
En aquel tiempo, el Señor habló a Acaz:
«Pide una señal al Señor,
tu Dios: en lo hondo del abismo o en lo alto del cielo.»
Respondió Acaz:
«No la pido, no quiero
tentar al Señor.»
Entonces dijo Dios:
«Escucha, casa de
David: ¿No os basta cansar a los hombres, que cansáis incluso a mi Dios? Pues
el Señor, por su cuenta, os dará una señal: Mirad: la virgen está encinta y da
a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa
"Dios-con-nosotros".»
Palabra de Dios
Salmo:
39,7-8a.8b-9.10.11
R/. Aquí estoy, Señor,
para hacer tu voluntad
Tú no quieres sacrificios ni ofrendas,
y, en cambio, me abriste el oído;
no pides sacrificio expiatorio,
entonces yo digo: «Aquí estoy.» R/.
«Como está escrito en mi libro
para hacer tu voluntad.»
Dios mío, lo quiero,
y llevo tu ley en las entrañas. R/.
He proclamado tu salvación
ante la gran asamblea;
no he cerrado los labios:
Señor, tú lo sabes. R/.
No me he guardado en el pecho tu defensa,
he contado tu fidelidad y tu salvación,
no he negado tu misericordia
y tu lealtad ante la gran asamblea. R/.
Lectura de la carta a
los Hebreos (10,4-10):
Es imposible que la sangre de los toros y de los machos
cabríos quite los pecados. Por eso, cuando Cristo entró en el mundo dijo: «Tú
no quieres sacrificios ni ofrendas, pero me has preparado un cuerpo; no aceptas
holocaustos ni víctimas expiatorias. Entonces yo dije lo que está escrito en el
libro: "Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad."»
Primero dice: «No quieres
ni aceptas sacrificios ni ofrendas, holocaustos ni victimas expiatorias», que
se ofrecen según la Ley.
Después añade: «Aquí estoy
yo para hacer tu voluntad.» Niega lo primero, para afirmar lo segundo. Y
conforme a esa voluntad todos quedamos santificados por la oblación del cuerpo
de Jesucristo, hecha una vez para siempre.
Palabra de Dios
Lectura del santo
evangelio según san Lucas (1,26-38):
A los seis meses, el ángel Gabriel fue enviado por
Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un
hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María.
El ángel, entrando en su
presencia, dijo:
«Alégrate, llena de
gracia, el Señor está contigo.»
Ella se turbó ante estas
palabras y se preguntaba qué saludo era aquél.
El ángel le dijo:
«No temas, María, porque
has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un
hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo,
el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de
Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.»
Y María dijo al ángel:
«¿Cómo será eso,
pues no conozco a varón?»
El ángel le contestó:
«El Espíritu Santo vendrá
sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo
que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente Isabel, que, a
pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que
llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible.»
María contestó:
«Aquí está la esclava del
Señor; hágase en mí según tu palabra.»
Y la dejó el ángel.
Palabra del Señor
1. Lo que más
importa y más interesa, en este relato y en esta festividad, no es el análisis de la
narración, que hace el evangelio de Lucas. Lo importante de verdad, en este relato,
es la teología que contiene. Una teología que es el eje y el centro de todo el
Evangelio.
- ¿En qué está y en qué
consiste ese eje y ese centro?
En el lenguaje popular
de los cristianos, eso se denomina el Misterio
de la Encarnación. Dios se encarna en las entrañas de
María santísima: O Logos sarx egéneto. La Palabra (de Dios) se hizo carne (Jn
1, 14).
2. - ¿Qué significa
esto? - ¿Cómo hay que entenderlo? - ¿Qué nos quiere
decir?
Decir que Dios "se
encarnó" es lo mismo que decir que, en Jesús, Dios se humanizó. Por tanto,
se hizo visible, tangible, como es visible y tangible cualquier ser
humano. En la carta a los filipenses, el apóstol Pablo recoge y
expresa esta idea con toda claridad: Él, siendo de condición divina, no se
aferró a su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la
condición de esclavo, haciéndose como uno de tantos (Fil 2, 6-7).
Esto es lo que sucedió
en María, cuando el ángel la visitó. Y le anunció la "humanización de
Dios" en ella.
3. Y todo
esto, ¿por qué?
Dios es, por definición,
el Trascendente. Si no fuera "trascendente", no sería Dios. Es decir,
Dios no es el Infinito. Ya que el "Infinito" es lo humano sin fin,
pero siempre lo humano. Dios se sitúa en un ámbito trascendente, es decir, que
no está a nuestro alcance.
El Trascendente es el
incomunicable. - ¿Cómo se nos ha comunicado?
Por medio de Jesús. Y en
Jesús. Es decir, en un ser humano. Viendo a Jesús, vemos a Dios. Y en las
costumbres de Jesús vemos, tocamos y aprendemos las costumbres de
Dios. Y lo que quiere Dios.
En esto está la raíz y
la esencia del Evangelio. En sus relatos, aprendemos
cómo es Dios y lo que Dios quiere de nosotros. En esto
está la genialidad del
Evangelio. Y del cristianismo.
LA ANUNCIACIÓN DEL
SEÑOR
Solemnidad de la Anunciación del Señor, cuando, en la
ciudad de Nazaret, el ángel del Señor anunció a María: Concebirás y darás a luz
un hijo, y se llamará Hijo del Altísimo.
María contestó: He
aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.
Y así, llegada la
plenitud de los tiempos, el que era antes de los siglos el Unigénito Hijo de
Dios, por nosotros los hombres y por nuestra salvación, se encarnó por obra del
Espíritu Santo de María, la Virgen, y se hizo hombre.
ORIGEN DE ESTA FIESTA
Esta fiesta hunde sus raíces en los primeros siglos del
cristianismo. Los Padres de la Iglesia creían, demostraban y predicaban que la
Madre de Jesús era Madre de Dios. La herejía de Nestorio divulgaba que María
sólo era madre de la naturaleza humana de Jesús. Contra este error herético los
escritores cristianos escribieron y predicaron la verdad con el objeto de
probar en su escrito y en sus múltiples homilías que en Cristo subsistía la
humanidad con la divinidad. María es Madre de Dios, y no sólo Madre de Jesús.
El Concilio de Éfeso definirá la verdad de María Madre
de Dios, Theotokos, aclamada por los fieles alborozados, que acompañaron a los
Padres Conciliares con antorchas en la noche, a la salida del aula conciliar.
La literatura aramea había desarrollado el concepto de María como segunda Eva.
La virginidad y concepción virginal de María, además, era una verdad que
constituía un tema importante de la doctrina cristiana, como lo testimonian -
Orígenes en Contra Celsum; - Arístides en su Apología dirigida al emperador
Adriano en 117, subrayando que Jesús de una virgen judía tomó y se
revistió de carne, y habitó en la hija del hombre. Y la cuestión era
tan importante hasta el punto de creer, según sostiene Ignacio de Antioquía en
su Carta a los Efesios 19, 1 que: Al príncipe de este mundo
permaneció oculta la virginidad de María, su parto y la muerte del Señor.
Son estos los tres misterios, que se cumplieron en el silencio de Dios"
En el Símbolo de la Fe la Iglesia confiesa
que Jesucristo descendió del cielo y se encarnó por obra del Espíritu
Santo en María Virgen según el Concilio Niceno-Constantinopolitano en 381, que
se ha convertido en el carnet de identidad y de ortodoxia para todas las
iglesias orientales y occidentales. Si bien para llegar a esta formulación costó,
pues cada iglesia tenía un formulario o Símbolo donde se expresaba brevemente,
las principales verdades de la fe, pero todos hacían explícita fe en la
Encarnación y la mayoría nombraban a María en su concepción virginal, algunos
no nombraban al Espíritu Santo o primero se nombraba a María y después al
Espíritu Santo hasta que cuajó en el actual Símbolo por obra del Espíritu Santo
en María la Virgen. Estos testimonios reflejan la complejidad de las
controversias dogmáticas de los primeros siglos.
SAN JUAN PABLO II
«Una sola fuente y una sola raíz, una sola forma
resplandece en el triple esplendor. ¡Allí donde brilla la profundidad del
Padre, irrumpe la potencia del Hijo, sabiduría artífice del universo entero,
fruto generado por el corazón paterno! Y allí relumbra la luz unificadora del
Espíritu Santo». Así cantaba en el siglo V Sinesio de Cirene, celebrando, en la
aurora de un nuevo día, la Trinidad divina, única en la fuente y triple en su
esplendor. Esta verdad del único Dios en tres personas iguales y distintas no
está relegada en los cielos; no puede ser interpretada como una especie de
«teorema aritmético celeste» sin ninguna repercusión para la vida del hombre,
como suponía el filósofo Kant.
EPIFANÍA DE LA SANTA TRINIDAD
La gloria de la Trinidad se hace presente en el tiempo
y en el espacio y encuentra su epifanía en Jesús, en su encarnación y en su
historia. Lucas escribe la concepción de Cristo a la luz de la Trinidad, según
las palabras del ángel dirigidas a María en Nazaret de Galilea. En el anuncio
de Gabriel, se manifiesta la presencia divina: Dios, a través de María, entrega
al mundo a su Hijo: «Vas a concebir en tu seno y vas a dar a luz un hijo, a
quien pondrás por nombre Jesús. El será grande y será llamado Hijo del
Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre» (Luc 1,31).
EL LAZO CON LA TRINIDAD
En Cristo se unen el lazo filial con el Padre de los
Cielos y el lazo con la madre terrena. Pero, en la Encarnación participa
también el Espíritu Santo, cuya intervención produce esa generación única: «El
Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su
sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios» (Lc
1,35). Estas palabras iluminan la identidad de Cristo en relación con las
Personas de la Trinidad. Es la fe de la Iglesia, que Lucas presenta ya en el
tiempo de la plenitud salvífica: Cristo es el Hijo del Dios Altísimo, el
Grande, el Santo, el Rey, el Eterno, cuya generación en la carne se realizó por
obra del Espíritu Santo. Por eso: «Todo el que niega al Hijo tampoco posee al
Padre. Quien confiesa al Hijo posee también al Padre» (1 Jn 2,23).
CENTRO DE NUESTRA FE
La Encarnación se encuentra en el centro de nuestra fe,
en la que se revela la gloria de la Trinidad y su amor por los hombres: «La
Palabra se hizo carne, y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria»
(Jn 1,14). «Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único» (Jn 3,16). «En
esto se manifestó el amor que Dios nos tiene; en que Dios envió al mundo a su
Hijo único para que vivamos por medio de él» (1 Jn 4,9). A través de estas
palabras comprendemos cómo la revelación de la gloria trinitaria de la
Encarnación no es una simple iluminación que rompe la tiniebla por un instante,
sino una semilla de vida divina en el corazón de los hombres: «Al llegar la
plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la
ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos
la filiación adoptiva.
La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a
nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre! De modo que
ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero por voluntad de
Dios» (Gál 4,4;Rom 8,15). El Padre, el Hijo y el Espíritu están presentes y
actúan en la Encarnación para que participemos en su misma vida. «Todos los
hombres son llamados a esta unión con Cristo, luz del mundo, de quien
procedemos, por quien vivimos y hacia quien caminamos» (LG). Y dice san
Cipriano, la comunidad de los hijos de Dios es «un pueblo de la unidad del
Padre, del Hijo y del Espíritu Santo».
Y la Evangelium vitae, 37 dirá: Conocer a Dios y a
su Hijo es acoger el misterio de la comunión de amor del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo en la propia vida, que ya desde ahora se abre a la vida eterna
por la participación en la vida divina. Por tanto, la vida eterna es la vida
misma de Dios y a la vez la vida de los hijos de Dios. Un nuevo estupor y una
gratitud sin límites se apoderan necesariamente del creyente ante esta
inesperada e inefable verdad que nos viene de Dios en Cristo. En este estupor y
en esta acogida vital tenemos que adorar el misterio de la Santísima Trinidad,
que es «el misterio central de la fe y de la vida cristiana. Es el misterio de
Dios en sí mismo. Y por tanto el manantial de todos los demás misterios de la
fe; es la luz que los ilumina (CIC, 234).
En la Encarnación contemplamos el amor trinitario que
se manifiesta en Jesús; un amor que no se queda cerrado en un círculo perfecto
de luz y de gloria, sino que se irradia en la carne de los hombres, en su
historia; penetra en el hombre regenerándolo y haciéndole hijo en el Hijo. San
Ireneo decía, la gloria de Dios es el hombre viviente: «Gloria enim Dei vivens
homo, vita autem hominis visio Dei»; no sólo para su vida física, sino sobre
todo porque «la vida del hombre consiste en la visión de Dios» («Adv Haer» IV,
20,7). Y ver a Dios es quedar transfigurados en él: «seremos semejantes a él,
porque le veremos tal cual es» (1 Jn 3,2). (Andrés de Creta y Theofhanes de
Creta. 1546. Monte Athos).
EL CULTO DE LA ANUNCIACIÓN EN LA PATRISTICA.
Hoy ha llegado la alegría de todos, que absuelve de la
primitiva condena. Hoy ha llegado Aquel que está en todas partes, para llenar
de júbilo todas las cosas. Este es el día de una buena nueva de alegría, es la
fiesta de la Virgen; el mundo de aquí abajo se toca con el de ahí arriba; Adán
se renueva y Eva se libra de la primitiva aflicción; el tabernáculo de nuestra
naturaleza humana se convierte en templo de Dios gracias a la divinización de
nuestra condición por El asumida. ¡Oh misterio! El modo del advenimiento de
Dios nos es desconocido, el modo de la concepción queda inexpresable.
El Ángel se hace ministro del milagro; el seno de la
Virgen recibe un Hijo; el Espíritu Santo es enviado; desde lo alto el Padre
expresa su beneplácito, la unión se realiza por voluntad común; en Él y por
medio de Él, henos aquí salvos; unimos nuestro canto al de Gabriel y cantamos a
la Virgen: Ave llena de gracia, a través de ti llega la salvación, el Cristo
nuestro Dios; la ha tomado nuestra naturaleza y nos ha elevado hasta él. Ruégale
por la salvación de nuestras almas. (Doxasticon)
Hoy se inicia nuestra salvación y la manifestación del
eterno misterio: el Hijo de Dios se hace Hijo de la Virgen y Gabriel anuncia la
gracia. Con él decimos a la Madre de Dios: Salve llena de gracia, el Señor es
contigo. A ti capitana que por nosotros combates, nosotros, tus siervos,
salvados de los peligros, dedicamos el himno de victoria, como canto de
agradecimiento, oh Madre de Dios. Pero tú que posees una fuerza invencible,
líbranos de todos los peligros, para que podamos cantarte: Alégrate, oh esposa inviolada
(Apolytikion y Kontakion).
En la Anunciación es donde se ha realizado el misterio
que sobrepasa todos los límites de la razón humana, la Encarnación de Dios
(Monje Gregorio). Esta fiesta es el canto proemial de una alegría indecible
(Andrés de Creta).
FIESTA LITÚRGICA
Los primeros testimonios de esta solemnidad litúrgica
aparecen en la época del emperador Justiniano, en el siglo VI. En la Iglesia
antigua la fiesta de la Anunciación iba asociada a la Navidad. Al aumentar la
importancia de la Natividad del Señor, se formó un pequeño ciclo navideño y la
Anunciación cobró más autonomía respecto al núcleo primitivo hasta constituirse
en fiesta mariana autónoma.
El papa Sergio I (687), introdujo esta fiesta en la
Iglesia Romana. Se celebraba una solemne procesión a Santa María la Mayor,
basílica con mosaicos referidos a la divina maternidad de María, establecida
por el Concilio de Éfeso (431). Desde el principio la fiesta se estableció el
25 de marzo, porque Jesús se había encarnado coincidiendo con el equinoccio de
primavera, tiempo en el que, según los antiguos, fue creado el mundo y el
primer hombre, como lo comenta Anastasio Antioqueño (599) en su Homilía sobre
la Anunciación.
Ulteriores precisiones de naturaleza teológica son
hechas por Máximo el Confesor (662) en la Vida de María, 19. En ambos resuena
la concepción de Cristo segundo Adán y la recreación del mundo por parte de
Dios en la Encarnación con vistas a la Resurrección, plenitud de todo lo
creado. Lo que más llama la atención de esta fiesta es el sentido de alegría
profunda de los himnos, oraciones y homilías, en conflicto con la austeridad de
la Cuaresma. En la iglesia bizantina se celebra esta solemnidad anticipada al
24 de marzo, con un oficio, himnos y el Canon de Maitines de Teófanes Graptos
(845), defensor de los iconos en la época iconoclasta.
LA ICONOGRAFIA
El icono de la Anunciación es colocado en el
Iconostasio. Leyendo a Ez. 44, 1-4, se comprende el sentido que alude a la
virginidad de María y la gloria del Señor que es ella. Pedro de Argos (922)
comenta en una homilía: Es ella, la Virgen, la puerta que mira a Oriente que
llevará en su seno a Aquel que avanza en Oriente sobre el cielo de los cielos y
permanecerá inaccesible a nosotros. El esquema es muy simple: el ángel da
su anuncio a una joven que está hilando la púrpura de pie o sentada. En
algún caso tiene entre las manos un aguamanil y está junto a una fuente, esta
variante es muy antigua o lee con actitud devota.
La Virgen en los iconos es representada joven pues el
monje Epifanio (S. IX), en su Discurso sobre la vida de la Madre de Dios, le
calcula años, altura, rostro, color de ojos, piel etc. A menudo la cabeza de la
Virgen está inclinada ligeramente para dar cumplimiento al salmo: Escucha,
hija, mira, presta tus oídos, olvida a tu pueblo y la casa de tu padre: al Rey
le agrada tu belleza (Sal. 46,11). Desde lo alto un rayo viene a posarse sobre
ella. Representa al Espíritu, en forma de paloma, pero no es un rayo de luz
sino de sombra: El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo
te cubrirá con su sombra. En este icono se combinan en el Ángel y la
Virgen el color verde, azul, rojo, púrpura y oro, todos de gran simbolismo. La
Virgen lleva un manto (maforion) rojo - marrón bordado en oro y túnica verde azulada.
El ángel lleva la misma túnica, pero manto púrpura, colores que se repiten
en las alas del ángel y los cojines donde está sentada María. El color rojo del
manto virginal simboliza la sangre, el principio de la vida, belleza, juventud,
amor. Es el color del Espíritu Santo, fuego. Es símbolo del sacrificio y del
amor. El color marrón del manto de la Virgen indica la humildad, la tierra
arada que se presta a recibir la semilla. Así lo canta el Akathistos. El manto
del ángel es púrpura, de igual color es la lana que María hila y representa a
Cristo tejiéndose en su seno. El color púrpura está reservado a las más altas
dignidades y simboliza el más alto poder. El oro simboliza la divinidad, por
ello lleva un brazalete oro en el brazo.
La vestidura púrpura es a la vez real y sacerdotal. En
el Ángel, Dios mismo actúa en María. En algunos iconos el color de las ropas
del ángel es blanco, que es el que precede a la luz del alba, que anuncia el
nacimiento, la vida. Tiene una banda azul en la manga que se difumina en el
blanco y da vivacidad a sus alas. El azul es el color de la inmaterialidad y de
la pureza, de algo que viene de un mundo superior, de un mundo espiritual.
Las túnicas de la Virgen y del Ángel son verdes, color
complementario del rojo, como lo es el agua del fuego. Es el color del mundo
vegetal, de la primavera y por tanto de la renovación. Verde y vida son dos
palabras conexionadas. Situado entre el azul (frío) y el rojo (caliente), el
verde representa el equilibrio perfecto y simboliza la regeneración espiritual.
El azul simboliza el desapego de los valores de este mundo y el ascenso del
alma hacia lo divino, que se encuentra con el blanco virginal. El oro símbolo
de la divinidad y la perfección ilumina toda la escena desde arriba, es la vida
eterna que con Cristo Luz se hace presente en esta vida caduca. El oro
espiritualiza las figuras, las libera de toda limitación terrestre con lo que
toda la composición se llena de bella armonía.
Las tres estrellas en el manto en la frente y en los
hombros, corresponden al gesto trinitario de la mano derecha del ángel y
representan la señal de la santificación de la Trinidad, como Madre de Dios.
Ella era virgen antes, en y después del parto, la única siempre Virgen en el
Espíritu, en el alma y en el cuerpo. El Señor era Aquel que de ella nació, por
tanto, la naturaleza su curso mudó, según el Akathistos, oda 7ª.
María está sentada sobre un trono y sus pies se apoyan
en un pedestal, porque ha sido colocada por encima de la naturaleza angélica.
Calza zapatitos de color púrpura, el mismo color del manto del ángel, del cojín
y del velo que está encima de los edificios. Este color rojo púrpura subraya su
carácter regio. Es la Madre del Emperador y Señor del universo. Salve Reina,
Paraíso animado, en cuyo centro brota el Árbol de la Vida: el Señor cuya
dulzura alienta a aquellos que tienen fe y que ya estaban sujetos a la
corrupción. Akathistos, oda 5 ª. En la antigüedad el oro y la púrpura
estaban reservados al emperador y familiares. Se quiere evidenciar la realeza
divina que rodea a la Virgen.
SIMBOLISMO
DE LOS COLORES
La simbología de los colores quiere manifestar el
misterio de la Encarnación. La Virgen hila la púrpura. Teje místicamente la
vestidura purpúrea del cuerpo del Salvador en su interior, que es el Rey Dios y
Hombre. Efrén de Siria (373), en su Primer discurso sobre la Madre de Dios pone
en boca del ángel estas bellísimas palabras: La fuerza del Altísimo
habitará en ti y uno de los Tres morará en ti conforme a cuanto
te he dicho. Del hilo por la trama de la tela que es tu corporeidad, Él se
tejerá una prenda y la llevará, refiriéndose al cuerpo de Jesús formándose
en María. Según Efrén, el Señor teje la nueva prenda para quitar al hombre y a
la mujer las túnicas de piel con las que los había vestido al expulsarlos del
Paraíso (Gen 3, 21). Hoy María se ha hecho cielo y ha traído a Dios,
porque en ella ha descendido la excelsa divinidad y ha hecho morada. La
divinidad se hizo en ella pequeña para hacernos grandes, dado que por su
naturaleza no es pequeña. En ella, la divinidad nos ha traído una prenda para
alcanzar la salvación.
Efrén de Siria, en su Segundo discurso sobre la Madre
de Dios, expresa: El Señor ante el que tiemblan los ángeles, seres de
fuego y espíritu, está en el pecho de la Virgen y lo ciñe acariciándolo
como un niño... ¡¿Quién vio nunca que el fango se hiciera vestimenta del
alfarero? ¿Quién ha visto al fuego envuelto a sí mismo en pañales? De la
literatura apócrifa vienen varias referencias que se plasmarán en
representaciones iconográficas como hilar la púrpura. Lucas no habla de la
púrpura, mencionada en la literatura apócrifa cuando se le encarga a María
hilar con púrpura y carmesí un toldo para el Templo del Señor. Hilando recibe
el anuncio de su maternidad. La Virgen al ver al Luminoso, nada segura,
agachó la cabeza y calló (Romano el Meloda).
El ángel empuña con la mano izquierda un largo bastón,
símbolo de autoridad y dignidad del individuo, del mensajero, del peregrino.
Pues el ángel responde a estas características. La mano derecha se extiende
cual, si quisiera poner el anuncio, señal visible de una palabra que pasa de un
individuo a otro. Acompaña a la mirada dirigida a María: Un día la
serpiente fue para Eva fuente de luto, y yo ahora te anuncio la gloria. Himno
Akatistos. Sus dedos se colocan a menudo, no en el típico gesto alocutorio,
sino en el gesto de la bendición bizantina y cargada de simbología. Los tres
dedos abiertos recuerdan a la Trinidad y que Cristo es una de las tres personas
divinas. Los dos dedos replegados recuerdan que en Cristo subsisten dos
naturalezas, la humana y la divina, aunque en las representaciones no están
visibles, porque el misterio de la Encarnación aún no había comenzado.
La figura angélica emana sensación de vitalidad, de
movimiento, pero su rostro trasluce una expresión de perplejidad. A veces hay
dos ángeles en la escena. Una que representa la reflexión del ángel que llegado
a Nazaret ante la casa de José, se detiene perplejo pensando que el Altísimo
quisiera descender entre los humildes y piensa: El cielo entero no es
suficiente para contener a mi Señor ¿y podrá ser acogido por esta
pobre joven? ¿Se haría visible en la tierra el Todopoderoso desde
ahí arriba? Pero ciertamente será como Él quiere. Luego, ¿por qué me paro
y no vuelo y le digo a la Virgen: Salve, Virgen y Esposa (Romano el Meloda).
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