1 DE ABRIL –
JUEVES SANTO – B –
"El sentido litúrgico del día"
Lectura del libro del Éxodo
(12.1-8.11-14):
En aquellos días, dijo el Señor a
Moisés y a Aarón en tierra de Egipto:
«Este mes será para vosotros el
principal de los meses; será para vosotros el primer mes del año. Decid a toda
la asamblea de Israel: "El diez de este mes cada uno procurará un animal
para su familia, uno por casa. Si la familia es demasiado pequeña para
comérselo, que se junte con el vecino de casa, hasta completar el número de
personas; y cada uno comerá su parte hasta terminarlo.
Será un animal sin defecto,
macho, de un año, cordero o cabrito. Lo guardaréis hasta el día catorce del
mes, y toda la asamblea de Israel lo matará al atardecer. Tomaréis la sangre y
rociaréis las dos jambas y el dintel de la casa donde lo hayáis comido. Esa
noche comeréis la carne, asada a fuego, comeréis panes sin fermentar y verduras
amargas. Y lo comeréis así: la cintura ceñida, las sandalias en los pies, un
bastón en la mano; y os lo comeréis a toda prisa, porque es la Pascua, el paso
del Señor.
Esta noche pasaré por todo el
país de Egipto, dando muerte a todos sus primogénitos, de hombres y de animales;
y haré justicia de todos los dioses de Egipto. Yo soy el Señor.
La sangre será vuestra señal en
las casas donde estéis: cuando vea la sangre, pasaré de largo; no os tocará la
plaga exterminadora, cuando yo pase hiriendo a Egipto. Este día será para vosotros
memorable, en él celebraréis la fiesta al Señor, ley perpetua para todas las
generaciones."»
Salmo:115,12-13.15-16bc.17-18
R/. El cáliz de la bendición
es comunión con la sangre de Cristo
¿Cómo pagaré al Señor
todo el bien que me ha hecho?
Alzaré la copa de la salvación,
invocando su nombre. R/.
Mucho le cuesta al Señor
la muerte de sus fieles.
Señor, yo soy tu siervo,
hijo de tu esclava;
rompiste mis cadenas. R/.
Te ofreceré un sacrificio de
alabanza,
invocando tu nombre, Señor.
Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo. R/.
Lectura de la primera carta
del apóstol san Pablo a los Corintios (11,23-26):
Yo he recibido una tradición, que
procede del Señor y que a mi vez os he transmitido: Que el Señor Jesús, en la
noche en que iban a entregarlo, tomó pan y, pronunciando la acción de gracias,
lo partió y dijo: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto
en memoria mía.» Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo: «Este
cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre; haced esto cada vez que lo
bebáis, en memoria mía.» Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del
cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva.
Lectura del santo evangelio
según san Juan (13,1-15)
Antes de la fiesta de la Pascua,
sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre,
habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo.
Estaban cenando, ya el diablo le
había metido en la cabeza a Judas Iscariote, el de Simón, que lo entregara, y
Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios
y a Dios volvía, se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una
toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies
a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido.
Llegó a Simón Pedro, y éste le
dijo:
«Señor, ¿lavarme los pies tú a
mí?»
Jesús le replicó:
«Lo que yo hago tú no lo
entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde.»
Pedro le dijo:
«No me lavarás los pies jamás.»
Jesús le contestó:
«Si no te lavo, no tienes nada
que ver conmigo.»
Simón Pedro le dijo:
«Señor, no sólo los pies, sino
también las manos y la cabeza.»
Jesús le dijo:
«Uno que se ha bañado no
necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. También vosotros
estáis limpios, aunque no todos.»
Porque sabía quién lo iba a
entregar, por eso dijo: «No todos estáis limpios.»
Cuando acabó de lavarles los
pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y les dijo:
«¿Comprendéis lo que he hecho
con vosotros? Vosotros me llamáis "el Maestro" y "el
Señor", y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os
he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros; os
he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo
hagáis.»
Palabra del Señor
1. El relato del
lavatorio de los pies no es solamente un ejemplo de humildad y servicialidad
que nos dejó Jesús. Además de eso, y mucho más que eso, es la lección más
elocuente y más tajante, que hay en los evangelios, en cuanto se refiere a cómo
debe gestionarse la Iglesia, la comunidad cristiana, e incluso la convivencia en la sociedad.
Para comprender lo que esto
representa, se ha de tener en cuenta que este
evangelio fue el último que se redactó. Y fue hacia el final del siglo primero.
Para entonces, las "iglesias" que había organizado Pablo
llevaban cerca de cincuenta años funcionando. Eran
"iglesias" en las que había esclavos (Col 3, 22-4, 1; Filem; cf. 1 Pe
2, 18-20; 3, 9. 14-17; 4, 16).
Y se sabe que uno de los
deberes más frecuentes de los esclavos era lavar los pies a sus amos y
señores. A sabiendas de que el esclavo era alguien "sin
capacidad de decir "no" (Séneca, De benef. 3, 19)
(J. D. G. Dunn).
2. Así las cosas,
es importante fijarse en que todo el relato empieza con la
grandiosidad de la misión que Jesús había recibido de Dios. Y el mismo relato
termina diciendo que el ser humano más grandioso, que Dios ha enviado a este
mundo, ese ser humano ha venido para dar ejemplo a los humanos, no de poder,
sino de esclavitud. Es decir, vino a dar ejemplo "de alguien que pertenece
a otro, no a sí mismo" (Aristóteles, Po/it. I, 125a).
Por eso precisamente lo que
hizo Jesús aquella noche no era fácil de comprender. Y por eso también Pedro se resistía con firmeza a que Jesús hiciera con él el
oficio de esclavo.
3. En la primera
carta de Pedro, se les dice a los responsables (o dirigentes) de la Iglesia que
"cuiden del rebaño", "no por sacar dinero", en todo caso,
jamás "tiranizando" a los que os han sido confiados (5, 1-3).
Sin duda, había comunidades
en las que ya no se cumplía la severa advertencia de Jesús a los Doce de
no querer nunca los primeros puestos, ni gobernar con los
jefes de las naciones y los tiranos de este mundo (Mc 10, 42-45; Mt 20, 25-28;
Lc 22, 24-27).
El Jueves Santo, "Día
del amor fraterno", es ante todo el día en el que la Iglesia recuerda que
este mundo y esta Iglesia se tienen que gobernar desde la
posición del que se sitúa en la vida como servidor y esclavo de los demás.
Quien cree en Jesús, está
convencido de que tiene que vivir como vivió Jesús. Y eso significa que el
creyente está convencido de que no puede estar jamás por encima de nadie.
– JUEVES SANTO –
el sentido litúrgico del día
Jueves Santo es una fiesta
cristiana, anual y tradicional, que se celebra el jueves anterior al Domingo de
Resurrección, dentro de la Semana Santa, y que abre el Triduo Pascual. En este
día la Iglesia católica conmemora la institución de la Eucaristía en la Última
Cena y el lavatorio de los pies realizado por Jesús.
Misa Crismal
En Jueves Santo por la
mañana, en algunos lugares se adelanta al martes o miércoles santo, por
razones pastorales, se oficia la llamada Misa crismal, que es presidida por el obispo
diocesano y concelebrada por su presbiterio. En ella se consagra el Santo
Crisma y se bendicen los demás óleos, que se emplearán en la administración de
los principales sacramentos. Junto con ello, los sacerdotes renuevan sus
promesas realizadas el día de su ordenación. Es una manifestación de la
comunión existente entre el obispo y sus presbíteros en el sacerdocio y
ministerio de Cristo. Es recomendable litúrgicamente y es de práctica común
celebrarla en la catedral de cada diócesis.
Misa vespertina de la Cena del
Señor
Introducción al Triduo Pascual.
Los oficios de Semana Santa
llegan el Jueves Santo a su máxima relevancia litúrgica. En esta tarde se da
comienzo al Triduo Pascual que culminará en la vigilia que conmemora, en la
noche del Sábado Santo al Domingo de Pascua, la Resurrección de Jesucristo.
Los Santos Oficios del Jueves
Santo se celebran en una misa vespertina al caer la tarde de dicho día, a
partir de la hora nona (las tres de la tarde aproximadamente). El Jueves Santo
es tiempo de Cuaresma hasta la hora nona, es decir, toda la mañana hasta las
tres de la tarde. A partir de ahí comienza el Triduo Pascual, que durará desde
la tarde del Jueves Santo hasta el Domingo de Resurrección. En la celebración
participa, junto a los sacerdotes celebrantes, un seglar, que será el que nos
irá informando de lo que se va a ir celebrando a lo largo de estos oficios.
Al comienzo de la
celebración, el sagrario debe presentarse vacío con la puerta abierta. El altar
mayor, donde se celebrará la Santa Misa, se adorna con cirios, manteles y sin
flores hasta la Resurrección.
Se inicia con la entrada
procesional, encabezada por los acólitos, seguida por los ministros sagrados
(diáconos, concelebrantes si los hay) y finalizada por el celebrante principal,
un Sacerdote u Obispo. Mientras tanto, el coro acompaña con cantos, pues ya ha
terminado la Cuaresma y se va a celebrar uno de los momentos más importantes
del año litúrgico, la Institución de la Eucaristía y el mandamiento del amor.
Los cantos de esta celebración están enfocados a la celebración de la
institución de la Eucaristía. El color de esta celebración es el blanco
eucarístico, sustituyendo al morado cuaresmal.
En esta celebración se canta
de nuevo el "Gloria" a la vez que se tocan las campanas, y cuando
éste termina, las campanas dejan de sonar y no volverán a hacerlo hasta la
Vigilia Pascual en la Noche Santa.
Las lecturas de este día son
muy especiales, la primera es del libro del Éxodo (Prescripciones sobre la cena
pascual), la segunda lectura es de la primera carta del apóstol San Pablo a los
Corintios (Cada vez que coméis de este pan y bebéis de este vino, proclamáis la
muerte del Señor) y el salmo responsorial El Cáliz que bendecimos, es la
comunión con la sangre de Cristo. El Evangelio es el momento del lavatorio de
pies a los discípulos, que adquiere un destacado simbolismo dentro de los
oficios del día, ya que posteriormente se realiza por el sacerdote lavando los
pies a doce varones a modo de los doce apóstoles y en el que recuerda el gesto
que realizara Jesús antes de la Última Cena con sus discípulos, efectuándose en
esta ocasión entre la Homilía y el Ofertorio, omitiendo el Credo. Durante el
lavatorio de los pies se entona un cántico relacionado con el Mandamiento Nuevo
del Amor entregado por Jesucristo en esta noche santa, destacando frases del
texto del discurso de Jesús en la última cena, recogido por el Evangelio de San
Juan.
La celebración se realiza en
un ambiente festivo, pero sobrio y con una gran solemnidad, en la que se
mezclan sentimientos de gozo por el sacramento de la Eucaristía y de tristeza
por lo que ocurrirá a partir de esa misma tarde de Jueves Santo, con el
encarcelamiento y juicio de Jesús.
En el momento de la Plegaria
Eucarística, se prefiere la recitación del Canon Romano o Plegaria I, pues el
texto prevé algunos párrafos directamente relacionados con lo que se celebra en
este día (Communicantes, Memento y relato de la institución ["en esta
noche..."]).
Una vez se ha repartido la
Comunión como de costumbre, el Santísimo Sacramento se traslada desde el Altar
donde se ha celebrado la Misa en procesión por el interior de la iglesia, al llamado
"Altar de la reserva" o "Monumento", un altar efímero que
se coloca ex-profeso para esta celebración, que debe estar fuera del
presbiterio y de la nave central, debido a que en la celebración del Viernes
Santo no se celebra la Eucaristía. Si el Sagrario no se encuentra en el
presbiterio, se puede usar para esto el sagrario habitual ubicado en una
capilla lateral. Llegada la procesión al lugar del Monumento, mientras se
entona algún himno eucarístico como el Pange Lingua, el sacerdote deposita el
copón con el Santísimo, debidamente cubierto por el conopeo, dentro del
sagrario de la reserva, y puesto de rodillas, lo inciensa. No da la bendición
con el Santísimo ni reza las alabanzas, sino más bien se queda unos instantes
orando en silencio. Antes de retirarse, cierra la puerta del sagrario de
reserva, hace genuflexión y se retira a la sacristía en silencio acompañado de
acólitos y ministros.
Automáticamente, una vez se
ha reservado al Santísimo, los oficios finalizan de un modo tajante, ya que el
sacerdote no imparte la bendición, pues la celebración continuará al día
siguiente y es el seglar el que nos informa que la celebración ha terminado y
se nos invita a conmemorar al día siguiente la muerte del Señor.
En algunas iglesias se
celebra a continuación un sencillo acto de demudación de los altares, en el que
los sacerdotes y ministros revestidos exclusivamente con la estola morada,
retiran candeleros y manteles de todos los altares de la iglesia, y en algunos
casos los lavan estrujando racimos de uva.
Durante la noche se mantiene
la adoración del Santísimo en el "Monumento", celebrándose la llamada
"Hora Santa" en torno a la medianoche, quedando el Santísimo allí
hasta la celebración del Viernes Santo. Esta reserva recuerda la agonía y
oración en Getsemaní y el encarcelamiento de Jesús, y por eso los sacerdotes
celebrantes de los oficios piden que velen y oren con Él, como Jesús pidió a
sus apóstoles en el huerto de Getsemaní. Una vez han terminado los oficios, se
rememora la oración y agonía de Jesús en el huerto de los olivos, la traición
de Judas y el prendimiento de Jesús, que se suele celebrar con procesiones en
la tarde-noche del Jueves Santo.
En algunos lugares, existe la
tradición de visitar siete monumentos en distintos Templos de una misma ciudad,
para recordar a modo de "estaciones", los distintos momentos de la
agonía de Jesús en el Huerto y su posterior arresto.
Desde hace unos años, la
Iglesia Católica celebra el Jueves Santo, el llamado Día del Amor Fraterno.
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