31 DE MARZO
–MIERCOLES SANTO– B
SAN BENJAMÍN
Lectura del libro de Isaías (50,4-9a):
Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido una
palabra de aliento. Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los
iniciados. El Señor me abrió el oído; yo no resistí ni me eché atrás: ofrecí la
espalda a los que me apaleaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no me
tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos. El Señor me ayuda, por eso no sentía
los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no
quedaría defraudado. Tengo cerca a mi defensor, ¿quién pleiteará contra mí?
Comparezcamos juntos.
¿Quién tiene algo contra mí? Que se me acerque. Mirad, el Señor me ayuda,
¿quién me condenará?
Palabra de Dios
Salmo: 68,8-10.21-22.31.33-34
R/. Señor, que me escuche tu gran bondad el día de tu favor
Por ti he aguantado afrentas,
la vergüenza cubrió mi rostro.
Soy un extraño para mis hermanos,
un extranjero para los hijos de mi
madre;
porque me devora el celo de tu
templo,
y las afrentas con que te afrentan
caen sobre mí. R/.
La afrenta me destroza el corazón, y desfallezco.
Espero compasión, y no la hay;
consoladores, y no los encuentro.
En mi comida me echaron hiel,
para mi sed me dieron
vinagre. R/.
Alabaré el nombre de Dios con cantos,
proclamaré su grandeza con acción
de gracias.
Miradlo, los humildes, y alegraos,
buscad al Señor, y revivirá
vuestro corazón.
Que el Señor escucha a sus pobres,
no desprecia a sus cautivos. R/.
Lectura del santo evangelio segun san Mateo (26,14-25):
En aquel tiempo, uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, a los sumos
sacerdotes y les propuso: «¿Qué estáis dispuestos a darme, si os lo entrego?»
Ellos se ajustaron con él en treinta monedas. Y desde entonces andaba
buscando ocasión propicia para entregarlo.
El primer día de los Ázimos se acercaron los discípulos a Jesús y le
preguntaron: «¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?»
Él contestó:
«ld a la ciudad, a casa de Fulano, y decidle: "El Maestro dice: Mi
momento está cerca; deseo celebrar la Pascua en tu casa con mis
discípulos."»
Los discípulos cumplieron las instrucciones de Jesús y prepararon la
Pascua. Al atardecer se puso a la mesa con los Doce.
Mientras comían dijo:
«Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar.»
Ellos, consternados, se pusieron a preguntarle uno tras otro:
«¿Soy yo acaso, Señor?»
Él respondió:
«El que ha mojado en la misma fuente que yo, ése me va a entregar. El Hijo
del hombre se va, como está escrito de él; pero, ¡ay del que va a entregar al
Hijo del hombre!; más le valdría no haber nacido.»
Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar:
«¿Soy yo acaso, Maestro?»
Él respondió:
«Tú lo has dicho.»
Palabra del Señor
1. Es evidente que este relato, en vísperas del Jueves Santo,
centra la atención de los cristianos en la figura de Judas. Sobre este personaje
se ha discutido mucho: - ¿quién era? - ¿Por qué lo eligió Jesús como uno de los
Doce? - ¿Cómo lo trató Jesús? - ¿Por qué traicionó a Jesús? - ¿Por qué los evangelios destacan tanto a
este extraño personaje?
Las ideas de los antiguos padres de la Iglesia, de la teología protestante
y de la teología católica son muy diferentes (cf. Ulrich Luz).
2. Si nos atenemos solo a aclarar estas preguntas, lo más seguro
es que no lleguemos al fondo del problema que plantean a la Iglesia y a cada
cristiano en concreto.
¿En qué consiste ese problema?
Lo más claro que hay en el "caso Judas", es el hecho de que,
entre los elegidos de Jesús y sus más cercanos amigos (Jn, 15, 14-16), entre
los que habitualmente están con él (Mc 3, 13) y los que figuran investidos de
"autoridad" (Mc 3, 15; Mt 10, 1), destinados a representar la
totalidad de los escogidos de Dios (Mt 19, 28 par), ahí, en ese núcleo de los
más representativos, hay cobardes (caso de Pedro) y hay traidores (caso de
Judas). Esto —por lo menos esto— es lo que la Iglesia primitiva tuvo muy claro
y muy clavado en el alma.
3. En realidad, lo que allí ocurrió es que Pedro, al negar su
relación con Jesús, lo que hizo fue negar su fe, su amistad, su cercanía a
Jesús. Y Judas fue sencillamente un ladrón codicioso, un falso amigo, un
hipócrita, un hombre falso y del que nadie se podría fiar.
Por diversos motivos, lo mismo para Judas que para Pedro, el propio interés
se antepuso a la fidelidad y al seguimiento de Jesús. Esto es algo que la
Iglesia ha de tener siempre presente. Porque, desde sus orígenes, lo consideró
muy preocupante. Y preocupante ha sido y lo es hasta el día de hoy.
La pregunta "¿Acaso soy yo, Señor?" debería estar clavada en el
alma de cada creyente. Y de forma muy intensa y especial en quienes ocupan
cargos de gobierno en la Iglesia.
SAN BENJAMÍN
San Benjamín fue
un diácono que vivió en la antigua región de Persia (hoy Irán) y formó parte de
un grupo de cristianos mártires durante la larga persecución iniciada por el
rey del Imperio sasánida Iezdegerd I, y que terminó con su hijo y sucesor
Vararane V.
El santo fue un
joven de gran celo apostólico, elocuente para predicar y caritativo con los
necesitados. Además, logró muchas conversiones, incluso de los sacerdotes
seguidores de Zaratustra, profeta fundador del mazdeísmo.
Si bien el rey
Iezdigerd I detuvo la persecución de cristianos llevada a cabo por su padre
Sapor II, este mandó a destruir todas sus iglesias cuando un sacerdote
cristiano de nombre Hasu, junto a sus allegados, incendiaron el “templo del
fuego”, principal objeto del culto de los persas.
Por ello fueron
arrestados el Obispo Abdas, los presbíteros Hasu y Isaac, un subdiácono y dos
laicos. Después fueron condenados a muerte por negarse a reconstruir el templo
y se inició una persecución general que duró cuarenta años.
A estos mártires se suma el diácono Benjamín, quien fue golpeado y después
encarcelado por 1 año pese a no haber participado del incendio. Salió en
libertad gracias al embajador de Constantinopla, quien prometió que el santo se
abstendría de hablar acerca de su religión.
Sin embargo,
Benjamín continuó predicando el Evangelio por lo que fue nuevamente detenido y
llevado ante el rey, quien lo sometió a crueles torturas, siendo luego
decapitado.
El diácono fue
martirizado cerca del 420 en Ergol (Persia) por predicar insistentemente la
palabra de Dios. Dos años más tarde con la victoria del emperador del Imperio
romano de Oriente, Teodosio II, sobre Vararane V, se estableció la libertad de
culto para los cristianos de Persia.
La Iglesia
conmemora a este santo diácono el 31 de marzo.
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