9 DE MARZO - MARTES –
3ª – SEMANA DE CUARESMA – B
Santa Francisca Romana, mártir
Lectura de la profecía de Daniel (3,25.34-43):
EN aquellos días, Azarías, puesto en pie, oró de esta forma; alzó la voz en
medio del fuego y dijo:
«Por el honor de tu nombre,
no nos desampares para siempre,
no rompas tu alianza, no apartes
de nosotros tu misericordia.
Por Abrahán, tu amigo; por Isaac,
tu siervo; por Israel, tu consagrado; a quienes prometiste multiplicar su
descendencia
como las estrellas del cielo,
como la arena de las playas
marinas.
Pero ahora, Señor, somos el más pequeño de todos los pueblos; hoy estamos
humillados por toda la tierra a causa de nuestros pecados.
En este momento no tenemos príncipes, ni profetas, ni jefes;
ni holocausto, ni sacrificios, ni
ofrendas, ni incienso; ni un sitio donde ofrecerte primicias, para alcanzar
misericordia. Por eso, acepta nuestro corazón contrito
y nuestro espíritu humilde, como
un holocausto de carneros y toros
o una multitud de corderos
cebados.
Que este sea hoy nuestro sacrificio, y que sea agradable en tu presencia:
porque los que en ti confían no quedan defraudados.
Ahora te seguimos de todo corazón,
te respetamos, y buscamos tu rostro; no nos defraudes, Señor; trátanos según tu
piedad, según tu gran misericordia.
Líbranos con tu poder maravilloso y da gloria a tu nombre, Señor».
Palabra de Dios
Salmo: 24,4-5ab.6.7bc.8-9
R/. Recuerda, Señor, tu ternura
Señor, enséñame tus caminos,
instrúyeme en tus sendas:
haz que camine con lealtad;
enséñame, porque tú eres mi Dios y
Salvador. R/.
Recuerda, Señor, que tu ternura
y tu misericordia son eternas;
acuérdate de mí con misericordia,
por tu bondad, Señor. R/.
El Señor es bueno y es recto,
y enseña el camino a los
pecadores;
hace caminar a los humildes con
rectitud,
enseña su camino a los
humildes. R/.
Lectura del santo evangelio según san Mateo (18,21-35):
EN aquel tiempo, acercándose Pedro a Jesús le preguntó:
«Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo?
¿Hasta siete veces?».
Jesús le contesta:
«No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.
Por esto, se parece el reino de
los cielos a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus criados. Al empezar a
ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con
qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y
todas sus posesiones, y que pagara así. El criado, arrojándose a sus pies, le
suplicaba diciendo:
“Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo”.
Se compadeció el señor de aquel criado y lo dejó marchar, perdonándole la
deuda. Pero al salir, el criado aquel encontró a uno de sus compañeros que le
debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba diciendo:
“Págame lo que me debes”.
El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba diciendo:
“Ten paciencia conmigo y te lo pagaré”.
Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que
debía.
Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a
contarle a su señor todo lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo:
“¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo rogaste.
¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión
de ti?”.
Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la
deuda.
Lo mismo hará con vosotros mi Padre celestial, si cada cual no perdona de
corazón a su hermano».
Palabra del Señor
1. Esta parábola es consoladora y tremenda al mismo tiempo.
Es consoladora porque viene a decir que Dios perdona siempre, lo perdona
todo, no se cansa jamás de perdonar. Hagas lo que hagas y se lo hagas a quien
se lo hagas, Dios siempre te perdona. Basta decírselo. Basta pedírselo. Basta
desearlo. Y enseguida, inmediatamente, sin más condiciones o
requisitos, ¡estás perdonado!
En los evangelios no se habla para nada de confesión. Ni de la necesidad de
ir a un sacerdote para contarle tus cosas más íntimas. Todo eso se lo
inventaron
los clérigos varios siglos más
tarde. Lo único que hace falta es fiarse a ciegas
de la bondad sin límites del Dios,
que nos quiere siempre.
2. El peligro que esto tiene, está en que hay gente que se puede
aprovechar
-y se aprovecha- de esta infinita
bondad de Dios, para seguir ofendiendo a los demás, haciendo daño a quien les
estorba en la vida, odiando al que piensa o siente de otra manera. Porque, si
es cierto eso de que Dios perdona sin límites, entonces, "¡vamos a pecar
sin límites!" Puesto que el perdón sin límites lo tenemos siempre asegurado.
3. Esta parábola viene a decirnos que esa escapatoria no vale.
Porque Dios te
perdona, si tú perdonas. Dios te
perdona, mientras tú perdonas. La medida de tu
perdón hacia los demás, esa misma
es la medida del perdón que Dios te concede a ti. Y esto es así, porque, en
definitiva, el pecado no es nuestra ofensa a Dios, sino nuestra ofensa a los
demás. Porque en el "otro" está "Dios". Tu conducta con el
"otro", esa es tu conducta de "Dios". Porque Dios está en
cada ser humano: Lo que hicisteis con uno de estos, a mí me lo hicisteis"
(Mt 25, 31-46).
Santa Francisca Romana, mártir
Francisca nació en Roma en el año 1384. Y en cada año,
el 9 de marzo, llegan cantidades de peregrinos a visitar su tumba en el Templo
que a ella se le ha consagrado en Roma y a visitar el convento que ella fundó
allí mismo y que se llama "Torre de los Espejos".
Sus padres eran sumamente ricos y muy creyentes
(quedarán después en la miseria en una guerra por defender al Sumo Pontífice) y
la niña creció en medio de todas las comodidades, pero muy bien instruida en la
religión. Desde muy pequeñita su mayor deseo fue ser religiosa, pero los papás
no aceptaron esa vocación, sino que le consiguieron un novio de una familia muy
rica y con él la hicieron casar.
Francisca, aunque amaba inmensamente a su esposo,
sentía la nostalgia de no poder dedicar su vida a la oración y a la
contemplación, en la vida religiosa. Un día su cuñada, llamada Vannossa, la vio
llorando y le preguntó la razón de su tristeza. Francisca le contó que ella
sentía una inmensa inclinación hacia la vida religiosa pero que sus padres la
habían obligado a formar un hogar. Entonces la cuñada le dijo que a ella le
sucedía lo mismo, y le propuso que se dedicaran a las dos vocaciones: ser unas
excelentes madres de familia, y a la vez, dedicar todos los ratos libres a
ayudar a los pobre y enfermos, como si fueran dos religiosas. Y así lo
hicieron. Con el consentimiento de sus esposos, Francisca y Vannossa se
dedicaron a visitar hospitales y a instruir gente ignorante y a socorrer
pobres. La suegra quería oponerse a todo esto, pero los dos maridos al ver que
ellas en el hogar eran tan cuidadosas y tan cariñosas, les permitieron seguir
en esta caritativa acción. Pronto Francisca empezó a ganarse la simpatía de las
gentes de Roma por su gran caridad para con los enfermos y los pobres. Ella
tuvo siempre la cualidad especialísima de hacerse querer por la gente. Fue un
don que le concedió el Espíritu Santo.
En más de 30 años que Francisca vivió con su esposo,
observó una conducta verdaderamente edificante. Tuvo tres hijos a los cuales se
esmeró por educar muy religiosamente. Dos de ellos murieron muy jóvenes, y al
tercero lo guio siempre, aun después de que él se casó, por el camino de todas
las virtudes.
A Francisca le agradaba mucho dedicarse a la
oración, pero le sucedió muchas veces que estando orando la llamó su marido
para que la ayudara en algún oficio, y ella suspendía inmediatamente su oración
y se iba a colaborar en lo que era necesario. Veces hubo que tuvo que suspender
cinco veces seguidas una oración, y lo hizo prontamente. Ella repetía:
"Muy buena es la oración, pero la mujer casada tiene que concederles
enorme importancia a sus deberes caseros".
Dios permitió que a esta santa mujer le llegaran las
más desesperantes tentaciones. Y a todas resistió dedicándose a la oración y a
la mortificación y a las buenas lecturas, y a estar siempre muy ocupada. Su
familia, que había sido sumamente rica, se vio despojada sus bienes en una
terrible guerra civil. Como su esposo era partidario y defensor del Sumo
Pontífice, y en la guerra ganaron los enemigos del Papa, su familia fue
despojada de sus fincas y palacios. Francisca tuvo que irse a vivir a una
casona vieja, y dedicarse a pedir limosna de puerta en puerta para ayudar a los
enfermos de su hospital. Y además de todo esto le llegaron muy dolorosas
enfermedades que le hicieron padecer por años y años. Ella sabía muy bien que
estaba cosechando premios para el cielo.
Su hijo se casó con una muchacha muy bonita pero
terriblemente malgeniada y criticona. Esta mujer se dedicó a atormentarle la
vida a Francisca y a burlarse de todo lo que la santa hacía y decía. Ella
soportaba todo en silencio y con gran paciencia. Pero de pronto la nuera cayó
gravemente enferma y entonces Francisca se dedicó a asistirla con una caridad
impresionantemente exquisita. La joven se curó de la enfermedad del cuerpo y quedó
curada también de la antipatía que sentía hacia su suegra. En adelante fue su
gran amiga y admiradora.
Francisca obtenía admirables milagros de Dios con sus
oraciones. Curaba enfermos, alejaba malos espíritus, pero sobre todo conseguía
poner paz entre gentes que estaban peleadas y lograba que muchos que antes se
odiaban, empezaran a amarse como buenos amigos. Por toda Roma se hablaba de los
admirables efectos que esta santa mujer conseguía con sus palabras y oraciones.
Muchísimas veces veía a su ángel de la guarda y dialogaba con él.
Francisca fundó una comunidad de religiosas seglares
dedicadas a atender a los más necesitados. Les puso por nombre "Oblatas de
María", y su casa principal, que existe todavía en Roma, fue un edificio
que se llamaba "Torre de los Espejos". Sus religiosas vestían como
señoras respetables. No tenían hábito especial.
Nombró como superiora a una mujer de toda su confianza,
pero cuando Francisca quedó viuda entró también ella de religiosa, y por
unanimidad las religiosas la eligieron superiora general. En la comunidad tomó
por nombre Francisca Romana".
Había recibido de Dios la eficacia de la palabra y por
eso acudían a ella numerosas personas para pedirle que les ayudara a solucionar
los problemas de sus familias. El Espíritu Santo le concedió el don de consejo,
por el cual sus palabras guiaban fácilmente a las personas a conseguir la
solución de sus dificultades.
Cuando llegaban las epidemias, ella misma llevaba a los
enfermos al hospital, lo atendía, les lavaba la ropa y la remendaba, y como en
tiempo de contagio era muy difícil conseguir confesores, ella pagaba un sueldo
especial a varios sacerdotes para que se dedicaran a atender espiritualmente a
los enfermos.
Francisca ayunaba a pan y agua muchos días. Dedicaba
horas y horas a la oración y a la meditación, y Dios empezó a concederle
éxtasis y visiones. Consultaba todas las dudas de su alma con un director
espiritual, y llegó a tal grado de amabilidad en su trato, que bastaba tratar
con ella una sola vez para quedar ya amigos para siempre. A las personas que
sabía que hablaban mal de ella, les prodigaba mayor amabilidad.
Estaba gravemente enferma, y el 9 de marzo de 1440 su
rostro empezó a brillar con una luz admirable. Entonces pronunció sus últimas
palabras: "El ángel del Señor me manda que lo siga hacia las
alturas". Luego quedó muerta, pero parecía alegremente dormida.
Tan pronto se supo la noticia de su muerte, corrió
hacia el convento una inmensa multitud. Muchísimos pobres iban a demostrar su
agradecimiento por los innumerables favores que les había hecho. Muchos
llevaban enfermos para que les permitieran acercarlos al cadáver de la santa, y
así pedir la curación por su intercesión. Los historiadores dicen que
"toda la ciudad de Roma se movilizó", para asistir a los funerales de
Francisca.
Fue sepultada en la iglesia parroquial, y al conocerse
la noticia de que junto a su cadáver se estaban obrando milagros, aumentó mucho
más la concurrencia a sus funerales. Luego su tumba se volvió tan famosa que
aquel templo empezó a llamarse y se le llama aún ahora: La Iglesia de Santa
Francisca Romana.
Cada 9 de marzo llegan numerosos peregrinos a pedirle a
Santa Francisca unas gracias que nosotros también nos conviene pedir siempre:
que nos dediquemos con todas nuestras fuerzas a cumplir cada día los deberes
que tenemos en nuestro hogar, y que nos consagremos con toda la generosidad
posible a ayudar a los pobres y necesitados y a ser extraordinariamente amables
con todos. Santa Francisca: ruégale al buen Dios que así sea.
He aquí la descripción de una mujer admirable.
"Que las gentes comenten sus muchas buenas obras" (S. Biblia.
Proverbios 31).
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