22 DE MARZO - LUNES –
5ª – SEMANA DE CUARESMA – B
San Bienvenido Scotivoli
Lectura del libro de Daniel (13,1-9.15-17.19-30.33-62):
En aquellos días, vivía en Babilonia un hombre llamado Joaquín, casado con
Susana, hija de Jelcías, mujer muy bella y temerosa del Señor.
Sus padres eran justos y habían educado a su hija según la ley de Moisés.
Joaquín era muy rico y tenía un jardín junto a su casa; y como era el más
respetado de todos, los judíos solían reunirse allí.
Aquel año fueron designados jueces dos ancianos del pueblo, de esos que el
Señor denuncia diciendo:
«En Babilonia la maldad ha brotado de los viejos jueces, que pasan por
guías del pueblo».
Solían ir a casa de Joaquín, y los que tenían pleitos que resolver acudían
a ellos.
A mediodía, cuando la gente se marchaba, Susana salía a pasear por el
jardín de su marido. Los dos ancianos la veían a diario, cuando salía a pasear,
y sintieron deseos de ella.
Pervirtieron sus pensamientos y desviaron los ojos para no mirar al cielo,
ni acordarse de sus justas leyes.
Sucedió que, mientras aguardaban ellos el día conveniente, salió ella como
los tres días anteriores sola con dos criadas, y tuvo ganas de bañarse en el
jardín, porque hacía mucho calor. No había allí nadie, excepto los dos ancianos
escondidos y acechándola.
Susana dijo a las criadas:
«Traedme el perfume y las cremas y cerrad la puerta del jardín mientras me
baño».
Apenas salieron las criadas, se levantaron los dos ancianos, corrieron
hacia ella y le dijeron:
«Las puertas del jardín están cerradas, nadie nos ve, y nosotros sentimos
deseos de ti; así que consiente y acuéstate con nosotros. Si no, daremos
testimonio contra ti diciendo que un joven estaba contigo y que por eso habías
despachado a las criadas».
Susana lanzó un gemido y dijo:
«No tengo salida: si hago eso, mereceré la muerte; si no lo hago, no
escaparé de vuestras manos. Pero prefiero no hacerlo y caer en vuestras manos
antes que pecar delante del Señor».
Susana se puso a gritar, y los dos ancianos, por su parte, se pusieron también
a gritar contra ella. Uno de ellos fue corriendo y abrió la puerta del jardín.
Al oír los gritos en el jardín, la servidumbre vino corriendo por la puerta
lateral a ver qué le había pasado. Cuando los ancianos contaron su historia,
los criados quedaron abochornados, porque Susana nunca había dado que hablar.
Al día siguiente, cuando la gente vino a casa de Joaquín, su marido,
vinieron también los dos ancianos con el propósito criminal de hacer morir a
Susana.
En presencia del pueblo ordenaron:
«Id a buscar a Susana, hija de Jelcías, mujer de Joaquín».
Fueron a buscarla, y vino ella con sus padres, hijos y parientes.
Toda su familia y cuantos la veían
lloraban.
Entonces los dos ancianos se levantaron en medio de la asamblea y pusieron
las manos sobre la cabeza de Susana.
Ella, llorando, levantó la vista al cielo, porque su corazón confiaba en el
Señor.
Los ancianos declararon:
«Mientras paseábamos nosotros solos por el jardín, salió esta con dos
criadas, cerró la puerta del jardín y despidió a las criadas. Entonces se le
acercó un joven que estaba escondido y se acostó con ella.
Nosotros estábamos en un rincón del jardín y, al ver aquella maldad,
corrimos hacia ellos. Los vimos abrazados, pero no pudimos sujetar al
joven, porque era más fuerte que nosotros, y, abriendo la puerta, salió
corriendo.
En cambio, a esta le echamos mano y le preguntamos quién era el joven, pero
no quiso decírnoslo. Damos testimonio de ello».
Como eran ancianos del pueblo y jueces, la asamblea los creyó y la condenó
a muerte.
Susana dijo gritando:
«Dios eterno, que ves lo escondido, que lo sabes todo antes de que suceda,
tú sabes que han dado falso testimonio contra mí, y ahora tengo que morir,
siendo inocente de lo que su maldad ha inventado contra mí».
Y el Señor escuchó su voz.
Mientras la llevaban para ejecutarla, Dios suscitó el espíritu santo en un
muchacho llamado Daniel; y este dio una gran voz:
«Yo soy inocente de la sangre de esta».
Toda la gente se volvió a mirarlo, y le preguntaron:
«Qué es lo que estás diciendo?».
Él, plantado en medio de ellos, les contestó:
«Pero ¿estáis locos, hijos de Israel? ¿Conque, sin discutir la causa ni
conocer la verdad condenáis a una hija de Israel? Volved al tribunal, porque
esos han dado falso testimonio contra ella».
La gente volvió a toda prisa, y los ancianos le dijeron:
«Ven, siéntate con nosotros e infórmanos, porque Dios mismo te ha dado la
ancianidad».
Daniel les dijo:
«Separadlos lejos uno del otro, que los voy a interrogar».
Cuando estuvieron separados el uno del otro, él llamó a uno de ellos y le
dijo:
«¡Envejecido en días y en crímenes! Ahora vuelven tus pecados pasados,
cuando dabas sentencias injustas condenando inocentes y absolviendo culpables,
contra el mandato del Señor: “No matarás al inocente ni al justo”. Ahora,
puesto que tú la viste, dime debajo de qué árbol los viste abrazados».
Él contestó:
«Debajo de una acacia».
Respondió Daniel:
«Tu calumnia se vuelve contra ti. Un ángel de Dios ha recibido ya la
sentencia divina y te va a partir por medio».
Lo apartó, mandó traer al otro y le dijo:
«Hijo de Canaán, y no de Judá! La belleza te sedujo y la pasión pervirtió
tu corazón. Lo mismo hacíais con las mujeres israelitas, y ellas por miedo se
acostaban con vosotros; pero una mujer judía no ha tolerado vuestra maldad.
Ahora dime: ¿bajo qué árbol los sorprendiste abrazados?».
Él contestó:
«Debajo de una encina».
Replicó Daniel:
«Tu calumnia también se vuelve contra ti. el ángel de Dios aguarda con la
espada para dividirte por medio. Y así acabará con vosotros».
Entonces toda la asamblea se puso a gritar bendiciendo a Dios, que salva a
los que esperan en él.
Se alzaron contra los dos ancianos, a quienes Daniel había dejado convictos
de falso testimonio por su propia confesión, e hicieron con ellos lo mismo que
ellos habían tramado contra el prójimo. Les aplicaron la ley de Moisés y los
ajusticiaron.
Aquel día se salvó una vida inocente.
Palabra de Dios
Salmo: 22,1-3a.3b-4.5.6
R/. Aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo, porque tú vas conmigo.
El Señor es mi pastor, nada me falta:
en verdes praderas me hace
recostar;
me conduce hacia fuentes
tranquilas
y repara mis fuerzas. R/.
Me guía por el sendero justo,
por el honor de su nombre.
Aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo, porque tú vas conmigo:
tu vara y tu cayado me
sosiegan. R/.
Preparas una mesa ante mí,
enfrente de mis enemigos;
me unges la cabeza con perfume,
y mí copa rebosa. R/.
Tu bondad y tu misericordia me acompañan
todos los días de mi vida,
y habitaré en la casa del Señor
por años sin término. R/.
Lectura del santo Evangelio según san Juan 8, 12-20
En aquel tiempo, Jesús habló a los fariseos, diciendo:
«Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no camina en tinieblas, sino que
tendrá la luz de la vida».
Le dijeron los fariseos:
«Tú das testimonio de ti mismo; tu testimonio no es verdadero».
Jesús les contestó:
«Aunque yo doy testimonio de mí mismo, mi testimonio es verdadero, porque
sé de dónde he venido y adónde voy; en cambio, vosotros no sabéis de dónde
vengo ni adónde voy. Vosotros juzgáis según la carne; yo no juzgo a nadie; y,
si juzgo yo, mi juicio es legítimo, porque no estoy yo solo, sino yo y e! que
me ha enviado, el Padre; y en vuestra ley está escrito que el testimonio de dos
hombres es verdadero. Yo doy testimonio de mí mismo, y además da testimonio de
mí el que me ha enviado, el Padre».
Ellos le preguntaban:
«Dónde está tu Padre?».
Jesús contestó:
«Ni me conocéis a mí ni a mi Padre; si me conocierais a mí, conoceríais
también a mi Padre».
Jesús tuvo esta conversación junto
al arca de las ofrendas, cuando enseñaba en el templo. Y nadie le echó mano, porque
todavía no había llegado su hora.
Palabra del Señor.
1. La enseñanza central de este evangelio está en la afirmación que Jesús hace de sí mismo: Yo soy la luz del mundo (Jn 8, 12).
Jesús no dice que él es "una" luz en el mundo, sino que él es
"la" luz que ilumina a la humanidad entera. Jesús, que es el Logos,
la Palabra, la Sabiduría, en la que Dios ha dicho a este mundo todo lo que le
tenía que decir, para cualquier situación, cualquier crisis, sea cual sea la
dificultad en que nos veamos, el Padre Dios nos dice: Pon los ojos solo en él,
porque en él te lo tengo dicho todo y revelado, y hallarás en él aún más de lo
que buscas y deseas (Juan de la Cruz, Subida al Monte C., 2, 22).
2. En este mundo, de tan profundas y densas oscuridades, andamos con frecuencia entre densas tinieblas. Sin saber ni a dónde vamos, ni a qué vamos.
Esto nos ocurre como individuos. Y
como sociedad. Ahora, por ejemplo, cuando a todos nos seducen tanto las tecnologías,
los sorprendentes inventos y adelantos, que cada día nos anuncian, quedamos
alucinados, embelesados, seducidos. Baste pensar en lo que, en pocos
años, han representado los adelantos en la informática. Ya no podemos vivir sin
ella. Para la información, para las comunicaciones, para nuestros
conocimientos. Y ya, hasta se habla del "hombre-máquina", del que nadie sabe si es posible o en qué
consistirá.
Es terrible decirlo: andamos en tinieblas, en la más profunda oscuridad.
3. Así las cosas, la luz, que puede iluminar nuestras vidas,
sigue siendo (y lo será siempre) el "proyecto de vida" que nos marca
el Evangelio. Ese proyecto de vida es la luz que necesitamos, para ver dónde
estamos y a dónde nos puede llevar el camino que llevamos. Hoy ese camino lo
marca la tecnología, determinada y guiada por los intereses del capitalismo.
Es el camino de la desigualdad creciente y galopante, que condena sin otro
remedio al más del 80 % de la humanidad a vivir unos pocos años en la
desesperación y la miseria, sin otra esperanza que la muerte temprana y
criminal. Jesús no es esa luz.
El Evangelio nos urge a salir con urgencia de semejante oscuridad
criminal.
- ¿Qué hago yo en este orden fundamental de cosas?
San Bienvenido Scotivoli
Martirologio Romano: En Osimo, en el Piceno, san Bienvenido Scotivoli, obispo, que, elegido por
el papa Urbano IV para esta sede, promovió la paz entre los ciudadanos y, según
el espíritu de los Hermanos Menores, quiso morir sobre tierra desnuda († 1282).
Breve Biografía
Bienvenido Scotívoli nació en Ancona en 1188; estudió derecho en Bolonia
bajo la guía de San Silvestre Guzzolini, canónigo de Osimo, después fundador de
los monjes Silvestrinos.
Nombrado capellán pontificio, luego arcediano de Ancona. El 1 de agosto de
1263 fue nombrado administrador de la diócesis de Osimo, que había sido unida a
la Numana por Gregorio IX en castigo por su adhesión al partido de Federico II.
Restablecida la sede el 13 de marzo de 1264 Urbano IV le confió su gobierno a
Bienvenido, que en 1267 fue también encargado por Clemente IV del gobierno de
la Marca de Ancona.
En este período ordenó sacerdote a san Nicolás de Tolentino. Fue devotísimo
de San Francisco, acogió en su diócesis a los Hermanos Menores y pidió
pertenecer a la primera Orden. Vistió con fervor el hábito y se empeñó en vivir
el espíritu seráfico.
Bienvenido fue un gran reformador. Por una disposición del 15 de enero de
1270 prohibió al monasterio de San Florencio de Pescivalle, del cual era
administrador, enajenar los bienes.
En un sínodo habido el 7 de febrero de 1273 prohibió la venta de las propiedades
eclesiásticas y en 1274 puso en marcha las reforma del capítulo de la catedral
y defendió los derechos de la diócesis sobre la ciudad de Cingoli.
En su ministerio episcopal siempre tuvo como única meta promover la gloria
de Dios, despreciar las riquezas y las cosas del mundo, trabajar intensamente
por el bien de su alma y de las almas confiadas a sus cuidados.
En su actuación sabía unir la fortaleza y la suavidad de los modales, para
el triunfo de la justicia y de la paz en el vínculo del amor. Fue un verdadero
y buen pastor de su rebaño y vigilante custodio de las leyes de Dios y de la
Iglesia. Celoso en la predicación evangélica y en la instrucción catequística,
muchas veces visitó la diócesis, celebró un sínodo diocesano en el cual dictó
sabias normas para promover la disciplina eclesiástica. Promovió la cultura y
la formación de los nuevos levitas, que preparaba para el sacerdocio, con
palabra inspirada, con el buen ejemplo, y con su vida santa.
Bienvenido murió el 2 de marzo de 1282, a los 94 años. Fue sepultado en la
iglesia catedral de Osimo en un noble mausoleo, por disposición del clero y el
pueblo. Sobre su sepulcro tuvieron lugar gracias y milagros. Martín IV
reconoció el culto en 1284, sin haber sido canonizado.
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