3 - DE JUNIO –JUEVES –
9ª – SEMANA DEL T. O. – B –
San Carlos Lwanga y
compañeros
Lectura del libro de Tobías (6,10-11;7,1.9-17;8,4-9a):
En aquellos días, habían entrado ya en Media y estaban
cerca de Ecbatana, cuando Rafael dijo al chico:
«Amigo Tobías.»
Él respondió:
«¿Qué?»
Rafael dijo:
«Hoy vamos a hacer noche en casa de Ragüel. Es pariente
tuyo, y tiene una hija llamada Sara.»
Al llegar a Ecbatana, le dijo Tobías:
«Amigo Azarías, llévame derecho a casa de nuestro
pariente Ragüel.»
El ángel lo llevó a casa de Ragüel.
Lo encontraron sentado a la puerta del
patio; se adelantaron a saludarlo, y él les contestó: «Tanto gusto, amigos; bienvenidos.»
Luego los hizo entrar en casa. Ragüel los acogió
cordialmente y mandó matar un carnero. Cuando se lavaron y bañaron, se pusieron
a la mesa.
Tobías dijo a Rafael:
«Amigo Azarías, dile a Ragüel que me dé a mi pariente
Sara.»
Ragüel lo oyó, y dijo al muchacho:
«Tú come y bebe y disfruta a gusto esta noche. Porque,
amigo, sólo tú tienes derecho a casarte con mi hija Sara, y yo tampoco puedo
dársela a otro, porque tú eres el pariente más cercano. Pero, hijo, te voy a
hablar con toda franqueza. Ya se la he dado en matrimonio a siete de mi
familia, y todos murieron la noche en que iban a acercarse a ella. Pero bueno,
hijo, tú come y bebe, que el Señor cuidará de vosotros.»
Tobías replicó:
«No comeré ni beberé mientras no dejes decidido este
asunto mío.»
«Lo haré. Y te la daré, como prescribe la ley de
Moisés. Dios mismo manda que te la entregue, y yo te la confío. A partir de
hoy, para siempre, sois marido y mujer.
Es tuya desde hoy para siempre. El Señor del cielo os
ayude esta noche, hijo, y os dé su gracia y su paz.»
Llamó a su hija Sara.
Cuando se presentó, Ragüel le tomó la mano y
se la entregó a Tobías, con estas palabras: «Recíbela
conforme al derecho y a lo prescrito en la ley de Moisés, que manda se te dé
por esposa. Tómala y llévala enhorabuena a casa de tu padre. Que el Dios del
cielo os dé paz y bienestar.»
Luego llamó a la madre, mandó traer papel y escribió
el acta del matrimonio:
«Que se la entregaba como esposa conforme a lo
prescrito en la ley de Moisés.»
Después empezaron a cenar. Ragüel llamó a su mujer
Edna y le dijo:
«Mujer, prepara la otra habitación y
llévala allí.»
Edna se fue a arreglar la habitación que le había
dicho su marido. Llevó allí a su hija y lloró por ella.
Luego, enjugándose las lágrimas, le dijo:
«Ánimo, hija. Que el Dios del cielo cambie tu tristeza
en gozo. Ánimo, hija.»
Y salió.
Cuando Ragüel y Edna salieron, cerraron la puerta de
la habitación. Tobías se levantó de la cama y dijo a Sara: «Mujer, levántate,
vamos a rezar, pidiendo a nuestro Señor que tenga misericordia de nosotros y
nos proteja.»
Se levantó, y empezaron a rezar, pidiendo a Dios que
los protegiera.
Rezó así:
«Bendito eres, Dios de nuestros padres, y bendito tu
nombre por los siglos de los siglos. Que te bendigan el cielo y todas tus
criaturas por los siglos.
Tú creaste a Adán, y como ayuda y apoyo creaste a su
mujer, Eva; de los dos nació la raza humana.
Tú dijiste:
"No está bien que el hombre esté solo, voy a
hacerle alguien como él, que lo ayude."
Si yo me caso con esta prima mía, no busco satisfacer
mi pasión, sino que procedo lealmente. Dígnate apiadarte de ella y de mí, y
haznos llegar juntos a la vejez.»
Los dos dijeron:
«Amén, amén.»
Y durmieron aquella noche.
Palabra de Dios
Salmo: 127,1-2.3.4-5
R/. Dichosos los que temen al Señor
Dichoso el que teme al Señor
y sigue sus caminos.
Comerás de] fruto de tu trabajo,
serás dichoso, te irá bien. R/.
Tu mujer, como parra fecunda,
en medio de tu casa;
tus hijos, como renuevos de olivo,
alrededor de tu mesa. R/.
Ésta es la bendición del hombre que teme al Señor.
Que el Señor te bendiga desde Sión,
que veas la prosperidad de Jerusalén
todos los días de tu vida. R/.
Lectura del santo evangelio según san Marcos (12,28b-34):
En aquel tiempo, un escriba se acercó a
Jesús y le preguntó: «¿Qué
mandamiento es el primero de todos?»
Respondió Jesús:
«El primero es: "Escucha, Israel, el Señor,
nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón,
con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser."
El segundo es éste: "Amarás a tu prójimo como a
ti mismo." No hay mandamiento mayor que éstos.»
El escriba replicó:
«Muy bien, Maestro, tienes razón cuando dices que el
Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón,
con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo
vale más que todos los holocaustos y sacrificios.»
Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le
dijo:
«No estás lejos del reino de Dios.»
Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.
Palabra del Señor
1. Lo más notable de este
relato está en que el letrado, que pregunta a Jesús, se refiere solamente al
primero de todos los mandamientos. Y ese mandamiento primero, para un
israelita, era solamente el mandamiento que se refiere al amor de Dios por
encima de todo lo demás. Es lo que los judíos denominaban el
"semá" = "oye", la famosa declaración de fe del Deuteronomio
(6, 4-9;11,13-21) y del Libro de los Números (15, 37-41).
Era, pues, para un buen israelita, el primer mandamiento que resumía toda
la vida ética de los israelitas.
2. Pero Jesús amplía ese mandamiento y lo une, de forma
inseparable, con el del amor al prójimo, que se contiene en Lev 19, 18. Y que
el Nuevo Testamento
recoge en la respuesta que recoge
el episodio del joven rico, cuando Jesús, al recordar los
"mandamientos", solamente menciona los que se refieren al amor al
prójimo (Mc 10, 19 par), lo mismo que hace san Pablo (Rm 13, 9; cf. St 2, 8).
3. Por tanto, el planteamiento, que hace Jesús, es mucho más
radical: nuestra relación con Dios se resuelve en nuestra relación con los
seres humanos con
quienes convivimos. Y la
explicación es tan profunda como sencilla: a Dios no lo conocemos, ni podemos conocerle.
Lo que conocemos es la vida que llevan
quienes cada cual tiene cerca.
Amando a esas personas, haciéndoles la vida lo más llevadera posible, siendo
siempre buenos con todos y en todo, solamente así podemos estar seguros de que
amamos a Dios y hacemos lo que Dios quiere.
San Carlos Lwanga y compañeros
Memoria de los santos Carlos Lwanga y doce compañeros, todos ellos de edades
comprendidas entre los catorce y los treinta años, que perteneciendo a la corte
de jóvenes nobles o al cuerpo de guardia del rey Mwanga, y siendo neófitos o
seguidores de la fe católica, por no ceder a los deseos impuros del monarca
murieron en la colina Namugongo, degollados o quemados vivos. Entre los años
1885 y 1887
Vida de San Carlos
Lwanga y compañeros
La sociedad de los Misioneros de Africa, conocida como los Padres Blancos,
formaron parte de la evangelización de África en el siglo XIX. Después de seis
años en Uganda ya tenían una comunidad de conversos cuya fe sería un testimonio
para toda la Iglesia. Los primeros conversos se dieron a la misión de instruir
y guiar a los más nuevos y la comunidad creció rápidamente. La vida ejemplar de
los cristianos inicialmente ganó el favor del rey Mtesa pero más tarde este
comprendió que los cristianos no favorecían su negocio de venta de esclavos.
Mwanga sucedió a su padre en el trono. Al principio la situación de los
cristianos mejoró y varios tuvieron posiciones importantes en su corte. Pero el
rey, influenciado por el Islam, cayó en la tendencia homosexual. La situación
de los cristianos, por no ceder a sus demandas, se hizo muy difícil.
El líder de la comunidad católica, que para entonces tenía unos 200
miembros, era un joven de 25 años llamado José Mkasa (Mukasa) que ejercía como
principal mayordomo de la corte de Mwanga. Cuando Mwanga asesinó a un misionero
protestante y a sus compañeros, José Mkasa confrontó al rey por su crimen. El
rey Mwanga había sido amigo de José por mucho tiempo, pero cuando este exhortó
a Mwanga a renunciar al mal, la reacción fue violenta. El rey mandó a que
mataran a José. Cuando los verdugos trataron de amarrar las manos de José, él
les dijo: "Un Cristiano que entrega su vida por Dios no tiene miedo de
morir". Perdonó a Mwanga con todo su corazón e hizo una petición final por
su arrepentimiento antes de que le cortaran la cabeza y lo quemaran el 15 de Noviembre
de 1885.
Carlos Lwanga, el favorito del rey remplazó a José en la instrucción y
liderato de la comunidad cristiana en la corte. También el hizo lo posible por
evangelizar y proteger a los varones de los deseos lujuriosos del rey. Las
oraciones de José lograron que la persecución del rey amainara por seis meses.
Pero en mayo del 1886 el rey llamó a uno de sus pajes llamado Mwafu y le
preguntó porque estaba distante del rey. Cuando el paje respondió que había
estado recibiendo instrucción religiosa de Daniel Sebuggwawo, el rey se montó
en ira. Llamó a Daniel y lo mató el mismo atravesándole el cuello con una
lanza.
Entonces ordenó que el complejo real sea sellado para que nadie pueda
escapar y llamó a sus verdugos. Comprendiendo lo que venía, Carlos Lwanga
bautizó a cuatro catecúmenos esa noche, incluyendo a un joven de 13 años
llamado Kizito. En la mañana, Mwanga reunió a toda su corte y separó a los
cristianos del resto diciendo: "Aquellos que no rezan párense junto a mí,
los que rezan párense allá" El preguntó a los 15 niños y jóvenes, todos
menores de 25 años, si eran cristianos y tenían la intención de seguir siendo
cristianos. Ellos respondieron "SI" con fuerza y valentía. Mwanga los
condenó a muerte.
EL rey mandó que al grupo lo llevasen a matar a Namugongo, lo cual
representa una caminata de 37 millas. Uno de los jóvenes llamado Mabaga era
hijo del jefe de los verdugos. Este le rogó que escapara y se escondiera, pero
Mbaga no quiso. Los prisioneros atados pasaron la casa de los Padres Blancos en
su camino. El Padre Lourdel más tarde relató sobre el jóven Kizito de 13 años,
que sonreía y animaba al resto. Invitó a todos a cogerse de manos, para así ir
unidos y ayudarse a mantener el ánimo. Lourdel estaba asombrado del valor y el
gozo de estos nuevos cristianos camino al martirio. Tres de ellos fueron
martirizados en el camino.
Un soldado cristiano llamado Santiago Buzabaliawo fue llevado ante el rey.
Cuando Mwanga ordenó que lo matasen junto a los otros, Santiago dijo:
"Entonces, adiós. Voy al cielo y rezaré a Dios por ti". Cuando el
Padre Lourdel, lleno de dolor, levantó su brazo para absolver a Santiago que
pasaba ante él, Santiago levantó sus propias manos atadas y apuntó hacia arriba
para manifestar que él sabía que iba al cielo y se encontraría allí con el Padre
Lourdel. Con una sonrisa le dijo al P. Lourdel, "¿Por qué estas triste?
Esto no es nada ante los gozos que tú nos has enseñado a esperar".
Entre los condenados también estaba Andrés Kaggwa, un jefe Kigowa que había
convertido a su esposa y a varios otros, y Matías Kalemba (o Murumba) un
auxiliar de juez. El mayor consejero estaba tan furioso contra Andrés que dijo
que no comería hasta que Andrés estuviese muerto. Cuando los verdugos
titubearon, Andrés les dijo: "No mantengan a vuestro consejero hambriento,
mátenme". El mismo consejero dijo en tono cínico refiriéndose a Matías:
"Sin duda su dios los rescatará". "Si," contestó Matías,
"Dios me rescatará, pero tú no verás como lo hace porque tomará mi alma y
te dejará solo mi cuerpo". A Matías lo hirieron mortalmente en el camino y
lo dejaron allí para morir lo cual tardo por lo menos tres días.
Cuando la caravana de reos y verdugos llegó a Namugongo, los sobrevivientes
fueron encerrados por siente días. El 3 de junio los sacaron, los envolvieron
en esteras de cañas y los pusieron en una pira. Mbaga fue martirizado el
primero. Su padre, el jefe de los verdugos, había tratado en vano una última
vez de convencerlo a desistir de su fe. Le dieron entonces un golpe en la
cabeza para que no sufriera al ser quemado su cuerpo. El resto de los
cristianos fueron quemados. Carlos Lwanga tenía 21 años. Uno de los pajes,
Mukasa Kiriwanu no había sido aun bautizado, pero se unió a sus compañeros
cuando se les preguntó si eran cristianos. Recibió aquel día el bautismo de
sangre. Murieron 13 católicos y 11 protestantes proclamando el nombre de Jesús
y diciendo "Pueden quemar nuestros cuerpos, pero no pueden dañar nuestras
almas".
No sabemos cuántos mártires produjo aquella persecución. Solo queda
constancia de los que ocupaban un lugar en la corte o tenían puestos de alguna
importancia.
Cuando los Padres Blancos fueron echados del país, los nuevos cristianos
continuaron la obra misionera, traduciendo e imprimiendo el catecismo a su
lengua nativa e instruyendo en la fe en secreto. No tenían sacerdotes, pero
Dios les infundió a aquellos cristianos de Uganda la gracia para vencer con
gran valor a las difíciles circunstancias. Cuando los Padres Blanco volvieron
después de la muerte del rey Mwanga, encontraron 500 cristianos y 1000 catecúmenos
esperándolos.
Los mártires de Uganda fueron beatificados por el Papa Benito XV el 6 de
junio de 1920.
Benedicto XV escribió para la beatificación de los siervos de Dios Carlos
Lwanga, Mattías Murumba y sus compañeros, conocidos con el nombre de los Mártires
de Uganda:
"Quién fue el que primero introdujo en África la fe cristiana se disputa aún;
pero consta que ya antes de la misma edad apostólica floreció allí la religión,
y Tertuliano nos describe de tal manera la vida pura que los cristianos africanos
llevaban, que conmueve el ánimo de sus lectores. Y en verdad que aquella región
a ninguna parecía ceder en varones ilustres y en abundancia de mártires. Entre
éstos agrada conmemorar los mártires scilitanos, que, en Cartago, siendo
procónsul Publio Vigellio Saturnino, derramaron su sangre por Cristo, de las
preguntas escritas para el juicio, que hoy felizmente se conservan, se deduce
con qué constancia, con qué generosa sencillez de ánimo respondieron al
procónsul y profesaron su fe. Justo es también recordar los Potamios,
Perpetuas, Felicidades, Ciprianos y "muchos hermanos mártires" que
las Actas enumeran de manera general, aparte de los mártires aticenses,
conocidos también con el nombre de "masas cándidas", o porque fueron
quemados con cal viva, como narra Aurelio Prudencio en su himno XIII, o por el
fulgor de su causa, como parece opinar Agustín. Pero poco después, primero los
herejes, después los vándalos, por último, los mahometanos, de tal manera
devastaron y asolaron el África cristiana que la que tantos ínclitos héroes
ofreciera a Cristo, la que se gloriaba de más de trescientas sedes episcopales
y había congregado tantos concilios para defender la fe y la disciplina, ella,
perdido el sentido cristiano, se viera privada gradualmente de casi toda su
humanidad y volviera a la barbarie."
Oración a San Carlos Lwanga y compañeros
Mártires de Uganda, rueguen para que
nosotros, inspirado por vuestra fe, seamos capaces de mantenernos fieles en
medio de cualquier prueba y de entregar nuestras propias vidas. Ayuden a
aquellos que viven hoy bajo persecución. Amen.
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