23- DE JUNIO – MIERCOLES –
12ª – SEMANA DEL T. O. – B –
San José
Cafasso
Lectura del libro del Génesis
(15,1-12.17-18):
En aquellos días, Abrán recibió en una
visión la palabra del Señor: «No temas,
Abrán, yo soy tu escudo, y tu paga será abundante.»
Abrán contestó: «Señor, ¿de qué me sirven tus dones,
si soy estéril, y Eliezer de Damasco será el amo de mi casa?»
Y añadió:
«No me has dado hijos, y un criado de casa me
heredará.»
La palabra del Señor le respondió:
«No te heredará ése, sino uno salido de tus entrañas.»
Y el Señor lo sacó afuera y le dijo:
«Mira al cielo; cuenta las estrellas, si puedes.»
Y añadió:
«Así será tu descendencia.» Abran creyó al Señor, y se
le contó en su haber.
El Señor le dijo:
«Yo soy el Señor, que te sacó de Ur de los Caldeos,
para darte en posesión esta tierra.»
Él replicó:
«Señor Dios, ¿cómo sabré que yo voy a poseerla?»
Respondió el Señor:
«Tráeme una ternera de tres años, una cabra de tres
años, un carnero de tres años, una tórtola y un pichón.»
Abrán los trajo y los cortó por el medio, colocando
cada mitad frente a la otra, pero no descuartizó las aves. Los buitres bajaban
a los cadáveres, y Abrán los espantaba.
Cuando iba a ponerse el sol, un sueño profundo invadió
a Abrán, y un terror intenso y oscuro cayó sobre él. El sol se puso, y vino la
oscuridad; una humareda de horno y una antorcha ardiendo pasaban entre los
miembros descuartizados.
Aquel día el Señor hizo alianza con Abrán en estos
términos:
«A tus descendientes les daré esta tierra, desde el
río de Egipto al Gran Río Eufrates.»
Palabra de Dios
Salmo: 104,1-2.3-4.6-7.8-9
R/. El Señor se acuerda de su alianza eternamente
Dad gracias al Señor, invocad su nombre,
dad a conocer sus hazañas a los pueblos.
Cantadle al son de instrumentos,
hablad de sus maravillas. R/.
Gloriaos de su nombre santo,
que se alegren los que buscan al Señor.
Recurrid al Señor y a su poder,
buscad continuamente su rostro. R/.
¡Estirpe de Abrahán, su siervo;
hijos de Jacob, su elegido!
El Señor es nuestro Dios,
él gobierna toda la tierra. R/.
Se acuerda de su alianza eternamente,
de la palabra dada, por mil generaciones;
de la alianza sellada con Abrahán,
del juramento hecho a Isaac. R/.
Lectura del santo evangelio según san Mateo (7,15-20):
En aquel tiempo, dijo
Jesús a sus discípulos:
«Cuidado con los falsos profetas; se acercan con piel
de oveja, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. A
ver, ¿acaso se cosechan uvas de las zarzas o higos de los cardos?
Los árboles
sanos dan frutos buenos; los árboles dañados dan frutos malos. Un árbol sano no
puede dar frutos malos, ni un árbol dañado dar frutos buenos. El árbol que no
da fruto bueno se tala y se echa al fuego.
Es decir, que por sus frutos los conoceréis.
Palabra del Señor
1. En el cristianismo primitivo existía, sin duda alguna, el
peligro, para los
creyentes en Jesús, de verse
asaltados por "profetas falsos". Es decir, ya entonces percibieron la
amenaza que representan los hombres tramposos y embusteros, que se presentan
con apariencia de salvadores, cuando en realidad son auténticos
"salteadores" de caminos por los que transita gente inocente (cf. 1
Jn 2, 18-27; 4, 1-6; Tit 1, 12; Ap 2, 20; Did. 11, 3; Pastor de Hermas, m. 11,
además de los montanistas y no pocos grupos gnósticos) (A. Piñero).
Teniendo en cuenta que lo que se les reprocha a los "profetas
falsos" no es el error, sino la maldad (anomía) (Mt 7, 23).
2. El principio o criterio, que aquí establece Jesús, tiene esta
característica:
fundamenta la ética, no en
principios filosóficos o en leyes religiosas, sino en las consecuencias del
propio comportamiento.
El comportamiento humano, por
supuesto. Pero el
comportamiento humano que sigue el comportamiento que tuvo Jesús. Este criterio
se parece mucho al llamado pragmatismo americano, que entiende la fe como
"aquello en virtud de lo cual un hombre está dispuesto a obrar" (N.
J. Green).
No nos damos cuenta, por lo general, de la disociación y el desacuerdo que
existe entre lo que pensamos y lo que hacemos. Por eso es tan importante
recordar el criterio ético de R. Rorty: el hombre solidario es el que lucha por
disminuir la violencia, el sufrimiento y "la humillación que soportan
algunos seres humanos a causa de otros seres humanos".
3. Cada cual nos tenemos que preguntar por las consecuencias que se
siguen de nuestras conductas. Por
ejemplo, es muy aleccionador tener presente si cada cual, en el ambiente en el
que se mueve, contagia bienestar,
alegría, paz, sosiego, ganas de
vivir. O, por el contrario, lo que contagia es un clima insoportable, malestar, tensiones, violencia, atropellos...
En eso es donde está la respuesta al problema de la ética. Mi bondad o mi maldad
se perciben, ante todo, en la cara que ponen los que conviven conmigo.
San José Cafasso
Año 1860
Antes
de morir escribió esta estrofa:
"No
será muerte sino un dulce sueño para ti, alma mía, si al morir te asiste Jesús,
y te recibe la Virgen María".
Y
seguramente así le sucedió en realidad.
Este
humilde sacerdote fue quizás el más grande amigo y benefactor de San Juan Bosco
y, de muchos seminaristas pobres más, uno de los mejores formadores de
sacerdotes del siglo XIX.
Nació
en 1811 en el mismo pueblo donde nació San Juan Bosco. En Castelnuovo (Italia).
Una hermana suya fue la mamá de otro santo: San José Alamano, fundador de la
comunidad de los Padres de la Consolata. Desde niño sobresalió por su gran
inclinación a la piedad y a repartir ayudas a los pobres.
En
el año 1827, siendo Caffaso seminarista se encontró por primera vez con Juan
Bosco. Cafasso era de familia acomodada del pueblo y Bosco era de una vereda y
absolutamente pobre. Don Bosco narra así su primer encuentro con el que iba a
ser después su Benefactor, su defensor y el que mejor lo comprendiera cuando
los demás lo despreciaran: "Yo era un niño de doce años y una víspera de
grandes fiestas en mi pueblo, vi junto a la puerta del templo a un joven seminarista
que por su amabilidad me pareció muy simpático. Me acerqué y le pregunté:
'¿Reverendo: no quiere ir a gozar un poco de nuestras fiestas?'. Él con una
agradable sonrisa me respondió: 'Mira, amiguito: para los que nos dedicamos al
servicio de Dios, las mejores fiestas son las que se celebran en el templo'.
Yo, animado por su bondadoso modo de responder le añadí: 'Sí, pero también en
nuestras fiestas de plaza hay mucho que alegra y hace pasar ratos felices'. Él
añadió: 'Al buen amigo de Dios lo que más feliz lo hace es el participar muy
devotamente de las celebraciones religiosas del templo'. Luego me preguntó qué
estudios había hecho y si ya había recibido la sagrada comunión, y si me
confesaba con frecuencia. Enseguida abrieron el templo, y él antes de despedirse
me dijo: 'No se te olvide que para el que quiere seguir el sacerdocio nada hay
más agradable ni que más le atraiga, que aquello que sirve para darle gloria a
Dios y para salvar las almas'. Y de manera muy amable se despidió de mí. Yo me
quedé admirado de la bondad de este joven seminarista. Averigüé cómo se llamaba
y me dijeron: 'Es José Cafasso, un muchacho tan piadoso, que ya desde muy
pequeño en el pueblo lo llamaban -el santito".
Cafasso
que era un excelente estudiante tuvo que pedir dispensa para que lo ordenaran
de sacerdote de sólo 21 años, y en vez de irse de una vez a ejercer su
sacerdocio a alguna parroquia, dispuso irse a la capital, Turín, a
perfeccionarse en sus estudios. Allá había un instituto llamado El Convictorio
para los que querían hacer estudios de postgrado, y allí se matriculó. Y con
tan buen resultado, que al terminar sus tres años de estudio fue nombrado
profesor de ese mismo instituto, y al morir el rector fue aclamado para
reemplazarlo, y estuvo de magnífico rector por doce años hasta su muerte.
San
José Cafasso formó más de cien sacerdotes en Turín, y entre sus alumnos tuvo
varios santos. Se propuso como modelos para imitar a San Francisco de Sales y a
San Felipe Neri, y sus discípulos se alegraban al contestar que su comportamiento
se asemejaba grandemente al de estos dos simpáticos santos.
En aquel entonces habían
llegado a Italia unas tendencias muy negativas que prohibían recibir
sacramentos si la persona no era muy santa (Jansenismo) y que insistían más en
la justicia de Dios que en su misericordia (rigorismo).
El
Padre Cafasso, en cambio, formaba a sus sacerdotes en las doctrinas de San
Alfonso que insiste mucho en la misericordia de Dios, y en las enseñanzas de
San Francisco de Sales, el santo más comprensivo con los pecadores. Y además a
sus alumnos sacerdotes los llevaba a visitar cárceles y barrios supremamente
pobres, para despertar en ellos una gran sensibilidad hacia los pobres y
desdichados.
Cuando
el niño campesino Juan Bosco quiso entrar al seminario, no tenía ni un centavo
para costearse los estudios. Entonces el Padre Cafasso le costeó media beca, y
obtuvo que los superiores del seminario le dieran otra media beca con tal de
que hiciera de sacristán, de remendón y de peluquero. Luego cuando Bosco llegó
al sacerdocio, Cafasso se lo llevó a Turín y allá le costeó los tres años de
postgrado en el Convictorio. Él fue el que lo llevó a las cárceles a presenciar
los horrores que sufren los que en su juventud no tuvieron quién los educara
bien. Y cuando Don Bosco empezó a recoger muchachos abandonados en la calle, y
todos lo criticaban y lo expulsaban por esto, el que siempre lo comprendió y
ayudó fue este superior. Y al ver la pobreza tan terrible con la que empezaba
la comunidad salesiana, el Padre Cafasso obtenía ayudas de los ricos y se las
llevaba al buen Don Bosco. Por eso la Comunidad Salesiana ha considerado
siempre a este santo como su amigo y protector.
En
Turín, que era la capital del reino de Saboya, las cárceles estaban llenas de
terribles criminales, abandonados por todos. Y allá se fue Don Cafasso a hacer
apostolado. Con infinita paciencia y amabilidad se fue ganando los presos uno
por uno y los hacía confesarse y empezar una vida santa. Les llevaba ropa,
comida, útiles de aseo y muchas otras ayudas, y su llegada a la cárcel cada
semana era una verdadera fiesta para ellos.
San
José Cafasso acompañó hasta la horca a más de 68 condenados a muerte, y aunque
habían sido terribles criminales, ni uno sólo murió sin confesarse y
arrepentirse. Por eso lo llamaban de otras ciudades para que asistiera a los
condenados a muerte. Cuando a un reo le leían la sentencia a muerte, lo primero
que pedía era: "Que a mi lado esté el Padre Cafasso, cuando me lleven a
ahorcar" (Un día se llevó a su discípulo Juan Bosco, pero éste al ver la
horca cayó desmayado. No era capaz de soportar un espectáculo tan tremendo. Y a
Cafasso le tocaba soportarlo mes por mes. Pero allí salvaba almas y convertía
pecadores).
La
primera cualidad que las gentes notaban en este santo era "el don de consejo".
Una cualidad que el Espíritu Santo le había dado para saber aconsejar lo que
más le convenía a cada uno. Por eso a su despacho llegaban continuamente
obispos, comerciantes, sacerdotes, obreros, militares, y toda clase de personas
necesitadas de un buen consejo. Y volvían a su casa con el alma en paz y llena
de buenas ideas para santificarse. Otra gran cualidad que lo hizo muy popular
fue su calma y su serenidad. Algo encorvado (desde joven) y pequeño de
estatura, pero en el rostro siempre una sonrisa amable. Su voz sonora, y
encantadora. De su conversación irradiaba una alegría contagiosa (que San Juan
Bosco admiraba e imitaba grandemente). Todos elogiaban la tranquilidad
inmutable del Padre José. La gente decía: "Es pequeño de cuerpo, pero gigante
de espíritu". A sus sacerdotes les repetía: "Nuestro Señor quiere que
lo imitemos en su mansedumbre".
Desde
pequeñito fue devotísimo de la Stma. Virgen y a sus alumnos sacerdotes los
entusiasmaba grandemente por esta devoción. Cuando hablaba de la Madre de Dios
se notaba en él un entusiasmo extraordinario. Los sábados y en las fiestas de
la Virgen no negaba favores a quienes se los pedían. En honor de la Madre
Santísima era más generoso que nunca estos días. Por eso los que necesitaban de
él alguna limosna especial o algún favor extraordinario iban a pedírselo un
sábado o en una fiesta de Nuestra Señora, con la seguridad de que, en honor de
la Madre de Jesús, les concedería su petición.
Un
día en un sermón exclamó:
"qué
bello morir un sábado, día de la Virgen, para ser llevados por Ella al
cielo".
Y
así le sucedió: murió el sábado 23 de junio de 1860, a la edad de sólo 49 años.
Su
oración fúnebre la hizo su discípulo preferido: San Juan Bosco.
El
Papa Pío XII canonizó a José Cafasso en 1947, y nosotros le suplicamos a tan
bondadoso protector que logremos imitarlo en su simpática santidad.
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