miércoles, 23 de junio de 2021

Párate un momento: El Evangelio del dia 25 - DE JUNIO – VIERNES – 12ª – SEMANA DEL T. O. – B – San Máximo de Turín

 

 

 


25 - DE JUNIO – VIERNES –

12ª – SEMANA DEL T. O. – B –

San Máximo de Turín

   

    Lectura del libro del Génesis (17,1.9-10.15-22):

 

    Cuando Abrán tenía noventa y nueve años, se le apareció el Señor y le dijo:

    «Yo soy el Dios Saday. Camina en mi presencia con lealtad.»

    Dios añadió a Abrahán:

    «Tú guarda mi pacto, que hago contigo y tus descendientes por generaciones.

    Éste es el pacto que hago con vosotros y con tus descendientes y que habéis de guardar: circuncidad a todos vuestros varones.»

    Dios dijo a Abrahán:

    «Saray, tu mujer, ya no se llamará Saray, sino Sara. La bendeciré, y te dará un hijo, y lo bendeciré; de ella nacerán pueblos y reyes de naciones.»

    Abrahán cayó rostro en tierra y se dijo sonriendo:

    «¿Un centenario va a tener un hijo, y Sara va a dar a luz a los noventa?»

    Y Abrahán dijo a Dios:

    «Me contento con que te guardes vivo a Ismael.»

    Dios replicó:

    «No; es Sara quien te va a dar un hijo, a quien llamarás Isaac; con él estableceré mi pacto y con sus descendientes, un pacto perpetuo.

    En cuanto a Ismael, escucho tu petición: lo bendeciré, lo haré fecundo, lo haré multiplicarse sin medida, engendrará doce príncipes y haré de él un pueblo numeroso. Pero mi pacto lo establezco con Isaac, el hijo que te dará Sara el año que viene por estas fechas.»

    Cuando Dios terminó de hablar con Abrahán, se retiró.

 

Palabra de Dios

 

    Salmo: 127,1-2.3.4-5

 

    R/. Ésta es la bendición del hombre que teme al Señor

 

    Dichoso el que teme al Señor

y sigue sus caminos.

Comerás del fruto de tu trabajo,

serás dichoso, te irá bien. R/.

 

   Tu mujer, como parra fecunda,

en medio de tu casa;

tus hijos, como renuevos de olivo,

alrededor de tu mesa. R/.

 

   Ésta es la bendición del hombre que teme al Señor.

Que el Señor te bendiga desde Sión,

que veas la prosperidad de Jerusalén

todos los días de tu vida. R/.

 

    Lectura del santo evangelio según san Mateo (8,1-4):

 

   En aquel tiempo, al bajar Jesús del monte, lo siguió mucha gente.

En esto, se le acercó un leproso, se arrodilló y le dijo:

    «Señor, si quieres, puedes limpiarme.»

    Extendió la mano y lo tocó, diciendo:

    «Quiero, queda limpio.»

    Y en seguida quedó limpio de la lepra.

    Jesús le dijo:

    «No se lo digas a nadie, pero, para que conste, ve a presentarte al sacerdote y entrega la ofrenda que mandó Moisés.»

 

Palabra del Señor

 

1.  Jesús baja del monte de las bienaventuranzas, ya que el relato sigue inmediatamente al final del sermón del monte.  El descenso del monte evoca el descenso también de Moisés cuando baja del Sinaí (Ex 34, 29).

Pero Moisés bajó para castigar al pueblo idólatra. Jesús baja para sanar el dolor humano del enfermo despreciado.

Se trataba, en efecto, de un "leproso".

Por lepra se entendía toda enfermedad de la piel que fuera contagiosa (Lev 13-14). Todo leproso era un peligro de epidemia. Por eso era despreciado, excluido, marginado. Hasta el extremo de que la religión le obligaba a ir por la vida gritando:

"¡Impuro, impuro!" y se veía excluido de la ciudad o la aldea (Lev 13, 44-46; Nnn 5, 2).

La religión no curaba, sino que humillaba y despreciaba al que ya se veía despreciado y humillado.

 

2.  La reacción de Jesús fue inmediata: tocó al leproso y quedó limpio.

Jesús no remueve más la humillación de aquel hombre.  Lo sana por completo y enseguida. 

Hay que tener en cuenta que el Evangelio utiliza el verbo "kathariza", que, como es sabido, significa no solo "limpiar", sino sobre todo "purificar" de toda posible impureza del espíritu. De forma que así devuelve la rehabilitación social, económica y religiosa (W. Carter). Por eso Jesús, al final de este episodio, le dice al hombre (ya curado) que vaya a los sacerdotes y cumpla el trámite legal (Lev 14, 4.10). Para que, cumpliendo ese trámite, la reintegración social —en una sociedad tan religiosa— fuera total.

 

3. Al final, Jesús le dice al hombre curado: "No lo digas a nadie".  Algunos discuten si estas palabras son expresión del llamado "secreto mesiánico", que tanto destaca el evangelio de Marcos. Y aparece en relatos de Mateo (9, 30; 12, 16; 16, 20; 17, 9). No debe darse a estos textos un significado "moral" o "espiritual". Como si es que Jesús pretendiera pasar inadvertido. No tiene sentido semejante explicación. 

- ¿Cómo iba a pasar inadvertido, en aquellas aldeas de Galilea, que un ciego, un leproso o un enfermo incurable, de pronto se había curado?

Lo más seguro es que Jesús quería que la gente mantuviera cierta reserva en cuanto al tema del Mesías, ya que eso, tal como Jesús lo entendía, no se podía empezar a comprender hasta el final, hasta la muerte en cruz (J. J. Pilch, C. M. Tuckett).

Si se hubiera difundido que el Mesías ya estaba en Galilea, tal cosa, ni se habría entendido, ni habría aportado nada positivo, además de preocupar antes de tiempo a los romanos. Jesús era el Hijo de Dios, pero con los pies en el suelo. Y sabía muy bien lo que hacía. Y cómo lo tenía que hacer.

 

San Máximo de Turín

 


Obispo

 

Martirologio Romano: En Turín, Italia, san Máximo, primer obispo de esta sede, que con su paterna palabra llamó al pueblo pagano a la fe de Cristo, y con sólida doctrina lo condujo al premio de la salvación eterna. (c.465)

Se conserva la mayor parte de la obra literaria de san Máximo de Turín, pero es muy poco lo que se sabe acerca del autor. Parece que vino al mundo alrededor del año 380 y, por referencias extraídas de algunos de sus escritos, se conjetura que era natural de Vercelli, o de algún otro lugar en la provincia de Recia. El escritor declara que, hacia el año de 397, presenció el martirio de tres obispos misioneros de Anaunia, en los Alpes Réticos. El historiador Genadio, en su «Libro de Escritores Eclesiásticos», que completó hacia fines del siglo quinto, describe a san Máximo, obispo de Turín, como a un profundo estudioso de la Biblia, un predicador diestro en instruir al pueblo y autor de muchos libros, algunos de cuyos títulos menciona. La nota concluye señalando que la actuación de san Máximo floreció particularmente durante los reinados de Honorio y de Teodosio el Joven. En realidad, el obispo sobrevivió a esos dos soberanos, puesto que, en el año 451 un obispo Máximo de Turín asistió al sínodo de Milán, presidido por su metropolitano, san Eusebio y, con la participación de otros prelados del norte de Italia, firmó la carta dirigida al papa san León Magno para declarar la adhesión de la asamblea a la doctrina de la Encarnación, tal como se expuso en la llamada "Epístola dogmática" del Papa. También estuvo presente en el Concilio de Roma del 465. En los decretos emitidos en esa ocasión, la firma de Máximo figura inmediatamente después de la del pontífice san Hilario y, como por aquel entonces se daba precedencia por la edad, es evidente que Máximo era muy anciano. Se supone que murió poco después de aquel Concilio.

La colección que se hizo de sus supuestas obras, editadas por Bruno Bruni en 1784, comprende unos 116 sermones, 118 homilías y 6 tratados; pero esta clasificación es muy arbitraria y, posiblemente, la mayoría de las obras citadas deban atribuirse a otros autores. Son particularmente interesantes por darnos a conocer algunas costumbres extrañas y pintorescas de la antigüedad sobre las condiciones en que vivían los pueblos de la Lombardía, en la época de las invasiones de los godos. En una de sus homilías describe la destrucción de Milán por las hordas de Atila; en otra, habla de los mártires Octavio, Solutor y Adventus, cuyas reliquias se conservan en Turín. "Debemos honrar a todos los mártires, recomienda; pero especialmente a aquellos cuyas reliquias poseemos, puesto que ellos velan por nuestros cuerpos en esta vida y nos acogen cuando partimos de ella". En dos homilías sobre la acción de gracias inculcaba el deber de elevar diariamente las preces al Señor y recomendaba los Salmos como los mejores cánticos de alabanza. Insistía en que nadie debía dejar las oraciones de la mañana y la noche, así como la acción de gracias, antes y después de las comidas. Máximo exhortaba a todos los cristianos para que hiciesen el signo de la cruz al emprender cualquier acción, puesto que "por el signo de Jesucristo (hecho con devoción) se pueden obtener bendiciones sin cuento sobre todas nuestras empresas". En uno de sus sermones, abordó el tema de los festejos un tanto desenfrenados del Año Nuevo y criticó la costumbre de dar regalos a los ricos, sin haber repartido antes limosnas entre los pobres. Más adelante, en esa misma prédica, atacó duramente a "los herejes que venden el perdón de los pecados", cuyos pretendidos sacerdotes piden dinero por la absolución de los penitentes, en vez de imponerles penitencias y llanto por sus culpas.

VIDAS DE LOS SANTOS Edición 1965

Autor: Alban Butler

 

                               

 

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