25 - DE JUNIO – VIERNES –
12ª – SEMANA DEL T. O. – B –
San Máximo de Turín
Lectura del libro del Génesis (17,1.9-10.15-22):
Cuando Abrán tenía
noventa y nueve años, se le apareció el Señor y le dijo:
«Yo soy el Dios Saday. Camina en mi
presencia con lealtad.»
Dios añadió a Abrahán:
«Tú guarda mi pacto, que hago contigo y tus
descendientes por generaciones.
Éste es el pacto que hago con vosotros y con
tus descendientes y que habéis de guardar: circuncidad a todos vuestros
varones.»
Dios dijo a Abrahán:
«Saray, tu mujer, ya no se llamará Saray,
sino Sara. La bendeciré, y te dará un hijo, y lo bendeciré; de ella nacerán
pueblos y reyes de naciones.»
Abrahán cayó rostro en tierra y se dijo
sonriendo:
«¿Un centenario va a tener un hijo, y Sara
va a dar a luz a los noventa?»
Y Abrahán dijo a Dios:
«Me contento con que te guardes vivo a Ismael.»
Dios replicó:
«No; es Sara quien te va a dar un hijo, a
quien llamarás Isaac; con él estableceré mi pacto y con sus descendientes, un
pacto perpetuo.
En cuanto a Ismael, escucho tu petición: lo
bendeciré, lo haré fecundo, lo haré multiplicarse sin medida, engendrará doce
príncipes y haré de él un pueblo numeroso. Pero mi pacto lo establezco con
Isaac, el hijo que te dará Sara el año que viene por estas fechas.»
Cuando Dios terminó de hablar con Abrahán,
se retiró.
Palabra de Dios
Salmo: 127,1-2.3.4-5
R/. Ésta es la bendición del hombre que teme al Señor
Dichoso el que teme al Señor
y sigue sus caminos.
Comerás del fruto de
tu trabajo,
serás dichoso, te irá
bien. R/.
Tu mujer, como parra fecunda,
en medio de tu casa;
tus hijos, como
renuevos de olivo,
alrededor de tu mesa. R/.
Ésta es la bendición del hombre que teme al Señor.
Que el Señor te
bendiga desde Sión,
que veas la
prosperidad de Jerusalén
todos los días de tu
vida. R/.
Lectura del santo evangelio según san Mateo (8,1-4):
En aquel tiempo, al bajar Jesús del monte, lo siguió
mucha gente.
En esto, se le acercó
un leproso, se arrodilló y le dijo:
«Señor, si quieres, puedes limpiarme.»
Extendió la mano y lo tocó, diciendo:
«Quiero, queda limpio.»
Y en seguida quedó limpio de la lepra.
Jesús le dijo:
«No se lo digas a nadie, pero, para que
conste, ve a presentarte al sacerdote y entrega la ofrenda que mandó Moisés.»
Palabra del Señor
1. Jesús baja del monte de las bienaventuranzas, ya que el relato
sigue inmediatamente al final del sermón del monte. El descenso del monte
evoca el descenso también de Moisés cuando baja del Sinaí (Ex 34, 29).
Pero Moisés bajó para castigar al pueblo idólatra. Jesús baja para sanar el
dolor humano del enfermo despreciado.
Se trataba, en efecto, de un "leproso".
Por lepra se entendía toda enfermedad de la piel que fuera contagiosa (Lev
13-14). Todo leproso era un peligro de epidemia. Por eso era despreciado,
excluido, marginado. Hasta el extremo de que la religión le obligaba a ir por
la vida gritando:
"¡Impuro, impuro!" y se veía excluido de la ciudad o la aldea
(Lev 13, 44-46; Nnn 5, 2).
La religión no curaba, sino que humillaba y despreciaba al que ya se veía
despreciado y humillado.
2. La reacción de Jesús fue inmediata: tocó al leproso y quedó
limpio.
Jesús no remueve más la humillación de aquel hombre. Lo sana por
completo y enseguida.
Hay que tener en cuenta que el Evangelio utiliza el verbo
"kathariza", que, como es sabido, significa no solo
"limpiar", sino sobre todo "purificar" de toda posible
impureza del espíritu. De forma que así devuelve la rehabilitación social, económica
y religiosa (W. Carter). Por eso Jesús, al final de este episodio, le dice al
hombre (ya curado) que vaya a los sacerdotes y cumpla el trámite legal (Lev 14,
4.10). Para que, cumpliendo ese trámite, la reintegración social —en una
sociedad tan religiosa— fuera total.
3. Al final, Jesús le dice al hombre curado: "No lo digas a
nadie". Algunos discuten si estas palabras son expresión del llamado
"secreto mesiánico", que tanto destaca el evangelio de Marcos. Y
aparece en relatos de Mateo (9, 30; 12, 16; 16, 20; 17, 9). No debe darse a
estos textos un significado "moral" o "espiritual". Como si
es que Jesús pretendiera pasar inadvertido. No tiene sentido semejante
explicación.
- ¿Cómo iba a pasar inadvertido, en aquellas aldeas de Galilea, que un
ciego, un leproso o un enfermo incurable, de pronto se había curado?
Lo más seguro es que Jesús quería que la gente mantuviera cierta reserva en
cuanto al tema del Mesías, ya que eso, tal como Jesús lo entendía, no se podía
empezar a comprender hasta el final, hasta la muerte en cruz (J. J. Pilch, C.
M. Tuckett).
Si se hubiera difundido que el Mesías ya estaba en Galilea, tal cosa, ni se
habría entendido, ni habría aportado nada positivo, además de preocupar antes
de tiempo a los romanos. Jesús era el Hijo de Dios, pero con los pies en el
suelo. Y sabía muy bien lo que hacía. Y cómo lo tenía que hacer.
San Máximo de Turín
Obispo
Martirologio
Romano: En Turín, Italia, san
Máximo, primer obispo de esta sede, que con su paterna palabra llamó al pueblo
pagano a la fe de Cristo, y con sólida doctrina lo condujo al premio de la
salvación eterna. (c.465)
Se conserva la mayor parte de la obra literaria de san
Máximo de Turín, pero es muy poco lo que se sabe acerca del autor. Parece que
vino al mundo alrededor del año 380 y, por referencias extraídas de algunos de
sus escritos, se conjetura que era natural de Vercelli, o de algún otro lugar
en la provincia de Recia. El escritor declara que, hacia el año de 397,
presenció el martirio de tres obispos misioneros de Anaunia, en los Alpes
Réticos. El historiador Genadio, en su «Libro de Escritores Eclesiásticos», que
completó hacia fines del siglo quinto, describe a san Máximo, obispo de Turín,
como a un profundo estudioso de la Biblia, un predicador diestro en instruir al
pueblo y autor de muchos libros, algunos de cuyos títulos menciona. La nota
concluye señalando que la actuación de san Máximo floreció particularmente
durante los reinados de Honorio y de Teodosio el Joven. En realidad, el obispo
sobrevivió a esos dos soberanos, puesto que, en el año 451 un obispo Máximo de
Turín asistió al sínodo de Milán, presidido por su metropolitano, san Eusebio
y, con la participación de otros prelados del norte de Italia, firmó la carta
dirigida al papa san León Magno para declarar la adhesión de la asamblea a la
doctrina de la Encarnación, tal como se expuso en la llamada "Epístola
dogmática" del Papa. También estuvo presente en el Concilio de Roma del
465. En los decretos emitidos en esa ocasión, la firma de Máximo figura
inmediatamente después de la del pontífice san Hilario y, como por aquel
entonces se daba precedencia por la edad, es evidente que Máximo era muy
anciano. Se supone que murió poco después de aquel Concilio.
La colección que se hizo de sus supuestas obras,
editadas por Bruno Bruni en 1784, comprende unos 116 sermones, 118 homilías y 6
tratados; pero esta clasificación es muy arbitraria y, posiblemente, la mayoría
de las obras citadas deban atribuirse a otros autores. Son particularmente
interesantes por darnos a conocer algunas costumbres extrañas y pintorescas de
la antigüedad sobre las condiciones en que vivían los pueblos de la Lombardía,
en la época de las invasiones de los godos. En una de sus homilías describe la
destrucción de Milán por las hordas de Atila; en otra, habla de los mártires
Octavio, Solutor y Adventus, cuyas reliquias se conservan en Turín.
"Debemos honrar a todos los mártires, recomienda; pero especialmente a
aquellos cuyas reliquias poseemos, puesto que ellos velan por nuestros cuerpos
en esta vida y nos acogen cuando partimos de ella". En dos homilías sobre
la acción de gracias inculcaba el deber de elevar diariamente las preces al Señor
y recomendaba los Salmos como los mejores cánticos de alabanza. Insistía en que
nadie debía dejar las oraciones de la mañana y la noche, así como la acción de
gracias, antes y después de las comidas. Máximo exhortaba a todos los
cristianos para que hiciesen el signo de la cruz al emprender cualquier acción,
puesto que "por el signo de Jesucristo (hecho con devoción) se pueden
obtener bendiciones sin cuento sobre todas nuestras empresas". En uno de
sus sermones, abordó el tema de los festejos un tanto desenfrenados del Año
Nuevo y criticó la costumbre de dar regalos a los ricos, sin haber repartido
antes limosnas entre los pobres. Más adelante, en esa misma prédica, atacó
duramente a "los herejes que venden el perdón de los pecados", cuyos
pretendidos sacerdotes piden dinero por la absolución de los penitentes, en vez
de imponerles penitencias y llanto por sus culpas.
VIDAS DE LOS SANTOS Edición 1965
Autor: Alban Butler
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