13 - DE JUNIO – DOMINGO –
11ª – SEMANA DEL T. O. – B –
San Antonio de Padua
Lectura del Profeta Ezequiel (17,22-24):
Esto dice el Señor Dios:
«Arrancaré una rama del alto cedro y la plantaré. De sus ramas más altas
arrancaré una tierna y la plantaré en la cima de un monte elevado; la plantaré
en la montaña más alta de Israel; para que eche brotes y dé fruto y se haga un
cedro noble.
Anidarán en él aves de toda pluma, anidarán al abrigo de sus ramas. Y todos
los árboles silvestres sabrán que yo soy el Señor, que humilla los árboles
altos y ensalza los árboles humildes, que seca los árboles lozanos y hace
florecer los árboles secos. Yo, el Señor, lo he dicho y lo haré.»
Palabra de Dios
Salmo: 91,2-3.13-14.15-16
R/. Es bueno darte gracias, Señor
Es bueno dar gracias al Señor
y tocar para tu nombre, oh,
Altísimo,
proclamar por la mañana tu
misericordia
y de noche tu fidelidad. R/.
El justo crecerá como una palmera,
se alzará como un cedro del
Líbano;
plantado en la casa del Señor,
crecerá en los atrios de nuestro
Dios. R/.
En la vejez seguirá dando fruto
y estará lozano y frondoso,
para proclamar que el Señor es
justo,
que en mi Roca no existe la
maldad. R/.
Lectura
de la segunda carta de san Pablo a los Corintios (5,6-10):
Siempre tenemos confianza, aunque sabemos que, mientras vivimos en el
cuerpo, estamos desterrados, lejos del Señor. Caminamos guiados por la fe, sin
ver todavía. Estamos, pues, llenos de confianza y preferimos salir de este
cuerpo para vivir con el Señor. Por eso procuramos agradarle, en el destierro o
en la patria. Porque todos tendremos que comparecer ante el tribunal de Cristo,
para recibir el premio o el castigo por lo que hayamos hecho en esta vida.
Palabra de Dios
Lectura del santo evangelio según Marcos (4,26-34):
En aquel tiempo, Jesús dijo a la multitud:
«El Reino de Dios se parece a lo que sucede cuando un hombre siembra la
semilla en la tierra: que pasan las noches y los días, y sin que él sepa cómo,
la semilla germina y crece; y la tierra, por sí sola, va produciendo el fruto:
primero los tallos, luego las espigas y después los granos en las espigas. Y
cuando ya están maduros los granos, el hombre echa mano de la hoz, pues ha
llegado el tiempo de la cosecha.»
Les dijo también:
« - ¿Con qué compararemos el Reino de Dios?
- ¿Con qué parábola lo podremos representar? Es como una semilla de
mostaza que, cuando se siembra, es la más pequeña de las semillas; pero una vez
sembrada, crece y se convierte en el mayor de los arbustos y echa ramas tan
grandes, que los pájaros pueden anidar a su sombra.»
Y con otras muchas parábolas semejantes les estuvo exponiendo su mensaje,
de acuerdo con lo que ellos podían entender. Y no les hablaba sino en
parábolas; pero a sus discípulos les explicaba todo en privado.
Palabra del Señor
El enigma, la mostaza y el cedro.
Semillas de
mostaza
Después de contar cómo se formaba una pequeña
comunidad en torno a Jesús, introduce Marcos una serie de parábolas. Algo que
el lector esperaba desde hace tiempo, porque el evangelista ha insistido en que
Jesús enseñaba, pero no decía qué enseñaba. De ese largo discurso (34
versículos), la liturgia ha elegido dos parábolas y el final del discurso (el
resto lo comento en El evangelio de Marcos, Verbo Divino, Estella 2020,
363-367).
El campesino y la tierra (1ª parábola)
Lo que dice la primera parábola parece una tontería: que el campesino
siembra y luego se olvida de lo que ha sembrado hasta llegar el momento de la
siega; la que trabaja es la tierra, es ella la que hace crecer los tallos, las
espigas y el grano. Eso lo saben todos los galileos que escuchan a Jesús.
¿Dónde radica la novedad de esta parábola? En que Jesús compara la actividad
del campesino con lo que ocurre en el reino de Dios. También aquí la semilla
termina dando fruto sin que el campesino trabaje, mientras duerme.
Y entonces surgen los interrogantes: ¿quién es el campesino? ¿Es Jesús? No
parece lógico, porque el campesino de la parábola no sabe lo que ocurre. ¿Son
los apóstoles y misioneros que anuncian el evangelio, y éste da fruto, aunque
ellos no se den cuenta? ¿Quién es la tierra? ¿Es cada cristiano, en el que la
semilla va dando fruto mientras el que ha sembrado duerme?
La explicación hay que buscarla en otra línea: la parábola habla del
proceso misterioso por el que crece el reino de Dios, la comunidad cristiana,
semejante al de la simiente que crece sin que el campesino intervenga ni se dé
cuenta. Cuando uno piensa en la forma misteriosa en que la simiente plantada
por Jesús y sus discípulos en una región remota y sin importancia del imperio
romano ha terminado produciendo fruto en todos los países del mundo, el sentido
de la parábola resulta más claro. Es una invitación a confiar en la acción
misteriosa de Dios en la iglesia y en cada uno de nosotros, renunciando a
considerarnos los protagonistas de la historia, y a pensar que todo depende de
lo que hacemos.
Sin embargo, parece que la parábola resultó demasiado extraña y difícil de
entender, y quizá por eso Mateo y Lucas (por motivos pastorales, como ahora se
dice) no la copiaron.
La mostaza y el cedro (2ª parábola y lectura de Ezequiel)
La segunda comparación es más clara y de enorme actualidad, sobre todo en
muchos países occidentales, donde el cristianismo parece andar de capa caída.
Jesús compara a la comunidad cristiana, el reino de Dios en la tierra, con la
semilla de mostaza; algo diminuto, pero que, al cabo del tiempo, se convierte
en árbol y puede acoger a los pájaros del cielo. No hay que desanimarse si la
iglesia es un arbolito pequeño, poco mayor que las hortalizas.
Quien conoce el Antiguo Testamento, advierte que esta parábola recoge una
comparación de Ezequiel modificándola radicalmente. Este profeta se dirige a
los judíos de su tiempo, desanimados por tantas desgracias políticas,
económicas y religiosas. Para infundirles esperanza, compara al pueblo con un
árbol. Pero no con el modesto arbolito de la mostaza, sino con un majestuoso cedro,
del que Dios arranca un esqueje para plantarlo «en un monte elevado, en la
montaña más alta de Israel».
Todo es grandioso en Ezequiel; en el evangelio, todo es modesto. Pero el
resultado es el mismo; en ambos árboles pueden anidar los pájaros. La
comparación de Ezequiel recuerda la imagen de una iglesia universal dominante,
grandiosa, respetada y admirada por todos. La de Jesús, una comunidad modesta,
sin grandes pretensiones, pero alegre de poder acoger a quien la necesite.
En resumen, las dos parábolas se complementan. La primera habla
del crecimiento misterioso del reino; la segunda advierte que, a pesar de su
crecimiento, no debemos esperar que se convierta en algo grandioso. Pero,
aunque sea modesto como el arbolito de la mostaza, podrá cumplir su misión de
acoger a los pájaros del cielo.
Final
Marcos ha querido
cerrar su discurso con una nota sobre el modo de enseñar de Jesús, sin caer en
la cuenta de que se contradice. Comienza diciendo que hablaba en parábolas para
acomodarse al entender de su auditorio. Pero la gente no debía de entenderlas,
porque sus discípulos tenían necesidad de que se las explicara en privado.
Podemos decir, resumiendo mucho, que Jesús utilizaba dos tipos de parábolas:
las muy fáciles de entender (hijo pródigo, buen samaritano…) y las que
pretendían que la gente pensase; si ni siquiera los discípulos encontraban la
respuesta, él se la explicaba (estas son la mayoría).
El destierro y la patria (2 Corintios 5,6-10)
El tiempo ordinario nos devuelve también a la problemática realidad de la
segunda lectura, sin relación con la primera ni con el evangelio. Un inciso que
dificulta más que ayuda. Eso no significa que no contenga mensajes importantes.
Este breve fragmento de la segunda carta a los Corintios nos permite
conocer los sentimientos más íntimos de Pablo. La conversión supuso para él un
cambio radical con respecto a la persona de Jesús. De perseguirlo pasó a estar
tan entusiasmado con él que, por su gusto, preferiría morir para estar con el
Señor. Su situación le recuerda a la de tantos contemporáneos suyos, que por
motivos políticos eran desterrados, lejos de Roma o de otra ciudad importante.
Él también se siente desterrado, lejos del Señor. Y le gustaría morir, porque
sólo con la muerte se puede volver a la verdadera patria y estar cerca del
Señor. (Siglos más tarde santa Teresa diría algo parecido: «Vivo sin vivir en
mí, y tan alta vida espero que muero porque no muero».) Pero Pablo acepta la
realidad. En el destierro o en la patria, debemos esforzarnos por agradar a
Dios.
San Antonio de Padua
Nació en Lisboa a
finales del siglo XII. Primero formó parte de los canónigos regulares de san
Agustín, y, poco después de su ordenación sacerdotal, ingresó en la Orden de
los frailes Menores, con la intención de dedicarse a propagar la fe cristiana
en África. Sin embargo, fue en Francia y en Italia donde ejerció con gran provecho
sus dotes de predicador, convirtiendo a muchos herejes.
Fue el primero que
enseñó teología en su Orden. Escribió varios sermones llenos de doctrina y de
unción.
Murió en Padua en
1231.
San Antonio nació en Portugal, pero adquirió el apellido
por el que lo conoce el mundo, de la ciudad italiana de Padua, donde murió y
donde todavía se veneran sus reliquias.
León XIII lo llamó "el santo de todo el
mundo", porque su imagen y devoción se encuentran por todas partes.
Llamado "Doctor Evangélico". Escribió
sermones para todas las fiestas del año
"El gran peligro del cristiano es predicar y no
practicar, creer pero no vivir de acuerdo con lo que se cree" -San Antonio
"Era poderoso en obras y en palabras. Su
cuerpo habitaba esta tierra pero su alma vivía en el cielo" -un biógrafo
de ese tiempo.
Patrón de mujeres estériles, pobres, viajeros,
albañiles, panaderos y papeleros. Se le invoca por los objetos perdidos y para
pedir un buen esposo/a. Es verdaderamente extraordinaria su
intercesión.
Vino al mundo en el año 1195 y se llamó Fernando de
Bulloes y Taveira de Azevedo, nombre que cambió por el de Antonio al ingresar
en la orden de Frailes Menores, por la devoción al gran patriarca de los monjes
y patrones titulares de la capilla en que recibió el hábito franciscano. Sus
padres, jóvenes miembros de la nobleza de Portugal, dejaron que los clérigos de
la Catedral de Lisboa se encargaran de impartir los primeros conocimientos al
niño, pero cuando éste llegó a la edad de quince años, fue puesto al cuidado de
los canónigos regulares de San Agustín, que tenían su casa cerca de la ciudad.
Dos años después, obtuvo permiso para ser trasladado al priorato de Coimbra,
por entonces capital de Portugal, a fin de evitar las distracciones que le
causaban las constantes visitas de sus amistades.
No le faltaron las pruebas. En la juventud fue atacado
duramente por las pasiones sensuales. Pero no se dejó vencer y con la ayuda de
Dios las dominó. El, se fortalecía visitando al Stmo. Sacramento. Además, desde
niño se había consagrado a la Stma. Virgen y a Ella encomendaba su
pureza.
Una vez en Coimbra, se dedicó por entero a la plegaria
y el estudio; gracias a su extraordinaria memoria retentiva, llegó a adquirir,
en poco tiempo, los más amplios conocimientos sobre la Biblia. En el año de
1220, el rey Don Pedro de Portugal regresó de una expedición a Marruecos y
trajo consigo las reliquias de los santos frailes-franciscanos que, poco tiempo
antes habían obtenido allá un glorioso martirio. Fernando que por entonces
había pasado ocho años en Coimbra, se sintió profundamente conmovido a la vista
de aquellas reliquias y nació en lo íntimo de su corazón el anhelo de dar la
vida por Cristo.
Poco después, algunos frailes franciscanos llegaron a
hospedarse en el convento de la Santa Cruz, donde estaba Fernando; éste les
abrió su corazón y fue tan empeñosa su insistencia, que, a principio de 1221,
se le admitió en la orden. Casi inmediatamente después, se le autorizó para
embarcar hacia Marruecos a fin de predicar el Evangelio a los moros. Pero no
bien llegó a aquellas tierras donde pensaba conquistar la gloria, cuando fue
atacado por una grave enfermedad (hidropesía), que le dejó postrado e
incapacitado durante varios meses y, a fin de cuentas, fue necesario devolverlo
a Europa. La nave en que se embarcó, empujada por fuertes vientos, se desvió y
fue a parar en Messina, la capital de Sicilia. Con grandes
penalidades, viajó desde la isla a la ciudad de Asís donde, según le habían
informado sus hermanos en Sicilia, iba a llevarse a cabo un capítulo general.
Aquella fue la gran asamblea de 1221, el último de los capítulos que admitió la
participación de todos los miembros de la orden; estuvo presidido por el
hermano Elías como vicario general y San Francisco, sentado a sus pies, estaba presente.
Indudablemente que aquella
reunión impresionó hondamente al joven fraile portugués. Tras la clausura, los
hermanos regresaron a los puestos que se les habían señalado, y Antonio fue a
hacerse cargo de la solitaria ermita de San Paolo, cerca de
Forli. Hasta ahora se discute el punto de si, por aquel entonces,
Antonio era o no sacerdote; pero lo cierto es que nadie ha puesto en tela de
juicio los extraordinarios dones intelectuales y espirituales del joven y
enfermizo fraile que nunca hablaba de sí mismo. Cuando no se le veía entregado
a la oración en la capilla o en la cueva donde vivía, estaba al servicio de los
otros frailes, ocupado sobre todo en la limpieza de los platos y cacharros,
después del almuerzo comunal.
Mas no estaban destinadas
a permanecer ocultas las claras luces de su intelecto. Sucedió que al
celebrarse una ordenación en Forli, los candidatos franciscanos y dominicos se
reunieron en el convento de los Frailes Menores de aquella ciudad. Seguramente
a causa de algún malentendido, ninguno de los dominicos había acudido ya
preparado a pronunciar la acostumbrada alocución durante la ceremonia y, como
ninguno de los franciscanos se sentía capaz de llenar la brecha, se ordenó a
San Antonio, ahí presente, que fuese a hablar y que dijese lo que el Espíritu
Santo le inspirara. El joven obedeció sin chistar y, desde que abrió la boca
hasta que terminó su improvisado discurso, todos los presentes le escucharon
como arrobados, embargados por la emoción y por el asombro, a causa de la
elocuencia, el fervor y la sabiduría de que hizo gala el orador. En cuanto el
ministro provincial tuvo noticias sobre los talentos desplegados por el joven
fraile portugués, lo mandó llamar a su solitaria ermita y lo envió a predicar a
varias partes de la Romagna, una región que, por entonces, abarcaba toda la
Lombardía. En un momento, Antonio pasó de la oscuridad a la luz de
la fama y obtuvo, sobre todo, resonantes éxitos en la conversión de los
herejes, que abundaban en el norte de Italia, y que, en muchos casos, eran
hombres de cierta posición y educación, a los que se podía llegar con
argumentos razonables y ejemplos tomados de las Sagradas Escrituras.
En una ocasión, cuando los herejes de Rímini le
impedían al pueblo acudir a sus sermones, San Antonio se fue a la orilla del
mar y empezó a gritar: "Oigan la palabra de Dios, Uds. los
pececillos del mar, ya que los pecadores de la tierra no la quieren
escuchar". A su llamado acudieron miles y miles de peces que sacudían
la cabeza en señal de aprobación. Aquel milagro se conoció y
conmovió a la ciudad, por lo que los herejes tuvieron que ceder.
A pesar de estar muy enfermo de hidropesía, San Antonio
predicaba los 40 días de cuaresma. La gente presionaba para tocarlo y le
arrancaban pedazos del hábito, hasta el punto de que hacía falta designar un
grupo de hombres para protegerlo después de los sermones.
Además de la misión de predicador, se le dio el cargo
de lector en teología entre sus hermanos. Aquella fue la primera vez
que un miembro de la Orden Franciscana cumplía con aquella
función. En una carta que, por lo general, se considera como
perteneciente a San Francisco, se confirma este nombramiento con las siguientes
palabras: "Al muy amado hermano Antonio, el hermano Francisco le saluda en
Jesucristo. Me complace en extremo que seas tú el que lea la sagrada teología a
los frailes, siempre que esos estudios no afecten al santo espíritu de plegaria
y devoción que está de acuerdo con nuestra regla". Sin embargo, se
advirtió cada vez con mayor claridad que, la verdadera misión del hermano
Antonio estaba en el púlpito. Por cierto, que poseía todas las cualidades del
predicador: ciencia, elocuencia, un gran poder de persuasión, un ardiente celo
por el bien de las almas y una voz sonora y bien timbrada que llegaba muy
lejos. Por otra parte, se afirmaba que estaba dotado con el poder de
obrar milagros y, a pesar de que era de corta estatura y con cierta inclinación
a la corpulencia, poseía una personalidad extraordinariamente atractiva, casi
magnética. A veces, bastaba su presencia para que los pecadores cayesen de
rodillas a sus pies; parecía que de su persona irradiaba la santidad. A donde
quiera que fuera, las gentes le seguían en tropel para escucharle, y con eso
había para que los criminales empedernidos, los indiferentes y los herejes,
pidiesen confesión. Las gentes cerraban sus tiendas, oficinas y talleres para
asistir a sus sermones; muchas veces sucedió que algunas mujeres salieron antes
del alba o permanecieron toda la noche en la iglesia, para conseguir un lugar
cerca del púlpito. Con frecuencia, las iglesias eran insuficiente para contener
a los enormes auditorios y, para que nadie dejara de oírle, a menudo predicaba
en las plazas públicas y en los mercados. Poco después de la muerte de San Francisco,
el hermano Antonio fue llamado, probablemente con la intención de nombrarle
ministro provincial de la Emilia o la Romagna. En relación con la actitud que
asumió el santo en las disensiones que surgieron en el seno de la orden, los
historiadores modernos no dan crédito a la leyenda de que fue Antonio quien
encabezó el movimiento de oposición al hermano Elías y a cualquier desviación
de la regla original; esos historiadores señalan que el propio puesto de lector
en teología, creado para él, era ya una innovación. Más bien parece que, en
aquella ocasión, el santo actuó como un enviado del capítulo general de 1226
ante el Papa, Gregorio IX, para exponerle las cuestiones que hubiesen surgido,
a fin de que el Pontífice manifestara su decisión. En aquella oportunidad,
Antonio obtuvo del Papa la autorización para dejar su puesto de lector y
dedicarse exclusivamente a la predicación. El Pontífice tenía una elevada
opinión sobre el hermano Antonio, a quien cierta vez llamó "el Arca de los
Testamentos", por los extraordinarios conocimientos que tenía de las
Sagradas Escrituras.
Desde aquel momento, el
lugar de residencia de San Antonio fue Padua, una ciudad donde anteriormente
había trabajado, donde todos le amaban y veneraban y donde, en mayor grado que en
cualquier otra parte, tuvo el privilegio de ver los abundantísimos frutos de su
ministerio. Porque no solamente escuchaban sus sermones multitudes
enormes, sino que éstos obtuvieron una muy amplia y general reforma de
conducta. Las ancestrales disputas familiares se arreglaron definitivamente,
los prisioneros quedaron en libertad y muchos de los que habían obtenido
ganancias ilícitas las restituyeron, a veces en público, dejando títulos y
dineros a los pies de San Antonio, para que éste los devolviera a sus legítimos
dueños. Para beneficio de los pobres, denunció y combatió el muy ampliamente
practicado vicio de la usura y luchó para que las autoridades aprobasen la ley
que eximía de la pena de prisión a los deudores que se manifestasen dispuestos
a desprenderse de sus posesiones para pagar a sus acreedores. Se
dice que también se enfrentó abiertamente con el violento duque Eccelino para
exigirle que dejase en libertad a ciertos ciudadanos de Verona que el duque
había encarcelado. A pesar de que no consiguió realizar sus propósitos en favor
de los presos, su actitud nos demuestra el respeto y la veneración de que
gozaba, ya que se afirma que el duque le escuchó con paciencia y se le permitió
partir, sin que nadie le molestara.
Después de predicar una serie de sermones durante la
primavera de 1231, la salud de San Antonio comenzó a ceder y se retiró a
descansar, con otros dos frailes, a los bosques de
Camposampiero. Bien pronto se dio cuenta de que sus días estaban
contados y entonces pidió que le llevasen a Padua. No llegó vivo más que a los
aledaños de la ciudad. El 13 de junio de 1231, en la habitación
particular del capellán de las Clarisas Pobres de Arcella recibió los últimos
sacramentos. Entonó un canto a la Stma. Virgen y sonriendo dijo: "Veo
venir a Nuestro Señor" y murió. Era el 13 de junio de
1231. La gente recorría las calles diciendo: "¡Ha muerto un
santo! ¡Ha muerto un santo! Al morir tenía tan sólo treinta y cinco años de
edad. Durante sus funerales se produjeron extraordinarias
demostraciones de la honda veneración que se le tenía. Los paduanos
han considerado siempre sus reliquias como el tesoro más preciado.
San Antonio fue canonizado antes de que hubiese
transcurrido un año de su muerte; en esa ocasión, el Papa Gregorio IX pronunció
la antífona "O doctor optime" en su honor y, de esta manera, se
anticipó en siete siglos a la fecha del año 1946, cuando el Papa Pío XII
declaró a San Antonio "Doctor de la Iglesia".
Se le llama el "Milagroso San Antonio" por
ser interminable lista de favores y beneficios que ha obtenido del cielo para
sus devotos, desde el momento de su muerte. Uno de los milagros más
famosos de su vida es el de la mula: Quiso uno retarle a San Antonio a que
probase con un milagro que Jesús está en la Santa Hostia. El hombre dejó a su
mula tres días sin comer, y luego cuando la trajo a la puerta del templo le
presentó un bulto de pasto fresco y al otro lado a San Antonio con una Santa
Hostia. La mula dejó el pasto y se fue ante la Santa Hostia y se
arrodilló.
Iconografía:
Por regla general, a partir del siglo XVII, se ha
representado a San Antonio con el Niño Jesús en los brazos; ello se debe a un
suceso que tuvo mucha difusión y que ocurrió cuando San Antonio estaba de
visita en la casa de un amigo. En un momento dado, éste se asomó por la ventana
y vio al santo que contemplaba, arrobado, a un niño hermosísimo y
resplandeciente que sostenía en sus brazos. En las representaciones
anteriores al siglo XVII aparece San Antonio sin otro distintivo que un libro,
símbolo de su sabiduría respecto a las Sagradas Escrituras. En
ocasiones se le representó con un lirio en las manos y también junto a una mula
que, según la leyenda, se arrodilló ante el Santísimo Sacramento que mostraba
el santo; la actitud de la mula fue el motivo para que su dueño, un campesino
escéptico, creyese en la presencia real.
San Antonio es el patrón de los pobres y, ciertas
limosnas especiales que se dan para obtener su intercesión, se llaman "pan
de San Antonio"; esta tradición comenzó a practicarse en
1890. No hay ninguna explicación satisfactoria sobre el motivo por
el que se le invoca para encontrar los objetos perdidos, pero es muy posible
que esa devoción esté relacionada con un suceso que se relata entre los milagros,
en la "Chronica XXIV Generalium" (No. 21): un novicio huyó
del convento y se llevó un valioso salterio que utilizaba San Antonio; el santo
oró para que fuese recuperado su libro y, al instante, el novicio fugitivo se
vio ante una aparición terrible y amenazante que lo obligó a regresar al
convento y devolver el libro.
En Padua hay una magnífica basílica donde se veneran
sus restos mortales.
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