lunes, 28 de junio de 2021

Párate un momento: El Evangelio del dia 30 - DE JUNIO – MIERCOLES – 13ª – SEMANA DEL T. O. – B – PROTOMARTIRES DE ROMA

 

 

 


30 - DE JUNIO – MIERCOLES –

13ª – SEMANA DEL T. O. – B –

PROTOMARTIRES   DE   ROMA

 

    Lectura del libro del Génesis (21,5.8-20):

 

   Abrahán tenía cien años cuando le nació su hijo Isaac. El chico creció, y lo destetaron. El día que destetaron a Isaac, Abrahán dio un gran banquete.

    Pero Sara vio que el hijo que Abrahán había tenido de Hagar, la egipcia, jugaba con Isaac, y dijo a Abrahán:

    «Expulsa a esa criada y a su hijo, porque el hijo de esa criada no va a repartirse la herencia con mi hijo Isaac.»

    Como al fin y al cabo era hijo suyo, Abrahán se llevó un gran disgusto.

    Pero Dios dijo a Abrahán:

    «No te aflijas por el niño y la criada. Haz exactamente lo que te dice Sara, porque es Isaac quien continúa tu descendencia. Aunque también del hijo de la criada sacaré un gran pueblo, por ser descendiente tuyo.»

    Abrahán madrugó, cogió pan y un odre de agua, se lo cargó a hombros a Hagar y la despidió con el niño. Ella se marchó y fue vagando por el desierto de Berseba.

    Cuando se le acabó el agua del odre, colocó al niño debajo de unas matas; se apartó y se sentó a solas, a la distancia de un tiro de arco, diciéndose:

    «No puedo ver morir a mi hijo.»

    Y se sentó a distancia.

    El niño rompió a llorar.

Dios oyó la voz del niño, y el ángel de Dios llamó a Hagar desde el cielo, preguntándole:

     «¿Qué te pasa, Hagar? No temas, que Dios ha oído la voz del niño que está ahí. Levántate, toma al niño y tenlo bien agarrado de la mano, porque sacaré de él un gran pueblo.»

    Dios le abrió los ojos, y divisó un pozo de agua; fue allá, llenó el odre y dio de beber al muchacho. Dios estaba con el muchacho, que creció, habitó en el desierto y se hizo un experto arquero.

 

Palabra de Dios

 

    Salmo: 33

 

    R/. Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha

 

   Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha

y lo salva de sus angustias.

El ángel del Señor acampa

en torno a sus fieles y los protege. R/.

 

   Todos sus santos, temed al Señor,

porque nada les falta a los que le temen;

los ricos empobrecen y pasan hambre,

los que buscan al Señor no carecen de nada. R/.

 

   Venid, hijos, escuchadme:

os instruiré en el temor del Señor;

¿hay alguien que ame la vida

y desee días de prosperidad? R/.

 

    Lectura del santo evangelio según san Mateo (8,28-34):

 

   En aquel tiempo, llegó Jesús a la otra orilla, a la región de los gerasenos. Desde el cementerio, dos endemoniados salieron a su encuentro; eran tan furiosos que nadie se atrevía a transitar por aquel camino.

    Y le dijeron a gritos:

    «¿Qué quieres de nosotros, Hijo de Dios?

    ¿Has venido a atormentarnos antes de tiempo?»

    Una gran piara de cerdos a distancia estaba hozando.

Los demonios le rogaron:

    «Si nos echas, mándanos a la piara.»

    Jesús les dijo:

    «Id.»

    Salieron y se metieron en los cerdos. Y la piara entera se abalanzó acantilado abajo y se ahogó en el agua. Los porquerizos huyeron al pueblo y lo contaron todo, incluyendo lo de los endemoniados. Entonces el pueblo entero salió a donde estaba Jesús y, al verlo, le rogaron que se marchara de su país.

 

Palabra del Señor

 

1.   Se discute el lugar o ciudad en el que ocurrió este episodio. Pudo ser Gerasa, Gadara o Gergesa (Warren Carter). En cualquier caso, fue en un país que tenía otras costumbres y otras creencias religiosas, distintas de las que se tenían en Israel.

Jesús no teme, ni duda, ir también a visitar y convivir con otros pueblos, otras culturas y otras religiones. Para Jesús, las fronteras nacionales, culturales y religiosas, que nos dividen, han de ser superadas.

Son frecuentes los enfrentamientos de violencia y muerte que se producen cuando se traspasan las fronteras. Lo estamos viendo en los conflictos con los inmigrantes que intentan pasar de África a Europa.  O los "espaldas mojadas" que, desde México, quieren entrar en Estados Unidos.  Estas dificultades se plantean con los pobres. Los ricos no tienen problemas para circular por todo el mundo.

 

2.   Según este relato, los demonios son fuerzas de muerte (salen del cementerio) y de violencia (eran furiosos y nadie se atrevía a acercarse a ellos).

Al expulsar a los demonios, Jesús muestra con vigor que su proyecto es acabar con la muerte y la violencia que son origen de tanto sufrimiento. La postura, tan frecuente, de quienes asumen una posición de pasividad o de imposible neutralidad ante los poderes de muerte y violencia, que actúan a sus anchas en nuestra sociedad, es una forma de comportamiento más cercano a lo demoníaco que a Jesús.

 

3.   El episodio de los cerdos no se limita al obvio significado económico que tiene, ya que una piara de miles de cerdos era una inmensa fortuna. Pero, además del interés de las gentes de aquella región por sus cerdos, al interpretar este extraño relato, hay que recordar también que los cerdos eran utilizados en ritos religiosos con los que se buscaba la protección divina para la producción agraria (E. Firmage,  F. J. Stendebach).

Al permitir que los demonios se metiesen en los cerdos, Jesús expresaba su oposición a los extraños rituales que tenían un carácter mágico. Y así tranquilizaban las conciencias de gentes que, como suele ocurrir, querían llevarse bien con la religión y con el dinero.

Una conducta así es indigna del Evangelio de Jesús.

 

PROTOMARTIRES   DE   ROMA

 


 

En la primera persecución contra la Iglesia, desencadenada por el emperador Nerón, después del incendio de la ciudad de Roma en el año 64, muchos cristianos sufrieron la muerte en medio de atroces tormentos.

Este hecho está atestiguado por el escritor pagano Tácito (Annales, 15, 44) y por Clemente, obispo de Roma, en su carta a los Corintios (caps. 5-6).

 

Elogio: Santos Protomártires de la santa Iglesia Romana, que, acusados de haber incendiado la Urbe, por orden del emperador Nerón unos fueron asesinados después de crueles tormentos, otros, cubiertos con pieles de fieras, entregados a perros rabiosos, y los demás, tras clavarlos en cruces, quemados para que, al caer el día, alumbrasen la oscuridad. Eran todos discípulos de los Apóstoles y fueron las primicias del martirio que la iglesia de Roma presentó al Señor.

Aquellos confesores de los que sólo Dios sabe el número y los nombres se mencionan en el Martirologio Romano como «primicias del martirio que la iglesia de Roma presentó al Señor». Es interesante hacer notar que el primero de los césares que persiguió a los cristianos fue Nerón, el más vil, despiadado y falto de principios entre los emperadores romanos. En el mes de julio del 64, cuando habían transcurrido diez años desde que ascendió al trono, un terrible incendio destruyó a Roma. El fuego nació junto al Gran Circo, en un sector de cobertizos y almacenes atestados de productos inflamables, y de ahí se propagó rápidamente en todas direcciones. Las llamas lo devoraron todo durante seis días y siete noches, cuando pareció que habían sido sofocadas por la demolición de numerosos edificios; pero volvieron a surgir de entre los escombros y continuaron su obra devastadora durante tres días más. Cuando por fin fueron ahogadas definitivamente, las dos terceras partes de Roma eran una masa informe de ruinas humeantes.

En el tercer día del incendio, Nerón llegó a Roma, procedente de Ancio, para contemplar la escena. Se afirma que se recreó en aquella contemplación y que, ataviado con la vestimenta que usaba para aparecer en los teatros, subió a lo más alto de la torre de Mecenas y ahí, con el acompañamiento de la lira que él mismo pulsaba, recitó el lamento de Príamo por el incendio de Troya. El bárbaro deleite del emperador que cantaba al contemplar el fuego destructor, hizo nacer la creencia de que él había sido el autor de la catástrofe y que, no sólo había mandado quemar a Roma, sino que había dado órdenes para que no se combatiese el fuego. El rumor corrió de boca en boca hasta convertirse en una abierta acusación. Las gentes afirmaban haber visto a numerosos individuos misteriosos arrojar antorchas encendidas dentro de las casas, por mandato expreso del emperador. Hasta hoy se ignora si Nerón fue responsable o no de aquel incendio. En vista de los numerosos incendios que se han declarado en Roma desde entonces, puede decirse que también aquél, quizá el más devastador entre todos, se debió a un simple accidente. Sin embargo, quedaba el hecho de la complacencia de Nerón y, tanto se divulgaron las sospechas contra él, que se alarmó y, para desviar las acusaciones que se hacían en su contra, señaló a los cristianos como autores directos del incendio.

«Puesto que circulaban rumores de que el incendio de Roma había sido doloso, Nerón presentó como culpables, castigándolos con penas gravísimas, a aquellos que, odiados por sus abominaciones, el pueblo llamaba 'cristianos'» (Tácito, Anales, XV). No obstante que nadie creyó que fuesen culpables del crimen, los cristianos fueron perseguidos, detenidos, expuestos al escarnio y la cólera del pueblo, encarcelados y entregados a las torturas y a la muerte con increíble crueldad. Algunos fueron envueltos en pieles frescas de animales salvajes y dejados a merced de los perros hambrientos para que los despedazaran; muchos fueron crucificados; otros quedaron cubiertos de cera, aceite y pez, atados a estacas y encendidos para que ardiesen como teas. Muchas de estas atrocidades tuvieron lugar durante una fiesta nocturna que ofreció Nerón en los jardines de su palacio. El martirio de los cristianos fue un espectáculo extra en las carreras de carros, donde el propio Nerón, vestido con las plebeyas ropas de un auriga, divertía a sus invitados al mezclarse con ellos y al manejar a los caballos que tiraban de un carro. Entre muchos de los romanos que presenciaron la salvaje crueldad de aquellas torturas, surgió el sentimiento de horror y el de piedad por las víctimas, no obstante que la población entera tenía encallecidos sus sentimientos, acostumbrada, como estaba, a los sangrientos combates de los gladiadores.

Tácito, Suetonio, Dion Casio, Plinio el Viejo y el satírico Juvenal, hacen mención del incendio; pero solamente Tácito se refiere al intento de Nerón para que la culpa recayera sobre una secta determinada. Tácito específica a los cristianos por su nombre, pero Gibbon y otros investigadores sostienen que el historiador incluye a los judíos en la denominación, puesto que, por aquella época, los que habían abrazado la religión de Cristo no eran tan numerosos como para causar alarma entre las autoridades de Roma. Sin embargo, este punto de vista, que parece destinado a disminuir la influencia del cristianismo, no tiene muchos adeptos. Debe apuntarse que los cristianos, aunque eran una minoría en Roma, no estaban bien distinguidos de los judíos en ese momento -es conocida la frase que trae Suetonio: «en el barrio judío se pelean por un tal Cresto»...-, y se les atribuían monstruosidades, como las de realizar sacrificios humanos, comer carne de niños, etc, los cristianos, como decía Tácito, eran «odiados por sus abominaciones», así que aunque no estuvieran dispuestos a creer que habían provocado el incendio, seguramente era creencia popular que el castigo era igualmente merecido.

 

Oración:

Señor, Dios nuestro, que santificaste los comienzos de la Iglesia romana con la sangre abundante de los mártires, concédenos que su valentía en el combate nos infunda el espíritu de fortaleza y la santa alegría de la victoria. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén (oración litúrgica).

 

 

 

 

 

 

                               

 

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