15 - DE JUNIO – MARTES –
11ª – SEMANA DEL T. O. – B –
Santa María Micaela
del Santísimo Sacramento
Lectura de la segunda carta
del apóstol san Pablo a los Corintios (8,1-9):
Queremos que conozcáis,
hermanos, la gracia que Dios ha dado a las Iglesias de Macedonia: En las
pruebas y desgracias creció su alegría; y su pobreza extrema se desbordó en un
derroche de generosidad.
Con todas sus fuerzas y
aún por encima de sus fuerzas, os lo aseguro, con toda espontaneidad e
insistencia nos pidieron como un favor que aceptara su aportación en la colecta
a favor de los santos. Y dieron más de lo que esperábamos: se dieron a sí
mismos, primero al Señor y luego, como Dios quería, también a nosotros. En
vista de eso, como fue Tito quien empezó la cosa, le hemos pedido que dé el
último toque entre vosotros a esta obra de caridad.
Ya que sobresalís en
todo: en la fe, en la palabra, en el conocimiento, en el empeño y en el cariño
que nos tenéis, distinguíos también ahora por vuestra generosidad. No es que os
lo mande; os hablo del empeño que ponen otros para comprobar si vuestro amor es
genuino. Porque ya sabéis lo generoso que fue nuestro Señor Jesucristo: siendo
rico, se hizo pobre por vosotros, para enriqueceros con su pobreza.
Palabra de Dios
Salmo: 145,2.5-6.7.8-9ª
R/. Alaba, alma mía, al Señor
Dichoso a quien auxilia el
Dios de Jacob,
el que espera en el Señor, su Dios,
que hizo el cielo y la tierra,
el mar y cuanto hay en él;
que mantiene su fidelidad perpetuamente. R/.
Que hace justicia a los
oprimidos,
que da pan a los hambrientos.
El Señor liberta a los cautivos. R/.
El Señor abre los ojos al
ciego,
el Señor endereza a los que ya se doblan,
el Señor ama a los justos.
El Señor guarda a los peregrinos. R/.
Lectura del santo evangelio
según san Mateo (5,43-48):
En aquel tiempo, dijo Jesús
a sus discípulos:
«Habéis oído que se
dijo: “Amarás a tu prójimo” y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo:
Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos de
vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos,
y manda la lluvia a justos e injustos.
Porque, si amáis a los
que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y
si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen
lo mismo también los gentiles?
Por tanto, sed
perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto.»
Palabra del Señor
1. El precepto del amor a los enemigos es uno de
los textos cristianos fundamentales.
Incluso se ha dicho que este amor, tan infrecuente, "se considera
como lo propio y nuevo del cristianismo" (U. Luz). Porque es fuerte y
único lo que aquí se manda: "amar", "hacer el bien",
"bendecir" y "orar", todo eso precisamente en favor de quien peor te quiere, de quien
te odia y te hace todo el daño que puede.
2. Evidentemente, ir así por la vida, portándose
de esta manera con la gente más mala que uno puede encontrar en este mundo, es
algo que supera con mucho lo que normalmente da de sí la condición humana. El
que reacciona así, ante el odio y la calumnia, es que tiene una motivación y
una fuerza que ha dominado lo inhumano que todos llevamos dentro de nosotros.
Por eso Jesús dice a los que se portan de esta manera inusual: "Así seréis
hijos de vuestro Padre que está en el cielo".
"Ser" hijo de Dios no es fruto de unas creencias o de asistir a unos
ritos religiosos. Jesús es tajante: Es hijo de Dios el que ama siempre y a
todos, incluso a sus peores enemigos.
3. Cuando Jesús pide esto, no está urgiendo que
alcancemos una alta santidad, sino una profunda humanidad. Se trata, en efecto,
de que seamos sencillamente humanos. Y
humanos siempre. Jamás inhumanos con nadie ni por nada.
El mejor ejemplo, que Jesús encuentra,
es la "humanidad de Dios". El Padre que dispone lo más natural del
mundo: que el sol que sale cada mañana
alumbre a todos; y que la lluvia que cae del cielo dé vida a todos. Lo
más perfectamente natural y humano es no establecer desigualdades, nunca ni por
nada.
Santa María Micaela del
Santísimo Sacramento
Santa María Micaela del
Santísimo Sacramento nació en Madrid en 1809 y allí, al visitar el Hospital de
San Juan de Dios, nació su vocación de consagrarse a la educación de la
juventud inadaptada socialmente. El amor a Cristo en la Eucaristía fue el alma
de su obra.
Fundó el Instituto de Adoratrices Esclavas del
Santísimo Sacramento y de la Caridad.
Murió en Valencia, víctima de su caridad, al atender a
los enfermos de cólera, el 24 de agosto de 1865.
Fue canonizada en 1934.
El día de Año Nuevo de 1809 nacía en Madrid de los
cristianos padres Miguel Desmaisieres, de la nobleza flamenca, y Bernarda López
Dicastillo, dama de la reina María Luisa.
La naturaleza y la gracia fueron muy generosas con la
niña Micaela Familia noble y rica, belleza física, padres ejemplares,
inteligencia, bondad de corazón... Todo le sonreía. La educación esmerada que
recibió también fue otro regalo del Señor. Cuenta la misma Micaela: "Mi
madre nos hacía aprender a planchar y guisar a las tres hermanas que éramos,
por lo que pudiera suceder. También teníamos que pintar, bordar, escribir,
tocar diversos instrumentos y hacer un sinnúmero de rezos. Todo esto sin
descanso, pues era esclava del deber".
Era todavía muy joven cuando murió su madre. Su padre
murió también inesperadamente. Su hermano Luis pereció en un accidente al
caerse de un caballo, y su hermanita Engracia fue llevada imprudentemente por
una niñera a ver la escena del ahorcamiento de un criminal y la jovencita al
ver esta escena se enloqueció. Le quedaba una hermana, Manuela, pero esta tuvo
que salir al destierro porque los enemigos políticos de su esposo se apoderaron
del gobierno.
Recibió una educación muy seria. Empieza un noviazgo, y
después de tres años de amistad muy armoniosa, y muy santa con su novio, este
de un momento a otro se aleja, porque sus familiares se lo han ordenado así.
Entonces las lenguas maledicentes se dedican a hablar mal de Micaela. Ella en
su autobiografía añade: "En vez de hablar de esto con mis amistades, lo que
hacíamos era llevar cuenta de los rezos que hacíamos, y ver quién había rezado
más".
Su hermano fue nombrado embajador en París, y después
en Bruselas (Micaela era de familia de alta clase social española). Ella tuvo
que acompañarlo y entonces empezó una vida muy especial: madrugar muchísimo
para alcanzar a hacer sus prácticas de piedad, ir a la Santa Misa, comulgar y
aprovechar la mañana para hacer sus obras de caridad. De mediodía en adelante
asistir a banquetes diplomáticos, bailes, funciones de teatro, salir de paseo a
caballo, rodeada de gente de la aristocracia y mostrarse siempre alegre y
sonriente a pesar de los dolores continuos de estómago a causa de una especie
de cáncer que parecía devorarle el vientre.
Ante tantísimos peligros para su virtud, lo que conservaba
en gracia de Dios a la joven y elegante Micaela era su comunión diaria, las
mortificaciones que hacía y el haber encontrado un santo director espiritual,
el Padre Carasa. Una de sus mortificaciones consistía en que cuando iba a
funciones de teatro (donde la gente se presenta muy deshonestamente vestida)
ella se colocaba unos anteojos que por más que esforzara la vista no le dejaban
ver lo que pasaba en el escenario.
Mientras por las tardes y noches tenía que estar en las
labores mundanas de la diplomacia, por las mañanas estaba visitando pobres,
enfermos e iglesias muy necesitadas y dejando en todas partes copiosas limosnas
(su familia era muy adinerada). Nadie podía imaginar al verla tan elegante en
las fiestas sociales, que esa mañana la había pasado visitando casuchas y
ayudando a gentes abandonadas.
Al volver a España la invitaron en Burdeos a una
reunión en la casa del Cónsul. Allí la esperaba el Sr. Arzobispo para pedirle
que hiciera de mediadora frente a unas monjitas que engañadas por un jansenista
(los jansenistas son herejes que dicen que quien no es santo no puede recibir
ningún sacramento) se habían rebelado contra el arzobispo. Micaela,
aprovechando su admirable simpatía que le hacía ganarse a las gentes, se fue al
convento y obtuvo que las religiosas hicieran unos días de Ejercicios
Espirituales, y al final de esos Retiros, las monjitas, presididas por nuestra
santa, hicieron la paz con el Sr. Arzobispo.
El Padre Carasa le recomendó que al volver a Madrid se
entrevistara con una dama muy santa llamada María Ignacia Rico. Así lo hizo y
entonces aquella caritativa mujer la llevó al hospital San Juan de Dios, donde
estaban las mujeres de mala vida que caían enfermas. La santa afirma que
"allí sufren el olfato, la vista, el tacto, los oídos" y que
"todos los sentimientos tienen allí ocasión para padecer". Micaela ni
siquiera sabía que existía esa clase de mujeres y nunca se había imaginado que
los hombres dieran un trato tan injusto y cruel a esas pobres criaturas,
después de haberlas corrompido.
Aquel espectáculo del hospital fue para Micaela como
una revelación del cielo. Y cuando supo no sólo la situación horrorosa de esas
pobres muchachas enfermas en el hospital, sino la espantosa vida que les
esperaba cuando salieran de allí, pensó que era absolutamente necesario hacer
algo concreto para ayudarlas. Y con su amiga María Ignacia consiguieron una
casita para llevar allí las muchachas en peligro para preservarlas, y a las que
ya habían sido víctimas, para redimirlas y salvarlas.
Y sucedió entonces que alrededor de Micaela hubo
una verdadera tormenta de incomprensiones y abandonos aun de sus mejores
amistades. Ahora se cumplía la antigua frase de San Ignacio: "El mundo no
tiene oídos para poder escuchar tan grande estruendo". ¿A quién se le iba a
ocurrir que una mujer de la más alta clase social, emparentada con las familias
más ricas y famosas de la capital, se fuera a dedicar a cuidar prostitutas o
mujeres de mala vida? Todas sus antiguas amistades se negaron a ayudarle, y ya
ni la reconocían como amiga.
Y luego sucedió lo que ninguno había esperado:
Micaela dejó su casa elegante en un barrio rico y se fue a vivir con unas
pobres mujeres de mala vida en una casucha miserable, para poder transformarlas
en personas honradas y santas.
Al Sr. Arzobispo le llevan cuentos y calumnias y
entonces él envía a un sacerdote para que saque de la Casa de Micaela el
Santísimo Sacramento. Cuando el sacerdote llega, la santa se dedica a orar por
él, y éste, después de rezar unos minutos de rodillas, cambia de parecer y se
va sin llevarse el Santísimo Sacramento.
Le llega un director espiritual demasiado rígido que el
prohibe hacer caso a los mensajes interiores que Dios le da. Una voz le dice:
"Micaela, se va a incendiar la sacristía", pero ella no puede hacer
caso a esto, y tiene que dejar que suceda. Otra voz le dice: "Le echaron
veneno a la comida", pero como el director le prohibió hacer caso a esas
voces empieza a comer. Sólo que al sentir el sabor tan desagradable de aquel
alimento, se dice: "Aunque fuera sin voces, yo no me comería esto por lo
asqueroso", y se detiene. Pero alcanza a enfermarse bastante.
Afortunadamente, en vez de ese equivocado director le llega un santo de primera
clase, a dirigirla, es San Antonio María Claret, y bajo su dirección sí puede
progresar grandemente en santidad.
Son las diez de la mañana y no hay con qué hacer
desayuno para tantas jóvenes. Llega un misionero de Filipinas y la santa le
cuenta su terrible situación. El misionero le entrega una moneda de oro que le
han regalado. Corren a comprar alimentos, y las muchachas exclaman: - ¡La
superiora nos estaba haciendo una broma diciendo que no había comida! ¡Miren
qué abundante comida nos tenía por ahí guardada!
Cuenta Micaela en su autobiografía: "N.N. es una
muchacha que me ha hecho muchos robos y me ha inventado cuentos horrendos. Pero
yo la sigo tratando con gran cariño, como si fuera mi mejor amiga". Más
adelante añade: "Las gentes me viven inventando mil cosas malas que nunca
he hecho y ni siquiera he pensado… pero bendito sea Dios que de lo malo que sí
he hecho no saben nada!".
Un día va a una casa de citas a rescatar a una muchacha
a la cual tiene allá obligada. La insultan, le lanzan piedras, le dicen todas
las vulgaridades que nunca había escuchado, pero ella sigue sonriendo como si
estuviera recibiendo honores, sale por entre esa multitud infernal, llevándose
a la muchacha y salvándola para siempre.
La reina de España que la aprecia mucho la invita al
palacio para pedirle unos consejos. Entonces Micaela que en otros tiempos era
una de las mujeres más elegantemente vestidas de la capital, se va allá con
vestidos viejos y desteñidos. Las damas de la corte se burlan de ella y ni
siquiera le contestan el saludo, pero ella sale de aquel palacio muy contenta,
porque pudo practicar la virtud de la humildad.
Una mujer mala le inventa tremendas calumnias. El
obispo llama a nuestra santa y le lanza el regaño más espantoso. El Padre
Director Espiritual, P. Carasa, le niega hasta el saludo. Micaela no se
defiende. Ella recuerda lo que decía San Francisco de Sales: "Dios sabe
qué tanta cantidad de buena fama necesito, y El me concederá la suficiente
buena fama para que pueda seguir trabajando por las almas". Después saben
que todo lo que habían dicho eran calumnias, y le piden excusas. Ella mientras
tanto no había perdido la alegría ni la paz.
El 6 de enero de 1859, con siete compañeras funda la
Comunidad de Hermanas Adoratrices del Santísimo Sacramento, dedicadas a adorar
a Cristo Jesús en la Eucaristía y a trabajar por preservar a las muchachas en
peligro, y a redimir a las pobres que ya cayeron en los vicios y en la
impureza.
Su comunidad se extendió por Barcelona, Valencia y
Burgos y ahora tiene 1,750 religiosas en el mundo en 178 casas.
Ella escribiendo a sus religiosas les decía:
"Difícil encontrar otra fundadora de comunidad que haya sido más acusada,
más calumniada y más regañada que yo. Mis acciones las juzgan de la peor manera
posible". Pero también podía repetir las palabras de San Pablo: "Poco
me interesa lo que las gentes están diciendo de mí. Mi juez es Dios".
En sus casas mandaba colocar esta bella frase, un
mensaje de Dios a sus religiosas para que no se desanimaran en la pobreza y en
las dificultades: "MI PROVIDENCIA Y TU FE, MANTENDRAN LA CASA EN
PIE".
La Madre Micaela había estado socorriendo a los
enfermos en la peste de tifus negro en los años 1834, 1855 y 1856, y había
logrado no contagiarse. Pero en el año 1856 al saber que en Valencia había
estallado la terrible peste del tifus, se fue allí a socorrer a los apestados.
Y se contagió de la mortal enfermedad.
Al padre confesor le dijo: "Padre, esta es mi
última enfermedad". Y en verdad que fue la última y la más dolorosa.
Calambres casi continuos. Dolores agudísimos. El médico declaró: "Nunca
había visto a una persona sufrir tanto y con tan grande paciencia y
heroísmo".
El 24 de agosto de 1856, a las 12, abrió los ojos, los
elevó hacia el cielo y murió. La enterraron sin ninguna solemnidad en una fosa
ordinaria en el cementerio. Pero Dios la glorificó haciendo milagros por su
intercesión y hoy sus religiosas siguen salvando del pecado y de la perdición a
miles de jóvenes en todo el mundo
(Fuente:
serviciocatolico.com )
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