20 - DE JUNIO – DOMINGO –
12ª – SEMANA DEL T. O. – B –
Lectura del
libro de Job (38,1.8-11):
El Señor habló a Job desde
la tormenta:
«¿Quién cerró el mar con una
puerta, cuando salía impetuoso del seno materno, cuando le puse nubes por mantillas
y nieblas por pañales, cuando le impuse un límite con puertas y cerrojos, y le
dije: "Hasta aquí llegarás y no pasarás; aquí se romperá la arrogancia de
tus olas"?»
Palabra de Dios
Salmo: 106,23-24.25-26.28-29.30-31
R/. Dad
gracias al Señor, porque es eterna su misericordia
Entraron en naves por el
mar,
comerciando por las aguas inmensas.
Contemplaron las obras de Dios,
sus maravillas en el océano. R/.
Él habló y levantó un
viento tormentoso,
que alzaba las olas a lo alto;
subían al cielo, bajaban al abismo,
el estómago revuelto por el marco. R/.
Pero gritaron al Señor en
su angustia,
y los arrancó de la tribulación.
Apaciguó la tormenta en suave brisa,
y enmudecieron las olas del mar. R/.
Se alegraron de aquella bonanza,
y él los condujo al ansiado puerto.
en gracias al Señor por su misericordia,
por las maravillas que hace con los hombres. R/.
Lectura de la
segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios (5,14-17):
Nos apremia el amor de
Cristo, al considerar que, si uno murió por todos, todos murieron. Cristo murió
por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para el que murió y
resucitó por ellos. Por tanto, no valoramos a nadie según la carne.
Si alguna vez juzgamos a Cristo
según la carne, ahora ya no. El que es de Cristo es una criatura nueva. Lo
antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado.
Palabra de Dios
Lectura del
santo evangelio según san Marcos (4,35-40):
Un día, al atardecer, dijo
Jesús a sus discípulos:
«Vamos a la otra orilla.»
Dejando a la gente, se lo llevaron
en barca, como estaba; otras barcas lo acompañaban. Se levantó un fuerte
huracán, y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. Él
estaba a popa, dormido sobre un almohadón.
Lo despertaron, diciéndole: «Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?»
Se puso en pie, increpó al viento
y dijo al lago:
«¡Silencio, cállate!»
El viento cesó y vino una gran
calma.
Él les dijo:
«¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún
no tenéis fe?»
Se quedaron espantados y se decían
unos a otros:
«¿Pero quién es éste? ¡Hasta el
viento y las aguas le obedecen!»
Palabra del Señor
¿Quién es este? ¿Quiénes somos
nosotros?
Si en la liturgia se leyera el
evangelio de Marcos tal como lo escribió su autor, no a saltos, trompicones y
omisiones, habríamos advertido que la popularidad creciente de Jesús suscita
tres reacciones muy distintas: desconfianza por parte de su familia, rechazo
por parte de los escribas, aceptación por parte de su nueva familia («estos son
mis hermanos, mis hermanas y mi madre»). A esa nueva familia, Jesús la
instruye en el capítulo de las parábolas (de las que sólo leímos dos
el domingo pasado) e, inmediatamente después, la salva.
El episodio de hoy supone un gran
paso adelante en la revelación de Jesús. Al principio, cuando la gente lo oye
hablar y actuar en la sinagoga de Cafarnaúm, se pregunta asombrada: «¿Qué
es esto?» (Mc 1,27). Más tarde, cuando cura al paralítico, exclama:
«Nunca hemos visto nada igual» (Mc 2,12). Ahora, tras manifestar su poder sobre
la naturaleza, calmando la tempestad, los discípulos se preguntan: «¿Quién
es este?»
El mar como símbolo de las
fuerzas caóticas (Job 38,1.8-11)
En el mito mesopotámico de la
creación (Enuma elish) el dios Marduk debe luchar contra la diosa
Tiamat, que representa el mar, para poder crear el universo. El mar simboliza
el peligro, la amenaza a la vida. (En términos modernos, el tsunami que devora
y destruye la tierra firme.)
La primera lectura, tomada del
libro de Job, recoge este tema, despojándolo de sus connotaciones politeístas.
El mar no es una diosa, es una fuerza caótica que amenaza con cubrirlo todo. El
Señor no le machaca el cráneo ni la descuartiza, como hace Marduk con Tiamat;
se limita a encerrarlo con doble puerta, a fijarle un confín en el que «se
romperá el orgullo de tus olas».
El Señor habló a Job desde la tormenta:
- ¿Quién cerró el mar con una puerta, cuando escapaba impetuoso de su seno,
cuando le puse nubes por mantillas y nubes tormentosas por pañales; cuando le
establecí un límite poniendo puertas y cerrojos, y le dije: «Hasta aquí
llegarás y no pasarás; aquí se romperá la arrogancia de tus olas»?
El peligro del mar (Salmo 106)
El mar no es sólo una amenaza para
la tierra firme, lo es también cuando se intenta cruzarlo en una pequeña nave
como las antiguas. En el momento más inesperado se oscurece el cielo, estalla
la tormenta, la nave sube y baja al ritmo frenético del oleaje. Sólo cabe la
posibilidad de encomendarse a Dios. Esta es la experiencia que recoge el
fragmento del Salmo 106, al que quizá mucha gente no preste atención, pero
esencial para entender el evangelio de hoy.
Entraron en naves por el mar,
Comerciando por las aguas inmensas.
Contemplaron las obras de Dios,
sus maravillas en el océano.
Él habló y levantó un viento tormentoso,
que alzaba las olas a lo alto:
subían al cielo, bajaban al abismo,
se sentían sin fuerzas en el peligro.
Pero gritaron al Señor en su angustia,
y los arrancó de la tribulación.
Apaciguó la tormenta en suave brisa
y enmudecieron las olas del mar.
Se alegraron de aquella bonanza,
y él los condujo al ansiado puerto.
Den gracias al Señor por su misericordia,
por las maravillas que hace con los hombres.
Jesús, los discípulos y el mar
(Mc 4,35-41)
El pasaje del evangelio podemos
dividirlo en cinco partes:
1) introducción: Jesús y
los discípulos se embarcan hacia la otra orilla;
2) la tormenta: reacción
opuesta de Jesús, que duerme, y de los discípulos, que lo despiertan asustados;
3) Jesús calma la tormenta;
4) Palabras de Jesús a los
discípulos;
5) reacción final de éstos.
1) Aquel día, al atardecer, dijo Jesús a sus discípulos: «Vamos a la otra
orilla». Dejando a la gente, se lo llevaron en barca, como estaba; otras barcas
lo acompañaban.
2) Se levantó una fuerte tempestad, y las olas rompían contra la barca
hasta casi llenarla de agua. Él estaba en la popa dormido sobre un cabezal. Lo
despertaron, diciéndole: «Maestro, ¿no te importa que perezcamos?».
3) Se puso en pie, increpó al viento y dijo al mar: «¡Silencio!
¡Enmudece!». Y el viento cesó y vino una gran calma.
4) Él les dijo: «¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?».
5) Se llenaron de miedo y se decían unos a otros: «¿Pero quién es éste?
¡Hasta el viento y el mar lo obedecen!».
Tres de estas partes tienen
especial relación con los textos de Job y el Salmo.
La segunda (la tormenta) recuerda
la situación de grave peligro descrita en el Salmo. Pero, en este caso, los
discípulos no se encomiendan a Dios, acuden a Jesús; no creen que pueda
resolver el problema, simplemente les asombra que duerma tan tranquilo mientras
están a punto de hundirse.
La tercera, en cambio, recuerda la
lectura de Job, no por el tono poético, sino por el poder y la autoridad
suprema que Jesús manifiesta sobre el mar, semejante a la de Dios en el Antiguo
Testamento.
La quinta, que habla de la
reacción de los discípulos, recuerda la reacción de los navegantes en el Salmo,
pero con un cambio fundamental: los marineros del salmo se llenan de alegría y
dan gracias a Dios, los discípulos sienten gran miedo y se preguntan quién es
Jesús. Curiosamente, Marcos no ha
dicho que los discípulos tuvieran miedo durante la tormenta, pero ahora sí lo
tienen; es el miedo que provoca el contacto con el misterio.
Prescindiendo de la introducción,
la parte que queda sin paralelo es la cuarta, las palabras de Jesús a los
discípulos, que les interroga sobre su miedo y su fe. Estas dos preguntas son
esenciales en el relato. De hecho, el pasaje dice al lector dos cosas:
1) el poder de Jesús es semejante
al que se atribuye a Dios en el Antiguo Testamento; poder para dominar el mar y
poder para salvar.
2) Al escuchar la lectura, el
cristiano debe reconocer que sus miedos son muchos y su fe poca.
Conocer a Jesús no es saberse de memoria unas
fórmulas de antiguos concilios. El evangelio debe sorprendernos día a día y
hacer que nos preguntemos quién es Jesús.
Desde antiguo se valoró el aspecto
simbólico del relato: la nave de la iglesia, sometida a todo tipo de tormentas,
es salvada por Jesús. Un aspecto que también podemos valorar a nivel
individual.
¿Quiénes somos nosotros? (2
Corintios 5,14-17)
Aunque, en el Tiempo Ordinario, la
segunda lectura carece generalmente de relación con las otras, el fragmento de
hoy podemos verlo como un complemento al evangelio de Marcos.
«¿Quién es este?», se preguntan
los discípulos, sorprendidos por su poder sobre el viento y el mar. La
respuesta de Pablo sobre quién es Jesús no se basa en el poder sino en la
debilidad: «el que murió por nosotros». Pero esta aparente debilidad tiene un
enorme poder transformador: convierte a los cristianos en criaturas nuevas. Ya
no deben vivir para ellos mismos, «sino para quien murió y resucitó por ellos.»
Vivir para Cristo es la mejor
síntesis de lo que fue la vida de Pablo después de su conversión. Viajes
continuos, peligros de muerte, fundación de comunidades, persecuciones de todo
tipo, prisiones, redacción de cartas… todo estaba motivado por el deseo de
servir a Cristo y vivir para él. Un buen espejo en el que mirarnos.
SAN SILVERIO, papa
LVIII Papa
Martirologio Romano: En la isla de Palmaria, en
Italia, tránsito de san Silverio, papa y mártir, el cual, no queriendo
rehabilitar a Antimo, obispo herético de Constantinopla depuesto por su predecesor
san Agapito, por orden de la emperatriz Teodora fue privado de su sede y
enviado al destierro, donde murió desgastado por los sufrimientos (537).
Etimología: Silverio = Aquel que es un
habitante de la selva, es de origen latino.
Fechas de nacimiento y muerte desconocidas.
BIBLIOGRAFIA
Fue hijo del Papa Hormisdas
quien había sido casado antes de llegar a ser uno del más alto clero. Silverio
entró al servicio de la Iglesia y fue subdiácono en Roma cuando el Papa Agapito
murió en Constantinopla, el 22 de Abril del año 536.La Emperatriz Teodora,
quien favoreció a los Monofisitas intentó inducir la elección como Papa del
diácono romano Vigilio quien se encontraba entonces en Constantinopla y le
había dado las garantías deseadas en cuanto a los Monofisitas.
Sin embargo, Teodato, Rey de los Ostrogodos,
quien deseaba evitar la elección de un Papa conectado con Constantinopla, la
anticipó, y por su influencia el subdiácono Silverio fue escogido. La elección
de un subdiácono como obispo de Roma era inusual. Consecuentemente, es fácil de
entender que, como el autor de la primera parte de la vida de Silverio en la
"Liber pontificalis" (ed. Duchesne, I, 210) relata, una fuerte
oposición apareció entre el clero. Ésta, sin embargo, fue reprimida por Teodato
así que, finalmente, después de que Silverio había sido consagrado obispo (probablemente
el 8 de Junio de 536) todos los presbíteros Romanos dieron su consentimiento
escrito a su elevación. La afirmación hecha por el
autor mencionado de que Silverio aseguró la intervención de Teodato por el pago
de dinero es injustificable, y se explica por la opinión hostil del autor sobre
el Papa y los Godos. El autor de la segunda parte de la vida en la "Liber
pontificalis está favorablemente inclinado a Silverio. El pontificado de este Papa pertenece
a un período desordenadamente inestable, y él mismo cayó víctima de las intrigas de
la Corte Bizantina.
Después de que Silverio
había llegado a ser Papa la Emperatriz Teodora intentó ganárselo para los
Monofisitas. Ella deseaba especialmente hacerlo entrar en comunión con el
Patriarca Monofisita de Constantinopla, Antimo, quien había sido excomulgado y
depuesto por Agapito, y con Severo de Antioquia. Sin embargo, el Papa en nada
se comprometió y Teodora ahora resolvió derrocarlo y ganar la sede papal para
Vigilio. Tiempos tormentosos llegaron a Roma durante la lucha que estalló en
Italia entre los Ostrogodos y los Bizantinos después de la muerte de
Amalasuntha, hija de Teodorico el Grande. El rey Ostrogodo Vitigio, quien
ascendió al trono en Agosto de 536, sitió la ciudad. Las iglesias sobre las
catacumbas fuera de la ciudad fueron devastadas, las tumbas mismas de los
mártires en las catacumbas fueron abiertas y profanadas. En Diciembre, de 536,
el general Bizantino Belisario fortificó Roma y fue recibido por el Papa de
manera cortés y amistosa.
Teodora intentó usar a
Belisario para llevar a cabo su plan de deponer a Silverio, y poner en su lugar
al diácono romano Vigilio (q.v.), anteriormente apocrisiario en Constantinopla,
quien ahora había ido a Italia. Antonina, esposa de Belisario influenció a su
esposo de actuar como Teodora deseaba. Por medio de una carta falsificada
acusaron al Papa de un acuerdo traicionero con el rey gótico que sitiaba Roma.
Se afirmaba que Silverio había ofrecido al rey dejar una de las puertas de la
ciudad secretamente abierta para permitir a los Godos entrar. Silverio fue
consecuentemente arrestado en Marzo de 537, violentamente arrebatado de su
vestimenta episcopal, dada la ropa de un monje y llevado al exilio al Oriente.
Vigilio fue consagrado Obispo de Roma en su lugar.
Silverio fue llevado a
Licia donde fue a residir a Patara. El Obispo de Patara muy pronto descubrió
que el Papa exiliado era inocente. Él viajó a Constantinopla y pudo poner ante
el emperador Justiniano tales pruebas de la inocencia del exiliado que el
emperador escribió a Belisario ordenando una nueva investigación del asunto. Si
resultaba que la carta concerniente al alegado plan a favor de los Godos era
falsa, Silverio debería ser colocado una vez más en posesión de la sede papal.
Al mismo tiempo el emperador permitió a Silverio regresar a Italia, y pronto
entró al país, aparentemente en Nápoles. Sin embargo, Vigilio arregló hacerse
cargo de su predecesor ilegalmente depuesto.
Evidentemente actuaba de
acuerdo con la emperatriz Teodora y fue ayudado por Antonina, la esposa de
Belisario. Silverio fue llevado a la isla de Palmaria en el mar de Tirreno y
mantenido en confinamiento estricto. Aquí murió a consecuencia de las
privaciones y cruel trato que soportó. El año de su muerte es desconocido, pero
probablemente no vivió mucho después de llegar a Palmaria. Fue enterrado en la
isla, de acuerdo al testimonio de la "Liber pontificalis en Junio 20; sus restos
nunca fueron sacados de Palmaria. De acuerdo con el mismo testigo, él era invocado después de su muerte por los
creyentes que visitaban su tumba. En épocas posteriores fue venerado como un
santo. La más temprana prueba de esto es dada por una lista de santos del siglo
once (Mélanges d´archéologie et d´histoire, 1893, 169).
[Nota del Editor: De acuerdo a la Liber Pontificalis,
el Papa San Silverio fue exiliado no a Palmaria, sino más bien a la isla de
Palmarola, una mucho más pequeña y desolada isla cerca de Ponza, Italia, en la
Bahía de Nápoles.]
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