16 - DE JUNIO – MIERCOLES –
11ª – SEMANA DEL T. O. – B –
San Juan Francisco
Regis
Lectura de la segunda carta
del apóstol san Pablo a los Corintios (9,6-11):
El que siembra tacañamente,
tacañamente cosechará; el que siembra generosamente, generosamente cosechará.
Cada uno dé como haya decidido su conciencia: no a disgusto ni por compromiso;
porque al que da de buena gana lo ama Dios.
Tiene Dios poder para
colmaros de toda clase de favores, de modo que, teniendo siempre lo suficiente,
os sobre para obras buenas. Como dice la Escritura: «Reparte limosna a los
pobres, su justicia es constante, sin falta.»
El que proporciona
semilla para sembrar y pan para comer os proporcionará y aumentará la semilla,
y multiplicará la cosecha de vuestra justicia. Siempre seréis ricos para ser
generosos, y así, por medio nuestro, se dará gracias a Dios.
Palabra de Dios
Salmo: 111,1-2.3-4.9
R/. Dichoso quien
teme al Señor
Dichoso quien teme al Señor
y ama de corazón sus mandatos.
Su linaje será poderoso en la tierra,
la descendencia del justo será bendita. R/.
En su casa habrá riquezas y
abundancia,
su caridad es constante, sin falta.
En las tinieblas brilla como una luz
el que es justo, clemente y compasivo. R/.
Reparte limosna a los
pobres;
su caridad es constante, sin falta,
y alzará la frente con dignidad. R/.
Lectura del santo evangelio
según san Mateo (6,1-6.16-18):
En aquel tiempo, dijo Jesús
a sus discípulos:
«Cuidad de no practicar
vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo
contrario, no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial. Por tanto, cuando
hagas limosna, no vayas tocando la trompeta por delante, como hacen los hipócritas
en las sinagogas y por las calles, con el fin de ser honrados por los hombres; os
aseguro que ya han recibido su paga.
Tú, en cambio, cuando
hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu
limosna quedará en secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo pagará.
Cuando recéis, no seáis
como los hipócritas, a quienes les gusta rezar de pie en las sinagogas y en las
esquinas de las plazas, para que los vea la gente. Os aseguro que ya han
recibido su paga.
Tú, cuando vayas a rezar,
entra en tu aposento, cierra la puerta y reza a tu Padre, que está en lo
escondido, y tu Padre, que ve en lo escondido, te lo pagará. Cuando ayunéis, no
andéis cabizbajos, como los hipócritas que desfiguran su cara para hacer ver a
la gente que ayunan. Os aseguro que ya han recibido su paga.
Tú, en cambio, cuando
ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que tu ayuno lo note, no la
gente, sino tu Padre, que está en lo escondido; y tu Padre, que ve en lo
escondido, te recompensará.»
Palabra del Señor
1. Jesús plantea aquí cómo se ha de poner en práctica la
religiosidad. Jesús se refiere a eso, de entrada, hablando de la
"justicia" (dikaiosyne), que traduce el hebreo sedeq, un término
central en el judaísmo, que expresa "la recta conducta".
Para explicar cómo ha de ser tal religiosidad, Jesús
se refiere a tres prácticas frecuentes en la piedad judía de aquel tiempo: la
limosna, la oración y el ayuno. Aquí ya hay algo que llama poderosamente la
atención: Jesús no toca el tema del culto religioso en el templo o en la
sinagoga, ni de la asistencia a la comunidad judía. Jesús aquí no tiene en
cuenta nada más que la religiosidad del individuo.
2. Pero lo más sorprendente es que, a
juicio de Jesús, la religiosidad se ha de practicar de forma que nadie se
entere. Todo ha de hacerse "en secreto", sin llamar la
atención para nada, "en lo escondido". Porque, según dice Jesús,
lo secreto y lo escondido, lo que nadie nota, es lo único que ve el Padre del
Cielo.
3. Al decir estas cosas, Jesús no se limita
a recomendar la humildad. El asunto es mucho más serio. Jesús quiere que la
religiosidad se practique "totalmente al margen
del control social" (G. Theissen).
Jesús es consecuente: al ser "la Palabra
encarnada" (Jn 1, 14), se despojó de todo poder y gloria y "se hizo como uno de
tantos" (Fil 2, 7). Si esto se toma en serio, ¿no apunta a un cristianismo
laico en una sociedad laica?
San Juan Francisco Regis
Nació el 31 de Enero de 1597, en el pueblo de
Fontcouverte (departamento de Aude); falleció en la Louvesc, el 30 de Diciembre
de 1640.
El Papa Pío XII llegó a exclamar: "Un predicador
que merece muy bien ser llamado Patrono de las misiones populares es San
Francisco Regis".
Francisco nace en 1597 de familia acaudalada en
Narbona, Francia y a los 19 años empieza a no sentirse a gusto en la vida
mundana. Siente aversión por los placeres mundanales. Y súbitamente cae en la
cuenta de que la santidad no será conseguida por él si sigue viviendo entre las
gentes mundanas. Cerca de su ciudad había una abadía de monjes que lo
estimaban, pero a él le atraía más la Compañía de Jesús, porque los Jesuitas se
dedicaban más al apostolado entre el pueblo. Pidió ser admitido entre los
jesuitas y en su noviciado demostraba tal fervor que uno de sus compañeros
llegó a declarar: "Juan Francisco se humilla él mismo hasta el extremo,
pero demuestra por los demás un aprecio admirable". Siendo estudiante, el
compañero de habitación lo acusó ante el superior diciéndole que Regis en vez
de dormir lo suficiente pasaba muchas horas rezando en la capilla. El Padre
Rector le respondió: "No le impidas sus devociones. No te opongas a sus
comunicaciones con Dios. a mi me parece que este joven es un santo y que un día
nuestra Comunidad celebrará una fiesta en su honor". Y esta respuesta
resultó profética.
A los 33 años fue ordenado de sacerdote y al año
siguiente lo destinaron a un trabajo que estaba muy de acuerdo con sus
aspiraciones y con su fuerte constitución física: dedicarse a predicar misiones
entre el pueblo. Y se dedicó a este trabajo con tal energía que sus compañeros
exclamaban: "Juan Francisco hace el oficio de 5 misioneros". En 43
años de vida, 24 como religioso, diez como sacerdote y 9 como misionero popular,
logró inmensos éxitos y tuvo el mismo calificativo en todos los sitios donde
estuvo predicando: "el santo". A diferencia del estilo muy elegante y
rebuscado que se usaba entonces para predicar, el padre Juan Francisco se
dedicó a predicar de manera extremadamente sencilla, con estilo directo, a
veces hasta rayando en demasiado ordinariote, pero que iba directamente al alma
y con una elocuencia y un fervor, que los pecadores no eran capaces de no
conmoverse al escucharle. Sus sermones atraían a las multitudes formadas por
católicos y herejes, gente buena y gente corrompida, pobres y ricos, sabios e
ignorantes. Le encantaba predicar a los pobres, pero decía que con sus sermones
había logrado convertir también a muchos ricos. Los oyentes comentaban: "Este
padre no dice solamente lo que sabe, sino que parece que lo que está diciendo
lo estuviera viendo". Al escucharle se conmovían aun los corazones más
indiferentes. Un predicador de fama fue a escucharle, y después decía a sus
colegas: "El Padre Juan Francisco predica con extrema sencillez y
convierte pecadores por millares y nosotros que predicamos con tanta elegancia,
¿a quién logramos convertir?".
Otro testigo afirmaba: "Lo que a mí me admira es
que un hombre de tan pobre presencia, con su sotana llena de remiendos,
diciendo lo que todos dicen, sin adornos en su lenguaje, siendo a veces tan
duro en su hablar, tiene tan grande inspiración divina que uno no es capaz de
escucharle y seguir en paz con sus pecados".
Algunos doctores se dirigieron al superior de los
jesuitas diciéndole que el Padre Regis predicaba muy burdamente. Que un modo de
predicar así era un deshonrar la altísima dignidad de predicador. Entonces el
superior provincial se fue con su secretario a escuchar un sermón del santo,
mezclados entre el pueblo. El superior quedó tan profundamente impresionado por
su predicación, que les dijo a los acusadores: "Ojalá quisiera Dios que
todos los misioneros predicaran con toda unción como este sacerdote. El dedo de
Dios está aquí. Si yo viviera en esta región, no me perdería ni un solo sermón
de este padre".
Un párroco afirmaba: "En mi parroquia, después de
una misión predicada por el Padre Juan Francisco, mis parroquianos cambiaron de
tal manera, que a mí me parecía que eran otras personas".
El Obispo lo envió a misionar a una región que durante
40 años había sido invadida por los calvinistas, y en la cual la corrupción de
costumbres era espantosa y el anticatolicismo era tan feroz que el mismo obispo
no podía nunca aparecer por allí. Y el poder de convicción del Padre Regis fue
tan arrollador que las conversiones se obraron por montones. Una de las más
terribles calvinistas, al oír que el santo sacerdote le preguntaba: "¿Y
Ud. cuándo es que se va a convertir?", sintió una fuerza de la gracia de
Dios tan avasalladora, que le respondió: "Pues, ¡me quiero convertir ahora
mismo!", y en verdad que dejó su mala vida pasada y empezó a vivir como
una buena católica. Como con sus predicaciones acababa con muchos vicios,
aquellos que vieron afectados con esto sus malos negocios, lo acusaron con
calumnias ante el Sr. Obispo y hasta en Roma. El padre sufrió mucho con esto,
pero afortunadamente Dios hizo que el secretario del obispo se diera cuenta de
las mentiras que le estaban inventando y le defendió ante Monseñor, el cual
escribió a Roma, hablando muy bien del gran misionero.
Mientras tanto el santo seguía misionando por las
regiones más apartadas y de más difícil acceso. Y las multitudes lo seguían.
Los campesinos se encontraban y el saludo que se daban era: "Vamos a
escuchar al santo". Y en las ciudades, los templos se llenaban hasta más
no poder, y los feligreses repetían: - Vayamos a oír al santo.
A muchísimas mujeres las sacó de la vida
corrompida y las encaminó hacia una vida virtuosa. Los vicios que convirtió fueron
incontables.
A las tres de la madrugada estaba levantado. Pasaba la
mañana confesando y predicando y la tarde consiguiendo ayuda para los pobres.
Muchas veces se olvidaba de comer.
A dos ciegos les hizo recobrar la vista. Con la
imposición de las manos curó a muchos enfermos. Su despensa daba y daba a los pobres
y no se agotaba y el milagro más grande que conseguía era convertir a los
pecadores de su mala vida. Se fue a predicar una misión a una región
terriblemente fría y apartada. Por el camino lo sorprendió una tempestad de
nieve que le impidió continuar el viaje y tuvo que pasar la noche en medio de
terrible ventarrón y en plena nieve. Y le sobrevino una pulmonía. Sin embargo,
así de enfermo pronunció tres sermones el primer día de la misión y dos el
segundo día. Toda la mañana de este día la pasó confesando. En ayunas celebró
la misa a las dos de la tarde, y cuando se dirigió a su confesionario para
seguir su labor heroica, cayó desmayado.
Lo llevaron a la casa cural y poco antes de morir
exclamó: "Veo a Nuestro Señor y a su Santísima Madre que preparan un sitio
en el cielo para mí". Y luego exclamó: "Padre, en tus manos
encomiendo mi espíritu", y murió. Era el año 1640. Al visitar el sepulcro
de San Juan Francisco Regis, se propuso después el joven San Juan María Vianey,
ser sacerdote, costara lo que costara. Es que los ejemplos de su vida son
admirables.
No hubo atraso en disponer las investigaciones
canónicas. El 18 de Mayo de 1716, Clemente XI emitió el decreto de
beatificación. El 5 de Abril de 1737, Clemente XII promulgó el decreto de
canonización. Benedicto XIV estableció el 16 de Junio como su día festivo. Pero
inmediatamente después de su muerte, Regis fue venerado como santo. Los
peregrinos llegaron masivamente a su tumba, y desde entonces la afluencia sólo
se ha incrementado. Debe mencionarse el hecho de que una visita efectuada en
1804 a los restos del Apóstol de Vivarais fue el comienzo de la vocación del
Blessed Curé of Ars, Juan Bautista Vianney, a quien la Iglesia elevó, a su
turno, a los altares. "Todo lo bueno que yo haya hecho", dijo mientras
agonizaba, "se lo debo a él" (de Curley, op. cit., 371). El lugar
donde murió Regis ha sido transformado en una capilla mortuoria. Cerca hay un
arroyo de agua fresca, al cual los devotos de San Juan Francisco Regis
atribuyen curaciones milagrosas por su intercesión. La antigua iglesia de la
Louvesc ha recibido (1888) el título y los privilegios de una basílica. En este
lugar sagrado se fundó a comienzos del siglo diecinueve el Instituto de las Hermanas
de San Regis, o Hermanas del Retiro, mejor conocidas bajo el nombre de la
Religiosas del Cenáculo; y fue la memoria de su celo misericordioso a favor de
tantas infortunadas mujeres caídas lo que originó la ahora floreciente obra de
San Francisco Regis, cual es apoyar a la gente pobre y trabajadora que desea
contraer matrimonio, y que principalmente se centra en lograr que las uniones
ilegítimas alcancen la conformidad con las leyes Divinas y humanas.
(Fuente: ewtn.com y enciclopediacatolica.org)
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