28 - DE JUNIO – LUNES –
13ª – SEMANA DEL T. O. – B –
San Ireneo, obispo
y mártir
Lectura del libro del Génesis (18,16-33):
Cuando los hombres se levantaron de junto a la encina de Mambré,
miraron hacia Sodoma; Abrahán los acompañaba para despedirlos.
El Señor pensó:
«¿Puedo ocultarle a Abrahán lo que pienso
hacer? Abrahán se convertirá en un pueblo grande y numeroso, con su nombre se
bendecirán todos los pueblos de la tierra; lo he escogido para que instruya a
sus hijos, su casa y sucesores, a mantenerse en el camino del Señor, haciendo
justicia y derecho; y así cumplirá el Señor a Abrahán lo que le ha prometido.»
El Señor dijo:
«La acusación contra Sodoma y Gomorra es
fuerte, y su pecado es grave; voy a bajar, a ver si realmente sus acciones
responden a la acusación; y si no, lo sabré.»
Los hombres se volvieron y se
dirigieron a Sodoma, mientras el Señor seguía en compañía de Abrahán.
Entonces Abrahán se acercó y dijo a
Dios:
«¿Es que vas a destruir al inocente con el
culpable? Si hay cincuenta inocentes en la ciudad, ¿los destruirás y no
perdonarás al lugar por los cincuenta inocentes que hay en él? ¡Lejos de ti tal
cosa!, matar al inocente con el culpable, de modo que la suerte del inocente
sea como la del culpable; ¡lejos de ti! El juez de todo el mundo, ¿no hará
justicia?»
El Señor contestó:
«Si encuentro en la ciudad de Sodoma
cincuenta inocentes, perdonaré a toda la ciudad en atención a ellos.»
Abrahán respondió:
«Me he atrevido a hablar a mi Señor, yo que
soy polvo y ceniza. Si faltan cinco para el número de cincuenta inocentes,
¿destruirás, por cinco, toda la ciudad?»
Respondió el Señor:
«No la destruiré, si es que encuentro allí
cuarenta y cinco.»
Abrahán insistió:
«Quizá no se encuentren más que cuarenta.»
Le respondió:
«En atención a los cuarenta, no lo haré.»
Abrahán siguió:
«Que no se enfade mi Señor, si sigo
hablando. ¿Y si se encuentran treinta?»
Él respondió:
«No lo haré, si encuentro allí treinta.»
Insistió Abrahán:
«Me he atrevido a hablar a mi Señor. ¿Y si
se encuentran sólo veinte?»
Respondió el Señor:
«En atención a los veinte, no la destruiré.»
Abrahán continuó:
«Que no se enfade mi Señor si hablo una vez
más. ¿Y si se encuentran diez?»
Contestó el Señor:
«En atención a los diez, no la destruiré.»
Cuando terminó de hablar con Abrahán,
el Señor se fue; y Abrahán volvió a su puesto.
Palabra de Dios
Salmo: 102
R/. El
Señor es compasivo y misericordioso
Bendice,
alma mía, al Señor,
y todo mi ser a su santo nombre.
Bendice, alma mía, al Señor,
y no olvides sus beneficios. R/.
Él perdona todas tus culpas
y cura todas tus enfermedades;
él rescata tu vida de la fosa
y te colma de gracia y de ternura. R/.
El Señor es compasivo y misericordioso,
lento a la ira y rico en clemencia;
no está siempre acusando
ni guarda rencor perpetuo. R/.
No nos trata como merecen nuestros pecados
ni nos paga según nuestras culpas.
Como se levanta el cielo sobre la tierra,
se levanta su bondad sobre sus fieles. R/.
Lectura del santo evangelio según san Mateo
(8,18-22):
En aquel tiempo, viendo Jesús que lo rodeaba mucha gente, dio
orden de atravesar a la otra orilla.
Se le acercó un escriba y le dijo: «Maestro,
te seguiré adonde vayas.»
Jesús le respondió:
«Las zorras tienen madrigueras y los pájaros
nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza.»
Otro, que era discípulo, le dijo: «Señor, déjame ir primero a enterrar a mi
padre.»
Jesús le replicó:
«Tú, sígueme. Deja que los muertos entierren
a sus muertos.»
Palabra del Señor
1. El evangelio de este lunes es
el paralelo de Mateo en relación con el texto
de
Lucas, aunque el relato de Mateo es más breve. Pero recoge lo
esencial. En cualquier caso, lo más importante, cuando se habla de
este tema, es darse cuenta de que el seguimiento de Jesús es el centro del
Evangelio, por lo que se refiere a lo que el Evangelio debe representar en
nuestra vida.
Por tanto, el centro no es la "fe en
Jesús". Baste pensar que, en los evangelios sinópticos, de la fe se habla
36 veces, mientras que el seguimiento se menciona 56 veces.
La fe, que elogia Jesús, es la fe del
centurión romano (Mt 8, 10 par), de la mujer siro-fenicia (Mt 15, 28 par) y del
leproso samaritano (Lc 17, 19).
A los apóstoles, les exigió un seguimiento total, mientras que
cuando Jesús les habla de la fe, es para reprocharles su falta o escasez de fe.
2. La respuesta, que Jesús le da
al letrado, al exigirle que debe renunciar a tener lo que tienen las fieras en
el campo o los pájaros en los árboles, un pequeño hueco "donde reclinar la
cabeza", seguramente no significa renunciar a tener un cobijo en el
sentido más literal de la palabra. No olvidemos que Jesús mismo tenía una casa
en Cafarnaúm (Mt 9, 10. 28; 13, 1. 36; 17, 25).
Lo que Jesús quiso fue poner de relieve la
desinstalación, el destino itinerante, como característica de su ministerio (W.
Carter).
Incluso hay quien piensa que este tener que
ir de un lado para otro era la consecuencia de un hombre que se veía rechazado,
amenazado y que tenía que hacer constantes retiradas (Mt 2, 13-14; 12, 14-15;
14, 12-13; 15, 12-14. 21; 16, 1-5) (J. D. Kingsbury).
Por eso, entre otras cosas, resulta tan
difícil ver representado el Evangelio en las mansiones clericales (y no digamos
episcopales) que la gente ve en tantas ciudades.
3. La renuncia a enterrar al
propio padre se comprende cuando se tiene en
cuenta
que el deber de dar sepultura a los difuntos era tan importante que se
consideraba "como la cima de todas las buenas obras" (Martin Hengel).
Por tanto, lo que aquel discípulo le estaba
pidiendo a Jesús era seguirle, pero
después
de cumplir con la propia religión, ya que no enterrar al propio padre atraía
una maldición y era una vergüenza (Deu 28, 26; 2 Mac 5, 10; 9, 15; Salm Sa1.4,
19-20; F. Josefo...) (W. Carter).
Y
eso es lo que Jesús no tolera. En definitiva, se trata de comprender que el
Evangelio es lo más serio, lo más grave, lo
más
exigente, que se puede asumir como proyecto de vida.
Por otra parte, y como es lógico, todo esto
deja de tener sentido y se reduce a mera charlatanería eclesiástica, cuando en
el centro de la vida no se pone el seguimiento de Jesús, sino la observancia
religiosa. Teniendo siempre en cuenta que seguir a Jesús es vivir con Jesús y
como Jesús, en la medida en que eso es posible.
San Ireneo, obispo y
San Ireneo, educado en Esmirna; fue discípulo de la San Policarpo, obispo de
aquella ciudad, quién a su vez fue discípulo del Apóstol San Juan. En el año
177 era presbítero en Lyon (Francia), y poco después ocupó la sede episcopal de
dicha ciudad.
Las obras literarias de San Ireneo le han valido la dignidad de
figurar prominentemente entre los Padres de la Iglesia, ya que sus escritos no
sólo sirvieron para poner los cimientos de la teología cristiana, sino también
para exponer y refutar los errores de los gnósticos y salvar así a la fe
católica del grave peligro que corrió de contaminarse y corromperse por las
insidiosas doctrinas de aquellos herejes.
Recibió la palma del martirio, según se
cuenta, alrededor del año 200.
Infancia y Estudios
Nada se sabe sobre su
familia. Probablemente nació alrededor del año 125, en alguna de aquellas
provincias marítimas del Asia Menor, donde todavía se conservaba con cariño el
recuerdo de los Apóstoles entre los numerosos cristianos. Sin duda que recibió
una educación muy esmerada y liberal, ya que sumaba a sus profundos
conocimientos de las Sagradas Escrituras, una completa familiaridad con la
literatura y la filosofía de los griegos. Tuvo, además, el inestimable
privilegio de sentarse entre algunos de los hombres que habían conocido a los
Apóstoles y a sus primeros discípulos, para escuchar sus pláticas. Entre éstos,
figuraba San Policarpo, quien ejerció una gran influencia en la vida de Ireneo.
Por cierto, que fue tan profunda la impresión que en éste produjo el santo
obispo de Esmirna que, muchos años después, como confesaba a un amigo, podía
describir con lujo de detalles, el aspecto de San Policarpio, las inflexiones
de su voz y cada una de las palabras que pronunciaba para relatar sus
entrevistas con San Juan, el Evangelista, y otros que conocieron al Señor, o
para exponer la doctrina que habían aprendido de ellos. San Gregorio de Tours
afirma que fue San Policarpio quien envió a Ireneo como misionero a las Galias,
pero no hay pruebas para sostener esa afirmación.
Sacerdocio
Desde tiempos muy remotos,
existían las relaciones comerciales entre los puertos del Asia Menor y el de
Marsella y, en el siglo segundo de nuestra era, los traficantes levantinos
transportaban regularmente las mercancías por el Ródano arriba, hasta la ciudad
de Lyon que, en consecuencia, se convirtió en el principal mercado de Europa
occidental y en la villa más populosa de las Galias. Junto con los mercaderes
asiáticos, muchos de los cuales se establecieron en Lyon, venían sus sacerdotes
y misioneros que portaron la palabra del Evangelio a los galos paganos y
fundaron una vigorosa iglesia local. A aquella iglesia llegó San Ireneo para
servirla como sacerdote, bajo la jurisdicción de su primer obispo, San Potino,
que también era oriental, y ahí se quedó hasta su muerte. La buena opinión que
tenían sobre él sus hermanos en religión se puso en evidencia el año de 177,
cuando se le despachó a Roma con una delicadísima misión. Fue después del
estallido de la terrible persecución de Marco Aurelio, al tratar a San Potino,
el 2 de junio, cuando ya muchos de los jefes del cristianismo en Lyon, se
hallaban prisioneros. Su cautiverio, por otra parte, no les impidió mantener su
interés por los fieles cristianos del Asia Menor. Conscientes de la simpatía y
la admiración que despertaba entre la cristiandad su situación de confesores en
inminente peligro de muerte, enviaron al Papa San Eleuterio, por conducto de
Ireneo, "la más piadosa y ortodoxa de las cartas", con una apelación
al Pontífice, en nombre de la unidad y de la paz de la Iglesia, para que
tratase con suavidad a los hermanos montanistas de Frigia. Asimismo,
recomendaban al portador de la misiva, como a un sacerdote "animado por un
celo vehemente para dar testimonio de Cristo" y un amante de la paz, como
lo indicaba su nombre.
Obispado
El cumplimiento de aquel
encargo que lo ausentaba de Lyon explica por qué Ireneo no fue llamado a
compartir el martirio de San Potino y sus compañeros. No sabemos cuánto tiempo
permaneció en Roma, pero tan pronto como regresó a Lyon, ocupó la sede
episcopal que había dejado vacante San Potino. Ya por entonces había terminado
la persecución y los veinte o más años de su episcopado fueron de relativa paz.
Las informaciones sobre sus actividades son escasas, pero es evidente que,
además de sus deberes puramente pastorales, trabajó intensamente en la
evangelización de su comarca y las adyacentes. Al parecer, fue él quien envió a
los Santos Félix, Fortunato y Aquileo, como misioneros a Valence, y a los
Santos Ferrucio y Ferreolo, a Besancon, Para indicar hasta qué punto se había
identificado con su rebaño, basta con decir que hablaba corrientemente el celta
en vez del griego, que era su lengua madre.
Lucha contra el gnosticismo
La propagación del
gnosticismo en las Galias inspiró en el obispo Ireneo el anhelo de defender el
cristianismo de sus falsas interpretaciones. Estudió sus dogmas, lo que ya de
por sí era una tarea muy difícil, puesto que cada uno de los gnósticos parecía
sentirse inclinado a introducir nuevas versiones propias en la doctrina.
Afortunadamente, San Ireneo era un investigador minucioso e infatigable en
todos los campos del saber, como nos dice Tertuliano y, por consiguiente, salvó
aquel escollo sin mayores tropiezos. Una vez empapado en las ideas gnósticas,
escribió un tratado en cinco libros, en cuya primera parte expuso completamente
las doctrinas internas de las diversas sectas para contradecirlas después con
las enseñanzas de los Apóstoles y los textos de las Sagradas Escrituras.
Hay un buen ejemplo sobre
el método de combate que siguió. Cuando trata sobre la creencia gnóstica de que
el mundo visible fue creado, conservado y gobernado por seres angelicales y no
por Dios, quien sin participación seguirá eternamente desligado del mundo,
superior, indiferente, Ireneo expone la teoría, la desarrolla hasta llegar a su
conclusión lógica y, por medio de una eficaz reductio ad absurdum, procede a
demostrar su falsedad. Ireneo expresa la verdadera doctrina cristiana sobre la
estrecha relación entre Dios y el mundo que El creó los siguientes términos:
"El Padre está por encima de todo y El es la cabeza de Cristo; pero a
través del Verbo se hicieron todas las cosas y El mismo es el jefe de la
Iglesia, en tanto que Su Espíritu se halla en todos nosotros; es El esa agua
viva que el Señor da a los que creen en Él y le aman porque saben que hay un
Padre por encima de todas las cosas, a través de todas las cosas y en todas las
cosas."
Ireneo escribe con
estudiada moderación y cortesía, pero de vez en cuando, se le escapan
comentarios humorísticos. Al referirse, por ejemplo, a la actitud de los recién
"iniciados" dice: "Tan pronto como un hombre se deja atrapar en
sus "caminos de salvación", se da tanta importancia y se hincha de
vanidad a tal extremo que ya no se imagina estar en el cielo o en la tierra,
sino haber pasado a las regiones del Pleroma y, con el porte majestuoso de un
gallo, se pavonea ante nosotros, como si acabase de abrazar a su ángel. Ireneo
estaba firmemente convencido de que gran parte del atractivo del gnosticismo,
se hallaba en el velo de misterio con que gustaba de envolverse y de hecho,
había tomado la determinación de "desenmascarar a la zorra", como él
mismo lo dice. Y por cierto que lo consiguió: sus obras, escritas en griego,
pero traducidas al latín casi en seguida, circularon ampliamente y no tardaron
en asestar el golpe de muerte a los gnósticos del siglo segundo. Por lo menos,
de entonces en adelante dejaron de constituir una seria amenaza para la Iglesia
y la fe católica.
Reconciliador ante el Pontífice
El hecho de que luchara
contra las herejías no significa que fuese intransigente. Al contrario. Trece o
catorce años después de haber viajado a Roma con la carta para el Papa
Eleuterio, fue de nuevo Ireneo el mediador entre un grupo de cristianos del
Asia Menor y el Pontífice. En vista de que los cuartodecimanos se negaban a
celebrar la Pascua de acuerdo con la costumbre occidental, el Papa Víctor III
los había excomulgado y, en consecuencia, existía el peligro de un cisma.
Ireneo intervino en su favor. En una carta bellamente escrita que dirigió al
Papa, le suplicaba que levantase el castigo y señalaba que sus defendidos no
eran realmente culpables, sino que se aferraban a una costumbre tradicional y
que, una diferencia de opinión sobre el mismo punto no había impedido que el
Papa Aniceto y San Policarpo permaneciesen en amable comunión. El resultado de
su embajada fue el restablecimiento de las buenas relaciones entre las dos
partes y de una paz que no se quebrantó. Después del Concilio de Nicea, en 325,
los cuartodecimanos acataron voluntariamente el uso romano, sin ninguna presión
por parte de la Santa Sede.
Su muerte y veneración
Se desconoce la fecha de la
muerte de San Ireneo, aunque por regla general, se estima en el año 202. De
acuerdo con una tradición posterior, se afirma que fue martirizado, pero no es
probable ni hay evidencia alguna sobre el particular.
Los restos mortales de San
Ireneo, como lo indica Gregorio de Tours, fueron sepultados en una cripta, bajo
el altar de la que entonces se llamaba iglesia de San Juan, pero más adelante,
llevó el nombre de San Ireneo. Esta tumba o santuario fue destruido por los
calvinistas en 1562 y, al parecer, desaparecieron hasta los últimos vestigios
de sus reliquias. Es digno de observarse que, si bien la fiesta de San Ireneo
se celebra desde tiempos muy antiguos en el oriente (el 23 de agosto), sólo a
partir de 1922 se ha observado en la iglesia de occidente.
Su Escritos
No ha llegado hasta
nosotros nada que pueda llamarse una biografía de la época sobre San Ireneo,
pero hay, en cambio, abundante literatura en torno al importante papel que
desempeñó como testigo de las antiguas tradiciones y como maestro de las
creencias ortodoxas
Su tratado contra los
gnósticos ha llegado hasta nosotros completo en su versión latina.
En 1904 se descubrió la
existencia de otro escrito suyo: la exposición de la predicación apostólica,
traducida al armenio. La obra era hasta entonces conocida como: "Prueba de
la Predicación Apostólica". Se trata, sobre todo de una comparación de las
profecías del Antiguo Testamento y de ese escrito, no se obtienen informaciones
nuevas en relación con el espíritu y los pensamientos del autor.
A pesar de que el resto de
sus obras desapareció, bastan los dos trabajos mencionados para suministrar
todos los elementos de un sistema completo de teología cristiana.
San Ireneo, fundamentándose
en San Pablo y en su conocimiento de las enseñanzas apostólicas, enseñaba el
paralelismo Adán-Jesucristo; Eva-María.
Bibliografía:
"Vidas de los Santos"
de Butler, ed.
española.
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