22 - DE JUNIO – MARTES –
12ª – SEMANA DEL T. O. – B –
Santo Tomás Moro
Lectura del libro del Génesis (13,2.5-18):
Abrán
era muy rico en ganado, plata y oro. También Lot, que acompañaba a Abrán,
poseía ovejas, vacas y tiendas; de modo que ya no podían vivir juntos en el
país, porque sus posesiones eran inmensas y ya no cabían juntos. Por ello
surgieron disputas entre los pastores de Abrán y los de Lot. En aquel tiempo cananeos y fereceos ocupaban
el país.
Abrán
dijo a Lot:
«No haya disputas entre nosotros dos, ni
entre nuestros pastores, pues somos hermanos. Tienes delante todo el país,
sepárate de mí; si vas a la izquierda, yo iré a la derecha; si vas a la
derecha, yo iré a la izquierda.»
Lot echó una mirada y vio que toda la vega
del Jordán, hasta la entrada de Zear, era de regadío (esto era antes de que el
Señor destruyera a Sodoma y Gomorra); parecía un jardín del Señor, o como
Egipto.
Lot se escogió la vega del Jordán y marchó
hacia levante; y así se separaron los dos hermanos.
Abrán habitó en Canaán; Lot en las ciudades
de la vega, plantando las tiendas hasta Sodoma. Los habitantes de Sodoma eran
malvados y pecaban gravemente contra el Señor.
El Señor habló a Abrán, después que Lot se
había separado de él:
«Desde tu puesto, dirige la mirada hacia el
norte, mediodía, levante y poniente. Toda la tierra que abarques te la daré a
ti y a tus descendientes para siempre. Haré a tus descendientes como el polvo;
el que pueda contar el polvo podrá contar a tus descendientes. Anda, pasea el
país a lo largo y a lo ancho, pues te lo voy a dar.»
Abrán alzó la tienda y fue a establecerse
junto a la encina de Mambré, en Hebrón, donde construyó un altar en honor del
Señor.
Palabra de Dios
Salmo: 14,2-3a.3bc-4ab.5
R/. Señor, ¿quién puede hospedarse en tu
tienda?
El que procede honradamente
y practica
la justicia,
el que
tiene intenciones leales
y no
calumnia con su lengua. R/.
El que
no hace mal a su prójimo
ni
difama al vecino,
el que
considera despreciable al impío
y honra
a los que temen al Señor. R/.
El que no presta dinero a usura
ni
acepta soborno contra el inocente.
El que
así obra nunca fallará. R/.
Lectura del santo evangelio según san Mateo
(7,6.12-14):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«No deis lo santo a los perros, ni les
echéis vuestras perlas a los cerdos; las pisotearán y luego se volverán para
destrozaros.
Tratad a los demás como queréis que ellos os
traten; en esto consiste la Ley y los profetas. Entrad por la puerta estrecha. Ancha es la puerta y espacioso el
camino que lleva a la perdición, y muchos entran por ellos.
¡Qué estrecha es la puerta y qué angosto el
camino que lleva a la vida! Y pocos dan con ellos.»
Palabra del Señor
1. La exhortación enigmática sobre los perros y los cerdos es
desconocida, tanto en su origen como en su significado.
Seguramente el autor del evangelio de Mateo la puso aquí porque así la
encontró en la llamada "Fuente Q", la fuente de los dichos, que
sirvió de base a este evangelio.
2. El texto central de este evangelio es la llamada "Regla
de Oro", que, como es bien sabido, es muy anterior al cristianismo. Ya se
encuentra en Confucio (551-489), en el judaísmo (Lev 19, 18) y se puede decir que es una norma de
ética universal. Se ha formulado negativamente ("lo que no quieres que te
hagan los demás, no se lo hagas a ellos) o positivamente, como hace aquí
Jesús.
Se puede decir que la forma positiva es más exigente que la negativa.
Porque la positiva sugiere al interpelado una iniciativa propia, mientras que
la versión negativa puede acabar en mera pasividad.
3. En cualquier caso, lo más importante es tener el coraje de
aplicar esta regla a todas las situaciones de la vida, sobre todo, en cuanto se
refiere, no solo al amor a los enemigos, sino a las relaciones con los
creyentes de otras religiones. Y, por supuesto, con los ateos, agnósticos y, en
general, con quienes tienen ideas y conductas distintas a las propias en todo
lo relacionado con la religión. Esto es ahora especialmente urgente, cuando la
sociedad es más plural y la convivencia resulta más complicada.
Santo Tomás Moro
Santo Tomás Moro, mártir, que, por no aceptar el matrimonio del rey Enrique
VIII y mantenerse fiel al primado del Romano Pontífice, fue encarcelado en la
Torre de Londres. Padre de familia, de vida integrista, presidente del
consejo real, por mantenerse fiel a la Iglesia Católica murió el día 6 de
julio, uniéndose así al martirio del obispo San Juan Fisher.
Vida de Santo Tomás Moro
Caballero, Lord Canciller de Inglaterra, escritor y mártir, nacido en
Londres el 7 de febrero de 1477-78; ejecutado en Tower Hill, el 6 de julio de
1535.
Tomás fue el único superviviente de sir Juan Moro, abogado y luego juez, y
de Agnes (Inés), su primera esposa, hija de Tomás Graunger. Siendo aún niño,
Tomás ingresó al colegio de San Antonio en Threadneedle Street, el cual era
conducido por Nicolás Holt, y a los trece años de edad fue colocado en la casa
del cardenal Morton, Arzobispo de Canterbury, y Lord Canciller. Aquí, su
carácter alegre e inteligencia atrajeron la atención del Arzobispo, que lo
envió a Oxford, ingresando aproximadamente en el año 1492 a Canterbury Hall
(luego absorbida por la Iglesia de Cristo). Su padre le entregó una cantidad de
dinero apenas suficiente para vivir, y, por ello, no tuvo oportunidad de perder
el tiempo en "vanos o perjudiciales entretenimientos" en detrimento
de sus estudios. En Oxford se hizo amigo de Guillermo Grocyn y Tomás Linacre,
éste último se convirtió en su primer profesor de griego. Sin ser nunca un
riguroso estudiante, dominó el griego "gracias a su instinto de
genio", como lo atestigua Pace (De fructu qui ex doctrina percipitur,
1517), quién agrega que "su elocuencia era incomparable y por doble
partida, pues hablaba latín con la misma facilidad con el que lo hacía en su
propio idioma". Además de los clásicos, estudió francés, historia y
matemática, aprendiendo también a tocar la flauta y la viola. Después de dos
años de residencia en Oxford, Moro fue convocado a Londres, ingresando a New
Inn como estudiante de derecho, aproximadamente en 1494. En febrero de 1496 fue
admitido como estudiante en Lincoln Inn, y tal como se esperaba, fue convocado
a formar parte del tribunal externo, siendo luego nombrado juez de la corte.
Sus grandes dotes empezaron a llamar positivamente la atención, por lo que los
directores de Lincoln Inn lo nombraron "lector"
o conferenciante de derecho en Furnival´s Inn, siendo sus
conferencias tan bien estimadas que su nombramiento fue renovado durante tres
años consecutivos.
Sin embargo, queda claro que las leyes no absorbían todas las energías de
Moro, pues mucho de su tiempo lo dedicó a las letras. Escribió poesías, tanto
en latín como en inglés, una considerable cantidad de estas se ha conservado y
son de muy buena calidad, aunque no especialmente notables. También se consagró
de una manera especial a las obras de Pico de la Mirándola, cuya biografía
publicó unos años después en inglés. Cultivó también el conocimiento de
estudiosos y de hombres sabios y, a través de sus antiguos tutores, Grocyn y
Linacre, quienes ahora vivían en Londres, hizo amistad con Colet, deán de San
Pablo, y Guillermo Lilly, siendo ambos renombrados estudiosos. Colet se
convirtió en el confesor de Moro, y Lilly rivalizaba con él en la traducción de
epigramas de la Antología Griega al latín, luego reunidas y publicadas en 1518
(Progymnasnata T. More et Gul. Liliisodalium). En 1497 Moro conoció a Erasmo,
probablemente en la casa de lord Mountjoy, alumno del gran estudioso y
benefactor suyo. Esta amistad rápidamente se convirtió en íntima, y, durante su
vida, Erasmo le hizo en varias ocasiones largas visita a Moro en su casa en
Chelsea, y mantuvieron correspondencia de manera regular hasta que la muerte
los separó. Además de leyes y de los Clásicos, Moro leyó con mucha atención a
los Padres, dando en la Iglesia de San Laurencio Jewry, una serie de
conferencias sobre la obra De civitate Dei de San Agustín, a las cuales
asistieron muchos estudiosos, entre ellos Grocyn, el rector de la iglesia es
mencionado de manera expresa. Para estar a la altura de dicha asamblea, estas
conferencias deben de haber sido preparadas con gran cuidado, pero, para
nuestra mala suerte, ni siquiera un fragmento de estas ha llegado hasta
nosotros. Estas conferencias fueron pronunciadas en algún momento entre 1499 y
1503, época en la que la mente de Moro estaba casi totalmente ocupada con la
religión y la duda acerca de su propia vocación hacia el sacerdocio.
Esta época de su vida ha dado pie a muchos malentendidos entre sus varios
biógrafos. Se sabe con certeza que vivió cerca de la Cartuja de Londres, y que,
a menudo, se unía a los monjes en sus ejercicios espirituales. Usó un
"cilicio, el cual nunca abandonó" (Cresacre Moro), y se dedicó a una
vida de oración y penitencia. Su mente osciló durante un tiempo entre el unirse
a los cartujos o a los franciscanos de la estricta observancia, órdenes que
observaban la vida religiosa con gran exactitud y fervor. Finalmente,
aparentemente con la aprobación de Colet, abandonó la idea de hacerse sacerdote
o religioso, llegando a esta decisión debido a su desconfianza acerca de su
perseverancia. Erasmo, su íntimo amigo y confidente, escribe acerca de esto lo
siguiente (Epp. 447):
Entretanto, se aplicó por entero a los ejercicios de piedad con vistas a y
considerando el sacerdocio, por medio de vigilias, ayunos, oraciones y
austeridades similares. En estas materias demostró ser más prudente que la
mayoría de los candidatos, que corren imprudentemente hacia esta difícil
profesión sin probar antes sus capacidades. Lo único que le impidió entregarse
a este tipo de vida fue el no poder sacarse de encima el deseo de la vida
matrimonial. Por consiguiente, eligió ser un casto marido en vez de un
sacerdote impuro.
La última frase de este pasaje ha
dado pie para que algunos escritores, especialmente a Seebohm y a lord
Campbell, para explayarse acerca de la supuesta corrupción de las órdenes
religiosas en aquella época, diciendo que Moro, hastiado de esta corrupción,
abandonó su deseo de entrar en religión. El padre Bridgett trata este tema con
considerable longitud (Life and Writtings of Sir Thomas More, pp. 23-36), pero
baste con decir que esta idea ha sido ahora dejada de lado, incluso por
escritores no-católicos, como lo podemos ver en W.H. Hutton:
Es absurdo afirmar que Moro estaba hastiado de la corrupción monacal, y que
'consideraba a los monjes como una desgracia para la Iglesia'. Él fue durante
toda su vida amigo cercano de las órdenes religiosas, y un gran admirador del
ideal monástico. Él condenaba los vicios de los individuos; dijo, como su
bisnieto declara, 'en esta época los religiosos en Inglaterra se han relajado
un poco en la exacta observancia y fervor de espíritu'; pero no existe señal
alguna de que su decisión para no optar por la vida monacal se debiera a una
ligera desconfianza a esta forma de vida, o a una aversión hacia la teología de
la Iglesia.
Moro, luego de haber decidido no
entrar en la vida religiosa, se dedicó a su trabajo en la corte, consiguiendo
un éxito inmediato. En 1501 fue eligido miembro del Parlamento, pero no
conocemos su distrito electoral. En el abogó y se opuso a los crecidos e
injustos impuestos que exigía el rey Enrique VII a sus súbditos por medio de
sus agentes Empson y Dudley, siendo este último, Portavoz de la Cámara de los
Comunes. A este Parlamento Enrique le exigió un impuesto de tres-quinceavos,
aproximadamente 113,000 libras, pero, gracias a las protestas de Moro, los
Comunes redujeron la suma a 30,000. Algunos años más tarde, Dudley dijo a Moro
que su intrepidez le pudo haber costado la cabeza, pero, se salvó gracias a no
haber agredido a la persona del rey. Pero, incluso así, Enrique se enfadó tanto
con él que "tramó una pequeña causa en contra de su padre, encerrándolo en
la Torre, hasta que pagó cien libras de fianza" (Roper). Entretanto, Moro
había hecho amistad con un tal "Maister Juan Colte, un caballero" de
Newhall, Essex, cuya hija mayor, Juana, se casó con él en 1505. Roper escribe
estas líneas acerca de su opción: "si bien su mente se dirigía hacia la
segunda hija, pues la consideraba más agraciada y hermosa, consideró que eso
causaría un gran pesar y algo de vergüenza a la mayor, al ver que su hermana
menor era preferida como esposa antes que ella, por lo que, con gran pesar,
empezó a dirigir su mente hacia ella", es decir, hacia la mayor de las
tres hermanas. Este matrimonio resultó ser sumamente feliz; tuvieron tres
hijas, Margarita, Isabel, y Cecilia, y un hijo, Juan; pero, en 1511, Juana Moro
murió, siendo casi una niña. En el epitafio que el mismo Moro compuso veinte
años después, la llama "uxorcula Mori", y en una carta de Erasmo,
podemos encontrar casi todos los dones que conocemos de su mansa y agraciada
personalidad.
Acerca de Moro, Erasmo nos ha dejado un maravilloso retrato en su famosa
carta a Ulrich von Hutten, fechada el 23 de julio de 1519 (Epp. 447). La
descripción es demasiado larga para darle en su totalidad, pero algunos
extractos deben ser colocados aquí.
Voy a comenzar por lo que menos conoces, no es alto de estatura, aunque
tampoco chato. Sus extremidades están formadas con tan perfecta simetría, que
no deja lugar a desear otra cosa. Su cutis es blanco, su cara es un poco
pálida, pero nada rubicunda, un rubor débil de color rosa aparece bajo la
blancura de su piel. Su pelo es color castaño oscuro o negro parduzco. Sus ojos
son de un azul grisáceo, con algunas manchas, las cuales presagian un talento
singular, y que entre los ingleses es considerado atractivo, aunque el alemán
generalmente prefiere el negro. Se dice que nadie está tan libre de los vicios
como él. Su semblante está en armonía con su carácter, siempre expresa una
amable alegría, e incluso una risa incipiente y, para hablar con franqueza,
está mejor condicionado para la alegría que para la gravedad o dignidad, aunque
sin caer en la tontería o en bufonadas. Su hombro derecho es un poco más alto
que el izquierdo, sobre todo cuando camina. Este no es un defecto de
nacimiento, sino el resultado de un hábito, como los que solemos a menudo
contraer. El resto de su persona no tiene nada que ofenda. Parece haber nacido
e ideado para la amistad, y es un amigo muy fiel y paciente. Cuando encuentra
alguien sincero y según su corazón, se complace tanto en su compañía y
conversación que pone en él todo el encanto de la vida. En una palabra, si
quieres un perfecto modelo de amistad, no lo encontrarás en nadie mejor que en
Moro. En asuntos humanos no hay nada de lo que él no saque algo divertido,
incluso de cosas que son serias. Si conversa con los sabios y juiciosos, se
deleita en su talento, si con el ignorante y tonto, se deleita de su estupidez.
Ni siquiera se ofende con los bromistas profesionales. Con una destreza
maravillosa se acomoda a cada situación. Incluso con su propia esposa, como
regla hablando con mujeres, habla con muchos chistes y bromas. Nadie es menos
llevado por las opiniones de la muchedumbre, sin embargo, se aleja menos que
nadie del sentido común. (véase Life, escrita por el padre Bridgett, pág.,
56-60, para leer toda la carta).
Moro se casó nuevamente poco
después la muerte de su primera esposa, optando esta vez por Alicia Middleton,
una viuda. Ella era mayor que él por siete años, un alma buena, algo simple,
sin belleza y educación; pero una buena ama de casa y se consagró al cuidado de
los niños. En general, este matrimonio parece haber sido bastante
satisfactorio, aunque la señora Moro normalmente no entendía los chistes de su
marido.
La fama de Moro como abogado era, en esta época, muy grande. En 1510 fue
nombrado alguacil menor de Londres, y cuatro años después, el cardenal Wolsey
lo escogió para realizar una embajada a Flandes, para velar por los intereses
de los comerciantes ingleses. Por este motivo, en 1515, estuvo fuera de
Inglaterra durante más de seis meses. Durante este periodo realizó el primer
boceto de su Utopía, obra famosa que fue publicada al año siguiente. Tanto el
rey como Wolsey estaban deseosos por afianzar los servicios de Moro en la
Corte. En 1516 se le concedió una pensión vitalicia de 100 libras, al año
siguiente fue miembro de la embajada a Calais, y, más o menos por esa fecha, se
convirtió en miembro del Consejo secreto. En 1519 renunció a su cargo de
alguacil menor y se dedicó por completo a la Corte. En junio de 1520 ya
pertenecía al séquito de Enrique en el "Campo de la Tela de Oro", en
1521 fue investido como caballero y el rey lo nombró tesorero subalterno.
Cuando, al año siguiente, el emperador Carlos V visitó Londres, Moro fue
elegido para darle unas palabras de bienvenida en latín; recibió tierras en
Oxford y tres años después en Kent, siendo esto una prueba del gran favor que
Enrique le tenía. En 1523 por recomendación de Wolsey, fue elegido Portavoz de
la Cámara de los Comunes; en 1525 fue nombrado Administrador Mayor de la
Universidad de Cambridge; y ese mismo año fue nombrado Canciller del Ducado de
Lancaster, además de los cargos que ya tenía y ejercía. En 1523 Moro compró un
trozo de tierra en Chelsea, en donde se construyó una mansión, aproximadamente
a unos noventa metros del banco norte del Támesis, con un gran jardín que iba a
lo largo del río. En ocasiones el rey se aparecía a cenar en esta casa sin ser
esperado, o caminaba por el jardín rodeando con su brazo el cuello de Moro,
disfrutando de su conversación. Pero Moro no se hacía ilusiones acerca del
favor real del cual disfrutaba. "Si con mi cabeza consigue un castillo en
Francia" -le dijo en 1525 a Roper, su yerno- "lo haría". En esta
época la controversia luterana se había extendido a lo largo de Europa y, con
algo de desgano, Moro se vio arrastrado en él. Sus escritos en defensa de la fe
son mencionados en la lista de sus trabajos que damos a continuación, por lo
que baste con decir que, si bien escribe con bastante más refinamiento que la
mayoría de los escritores apologéticos de la época, en ellos hay cierto sabor
desagradable para los lectores modernos. Al principio escribió en latín, pero
cuando los libros de Tindal y otros reformadores ingleses empezaron a ser
leídos por gente de todas las clases, adoptó el inglés como más útil a sus
propósitos, haciéndolo así, dio no poca ayuda al desarrollo de la prosa
inglesa.
En octubre de 1529, Moro sucedió a Wolsey como Canciller de Inglaterra, un
cargo que nunca había sido ejercido por un seglar. En materias políticas no
continuó con la línea de Wolsey, y su tenencia de la cancillería fue memorable
por su justicia sin igual. Su diligencia era tal, que el suministro de causas
quedaba realmente exhausto, hecho conmemorado en la famosa rima,
When More some
time had Chancellor been No more suits did remain. The like will never more be
seen, Till More be there again.
(Cuando Moro por un tiempo fue
Canciller No quedaron juicios pendientes. Algo así jamás será visto otra vez,
hasta que Moro esté nuevamente ahí).
Como canciller, su deber era velar por el cumplimiento de las leyes en
contra de los herejes y por ello, se granjeó los ataques de escritores
protestantes, tanto de su época como de tiempos posteriores. No hay necesidad
de tratar este punto aquí, pero la actitud de Moro es clara. Él estuvo de
acuerdo con los principios de las leyes en contra de los herejes, y no tenía
dudas en hacer que se cumplieran. Como él mismo escribió en su
"Apología" (cap. 49), eran los vicios de los herejes lo que él
odiaba, y no a ellos como persona; y nunca llegó a extremos, antes de haber
hecho todos los esfuerzos para lograr que fueran llevados ante él, para que se
retractasen. Su éxito en esta empresa queda demostrado por el hecho de que sólo
cuatro personas fueron multadas por herejía durante todo el tiempo en el que
ejerció su cargo. La primera aparición pública de Moro como canciller fue en la
apertura del nuevo Parlamento, en noviembre de 1529. Los relatos del discurso
que pronunció en esta ocasión varían considerablemente, pero lo que sí queda
bastante claro, es que él no tenía conocimiento alguno acerca de la serie de
continuas intromisiones que este Parlamento haría en la Iglesia. Unos meses
después, se dio la proclama real decretando que el clero debía reconocer a
Enrique como "Cabeza Suprema" de la Iglesia "hasta donde la ley
de Dios lo permitiera". Según el testimonio de Chapuy, Moro renunció a la
cancillería en ese mismo instante, pero esta no fue aceptada. Su firme
oposición a los planes de Enrique con respecto al divorcio, a la supremacía
pontificia, y a las leyes en contra de los herejes, le hicieron perder con
rapidez el favor real, y, en mayo de 1532, renunció a su cargo de Lord
Canciller, después de ejercerlo durante menos de tres años. Esto significaba la
pérdida de todos sus ingresos, salvo las 100 libras por año, las rentas por
alguna propiedad que había comprado; pero él, con alegre indiferencia, redujo
su estilo de vida para que esté de acuerdo con sus ingresos. El epitafio que
escribió durante esta época para la tumba en la iglesia de Chelsea, dice que él
pensaba consagrar los últimos años de su vida a prepararse para la otra vida.
Durante los siguientes dieciocho meses, Moro vivió aislado, dedicando
bastante tiempo a los escritos apologéticos. Ansioso por evitar una ruptura
pública con Enrique, guardó su distancia en la coronación de Ana Bolena, y
cuando en 1533, Guillermo Rastell, su sobrino, escribió un folleto apoyando al
Papa, el cual le fue atribuido a Moro, éste escribió a una carta a Cromwell, en
la que negaba su participación y declaraba que conocía bastante bien sus
obligaciones para con su rey, como para criticar sus políticas. Esta
neutralidad, sin embargo, no satisfizo a Enrique, y el nombre de Moro fue
incluido en el Decreto de Condenación enviado a los lords, contra la Doncella
de Kent y sus amigos. Moro fue llevado ante cuatro miembros del Consejo, y se
le preguntó el porqué de su negativa para aprobar la acción en contra del Papa
de Enrique. Él contestó que ya había explicado esto al rey personalmente, y sin
incurrir en su disgusto. Luego de un tiempo, en vistas a la gran popularidad de
Moro, Enrique consideró que era conveniente borrar su nombre del Decreto de
Condenación. Este hecho le mostró lo que podía suceder, pero, el Duque de
Norfolk le advirtió personalmente del grave peligro en el que se encontraba,
agregando: "indignatio principis mors est". "Si eso es todo, mi
lord" -contestó Moro- "entonces, de buena fe, entre su gracia y yo,
hay sólo una diferencia, que yo moriré hoy, y usted mañana". En marzo de
1534, el Acta de Sucesión fue aprobado, la cual obligaba a todos a hacer un
juramento reconociendo a la prole de Enrique y Ana como herederos legítimos al
trono, y además, incluía una cláusula en la que se repudiaba "cualquier
autoridad extranjera, sea príncipe o potestad". El 14 de abril, Moro fue
convocado por Lambeth, para que realizara su juramento y, al negarse, fue dado
en custodia al Abad de Westminster. Cuatro días después, fue llevado a la
Torre, y en noviembre fue condenado a prisión, acusado de traición. Las tierras
que la corona le había entregado en 1523 y 1525 pasaron nuevamente a ser
propiedad de la misma. En prisión padeció bastante por "su ya antigua
enfermedad del pecho. por la grava, las piedras, y por las restricciones",
pero su alegría habitual permanecía, y bromeaba con su familia y amigos siempre
que le permitían verlos, mostrándose tan alegre como cuando estaba en Chelsea.
Cuando estaba solo, pasaba el tiempo rezando y haciendo penitencia; escribió el
"Diálogo sobre la consolación en la tribulación", tratado
(inconcluso) sobre la Pasión de Cristo, y muchas cartas a su familia y a otros.
En abril y mayo de 1535, Cromwell lo visitó para pedirle su opinión sobre los
nuevos estatutos que le conferían a Enrique el título de Cabeza Suprema de la
Iglesia. Moro se negó a dar cualquier respuesta más allá de declararse un
súbdito fiel del rey. En junio, Rich, el procurador general, tuvo una
conversación con Moro, y cuando presentó su informe de esta, declaró que Moro
había negado el poder del Parlamento para conferir la supremacía eclesiástica a
Enrique. Fue en esta época en que se descubrió que Moro y Fisher, el Obispo de
Rochester, habían intercambiado cartas mientras éste estaba en prisión, dando
como resultado el que se le privara de todos los libros y materiales de
escritura, pero él escribió a su esposa y a Margarita, su hija preferida, en
trozos de papel desechados, con un palo carbonizado o pedazo de carbón.
El 1 de julio, Moro fue acusado de alta traición en Westminster Hall, ante
una comisión especial conformada por veinte personas. Moro negó los cargos de
la acusación, los cuales eran enormemente extensos, y denunció a Rich, el
procurador general y principal testigo, de perjuro. El jurado lo declaró
culpable y lo sentenció a ser colgado en Tyburn, pero, después de algunos días,
Enrique cambió la sentencia, decretando que muera decapitado en Tower Hill. El
relato de sus últimos días en la tierra, tal como lo narran Roper y Cresacre
Moro, son de una gran belleza y ternura, y debe de ser leído en su totalidad;
ciertamente, ningún mártir lo superó en fortaleza. Tal como Addison escribió en
The Spectator (No. 349) "su inocente alegría, la cual siempre ha
sobresalido durante su vida, no lo desamparó ni el último minuto. su muerte fue
tal cual fue su vida. No hubo nada nuevo, forzado ni afectado. Él no veía su
decapitación como una circunstancia que debía producirle algún cambio en su
disposición fundamental". La ejecución tuvo lugar en Tower Hill
"antes de las nueve en punto" del día 6 de julio, su cuerpo fue
enterrado la iglesia de San Pedro ad vincula. Su cabeza, luego de ser
sancochada, fue expuesta en el Puente de Londres durante un mes, hasta que
Margarita Roper sobornó al encargado de tirarlo al río, para que se la
entregara a ella. El último destino de esta reliquia es incierto, pero, en
1824, una caja de plomo fue hallada en la cripta de los Roper, en San Dunstan,
Canterbury, la cual, al ser abierta, contenía una cabeza, la cual, se presume,
pertenece a Moro. Los padres jesuitas en Stonyhurst, poseen una importante
colección de pequeñas reliquias, la mayoría de ellas pertenecían al padre Tomás
Moro S.J. (m. 1795), último heredero masculino del mártir. Éstos incluyen su
sombrero, su birrete, su crucifijo de oro, un sello de plata,
"George", y otros artículos. Su camisa de penitencia, la cual usó
durante muchos años y envió a Margarita Roper el día antes de su martirio, es
conservada por los canónigos agustinos de la Abadía de Leigh, en Devonshire, a
quienes les fue confiada por Margarita Clements, la hija adoptiva de Tomás
Moro. Varias cartas autógrafas se encuentran en el Museo británico. También
existen varios retratos, siendo el mejor, el que realizó Holbein, el cual se
encuentra entre las posesiones de E. Huth, Esq. Holbein también pintó a una
gran cantidad de los miembros de su familia, pero este cuadro ha desaparecido,
aunque el boceto original está en el Museo de Basilea, y una copia del siglo
decimosexto se encuentra en propiedad de Lord St. Oswald. Tomás Moro fue
beatificado por el Papa León XIII, en un Decreto emitido el 29 de diciembre de
1886. En 1935, fue canonizado por el Papa Pío XI.
Fuente: enciclopediacatolica.com
ORACIÓN DE
SANTO TOMÁS MORO
Dios Glorioso, dame gracia para
enmendar mi vida y tener presente mi fin sin eludir la muerte, pues para
quienes mueren en Ti, buen Señor, la muerte es la puerta a una vida de riqueza.
Y dame, buen Señor, una mente
humilde, modesta, calma, pacífica, paciente, caritativa, amable, tierna y
compasiva en todas mis obras, en todas mis palabras y en todos mis
pensamientos, para tener el sabor de tu santo y bendito espíritu.
Dame, buen Señor, una fe plena, una
esperanza firme y una caridad ferviente, un amor a Ti, muy por encima de mi
amor por mí.
Dame, buen Señor, el deseo de estar
contigo, de no evitar las calamidades de este mundo, no tanto por alcanzar las
alegrías del cielo como simplemente por amor a Ti.
Y dame, buen Señor, Tu amor y
Tu favor; que mi amor a TI, por grande que pueda ser, no podría merecerlo si no
fuera por tu gran bondad. Buen Señor, dame Tu gracia para trabajar por estas
cosas que te pido.
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