13 - DE JULIO – MARTES –
15ª – SEMANA DEL T. O. – B –
Lectura del libro del Éxodo (2,1-15a):
En aquellos días, un hombre de la tribu de Leví se casó con una
mujer de la misma tribu; ella concibió y dio a luz un niño. Viendo qué hermoso
era, lo tuvo escondido tres meses. No pudiendo tenerlo escondido por más
tiempo, tomó una cesta de mimbre, la embadurnó de barro y pez, colocó en ella a
la criatura, y la depositó entre los juncos, junto a la orilla del Nilo. Una
hermana del niño observaba a distancia para ver en qué paraba.
La hija del Faraón bajó a bañarse en el
Nilo, mientras sus criadas la seguían por la orilla. Al descubrir la cesta
entre los juncos, mandó a la criada a recogerla. La abrió, miró dentro, y
encontró un niño llorando.
Conmovida, comentó:
«Es un niño de los hebreos.»
Entonces, la hermana del niño dijo a la hija
del Faraón: «¿Quieres que vaya a
buscarle una nodriza hebrea que críe al niño?»
Respondió la hija del Faraón: «Anda.»
La muchacha fue y llamó a la madre del niño.
La hija del Faraón le dijo: «Llévate al niño y críamelo, y yo te
pagaré.»
La mujer tomó al niño y lo crió.
Cuando creció el muchacho, se lo llevó a la
hija del Faraón, que lo adoptó como hijo y lo llamó Moisés, diciendo:
«Lo he sacado del agua.»
Pasaron los años, Moisés creció, fue adonde
estaban sus hermanos, y los encontró transportando cargas. Y vio cómo un
egipcio maltrataba a un hebreo, uno de sus hermanos. Miró a un lado y a otro,
y, viendo que no había nadie, mató al egipcio y lo enterró en la arena.
Al día siguiente, salió y encontró a dos
hebreos riñendo, y dijo al culpable:
«¿Por qué golpeas a tu compañero?»
Él le contestó:
«¿Quién te ha nombrado jefe y juez nuestro?
¿Es que pretendes matarme como mataste al egipcio?»
Moisés se asustó pensando: «La cosa se ha sabido.» Cuando el Faraón se enteró del hecho, buscó
a Moisés para darle muerte; pero Moisés huyó del Faraón y se refugió en el país
de Madián.
Palabra de Dios
Salmo: 68,3.14.30-31.33-34
R/. Humildes, buscad al Señor,
y revivirá
vuestro corazón
Me estoy
hundiendo en un cieno profundo
y no
puedo hacer pie;
he
entrado en la hondura del agua,
me
arrastra la corriente. R/.
Pero mi oración se dirige a ti, Dios mío,
el día
de tu favor;
que me
escuche tu gran bondad,
que tu
fidelidad me ayude. R/.
Yo soy un pobre malherido;
Dios
mío, tu salvación me levante.
Alabaré
el nombre de Dios con cantos,
proclamaré
su grandeza con acción de gracias. R/.
Miradlo, los humildes, y alegraos,
buscad
al Señor, y revivirá vuestro corazón.
Que el
Señor escucha a sus pobres,
no
desprecia a sus cautivos. R/.
Lectura del santo evangelio según san Mateo
(11,20-24):
En aquel tiempo, se puso Jesús a recriminar a las ciudades donde
había hecho casi todos sus milagros, porque no se habían convertido:
«¡Ay de ti, Corozaín, ay de ti, Betsaida! Si
en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que en vosotras, hace tiempo
que se habrían convertido, cubiertas de sayal y ceniza.
Os digo que el día del juicio les será más
llevadero a Tiro y a Sidón que a vosotras.
Y tú, Cafarnaún, ¿piensas escalar el cielo?
Bajarás al infierno. Porque si en Sodoma se hubieran hecho los milagros que en
ti, habría durado hasta hoy.
Os digo que el día del juicio le será más
llevadero a Sodoma que a ti.»
Palabra del Señor
1. Ante todo, hay que
decir que las recriminaciones a Corozaín y Betsaida son
"narrativamente" falsas (U. Luz). Es decir, Jesús nunca pronunció
esas amenazas, porque, hasta el momento en que se dicen estas cosas en el
relato de Mateo, no se ha hecho mención alguna de milagros en tales
ciudades. Y en cuanto a Cafarnaún, no
hay noticia alguna de que allí precisamente fuera rechazado por la ciudad entera.
2.
Lo que "narrativamente" es falso, tiene
"teológicamente" una razón de ser: el redactor de esta narración puso
en boca de Jesús una amenaza de fuerte rechazo hacia ciudades galileas, que,
cuando se escribió este texto (unos 40 años después de la muerte de Jesús),
expresaba algo que los cristianos de entonces vivían intensamente: el rechazo
de Jesús, del que fueron responsables los dirigentes judíos, era vivido por
los cristianos como rechazo del Mesías
que Dios envió a Israel.
3. Este texto debería
ponernos en guardia para no incurrir, a la ligera, en posturas de
antisemitismo, que nunca se debe justificar en los evangelios. Al contrario, si
algo nos enseña Jesús es el respeto, la tolerancia y la aceptación
incondicional de las ideas y prácticas religiosas de quienes no coinciden con
nuestras ideas religiosas y nuestras prácticas rituales.
San Enrique emperador
Nació en Baviera en el
año 973; sucedió a su padre en el gobierno del ducado y, más tarde, fue elegido
emperador. Se distinguió por su interés en la reforma de la vida de la Iglesia
y en promover la actividad misionera. Fundó varios obispados y dotó monasterios.
Murió en el año 1024 y fue canonizado por el papa
Eugenio III en 1146.
El ducado de Baviera está de fiesta por el nacimiento
de Enrique. Es el año del Señor 973. En Abbach ha visto la luz el hijo de
Enrique el Batallador y de la princesa Gisela de Borgoña. La Iglesia está
pasando por la terrible Edad de Hierro; la construcción de la sociedad civil
está en pleno feudalismo con sus continuas peleas y revueltas que dejan siempre
la estela de dolor, luto y sangre; por si fuera poco, se añade al desastre la
peste y epidemias.
El Batallador fue desterrado y la familia desunida; por
esta razón educó a Enrique el obispo de Raisbona, Wolfgang, que había sido su
padrino.
A los veintidós años había muerto su padre y
Enrique le sucedió como legítimo duque de Baviera; se casó con la princesa
Cunegunda, que también llegará a ser venerada en los altares el día 3 de marzo.
Parece que su gestión se saltó los moldes de crueldad
imperante en su tiempo, procediendo noblemente y con justicia, pero por la vía
del razonamiento e inclinado más bien a la misericordia, en los frecuentes
casos de levantamientos y rebeldías de los nobles, en vez de destruir
fortalezas, pasar a cuchillo y purificar a fuego las ciudades rebeldes. Sus
biógrafos lo presentan como hombre convencido de que el poder le había sido
dado para construir y no para destruir. Quizá su oración y penitencias
altamente alabadas le llevaban a esta infrecuente manera de actuar entre los
mandatarios de la época.
Fue elegido por la nobleza germana emperador de
Alemania el 1 de enero del 1002, después de que muriera sin descendencia
directa su primo Otón III; para defender este derecho al Imperio Romano
Germánico tuvo que guerrear contra familiares que aspiraban a la misma
dignidad. Organizó un formidable ejército, disuasorio para los levantiscos y
útil pasa asentar su dominio en otras tierras; hacía falta esta imponente
fuerza para calmar a los nobles y obispos que se peleaban continuamente entre
ellos, para defender a su territorio de la invasión intencionada de Polonia
sobre Alemania –venció al rey Boleslao I, para recuperar Bohemia, uno de los territorios
germanos arrebatados– y porque los bizantinos acosaban sus fronteras del sur.
Era parte de sus deberes reales.
Con una paz relativa, se dispuso a proceder a la
reforma tan necesaria en el clero. Se mostró como un favorecedor incondicional
de los cluniacenses, y facilitó reunir un concilio en Franfort (1007) para que
los obispos tomaran las medidas eclesiásticas necesarias y restaurasen la
disciplina que él se mostraba dispuesto a apoyar, haciendo cumplir las
decisiones que salieran de la asamblea. Patrocinó la construcción de numerosas
iglesias y monasterios, señalándose especialmente la de Bamberg. Se ocupó de
ayudar en la solución de los problemas que el papa tenía en los mismos Estados
Pontificios, que presentaban una situación caótica, de profunda anarquía,
reflejo de lo que era toda Italia, en ebullición permanente por las luchas
fratricidas. A la muerte de Sergio IV, y elegido sucesor Benedicto VIII, se vio
forzado a intervenir hasta reponer por la fuerza al papa legítimo en su puesto,
porque los seguidores del antipapa Gregorio lo habían depuesto y desterrado. A
raíz de este hecho, Enrique y Cunegunda fueron ungidos como emperadores del
Sacro Imperio Romano Germánico el 14 de febrero del 1014.
Es digno de mencionar que Enrique, amigo de la paz, del
claustro y de la oración, no parase en toda su vida de un continuo vagabundeo
por el mundo, en guerra continua y sin disfrutar de la vida tranquila que le
pedían el alma y el cuerpo. Hasta quiso hacerse –no se sabe muy bien si de
bromas o de veras– canónigo en Estrasburgo.
Dejando a un pueblo que le estaba agradecido, murió en
Grona el 13 de julio de 1024. Luego se trasladaron sus restos a la catedral de
Bamberg donde reposan.
Lo canonizaron en
1146.
A la muerte de su marido, Cunegunda se metió en una
abadía fundada por ella, la de Kaffungen, hasta su muerte en el año 1033.
Luego, fue enterrada en Baviera, junto a su marido, en el lugar donde se
reunían en vida cada vez que podían.
Dicen los hagiógrafos que los esposos vivieron de común
acuerdo en continencia; incluso hay quien se atreve a poner en boca de Enrique
las palabras que supuestamente dijo a sus suegros poco antes de morir: «Virgen
me la entregasteis, virgen os la entrego». ¿Qué sabrán de eso y de otras cosas
los hagiógrafos? ¿O será que pensaban que era cosa mala, o poco digna, o menos
perfecta la vida marital con todas sus consecuencias? ¿No hubiera sido más
fácil decir de Cunegunda y Enrique no tuvieron o no pudieron tener
descendencia, sin que ello –por múltiples razones– suponga desdoro? ¡Qué cosas!
Archimadrid.org
No hay comentarios:
Publicar un comentario