17 - DE
JULIO – SÁBADO –
15ª –
SEMANA DEL T. O. – B –
San Alejo mendigo
Lectura del libro del Éxodo
(12,37-42):
En
aquellos días, los israelitas marcharon de Ramsés hacia Sucot: eran seiscientos
mil hombres de a pie, sin contar los niños; y les seguía una multitud inmensa,
con ovejas y vacas y enorme cantidad de ganado. Cocieron la masa que habían sacado de Egipto, haciendo hogazas de
pan ázimo, pues no había fermentado, porque los egipcios los echaban y no los
dejaban detenerse; y tampoco se llevaron provisiones. La estancia de los
israelitas en Egipto duró cuatrocientos treinta años. Cumplidos los cuatrocientos treinta años, el mismo día, salieron
de Egipto las legiones del Señor. Noche en que veló el Señor para sacarlos de
Egipto: noche de vela para los israelitas por todas las generaciones.
Palabra de
Dios
Salmo: 135,1.23-24.10-12.13-15
R/. Porque
es eterna su misericordia
En nuestra humillación, se acordó de nosotros. R/.
Y nos
libró de nuestros opresores. R/.
Él hirió
a Egipto en sus primogénitos. R/.
Y sacó a
Israel de aquel país. R/.
Con mano
poderosa, con brazo extendido. R/.
Él
dividió en dos partes el mar Rojo. R/.
Y
condujo por en medio a Israel. R/.
Lectura del
santo evangelio según san Mateo (12,14-21):
En aquel
tiempo, los fariseos planearon el modo de acabar con Jesús. Pero Jesús se
enteró, se marchó de allí, y muchos le siguieron.
Él los curó a todos,
mandándoles que no lo descubrieran. Así se cumplió lo que dijo el profeta
Isaías:
«Mirad a mi siervo, mi
elegido, mi amado, mi predilecto. Sobre él he puesto mi espíritu para que
anuncie el derecho a las naciones. No porfiará, no gritará, no voceará por las
calles. La caña cascada no la quebrará, el pábilo vacilante no lo apagará,
hasta implantar el derecho; en su nombre esperarán las naciones.»
Palabra del
Señor
1.
Los fariseos que presenta aquí el evangelio son consecuentes con su
religión: si Jesús quebranta la ley religiosa, hay que matarlo. Al tomar
semejante decisión, no hacían sino ser consecuentes, hasta el final, con sus
creencias.
He aquí el peligro que entrañan, a veces,
las religiones. Y si no llegan a matar, es frecuente que lleguen a humillar y
someter a las personas hasta el extremo de hacerles la vida insoportable.
2.
El contraste con la religión de los fariseos es la vida de Jesús, que es
la otra forma de entender y vivir la religión.
Para
explicar lo que fue y cómo fue la vida de Jesús, Mateo echa mano de una cita
del profeta Isaías (42, 1-4). La cita es tan extensa porque Mateo vio en ella
un excelente resumen de lo que fue la vida de Jesús, la religión de Jesús, que
describe el contraste más fuerte con la religión de los fariseos.
3.
Según Is 42, 1-4, Jesús es, no el "siervo", sino el "hijo
pequeño" (pals) del Padre. La
misión que el Padre le encomendó fue "anunciar el derecho a las
naciones" del mundo. El problema
está en la palabra "derecho". El texto griego utiliza el término
krísis, que no significa "derecho", sino "juicio". Pero, en
Is 42, 1-4, el profeta se refiere efectivamente al juicio divino, pero no un
juicio de desgracia, sino de salvación.
Por
tanto, este evangelio dice que Jesús vino a traer, no ya el derecho, sino la
realización del derecho, que es salvación, para todos, no solo para los
elegidos, sino para todas las naciones. Y eso lo hizo, no a base de imponerse y
dominar, sino todo lo contrario, a fuerza de callar, de no enfrentarse a nadie,
de aprovechar todo lo aprovechable.
Es la bondad y la humanidad sin fisuras.
Así es la vida y la religión de Jesús.
San Alejo mendigo
Era hijo de un rico senador romano.
Nació y pasó su juventud en Roma. Sus padres le enseñaron con la palabra y el
ejemplo que las ayudas que se reparten a los pobres se convierten en tesoros
para el cielo y sirven para borrar pecados. Por eso Alejo desde muy pequeño
repartía entre los necesitados cuánto dinero conseguía, y muchas otras clases de
ayudas, y esto le traía muchas bendiciones de Dios.
Pero llegando a los veinte años se dio
cuenta de que la vida en una familia muy rica y en una sociedad muy mundana le
traía muchos peligros para su alma, y huyó de la casa, vestido como un mendigo
y se fue a Siria.
En Siria estuvo durante 17 años
dedicado a la adoración y a la penitencia, y mendigaba para él y para los otros
muy necesitados. Era tan santo que la gente lo llamaba "el hombre de
Dios". Lo que deseaba era predicar la virtud de la pobreza y la virtud de
la humildad. Pero de pronto una persona muy espiritual contó a las gentes que
este mendigo tan pobre, era hijo de una riquísima familia, y él por temor a que
le rindieran honores, huyó de Siria y volvió a Roma.
Llegó a casa de sus padres en Roma a
pedir algún oficio, y ellos no se dieron cuenta de que este mendigo era su
propio hijo. Lo dedicaron a los trabajos más humillantes, y así estuvo durante
otros 17 años durmiendo debajo de una escalera, y aguantando y trabajando hacía
penitencia, y ofrecía sus humillaciones por los pecadores.
Y sucedió que al fin se enfermó,
y ya moribundo mandó llamar a su humilde covacha, debajo de la escalera, a sus
padres, y les contó que él era su hijo, que por penitencia había escogido aquél
tremendo modo de vivir. Los dos ancianos lo abrazaron llorando y lo ayudaron a
bien morir.
Después de muerto empezó a conseguir
muchos milagros en favor de los que se encomendaban a él. En Roma le edificaron
un templo y en la Iglesia de Oriente, especialmente en Siria, le tuvieron mucha
devoción.
La enseñanza de la vida de San Alejo
es que para obtener la humildad se necesitan las humillaciones. La soberbia es
un pecado muy propio de las almas espirituales, y se le aleja aceptando que nos
humillen. Aún las gentes que más se dedican a buenas obras tienen que luchar
contra la soberbia porque si la dejan crecer les arruinará su santidad. La
soberbia se esconde aún entre las mejores acciones que hacemos, y si no estamos
alerta esteriliza nuestro apostolado. Un gran santo reprochaba una vez a un
discípulo por ser muy orgulloso, y este le dijo: "Padre, yo no soy
orgulloso". El santo le respondió: "Ese es tu peor peligro, que eres
orgulloso, y no te das cuenta de que eres orgulloso".
La vida de San Alejo sea para nosotros
una invitación a tratar de pasar por esta tierra sin buscar honores ni
alabanzas vanas, y entonces se cumplirá en cada uno aquello que Cristo
prometió: "El que se humilla, será enaltecido".
Dijo Jesús: "Los últimos serán
los primeros. Dichosos los pobres de espíritu porque de ellos es el Reino de
los cielos". (Mt. 5)
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