10 - DE JULIO – SÁBADO –
14ª – SEMANA DEL T. O. – B –
San Cristóbal de Licia
Lectura del libro del Génesis (49,29-32;50,15-26a):
En aquellos días, Jacob dio las siguientes instrucciones a sus
hijos:
«Cuando me reúna con los míos, enterradme
con mis padres en la cueva del campo de Efrón, el hitita, la cueva del campo de
Macpela, frente a Mambré, en Canaán, la que compró Abrahán a Efrón, el hitita,
como sepulcro en propiedad.
Allí enterraron a Abrahán y a Sara, su
mujer; allí enterraron a Isaac y a Rebeca, su mujer; allí enterré yo a Lía. El
campo y la cueva fueron comprados a los hititas.»
Cuando Jacob terminó de dar instrucciones a
sus hijos, recogió los pies en la cama, expiró y se reunió con los suyos.
Al ver los hermanos de José que había muerto
su padre, se dijeron:
«A ver si José nos guarda rencor y quiere
pagarnos el mal que le hicimos.»
Y mandaron decirle:
«Antes de morir tu padre nos encargó:
"Esto diréis a José: Perdona a tus hermanos su crimen y su pecado y el mal
que te hicieron". Por tanto, perdona el crimen de los siervos del Dios de
tu padre.» José, al oírlo, se echó a llorar.
Entonces vinieron los hermanos, se echaron
al suelo ante él, y le dijeron:
«Aquí nos tienes, somos tus siervos.»
Pero José les respondió:
«No tengáis miedo; ¿soy yo acaso Dios?
Vosotros intentasteis hacerme mal, pero Dios intentaba hacer bien, para dar
vida a un pueblo numeroso, como hoy somos. Por tanto, no temáis; yo os
mantendré a vosotros y a vuestros hijos.»
Y los consoló, hablándoles al corazón.
José vivió en Egipto con la familia de su
padre y cumplió ciento diez años; llegó a conocer a los hijos de Efraín, hasta
la tercera generación, y también a los hijos de Maquir, hijo de Manasés; los
llevó en las rodillas.
José dijo a sus hermanos:
«Yo voy a morir. Dios cuidará de vosotros y
os llevará de esta tierra a la tierra que prometió a Abrahán, Isaac y Jacob.»
Y los hizo jurar:
«Cuando Dios cuide de vosotros, llevaréis
mis huesos de aquí.»
José murió a los ciento diez años de edad.
Palabra de Dios
Salmo: 104,1-2.3-4.6-7
R/. Humildes, buscad al Señor, y revivirá
vuestro corazón
Dad
gracias al Señor, invocad su nombre,
dad a
conocer sus hazañas a los pueblos.
Cantadle
al son de instrumentos,
hablad
de sus maravillas. R/.
Gloriaos de su nombre santo,
que se
alegren los que buscan al Señor.
Recurrid
al Señor y a su poder,
buscad
continuamente su rostro. R/.
¡Estirpe de Abrahán, su siervo;
hijos
de Jacob, su elegido!
El
Señor es nuestro Dios,
él
gobierna toda la tierra. R/.
Lectura del santo evangelio según san Mateo
(10,24-33)
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles:
«Un discípulo no es más que su maestro, ni
un esclavo más que su amo; ya le basta al discípulo con ser como su maestro, y
al esclavo como su amo.
Si al dueño de la casa lo han llamado
Belzebú, ¡cuánto más a los criados!
No les tengáis miedo, porque nada hay
cubierto que no llegue a descubrirse; nada hay escondido que no llegue a
saberse. Lo que os digo de noche decidlo en pleno día, y lo que escuchéis al
oído, pregonadlo desde la azotea.
No tengáis miedo a los que matan el cuerpo,
pero no pueden matar el alma. No, temed al que puede destruir con el fuego alma
y cuerpo. ¿No se venden un par de gorriones por unos cuartos? Y, sin embargo,
ni uno solo cae al suelo sin que lo disponga vuestro Padre. Pues vosotros hasta
los cabellos de la cabeza tenéis contados. Por eso, no tengáis miedo; no hay
comparación entre vosotros y los gorriones.
Si uno se pone de mi parte ante los hombres,
yo también me pondré de su parte ante mi Padre del cielo. Y si uno me niega
ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre del cielo.»
Palabra del Señor
1. El capítulo diez de
Mateo tiene una importancia singular. Es el capítulo de "la misión"
de los "apóstoles".
El relato de Mateo no habla directamente de la Iglesia, pero
habla de los doce apóstoles que, con el paso del tiempo, han sido (y son)
fundamentales en la vida y organización de la Iglesia.
La Iglesia cree que los obispos son sucesores de los
apóstoles. Por eso, lo que aquí dice
Jesús sobre los apóstoles de entonces es fundamental para los obispos de hoy.
2. Lo primero que dice
este evangelio es que Jesús dio a los discípulos "autoridad". Mateo
escogió bien esta palabra. No usa aquí
el término griego dj'Inamis, que indica el poder que se basa en la propia
fuerza (natural o espiritual), sino que utiliza la palabra exousía, que se
refiere al poder o autoridad vinculada a una misión determinada.
De acuerdo con las palabras de Jesús, la exousía que se les da a
los apóstoles es, antes que nada, un poder, una autoridad, para curar enfermos
y expulsar demonios, es decir, para aliviar sufrimientos y dar vida. Esto es lo
que dice Jesús de entrada. Y a partir de esto se ha de entender la misión de
los apóstoles.
3. Mateo empieza llamándolos
"discípulos". Y de ahí, a renglón seguido, los llama
"apóstoles". Obviamente, eso
quiere decir que los doce apóstoles (y sus sucesores los obispos), antes que
apóstoles, han de ser discípulos. No como los "discípulos" de los
rabinos, que se caracterizaban por su sentido jerárquico y su sumisión a la
Ley, sino los discípulos de Jesús, que eran los que "compartían vida y
mesa con él" (M. Hengel).
Solo el que vive así puede ser llamado "apóstol" y
"sucesor de los apóstoles".
San Cristóbal de Licia
En Licia, san Cristóbal, mártir. Patrón de los transportistas y conductores.
Vida de San Cristóbal
de Licia
Cristóbal significa "el que carga o portador de Cristo".
¿Quién era? Con la historia en la mano poco puede decirse de él, como mucho
que quizá un mártir de Asia menor a quien ya se rendía culto en el Siglo v. Su
nombre griego, «el portador de Cristo», es enigmático, y se empareja con una de
las leyendas más bellas y significativas de toda la tradición cristiana. Nos lo
pintan como un hombre muy apuesto de estatura colosal, con gran fuerza física,
y tan orgulloso que no se conformaba con servir a amos que no fueran dignos de
él.
Cristóbal sirvió primero a un rey, aparente señor de la tierra, a quién
Cristóbal vio temblando un día cuando le mencionaron al demonio.
Cristóbal entonces decidió ponerse al servicio del diablo, verdadero
príncipe de este mundo, y buscó a un brujo que se lo presentará. Pero en el
camino el brujo pasó junto a una Cruz, y temblando la evitó. Cristóbal le
pregunto entonces si él le temía a las cruces, contestándole el brujo que no,
que le temía a quién había muerto en la Cruz, Jesucristo. Cristóbal le pregunto
entonces si el demonio temía también a Cristo, y el brujo le contestó que el
diablo tiembla a la sola mención de una Cruz donde murió él tal Jesucristo.
¿Quién podrá ser ese raro personaje tan poderoso aun después de morir? Se
lanza a los caminos en su busca y termina por apostarse junto al vado de un río
por donde pasan incontables viajeros a los que él lleva hasta la otra orilla a
cambio de unas monedas. Nadie le da razón del hombre muerto en la cruz que
aterroriza al Diablo.
Hasta que un día cruza la corriente cargado con un insignificante niño a
quien no se molesta en preguntar; ¿qué va a saber aquella frágil criatura? A
mitad del río su peso se hace insoportable y sólo a costa de enormes esfuerzos
consigue llegar a la orilla: Cristóbal llevaba a hombros más que el universo
entero, al mismo Dios que lo creó y redimió. Por fin había encontrado a Aquél a
quien buscaba.
--¿Quién eres, niño, que me pesabas tanto que parecía que transportaba el mundo
entero?
--Tienes razón, le dijo el Niño. Peso más que el mundo entero, pues soy el
creador del mundo. Yo soy Cristo. Me buscabas y me has encontrado. Desde ahora
te llamarás Cristóforo, Cristóbal, el portador de Cristo. A cualquiera que
ayudes a pasar el río, me ayudas a mí.
Cristóbal fue bautizado en Antioquía. Se dirigió sin demora a predicar a Licia
y a Samos. Allí fue encarcelado por el rey Dagón, que estaba a las órdenes del
emperador Decio. Resistió a los halagos de Dagón para que se retractara. Dagón
le envió dos cortesanas, Niceta y Aquilina, para seducirlo. Pero fueron ganadas
por Cristóbal y murieron mártires. Después de varios intentos de tortura,
ordenó degollarlo. Según Gualterio de Espira, la nación Siria y el mismo Dagón
se convirtieron a Cristo.
San Cristóbal es un Santo muy popular, y poetas modernos, como García Lorca
y Antonio Machado, lo han cantado con inspiradas estrofas. Su efigie, siempre
colosal y gigantesca, decora muchísimas catedrales, como la de Toledo, y nos
inspira a todos protección y confianza.
Sus admiradores, para simbolizar su fortaleza, su amor a Cristo y la excelencia
de sus virtudes, le representaron de gran corpulencia, con Jesús sobre los
hombros y con un árbol lleno de hojas por báculo.
Esto ha dado lugar a las leyendas con que se ha oscurecido su vida. Se le
considera patrono de los transportadores y automovilistas.
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