6- DE JULIO –MARTES
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14ª – SEMANA DEL T.
O. – B –
Santa María Goretti
Lectura del libro del Génesis (32,22-32):
En aquellos días, todavía de noche se levantó Jacob,
tomó a las dos mujeres, las dos siervas y los once hijos y cruzó el vado de
Yaboc; pasó con ellos el torrente e hizo pasar sus posesiones. Y él quedó solo.
Un hombre luchó con él hasta la aurora; y,
viendo que no le podía, le tocó la articulación del muslo y se la dejó tiesa,
mientras peleaba con él.
Dijo:
«Suéltame, que llega la aurora.»
Respondió:
«No te soltaré hasta que me bendigas.»
Y le preguntó:
«¿Cómo te llamas?»
Contestó:
«Jacob.»
Le replicó:
«Ya no te llamarás Jacob, sino Israel,
porque has luchado con dioses y con hombres y has podido.»
Jacob, a su vez, preguntó: «Dime tu nombre.»
Respondió:
«¿Por qué me preguntas mi nombre?»
Y le bendijo.
Jacob llamó aquel lugar Penuel, diciendo:
«He visto a Dios cara a cara y he quedado
vivo.»
Mientras atravesaba Penuel salía el sol, y
él iba cojeando. Por eso los israelitas, hasta hoy, no comen el tendón de la
articulación del muslo, porque Jacob fue herido en dicho tendón del muslo.
Palabra de Dios
Salmo: 16,1.2-3.6-7.8.15
R/. Yo con mi apelación vengo a tu presencia, Señor
Señor, escucha mi apelación,
atiende a mis
clamores,
presta oído a mi
súplica,
que en mis labios no
hay engaño. R/.
Emane de ti la sentencia,
miren tus ojos la
rectitud.
Aunque sondees mi
corazón,
visitándolo de noche,
aunque me pruebes al
fuego,
no encontrarás malicia
en mí. R/.
Yo te invoco porque tú me respondes, Dios
mío;
inclina el oído y
escucha mis palabras.
Muestra las maravillas
de tu misericordia,
tú que salvas de los
adversarios,
a quien se refugia a
tu derecha. R/.
Guárdame como a las niñas de tus ojos,
a la sombra de tus
alas escóndeme.
Pero yo con mi apelación
vengo a tu presencia,
y al despertar me
saciaré de tu semblante. R/.
Lectura del santo evangelio según san Mateo (9,32-38):
En aquel tiempo, presentaron a Jesús un
endemoniado mudo. Echó al demonio, y el mudo habló.
La gente decía admirada: «Nunca se ha visto en Israel cosa igual.»
En cambio, los fariseos decían: «Éste echa los demonios con el poder del jefe
de los demonios.»
Jesús recorría todas las ciudades y aldeas,
enseñando en sus sinagogas, anunciando el Evangelio del reino y curando todas
las enfermedades y todas las dolencias. Al ver a las gentes, se compadecía de
ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen
pastor.
Entonces dijo a sus discípulos: «Las mies es abundante, pero los trabajadores
son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies.»
Palabra del Señor
1. Jesús fue un hombre controvertido. Mientras que unos se quedaban admirados de lo
que hacía, otros veían en eso la presencia del demonio. Pero lo llamativo es
que quienes admiran a Jesús son las "gentes sencillas" (óchloi), mientras
que quienes ven en Jesús a un endemoniado son los fariseos, de los que la
mayoría pertenecían también a estratos populares, pero su observancia de leyes
y ritos, su religiosidad hipócrita, les hacía ver como obra del demonio lo que
era obra de la bondad de Jesús.
2. Jesús era un profeta itinerante, que pasaba
por pueblos y aldeas, curando enfermos y aliviando penas. No está a nuestro alcance hacer milagros. Ni siquiera sabemos si lo que Jesús hacía era
curar milagrosamente a los enfermos.
Lo que sabemos con seguridad es que aliviaba las dolencias. Y eso sí que
entra en nuestras posibilidades: hacer más llevadera la vida a quienes nos
rodean y, si es posible, lograr que se sientan felices. Lo que ocurre es que
eso es muy duro. Sobre todo, cuando uno es el primero que necesita ser aliviado
de cargas pesadas.
3. ¿Por qué Jesús era así y actuaba así?
Los evangelios no dicen que eso
se debía a que en Jesús actuaba Dios. Lo
que dicen es que, al ver las gentes del pueblo tan abandonadas, tan mal
tratadas por la vida, "se le conmovían las entrañas", es decir,
sintió misericordia. No es que "le dio lástima". "Dar
lástima" es una cosa vergonzosa. Lo
que sí conmueve a cualquiera es dar con alguien, que es tan buena persona, que
sintoniza y comparte las penas y la alegría que uno vive. Así era Jesús.
Tan profundamente humano. Y eso es el secreto de todo lo demás.
Santa María Goretti
Santa María Goretti, virgen y mártir, que, en una época infantil dura, donde
se vio en la necesidad de ayudar a su madre en las labores de la casa,
distinguiéndose ya por su piedad, cuando no contaba más que doce años murió en
defensa de su castidad a causa de las heridas que le produjo con un punzón un
joven que intentaba violarla cuando estaba sola en su casa, cercana a la
localidad de Nettuno, en el Lacio, de Italia.
Vida de Santa María Goretti
María nació el 16 de octubre de 1890, en Corinaldo, provincia de Ancona,
Italia. Hija de Luigi Goretti y Assunta Carlini, tercera de siete hijos de una
familia pobre de bienes terrenales pero rica en fe y virtudes, cultivadas por
medio de la oración en común, rosario todos los días y los domingos Misa y
sagrada Comunión. Al día siguiente de su nacimiento fue bautizada y consagrada
a la Virgen. A los seis años recibirá el sacramento de la Confirmación.
Después del nacimiento de su cuarto hijo, Luigi Goretti, por la dura crisis
económica por la que atravesaba, decidió emigrar con su familia a las grandes
llanuras de los campos romanos, todavía insalubres en aquella época.
Se instaló en Ferriere di Conca, poniéndose al servicio del conde Mazzoleni,
es aquí donde María muestra claramente una inteligencia y una madurez precoces,
donde no existía ninguna pizca de capricho, ni de desobediencia, ni de mentira.
Es realmente el ángel de la familia.
Tras un año de trabajo agotador, Luigi contrajo una enfermedad fulminante,
el paludismo, que lo llevó a la muerte después de padecer diez días. Como
consecuencia de la muerte de Luigi, Assunta tuvo que trabajar dejando la casa a
cargo de los hermanos mayores. María lloraba a menudo la muerte de su padre, y
aprovecha cualquier ocasión para arrodillarse delante de su tumba, para elevar
a Dios sus plegarias para que su padre goce de la gloria divina.
Junto a la labor de cuidar de sus hermanos menores, María seguía rezando y
asistiendo a sus cursos de catecismo. Posteriormente, su madre contará que el
rosario le resultaba necesario y, de hecho, lo llevaba siempre enrollado
alrededor de la muñeca. Así como la contemplación del crucifijo, que fue para
María una fuente donde se nutría de un intenso amor a Dios y de un profundo
horror por el pecado.
Amor intenso al Señor
María desde muy chica anhelaba recibir la Sagrada Eucaristía. Según era
costumbre en la época, debía esperar hasta los once años, pero un día le
preguntó a su madre: -Mamá, ¿cuándo tomaré la Comunión? Quiero a Jesús. -¿Cómo
vas a tomarla, si no te sabes el catecismo? Además, no sabes leer, no tenemos
dinero para comprarte el vestido, los zapatos y el velo, y no tenemos ni un
momento libre. -¡Pues nunca podré tomar la Comunión, mamá! ¡Y yo no puedo estar
sin Jesús! -Y, ¿qué quieres que haga? No puedo dejar que vayas a comulgar como
una pequeña ignorante.
Ante estas condiciones, María se comenzó a preparar con la ayuda de una
persona del lugar, y todo el pueblo la ayuda proporcionándole ropa de comunión.
De esta manera, recibió la Eucaristía el 29 de mayo de 1902.
La comunión constante acrecienta en ella el amor por la pureza y la anima a
tomar la resolución de conservar esa angélica virtud a toda costa. Un día, tras
haber oído un intercambio de frases deshonestas entre un muchacho y una de sus
compañeras, le dice con indignación a su madre: -Mamá, ¡qué mal habla esa niña!
-Procura no tomar parte nunca en esas conversaciones. -No quiero ni pensarlo,
mamá; antes que hacerlo, preferiría...Y la palabra morir queda entre sus
labios. Un mes después, sucedería lo que ella sentenció.
Pureza eterna
Al entrar al servicio del conde Mazzoleni, Luigi Goretti se había asociado
con Giovanni Serenelli y su hijo Alessandro. Las dos familias viven en
apartamentos separados, pero la cocina es común. Luigi se arrepintió enseguida
de aquella unión con Giovanni Serenelli, persona muy diferente de los suyos,
bebedor y carente de discreción en sus palabras.
Después de la muerte de Luigi, Assunta y sus hijos habían caído bajo el yugo
despótico de los Serenelli, María, que ha comprendido la situación, se esfuerza
por apoyar a su madre: -Ánimo, mamá, no tengas miedo, que ya nos hacemos
mayores. Basta con que el Señor nos conceda salud. La Providencia nos ayudará.
¡Lucharemos y seguiremos luchando!
Desde la muerte de su marido, Assunta siempre estuvó en el campo y ni
siquiera tiene tiempo de ocuparse de la casa, ni de la instrucción religiosa de
los más pequeños.
María se encarga de todo, en la medida de lo posible. Durante las comidas,
no se sienta a la mesa hasta que no ha servido a todos, y para ella sirve las
sobras. Su obsequiosidad se extiende igualmente a los Serenelli. Por su parte,
Giovanni, cuya esposa había fallecido en el hospital psiquiátrico de Ancona, no
se preocupa para nada de su hijo Alessandro, joven robusto de diecinueve años,
grosero y vicioso, al que le gusta empapelar su habitación con imágenes
obscenas y leer libros indecentes. En su lecho de muerte, Luigi Goretti había
presentido el peligro que la compañía de los Serenelli representaba para sus
hijos, y había repetido sin cesar a su esposa: -Assunta, regresa a Corinaldo!
Por desgracia Assunta está endeudada y comprometida por un contrato de
arrendamiento.
Después de tener mayor contacto con la familia Goretti, Alessandro comenzó a
hacer proposiciones deshonestas a la inocente María, que en un principio no
comprende.
Más tarde, al adivinar las intenciones perversas del muchacho, la joven está
sobre aviso y rechaza la adulación y las amenazas. Suplica a su madre que no la
deje sola en casa, pero no se atreve a explicarle claramente las causas de su
pánico, pues Alessandro la ha amenazado: -Si le cuentas algo a tu madre, te
mato. Su único recurso es la oración. La víspera de su muerte, María pide de
nuevo llorando a su madre que no la deje sola, pero, al no recibir más
explicaciones, ésta lo considera un capricho y no concede ninguna importancia a
aquella reiterada súplica.
El 5 de julio, a unos cuarenta metros de la casa, están trillando las habas
en la tierra. Alessandro lleva un carro arrastrado por bueyes. Lo hace girar
una y otra vez sobre las habas extendidas en el suelo. Hacia las tres de la
tarde, en el momento en que María se encuentra sola en casa, Alessandro dice:
-"Assunta, ¿quiere hacer el favor de llevar un momento los bueyes por
mí?" Sin sospechar nada, la mujer lo hace. María, sentada en el umbral de
la cocina, remienda una camisa que Alessandro le ha entregado después de comer,
mientras vigila a su hermanita Teresina, que duerme a su lado.
-"¡María!, grita Alessandro. - ¿Qué quieres? -Quiero que me sigas. -
¿Para qué? - ¡sígueme!
-Si no me dices lo que quieres, no te sigo".
Ante semejante resistencia, el muchacho la agarra violentamente del brazo y
la arrastra hasta la cocina, atrancando la puerta. La niña grita, pero el ruido
no llega hasta el exterior. Al no conseguir que la víctima se someta,
Alessandro la amordaza y esgrime un puñal. María se pone a temblar, pero no
sucumbe. Furioso, el joven intenta con violencia arrancarle la ropa, pero María
se deshace de la mordaza y grita:
-No hagas eso, que es pecado... Irás al infierno.
Poco cuidadoso del juicio de Dios, el desgraciado levanta el arma:
-Si no te dejas, te mato.
Ante aquella resistencia, la atraviesa a cuchilladas. La niña se pone a
gritar:
- ¡Dios mío! ¡Mamá!, y cae al suelo.
Creyéndola muerta, el asesino tira el cuchillo y abre la puerta para huir,
pero, al oírla gemir de nuevo, vuelve sobre sus pasos, recoge el arma y la
traspasa otra vez de parte a parte; después, sube a encerrarse a su habitación.
María recibió catorce heridas graves y quedó inconsciente. Al recobrar el
conocimiento, llama al señor Serenelli: -¡Giovanni! Alessandro me ha matado...
Venga. Casi al mismo tiempo, despertada por el ruido, Teresina lanza un grito
estridente, que su madre oye. Asustada, le dice a su hijo Mariano: -Corre a
buscar a María; dile que Teresina la llama.
En aquel momento, Giovanni Serenelli sube las escaleras y, al ver el
horrible espectáculo que se presenta ante sus ojos, exclama: - ¡Assunta, y tú
también, Mario, venid! . Mario Cimarelli, un jornalero de la granja, trepa por
la escalera a toda prisa. La madre llega también: - ¡Mamá!, gime María. - ¡Es
Alessandro, que quería hacerme daño! Llaman al médico ya los guardias, que
llegan a tiempo para impedir que los vecinos, muy excitados, den muerte a
Alessandro en el acto.
Sufrimiento redentor
Al llegar al hospital, los médicos se sorprendieron de que la niña todavía
no haya sucumbido a sus heridas, pues ha sido alcanzado el pericardio, el
corazón, el pulmón izquierdo, el diafragma y el intestino. Al diagnosticar que
no tiene cura, llamaron al capellán. María se confiesa con toda claridad.
Luego, durante dos horas, los médicos la cuidaron sin dormirla.
María no se lamenta, y no deja de rezar y de ofrecer sus sufrimientos a la
santísima Virgen, Madre de los Dolores. Su madre consiguió que le permitan
permanecer a la cabecera de la cama. María aún tiene fuerzas para consolarla:
-Mamá, querida mamá, ahora estoy bien... ¿Cómo están mis hermanos y hermanas?
En un momento, María le dice a su mamá: -Mamá, dame una gota de agua. -Mi
pobre María, el médico no quiere, porque sería peor para ti. Extrañada, María
sigue diciendo:
- ¿Cómo es posible que no pueda beber ni una gota de agua? Luego, dirige la
mirada sobre Jesús crucificado, que también había dicho ¡Tengo sed!, y entendió.
El sacerdote también está a su lado, asistiéndola paternalmente. En el
momento de darle la Sagrada Comunión, le preguntó: -María, ¿perdonas de todo
corazón a tu asesino? Ella le respondió: -Sí, lo perdono por el amor de Jesús,
y quiero que él también venga conmigo al paraíso. Quiero que esté a mi lado...
Que Dios lo perdone, porque yo ya lo he perdonado.
Pasando por momentos análogos por los que pasó el Señor Jesús en la Cruz,
María recibió la Eucaristía y la Extremaunción, serena, tranquila, humilde en
el heroísmo de su victoria. Después de breves momentos, se le escucha decir:
"Papá". Finalmente, María entra en la gloria inmensa de la Comunión
con Dios Amor. Es el día 6 de julio de 1902, a las tres de la tarde.
La conversión de Alessandro
En el juicio, Alessandro, aconsejado por su abogado, confesó: -"Me
gustaba. La provoqué dos veces al mal, pero no pude conseguir nada. Despechado,
preparé el puñal que debía utilizar". Por ello, fue condenado a 30 años de
trabajos forzados. Aparentaba no sentir ningún remordimiento del crimen tanto
así que a veces se le escuchaba gritar:
-"¡Anímate, Serenelli, dentro de veintinueve años y seis meses serás
un burgués!". Sin embargo, unos años más tarde, Mons. Blandini, Obispo de
la diócesis donde está la prisión, decide visitar al asesino para encaminarlo
al arrepentimiento. -"Está perdiendo el tiempo, monseñor -afirma el
carcelero-, ¡es un duro!"
Alessandro recibió al obispo refunfuñando, pero ante el recuerdo de María,
de su heroico perdón, de la bondad y de la misericordia infinitas de Dios, se
deja alcanzar por la gracia. Después de salir el Prelado, llora en la soledad
de la celda, ante la estupefacción de los carceleros.
Después de tener un sueño donde se le apareció María, vestida de blanco en
los jardines del paraíso, Alessandro, muy cuestionado, escribió a Mons.
Blandino: "Lamento sobre todo el crimen que cometí porque soy consciente
de haberle quitado la vida a una pobre niña inocente que, hasta el último
momento, quiso salvar su honor, sacrificándose antes que ceder a mi criminal
voluntad. Pido perdón a Dios públicamente, ya la pobre familia, por el enorme
crimen que cometí. Confío obtener también yo el perdón, como tantos otros en la
tierra". Su sincero arrepentimiento y su buena conducta en el penal le
devuelven la libertad cuatro años antes de la expiración de la pena. Después,
ocupará el puesto de hortelano en un convento de capuchinos, mostrando una
conducta ejemplar, y será admitido en la orden tercera de san Francisco.
Gracias a su buena disposición, Alessandro fue llamado como testigo en el
proceso de beatificación de María. Resultó algo muy delicado y penoso para él,
pero confesó: "Debo reparación, y debo hacer todo lo que esté en mi mano
para su glorificación. Toda la culpa es mía. Me dejé llevar por la brutal
pasión. Ella es una santa, una verdadera mártir. Es una de las primeras en el
paraíso, después de lo que tuvo que sufrir por mi causa".
En la Navidad de 1937, Alessandro se dirigió a Corinaldo, lugar donde
Assunta Goretti se había retirado con sus hijos. Lo hace simplemente para hacer
reparación y pedir perdón a la madre de su víctima. Nada más llegar ante ella,
le pregunta llorando. -"Assunta, ¿puede perdonarme? -Si María te perdonó
-balbucea-, ¿cómo no voy a perdonarte yo?" El mismo día de Navidad, los
habitantes de Corinaldo se ven sorprendidos y emocionados al ver aproximarse a
la mesa de la Eucaristía, uno junto a otro, a Alessandro y Assunta.
(Fuente: aciprensa.com)
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