martes, 6 de julio de 2021

Párte un momento: El Evangelio del dia 8 - DE JULIO –JUEVES – 14ª – SEMANA DEL T. O. – B – San Procopio

 

 


        8 - DE JULIO –JUEVES –

14ª – SEMANA DEL T. O. – B –

San Procopio

 

    Lectura del libro del Génesis (44,18-21.23b-29;45,1-5):

 

   En aquellos días, Judá se acercó a José y le dijo:

    «Permite a tu siervo hablar en presencia de su señor; no se enfade mi señor conmigo, pues eres como el Faraón.

    Mi señor interrogó a sus siervos: "¿Tenéis padre o algún hermano?", y respondimos a mi señor: "Tenemos un padre anciano y un hijo pequeño que le ha nacido en la vejez; un hermano suyo murió, y sólo le queda éste de aquella mujer; su padre lo adora." Tú dijiste: "Traédmelo para que lo conozca. Si no baja vuestro hermano menor con vosotros, no volveréis a verme."

    Cuando subimos a casa de tu siervo, nuestro padre, le contamos todas las palabras de mi señor; y nuestro padre nos dijo: "Volved a comprar unos pocos víveres."

    Le dijimos: "No podemos bajar si no viene nuestro hermano menor con nosotros"; él replicó: "Sabéis que mi mujer me dio dos hijos: uno se apartó de mí, y pienso que lo ha despedazado una fiera, pues no he vuelto a verlo; si arrancáis también a éste de mi presencia y le sucede una desgracia, daréis con mis canas, de pena, en el sepulcro."»

    José no pudo contenerse en presencia de su corte y ordenó:    «Salid todos de mi presencia.»

    Y no había nadie cuando se dio a conocer a sus hermanos. Rompió a llorar fuerte, de modo que los egipcios lo oyeron, y la noticia llegó a casa del Faraón.

    José dijo a sus hermanos:

    «Yo soy José; ¿vive todavía mi padre?»

    Sus hermanos se quedaron sin respuesta del espanto.

    José dijo a sus hermanos:     «Acercaos a mí.»

    Se acercaron, y les repitió:

    «Yo soy José, vuestro hermano, el que vendisteis a los egipcios. Pero ahora no os preocupéis, ni os pese el haberme vendido aquí; para salvación me envió Dios delante de vosotros.»

 

Palabra de Dios

 

    Salmo: 104,16-17.18-19.20-21

 

    R/. Recordad las maravillas que hizo el Señor

 

   Llamó al hambre sobre aquella tierra:

cortando el sustento de pan;

por delante había enviado a un hombre,

a José, vendido como esclavo. R/.

 

    Le trabaron los pies con grillos,

le metieron el cuello en la argolla,

hasta que se cumplió su predicción,

y la palabra del Señor lo acreditó. R/.

 

   El rey lo mandó desatar,

el Señor de pueblos le abrió la prisión,

lo nombró administrador de su casa,

señor de todas sus posesiones. R/.

 

    Lectura del santo Evangelio según san Mateo (10,7-15):

 

   En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles:

    «ld y proclamad que el reino de los cielos está cerca.

    Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, echad demonios. Lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis.

    No llevéis en la faja oro, plata ni calderilla; ni tampoco alforja para el camino, ni túnica de repuesto, ni sandalias, ni bastón; bien merece el obrero su sustento.

    Cuando entréis en un pueblo o aldea, averiguad quién hay allí de confianza y quedaos en su casa hasta que os vayáis. Al entrar en una casa, saludad; si la casa se lo merece, la paz que le deseáis vendrá a ella. Si no se lo merece, la paz volverá a vosotros. Si alguno no os recibe o no os escucha, al salir de su casa o del pueblo, sacudid el polvo de los pies. Os aseguro que el día del juicio les será más llevadero a Sodoma y Gomorra que a aquel pueblo.»

 

Palabra del Señor

 

     1.  Lo primero que Jesús deja claro, en lo que les dice a los apóstoles, es que hay una relación directa entre la proclamación del Reino y todo lo que es dar vida.

     Jesús piensa, por tanto, que el Reino de Dios se hace presente, antes que, mediante doctrinas y teorías, dando vida a los que la tienen limitada o amenazada.

Es una equivocación pensar que el anuncio del Reino se hace obligando a la gente a que acepte una "teología ortodoxa", cuando lo que más urge Jesús es que trabajemos y luchemos por dar vida y por dignificar la vida.

 

     2.  Jesús pensó en la misión de los apóstoles de forma que, para realizar tal misión no necesitaban dinero. Más aún, Jesús pensaba que, para hacer visible el Reino de Dios, el dinero es un estorbo. Lo mismo que es un estorbo todo lo que sea (o parezca) ostentación o imagen que llama la atención. Jesús no quiere nada de eso, ni para sus apóstoles, ni por tanto para los sucesores de sus apóstoles.

     - ¿Por qué esta postura tan radical de Jesús?

 

     3.  Un Evangelio que se transmite sin dinero, ni con dinero ni por dinero, ¿no es la prueba más evidente de que es la fuerza de la vida, que brota del amor y solo busca amor, respeto, bondad, tolerancia, en definitiva, otro modelo de persona, que ya no puede ser nada más   que el "hombre-no-económico" (M. Daraki), el ser humano que añoramos y nunca alcanzamos? 

      Pablo parece que lo entendió así. Por eso insiste, hasta diez veces, que él renunció a recibir dinero por su apostolado, "para no crear obstáculos al Evangelio" (1 Tes 4, 10 ss; 2, 3. 6-12; 1 Cor 4, 12; 9,4-18; 2 Cor 11, 7-12; 12, 13-18; Hech 20, 33-35; cf. Hech 18, 1-4).

 

San Procopio


 

 

En Cesarea de Palestina, san Procopio, mártir, que en tiempo del emperador Diocleciano fue conducido desde la ciudad de Scytópolis a Cesarea, donde, por manifestar audazmente su fe, fue inmediatamente decapitado por el juez Fabiano (c. 303).

 

 

Vida de San Procopio

 

El primero de los mártires en Palestina fue Procopio. Era un varón lleno de la gracia divina, que desde niño se había mantenido en castidad y había practicado todas las virtudes. Había domado su cuerpo hasta convertirlo, por decirlo así, en un cadáver; pero la fuerza que su alma encontraba en la palabra de Dios daba vigor a su cuerpo. Vivía a pan y agua; y sólo comía cada dos o tres días; en ciertas ocasiones, prolongaba su ayuno durante una semana entera. La meditación de la palabra divina absorbía su atención día y noche, sin la menor fatiga. Era bondadoso y amable, se consideraba como el último de los hombres y edificaba a todos con sus palabras. Sólo estudiaba la palabra de Dios y apenas tenía algún conocimiento de las ciencias profanas. Había nacido en Aelia (Jerusalén), pero residía en Escitópolis (Betsán), donde desempeñaba tres cargos eclesiásticos. Leía y podía traducir el sirio, y arrojaba los malos espíritus mediante la imposición de las manos. Enviado con sus compañeros de Escitópolis a Cesárea, fue arrestado en cuanto cruzó las puertas de la ciudad. Aun antes de haber conocido las cadenas y la prisión, se encontró ante el juez Flaviano, quien le exhortó a sacrificar a los dioses. Pero él proclamó en voz alta que sólo hay un Dios, creador y autor de todas las cosas. Esta respuesta impresionó al juez. No encontrando qué replicar, Flaviano trató de persuadir a Procopio de que por lo menos ofreciese sacrificios a los emperadores. Pero el mártir de Dios despreció sus consejos. "Recuerda —le dijo— el verso de Homero: No conviene que haya muchos amos; tengamos un solo jefe y un solo rey." Como si estas palabras constituyesen una injuria contra los emperadores, el juez mandó que Procopio fuese ejecutado al punto. Los verdugos le cortaron la cabeza, y así pasó Procopio a la vida eterna por el camino más corto, al séptimo día del mes de Desius, es decir, el día que los latinos llaman las nonas de julio, el año primero de nuestra persecución. Este fue el martirio que tuvo lugar en Cesárea.

 

 

 

 

                               

 

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