8 - DE JULIO –JUEVES –
14ª – SEMANA DEL T. O. – B –
San Procopio
Lectura del libro del Génesis
(44,18-21.23b-29;45,1-5):
En aquellos días, Judá se acercó a José y le dijo:
«Permite a tu siervo hablar en presencia de
su señor; no se enfade mi señor conmigo, pues eres como el Faraón.
Mi señor interrogó a sus siervos:
"¿Tenéis padre o algún hermano?", y respondimos a mi señor:
"Tenemos un padre anciano y un hijo pequeño que le ha nacido en la vejez;
un hermano suyo murió, y sólo le queda éste de aquella mujer; su padre lo
adora." Tú dijiste: "Traédmelo para que lo conozca. Si no baja
vuestro hermano menor con vosotros, no volveréis a verme."
Cuando subimos a casa de tu siervo, nuestro
padre, le contamos todas las palabras de mi señor; y nuestro padre nos dijo:
"Volved a comprar unos pocos víveres."
Le dijimos: "No podemos bajar si no
viene nuestro hermano menor con nosotros"; él replicó: "Sabéis que mi
mujer me dio dos hijos: uno se apartó de mí, y pienso que lo ha despedazado una
fiera, pues no he vuelto a verlo; si arrancáis también a éste de mi presencia y
le sucede una desgracia, daréis con mis canas, de pena, en el sepulcro."»
José no pudo contenerse en presencia de su
corte y ordenó: «Salid todos de mi
presencia.»
Y no había nadie cuando se dio a conocer a
sus hermanos. Rompió a llorar fuerte, de modo que los egipcios lo oyeron, y la
noticia llegó a casa del Faraón.
José dijo a sus hermanos:
«Yo soy José; ¿vive todavía mi padre?»
Sus hermanos se quedaron sin respuesta del
espanto.
José dijo a sus hermanos: «Acercaos a mí.»
Se acercaron, y les repitió:
«Yo soy José, vuestro hermano, el que
vendisteis a los egipcios. Pero ahora no os preocupéis, ni os pese el haberme
vendido aquí; para salvación me envió Dios delante de vosotros.»
Palabra de Dios
Salmo: 104,16-17.18-19.20-21
R/. Recordad las maravillas que hizo el
Señor
Llamó al hambre sobre aquella tierra:
cortando
el sustento de pan;
por
delante había enviado a un hombre,
a José,
vendido como esclavo. R/.
Le
trabaron los pies con grillos,
le
metieron el cuello en la argolla,
hasta
que se cumplió su predicción,
y la
palabra del Señor lo acreditó. R/.
El rey lo mandó desatar,
el
Señor de pueblos le abrió la prisión,
lo
nombró administrador de su casa,
señor
de todas sus posesiones. R/.
Lectura del santo Evangelio según san Mateo (10,7-15):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles:
«ld y proclamad que el reino de los cielos
está cerca.
Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad
leprosos, echad demonios. Lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis.
No llevéis en la faja oro, plata ni
calderilla; ni tampoco alforja para el camino, ni túnica de repuesto, ni
sandalias, ni bastón; bien merece el obrero su sustento.
Cuando entréis en un pueblo o aldea,
averiguad quién hay allí de confianza y quedaos en su casa hasta que os vayáis.
Al entrar en una casa, saludad; si la casa se lo merece, la paz que le deseáis
vendrá a ella. Si no se lo merece, la paz volverá a vosotros. Si alguno no os
recibe o no os escucha, al salir de su casa o del pueblo, sacudid el polvo de
los pies. Os aseguro que el día del juicio les será más llevadero a Sodoma y
Gomorra que a aquel pueblo.»
Palabra del Señor
1. Lo primero que Jesús
deja claro, en lo que les dice a los apóstoles, es que hay una relación directa
entre la proclamación del Reino y todo lo que es dar vida.
Jesús piensa, por tanto, que el Reino de Dios se hace presente,
antes que, mediante doctrinas y teorías, dando vida a los que la tienen
limitada o amenazada.
Es una equivocación pensar
que el anuncio del Reino se hace obligando a la gente a que acepte una
"teología ortodoxa", cuando lo que más urge Jesús es que trabajemos y
luchemos por dar vida y por dignificar la vida.
2. Jesús pensó en la
misión de los apóstoles de forma que, para realizar tal misión no necesitaban
dinero. Más aún, Jesús pensaba que, para hacer visible el Reino de Dios, el
dinero es un estorbo. Lo mismo que es un estorbo todo lo que sea (o parezca)
ostentación o imagen que llama la atención. Jesús no quiere nada de eso, ni
para sus apóstoles, ni por tanto para los sucesores de sus apóstoles.
- ¿Por qué esta postura tan radical de Jesús?
3. Un Evangelio que se
transmite sin dinero, ni con dinero ni por dinero, ¿no es la prueba más
evidente de que es la fuerza de la vida, que brota del amor y solo busca amor,
respeto, bondad, tolerancia, en definitiva, otro modelo de persona, que ya no
puede ser nada más que el
"hombre-no-económico" (M. Daraki), el ser humano que añoramos y nunca
alcanzamos?
Pablo parece que lo
entendió así. Por eso insiste, hasta diez veces, que él renunció a recibir
dinero por su apostolado, "para no crear obstáculos al Evangelio" (1
Tes 4, 10 ss; 2, 3. 6-12; 1 Cor 4, 12; 9,4-18; 2 Cor 11, 7-12; 12, 13-18; Hech
20, 33-35; cf. Hech 18, 1-4).
San Procopio
En Cesarea de Palestina, san Procopio, mártir, que en tiempo del emperador
Diocleciano fue conducido desde la ciudad de Scytópolis a Cesarea, donde, por
manifestar audazmente su fe, fue inmediatamente decapitado por el juez Fabiano
(c. 303).
Vida de San Procopio
El primero de los mártires en Palestina fue Procopio. Era un varón lleno de
la gracia divina, que desde niño se había mantenido en castidad y había
practicado todas las virtudes. Había domado su cuerpo hasta convertirlo, por
decirlo así, en un cadáver; pero la fuerza que su alma encontraba en la palabra
de Dios daba vigor a su cuerpo. Vivía a pan y agua; y sólo comía cada dos o
tres días; en ciertas ocasiones, prolongaba su ayuno durante una semana entera.
La meditación de la palabra divina absorbía su atención día y noche, sin la
menor fatiga. Era bondadoso y amable, se consideraba como el último de los
hombres y edificaba a todos con sus palabras. Sólo estudiaba la palabra de Dios
y apenas tenía algún conocimiento de las ciencias profanas. Había nacido en
Aelia (Jerusalén), pero residía en Escitópolis (Betsán), donde desempeñaba tres
cargos eclesiásticos. Leía y podía traducir el sirio, y arrojaba los malos
espíritus mediante la imposición de las manos. Enviado con sus compañeros de
Escitópolis a Cesárea, fue arrestado en cuanto cruzó las puertas de la ciudad.
Aun antes de haber conocido las cadenas y la prisión, se encontró ante el juez
Flaviano, quien le exhortó a sacrificar a los dioses. Pero él proclamó en voz
alta que sólo hay un Dios, creador y autor de todas las cosas. Esta respuesta
impresionó al juez. No encontrando qué replicar, Flaviano trató de persuadir a
Procopio de que por lo menos ofreciese sacrificios a los emperadores. Pero el
mártir de Dios despreció sus consejos. "Recuerda —le dijo— el verso de
Homero: No conviene que haya muchos amos; tengamos un solo jefe y un solo
rey." Como si estas palabras constituyesen una injuria contra los
emperadores, el juez mandó que Procopio fuese ejecutado al punto. Los verdugos
le cortaron la cabeza, y así pasó Procopio a la vida eterna por el camino más
corto, al séptimo día del mes de Desius, es decir, el día que los latinos
llaman las nonas de julio, el año primero de nuestra persecución. Este fue el
martirio que tuvo lugar en Cesárea.
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